Alfredo Echenique - El Huerto De Mi Amada

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Novela ganadora del premio Planeta 2002, narra los amores entre Carlitos Alegre, un muchacho de 17 años hijo de una acaudalada familia limeña, y Natalia de Larrea, una mujer divorciada de 33 años que arrastra una leyenda de seductora. Carlitos desafiará las reglas de la obtusa sociedad limeña y se trasladará a vivir en el huerto de la finca de su amada a las afueras de Lima. Alfredo Bryce Echenique vuelve con esta historia a retratar los vericuetos de la alta sociedad de Lima que ya plasmó en una de sus obra más emblemáticas `Un mundo para Julius`. El humor nunca corrosivo, la perfecta descripción de los estados de ánimo y los guiños a este grupo social que el autor conoce tan bien se completan con la bella prosa de este escritor fundamental.

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Por las calles de Lima, los canillitas vocean los periódicos y agitan uno con el brazo extendido. «¡Todo sobre el crimen más complicado del mundo!» Sólo hay una explicación posible para el crimen más extravagante y complicado del mundo, como lo llaman algunos diarios sensacionalistas. El asesino fue a matar a dos personas y se encontró con que eran tres, una prevenida y dos no. Pero dos de las tres personas intentaron sin duda impedir tan desesperadamente que a don Carlitos Alegre di Lucca lo llenaran de plomazos, mientras éste, a su vez, hacía lo propio con las otras dos personas, que, cosas de la vida y de la muerte, la primera en caer acribillada de pies a cabeza fue doña Natalia de Larrea y Olavegoya, la segunda fue esa tercera persona prevenida que sabe Dios qué hacía ahí sin que nadie lo supiera, y que resultó gravemente herida, mientras que el joven Alegre salió ileso de milagro. Luigi y Marietta Valserra claman al cielo.

Porca miseria!

Santa Madonna mía!

Corte Suprema de Justicia. El inculpado Carlos Roberto Alegre di Lucca, peruano, nacido en Lima, veintidós años de edad, estudiante de medicina en la Escuela de San Fernando, sigue incurriendo en tantas contradicciones que ya se va por el tercer abogado defensor y su suerte parece decidida.

– Pues yo les sigo asegurando, señores magistrados, que el asesino usaba guantes, que yo sólo recuerdo haberlos usado el día de mi primera comunión, y que por eso la pistola está llena de huellas mías hasta el día de hoy. Porque al asesino se le cayó, yo la recogí, y para evitar que huyera estuve disparando a ciegas hasta que Luigi, el italiano, encendió una lámpara y el tal Lucas dijo Basta, loco de mierda, ya me quemaste, y expiró.

En el hospital Loayza, Consuelo Céspedes Salinas vuelve de pronto en sí, al cabo de casi un año sin conocimiento. Con la autorización del médico jefe, un juez acude a interrogarla. Y su versión coincide cien por ciento con la de Carlitos Alegre di Lucca, que es absuelto y pide la mano de Martirito, perdón, de Consuelito, en prueba de eterna gratitud, pues ella se coló en el huerto sólo para salvarles la vida a Natalia y a él. Los mellizos Raúl y Arturo Céspedes Salinas se abrazan felices.

– ¡Consuelo! -exclaman!-. ¡El Premio al Esfuerzo y el Premio a la Constancia! ¡La lotería, carajo! ¡La lotería!

Pero algo ha fallado lamentablemente en el saloncito triste de la calle de la Amargura, donde los mellizos Céspedes llevan siglos mirándose, mirando luego al techo, mirándose otra vez y luego otra vez más al techo. Algo ha fallado, sí. Y es que la puerta de la casa acaba de abrirse por tercera vez, esta noche. Y ha entrado el tío Gumersindo Salinas, apodado sabe Dios por qué « Colofón». Sobre él se guarda un estricto silencio, aunque alguna vergüenza rodea su casi oculta presencia en esta casa y en esta vida. Colofón es la tercera persona que baja esa escalera todas las mañanas y por las noches la sube. Diariamente, detestablemente. Los mellizos oyen el crujir de los escalones, y, acto seguido, apagan las cuatro luces del saloncito. El tío Gumersindo tose en la oscuridad.

Colofón

– Yo sé que están ahí, sobrinos.

– …

– Buenas noches, sobrinos.

– …

– Sé que soy muy pobre y que estoy enfermo, sobrinos. Pero esta casa la paga mi hermana y ella me invitó a vivir aquí…

Un verdadero ataque de tos.

– …

– Tengan compasión de mí, por Dios santo…

El tío Gumersindo Salinas se aleja tosiendo, cruza toda la casa, y abre alguna portezuela allá al fondo. Una escalerita casi clandestina que sube al techo. Ahí tiene su cuartito el tío y también el plato tibio que todas las noches le sube su hermana, bueno, su media hermana…

– La vida es una historia pésimamente mal contada por un imbécil de mierda -afirma uno de los mellizos.

