Ángela Vallvey - Los estados carenciales

Здесь есть возможность читать онлайн «Ángela Vallvey - Los estados carenciales» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los estados carenciales: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los estados carenciales»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los personajes de Los estados carenciales buscan como todos nosotros la felicidad a su manera. Tratan de no sucumbir a la rutina, de escapar de la mediocridad o de rehacer sus vidas con un poco de sentido. Ulises, abandonado por su mujer Penélope, vive con su hijo Telémaco. Penélope es una diseñadora de moda que no se corta tanto como la Penélope de siempre cuando le sale al paso algún pretendiente. Al suegro de Ulises, Vili, su mujer le hace la vida imposible, y él busca la felicidad con optimismo y algunas ideas peregrinas, como montar una nueva Academia para enseñarles a una pandilla de infelices que la felicidad consiste, comod ecía Platón, en hacer el bien. Sátira de los libros de autoayuda, meditación sobre la felicidad, homenaje al mundo clásico… Sí, todas esas cosas son y están en Los estados carenciales. Pero esta novela es, por encima de todo una divertidísima fábula sobre las debilidades y grandezas de la condición humana. Ángela Vallvey tiene una prosa jugosa y directa, una capacidad poética deslumbrante, un sentido del humor que nos incita a la reflexión filosófica sin que nos alcance el sueño, la desazón o la pedantería, Tal vez este libro no nos permita saber si la felicidad consiste enhacer bien, o en desarrollar nuestras capacidades con la máxima destreza, pero sí nos puede ayudar a mirarnos en el espejo con valentía, con la dignidad que nuestra condición exige.

Los estados carenciales — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los estados carenciales», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿El culo? -sugiere Jorge entre dientes, pero David parece no haberlo oído.

– … a mover el esqueleto. Abdominales, pesas y toda la pesca, ya sabéis. No puedo decir que sea lo mismo que antes. Cicerón, Epicuro, Plutarco… no tienen ni punto de comparación con una tabla de ejercicios insensatos que le hacen sentirse a uno medio lisiado cuando llega la hora de meterse en la cama. Vili, sin embargo, conseguía hacerme creer que yo soy… normal . Que todos sin excepción somos normales. Era una gran sensación, ¿sabéis? Lo echo mucho de menos.

Telémaco empieza a hacer pucheros.

– ¿Qué te pasa, pequeño bribón? -le pregunta Jorge.

– ¡Mierda, mierda, mierrrda! -gime el niño y rompe a llorar con furia. La gente a vuestro alrededor se vuelve para observarlo; os lanzan miradas desconfiadas, como si sospecharan que lo habéis maltratado entre los tres de algún modo maligno y subrepticio y ahora tratáis torpemente de disimular el daño.

– Así que, mierda, ¿eh? Vaya, yo no lo hubiera sabido expresar con más claridad y precisión.

– ¡No seas grosero! -le dices al chiquillo; y luego a tus amigos-: Está cansado. -Lo coges en brazos-. Llevamos todo el día fuera de casa, de acá para allá. Es demasiado para él. Y aquí empieza a haber mucho humo. Y ruido.

– Puede que esté asustado -sugiere David-. A mi niño tampoco le gustan los sitios abarrotados. Lo hemos dejado en casa con la niñera. Los sitios llenos de gente no son buenos para los bebés. Ellos se sienten aún más pequeños de lo que ya son, y tienen miedo.

– Yo no tengo niñera -dices tú.

– Todos tenemos miedo de algo -dice Jorge.

– Oh, vamos, venga ya. Tú eres del fisco, Jorge. ¿A qué le puedes tener miedo tú?

– A la oscuridad, a la soledad, a las mujeres… -enumera Jorge de manera cansina-. Etcétera, etcétera. -Levanta su vaso y brinda en el aire antes de apurarlo hasta el fondo.

– ¿Quieres que lo coja yo en brazos, a ver si se calma? -se ofrece David.

– No sé… Bueno, toma. -Le tiendes al niño. Telémaco chilla y da hipidos de desconsuelo, se aferra al cuello de David y le desabrocha la pajarita de lunares dándole manotazos-. Debería ir a acostarlo un rato en su sillita y dejarlo que duerma un poco en el despacho del señor Tamisa. Su secretaria lo puede vigilar. Yo aún tengo que saludar a un par de críticos de arte y a otras personas que… no sé.

– Deja, yo puedo hacerlo. -David se mueve como si estuviera bailando suavemente. El pequeño Telémaco asido a su pecho-. Si me dices dónde está el despacho yo llevaré al niño, le cantaré unas nanas hasta que se duerma y lo dejaré al cuidado de esa señora. «Duerme, duerme, negrito, que tu mami está en el campo, negrito, trabajando, sí, trabajando duramente, trabajando, sí, trabajando y no le pagan…» A mi hijo le encanta esta canción.

– Gracias, es en el segundo pasillo, a la izquierda. Una puerta con el rótulo de «Privado». Dile a la señora Gómez que iré enseguida para allá a echarle un vistazo. La sillita de paseo está allí, en posición de «tumbado». Y, eh, aaah… si no encuentras a la señora Gómez, hay también una chica, no recuerdo su nombre, es la relaciones públicas. Y un par de empleados más. Pregúntale a alguno de ellos.

