Alfredo Echenique - El Huerto De Mi Amada

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Novela ganadora del premio Planeta 2002, narra los amores entre Carlitos Alegre, un muchacho de 17 años hijo de una acaudalada familia limeña, y Natalia de Larrea, una mujer divorciada de 33 años que arrastra una leyenda de seductora. Carlitos desafiará las reglas de la obtusa sociedad limeña y se trasladará a vivir en el huerto de la finca de su amada a las afueras de Lima. Alfredo Bryce Echenique vuelve con esta historia a retratar los vericuetos de la alta sociedad de Lima que ya plasmó en una de sus obra más emblemáticas `Un mundo para Julius`. El humor nunca corrosivo, la perfecta descripción de los estados de ánimo y los guiños a este grupo social que el autor conoce tan bien se completan con la bella prosa de este escritor fundamental.

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– No jodas, hombre, Carlitos. Las limusines son sólo para las funerarias.

– Pues pregúntenle al señor Molina y verán. Son sólo para las funerarias y para los multimillonarios.

Los mellizos Céspedes no le iban a preguntar nunca jamás nada en su puta vida al chofer uniformado Molina, que, antes de despedirse, dirigiéndose exclusivamente al señor Carlos Alegre, además, le recordó que a las trece horas lo estaría esperando, ya, como convenido, en este mismo lugar, y acto seguido se limitó a ser estrictamente un poquito más alto y más rubio que nunca, porque mientras subía al Daimler y ponía en marcha el motor, los estaba mirando de arriba abajo con los ojos más verdes que nunca y con el uniforme con más botas que nunca y más Miguel Strogoff que nunca, también, por consiguiente, aunque esto último en tecnicolor y en el cine de barrio Ollanta y con el actorazo ese de Curd Molina, perdón, Curd Jurgens, carajo, un error lo comete cualquiera, pero este hijo…

Molina y el Daimler ya habían torcido hace horas, a la derecha, para enrumbar nuevamente a Chorrillos y los mellizos continuaban parados ahí, odiándolo para siempre, encontrándolo simple y llanamente inexplicable, también para siempre, e intentando ver el automóvil por dentro.

– Pues me parece que ya va a ser bastante difícil ver el auto por dentro y por fuera, je -los despertó, literalmente Carlitos, o más bien los desextasió, je, je, y continuó contándoles que el Daimler es una maravilla y tiene miles de asientos-. Yo, por ejemplo, venía sentado en medio de la sala, al principio, pero de un solo miradón Molina me mandó para atrás, porque ése debe ser mi sitio, para siempre, y parece que él de eso sí que lo sabe todo porque hasta tiene libros sobre los choferes en la corte del rey Arturo y cosas semejantes, se lo juro. La propia Natalia me lo contó anoche, palabra de honor.

– El chofer de la familia de Larrea y Olavegoya, carajo, nada menos…

– Bueno ¿pero no les parece que deberíamos subir y estudiar un poquito siquiera, antes de que Molina regrese y nos encuentre todavía parados aquí? Francamente…

– Subamos, sí, Carlitos. Pero no sólo a estudiar. Tenemos algunas ideas, ya vas a ver. Llevábamos algún tiempo dándoles vueltas, pero con los líos en que te has metido, no sé, teníamos también nuestros temores. Pero, bueno, este Daimler como que lo aclara todo e inclina la balanza a nuestro favor. Basta con ver un carrazo así, compadre, para que nuestras dudas se desvanezcan y nuestras ideas brillen como nunca, para serte honesto. Y es que todo está clarísimo, ahora, hermanón.

Carlitos, por supuesto, no les entendió ni jota, de qué demonios le estaban hablando este par de locos, caray.

– Bueno, la verdad… je, je.

– Subamos, Carlitos. Esta mañana te lo aclaramos todo, y esta tarde estudiamos como nunca. ¿De acuerdo?

– Las cosas que se les ocurren a ustedes -fue lo único que se atrevió opinar a Carlitos, cuando Arturo y Raúl Céspedes terminaron de exponerle la larga serie de ideas y planes de acción que, además, ahora, con un Daimler a su disposición, a ellos les parecían alta y exitosamente ejecutables, por decir lo menos.