Puede ser cualquiera de los dos porque el saloncito sigue a oscuras y ahora sí que cae del todo un telón bien remendado, mientras Carlitos Alegre le dice a Natalia que este melodramón debería haberse titulado en realidad Y se les aguó la fiesta, par de idiotas. Ella ríe y se apresta a besarlo, pero en ese instante los mellizos aparecen por un costado del escenario y se la agarran a pedrada limpia con la pareja.

Por fin

II

Definitivamente, Carlitos Alegre no había nacido para fijarse en las cosas, y mucho menos si éstas eran negativas o desagradables. Y, además, a su total falta de malicia se agregaba un tono de alegre desenvoltura que era la más clara manifestación de un optimismo a prueba de balas y de una alegría de vivir sólo comparable a su inesperada capacidad de amar y al sorprendente coraje con que podía enfrentar las peores situaciones, ante la incredulidad del mundo entero. «Cuando uno tiene fe en la infinita bondad de Dios», solía decir él, por toda explicación. Y sin duda por eso estaba ahora sentado con tan pasmosa naturalidad en el precioso comedor del huerto, y todo, desde la presencia misma de Natalia, de Luigi o de Marietta, de Julia o de Cristóbal, hasta la del último objeto del decorado, le resultaba de una pasmosa familiaridad, siempre y cuando hubiese reparado en su existencia, claro está. Digamos, pues, que el mundo, para Carlitos, era también un valle de lágrimas, por supuesto, como lo es para cualquiera, pero que, en su caso excepcional, dentro de ese valle tan feo y obtuso, Dios le había colocado un pequeño oasis particular que él no cesaba de frecuentar, y Dios de adornar, sí, de ornar y de adornar, para que quede claro, dando lugar, así, al rasgo más positivo, alegre y hermoso del catolicismo de Carlitos Alegre -tan natural, además, que ya alguien se había referido a él como algo realmente sobrenatural, y, en todo caso, anterior a la existencia misma de la Iglesia católica-, y a la absoluta familiaridad con que ahora había asumido que ese comedor y el huerto entero de Natalia, con sus empleados y todo, eran felices y perfectos añadidos que el Señor acababa de introducir en ese oasis privado, que, por otra parte, parecía incluso explicar la pertinencia de su apellido paterno y su luminosa significación.

– ¿No te aburrirás, Carlitos? ¿No extrañarás tu casa y a tu familia? -se atrevió a preguntarle Natalia, cuando en realidad lo que estaba viendo en el rostro de Carlitos era algo así como la felicidad en prét-á-porter.

– ¡Qué ganas las tuyas de interrumpirlo a uno en su camino!

Por supuesto que nadie en ese comedor, empezando por la propia Natalia, logró entender el alcance total -ni mucho menos- de la respuesta de Carlitos. Qué se le iba a ocurrir tampoco a nadie ahí que el tipo acababa de encerrarse con ellos, sí, nada menos que con ellos y en su divino oasis. En fin, son cosas de la vida y de eso que suele llamarse la comunicación entre los seres humanos e incluso el infierno son los demás, aunque para nada sea este último el caso, ahora, por supuesto. Pero, claro, la pregunta de la pobre Natalia, tan llena de cariño y de la mejor intención, literalmente se había estrellado contra la felicidad enmurallada de su gran amor, y nada menos que mientras él la estaba incluyendo como nunca en el menú de su felicidad, con sus italianos, sus empleados y todo, y el oasis acababa de cerrarle sus puertas al mundo, tras poner en la entrada un letrerito que decía «Localidades agotadas» y dejar en la mera calle a gente como su jodida familia, al menos por el momento, mientras que a los inefables mellizos Céspedes Salinas los dejó como locos, buscando entradas en la reventa, lo cual, entre ellos, no es nada excepcional, por lo demás. Qué ganas, pues, las de Natalia, de venir a interrumpirlo con unas preocupaciones que simple y llanamente estaban fuera de lugar, en ese comedor, en el huerto todo, y, nunca mejor dicho, en el corazón mismo de su oasis-fortaleza: jardín por dentro y muro de piedra por fuera y los mellizos allá afuera tratando de escalar y resbalándose una y otra vez con el pedrón, y un resbalón más y de nuevo trepa y trepa, cual Sísifos de sociedad, porque así de complicada era su vida, o así de frívola y de poco complicada; en fin, que cada cual saque sus propias conclusiones sobre la parejita, aunque creo que a estas alturas y habiendo leído su acto seguido, sobre todo, tan melodramático e interpretación de los sueños, tan lamentable y tan poco sutil, uno ya puede…

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