Los tipos estos sí que eran ciento por ciento increíbles, y sólo de escucharlos el pobre Carlitos se había debatido entre la más sonora carcajada y la más espantosa vergüenza. Y ahí andaba ahora pensando que, en cambio, eso sí, Lima entera se escandaliza porque Natalia y yo nos queremos tanto, y sin embargo la parejita esta es capaz de todo con tal de llegar sabe Dios dónde, cuando los mellizos casi lo matan de una verdadera andanada de palmadas de complicidad en el hombro y hablándole al mismo tiempo de los lazos de amistad que nos unen, Carlitos, desde el día en que, bueno…

Por supuesto que no se atrevieron a mencionar el día aquel, ni mucho menos a decir que se trataba de un día ya lejano, y esas cosas, porque Carlitos bruto sí que no era ni andaba mal de la memoria ni nada, y, todo lo contrario, tenía fama de genio, al menos en lo suyo. Pero Carlitos también vivía en las nubes, gracias a Dios, y con eso contaban los mellizos para que, una vez más en la vida, al pobre se le escapara lo elemental del asunto y ni cuenta se diera de que ellos acababan de hablarle muy claramente, por fin, y de que éste era el momento, o nunca, para enterarse de la verdadera razón por la cual aparecieron un día en su vida, por puro interés, claro está, porque eran un gran par de trepadores, y porque en su inefable escala de valores, él, nada menos que él, mamita linda, había resultado ser el puente y la escalera, y el ascensor, y todo, más la llave ganzúa, por supuesto, también, si se quiere, capaz de hacerlos llegar a las más altas esferas, hasta la mismita high, Arturo, la highzota, y de abrirnos una tras otra las puertas de la alta sociedad de Lima, más la suya propia, Raulito, y la puerta de la clínica de su padre, en Miraflores, Arturazo, y la del abuelo premio Nobel, in USA, caray, ¿te imaginas?, y, cómo no, las puertas de oro de los corazones tan adinerados de Cristinita y Marisolcito, que debían de significar nada menos que la cumbre del estrellato para este par de cretinos, porque lo que hay que ver y oír en esta vida, y lo que hay que soportar, además.

Aunque claro, por el momento, de eso, nada, con el problema de mierda de la Natalia esta, aunque también la Natalia esta, claro está, y mejor que nadie, tal vez, sí, por amor a su Carlitos y a sus amigos Céspedes Salinas, y por, y para, y entonces, y mira tú por dónde, y mira tú que, y encima de todo, y a lo mejor, también… Bueno, éste era un tramo de las ideas y los planes de acción de los mellizos que aún no estaba demasiado claro, porque, entre otras cosas, como que les quedaba inmenso y plagado de obstáculos, por ahora, pero que, de una manera u otra, ya se irá viendo, podría ser importantísimo, en su debido momento. Y además a Carlitos tampoco se le podía contar todo, al menos no en esta primera etapa, claro que no, Raúl, de a poquitos, Arturo, y con mucho cuidado, Raúl, por más que el genio del Daimler y el hembrón de alta cuna y fortuna, ojo, Arturo, que la expresión esta todavía no la tenemos bien controlada, es cierto, lo sé, lo recuerdo, no hay que abusar, pero aquí entre nos, como suele decirse, sí, entre nos, dime…

– Las cosas que se les ocurren a ustedes -fue lo único que se atrevió a decir Carlitos Alegre, que nunca se fijaba en nada, y que también esta vez dejó pasar ante sus ojos lo elemental.

¿Cómo y por qué había empezado la relación con los mellizos? Y: ¿Qué hago yo metido hace semanas con unos tipos que, ahora que lo pienso bien, hasta me fumaron en los antebrazos, cuando…? Pero a Carlitos siempre se le bifurcaban los senderos, y hasta se le trifurcaban, o, mejor aún, a Carlitos hasta se le trifulcaban los senderos, porque las cosas se le hacían un lío y de pronto en medio de una grave reflexión soltaba tremenda carcajada, como ahorita en que los mellizos le estaban contando todo lo que en la vida de ellos significaba una limusín Daimler con estribos, sí, Carlitos, porque ven, bajemos un ratito a la calle para que veas el auto que acabamos de comprar para este verano, ¿te acuerdas del Ford sedán del 42 con que fuimos a tu casa, la primera vez, el que tú creíste que era un taxi?

– Yo no creí nada, la verdad, pero, eso sí, hasta ahora me da muchísima risa cuando me acuerdo de que ese taxi, perdón, ese auto negro, los atropello a los dos, sin chofer y sin moverse. ¿Se acuerdan? Increíble. Cosa de dibujos animados o de Los Tres Chiflados. Mis hermanas también se tronchan de risa cada vez que se acuerdan de, je, je… De locos, aquello sí que fue de locos, je, je, y si además de todo era un taxi que ahí nadie había llamado, je, je, je… Les tendría que contar este ultimo detalle a mis hermanas, aunque claro, por ahora no voy a poder, pero no bien…

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