David asiente una y otra vez a cada una de tus palabras.

Telémaco lloriquea ahora más débilmente, cierra los ojos de forma esporádica y pega la carita llena de sudor, de lágrimas y de babas al hombro de David.

– ¡Mierrrda! -dice todavía. Pero se va calmando bajo el efecto de los arrullos del hombre.

– ¿Verdad que pronuncia muy bien la erre? -le preguntas a David, orgulloso. Le das un beso a tu hijo, le musitas algo en alemán, y luego-: Duérmete un poquito. Enseguida irá papá, ¿vale?

David se da la vuelta. Camina unos pasos.

– ¡Eh, David! -lo llama Jorge.

David se detiene, se gira hacia él y lo mira.

– ¿Sí?

– ¿Eres feliz? -le pregunta Jorge.

David se encoge de hombros y le acaricia con ternura el pelo a Telémaco, que ya no abre los ojos.

– La mayor parte del tiempo… creo que sí -responde después de pensarlo unos segundos, y echa a andar de nuevo hasta que se pierde, con el bebé en brazos, entre la gente que abarrota las salas.

Jorge y Ulises se miran entre ellos.

– ¡Será cabrón! -exclama Jorge.

– Vamos, Jorgito, no seas envidioso.

– ¡Hombre! -dice Jorge señalando hacia su izquierda-. Aquí viene ella, su marido y su amante. La sujeta, el verbo y el atributo. Están los tres.

– ¿Quién? ¿Qué?

– Mireia, de la Academia, ¿te acuerdas? Tengo una compañera de trabajo que la conoce bien. ¿Has olvidado ya su apología de la poligamia femenina? ¡Fue antológica! -Jorge chasquea la lengua, sonríe con sorna de medio lado-. Y tanto que defiende la poligamia femenina. Vive con su marido y con su ex marido, y por lo visto se entiende fenomenal con los dos. Espero que en noches alternas. Unas tanto y otros tan poco. Hay que fastidiarse.

Mireia se aproxima hasta ti, flanqueada por sus dos hombres. Luce una radiante sonrisa. Su sonrisa es como un trofeo ganado a la vida que ella gusta de exhibir. Su sonrisa está envuelta en un placer íntimo, alucinado, que le arruga graciosamente las mejillas.

– Ah, Ulises…

– Bueno, campeón, yo me despido, voy a hablar con tu galerista sobre un cuadro que he visto por ahí, y me voy a casa pitando -dice Jorge-. Te llamo la semana que viene y salimos a cenar, o a algún puticlú, o algo.

– Tengo entradas para un combate de boxeo -le guiñas un ojo-. El niño de Lavapiés contra El Toro de Basauri .

– ¡Estupendo, tío! Golpes, sangre, voces, sudor, testosterona. Mi vida me estaba reclamando todo eso a grito pelado y yo no quería oírla. -Jorge se apodera de un canapé de falso caviar y pepinillos, luego inclina la cabeza-: Buenas noches, Mireia. Y la compañía.

– Adiós -le responde al unísono el ménage à trois .

– Cuida esa vejiga. -Le palmeas la espalda a Jorge, le das un abrazo. Te sientes estúpido, remilgado y fraternal. Sentirte así no te parece mal del todo.

EN EL VIENTRE DE LA BALLENA

– Ulises…

– Sí, Mireia.

– No nos conocemos mucho, así que gracias por invitarme a tu exposición. Me ha parecido magnífica.

– De nada. Gracias a ti. Es un placer verte por aquí. Confiaba en que esta noche todas las personas que frecuentaban la Academia de Vili, o casi todas, me acompañaran si podían.

– Pues nosotros -dice uno de los maridos de Mireia, no sabes si el primero o el segundo- quizás compremos un cuadro, ¿verdad, chicos? -el hombre interroga con una mirada deseosa al otro marido y a la mujer.

– Sí, sí, sí… -responden ellos.

– Ah, perdóname, Ulises, no te he presentado a mi marido y a mi ex marido.

Te dice sus nombres, pero al instante ya no recuerdas quién es quién. Tienes la impresión de que ambos se parecen un poco. Pero qué más da, seguramente Mireia sabe distinguirlos a la perfección incluso en las noches cerradas.

El ambiente en torno a vosotros es tan alegre, frívolo, multiforme y cargado como el de un viejo lupanar. El aire se va caldeando y enrareciendo, lleno de humo, mundanidad, cursilería. Puedes atisbar la figura del laborioso señor Tamisa moviéndose sin parar de un lado para otro, repartiendo tarjetas, apuntando números, ofreciendo sonrisas y adquiriendo compromisos. No tardará mucho en venir a buscarte y tendrás que estrechar manos sudorosas y parecer simpático pero impenetrable (no hay que olvidar que eres un artista), dejar que te fotografíen, saludar pomposamente, hacer promesas y crear ilusiones.

– La exposición era ya un éxito sólo con la compra de nuestra clienta especial de esta mañana… -de repente, el señor Tamisa aparece al lado de tu oído y te susurra complacido. Su aliento huele a pastillas para la tos y te produce un leve efecto narcótico-. Pero, en fin, chaval, creo que lo vamos a vender todo. Y tengo aquí a los mejores críticos de arte de este país en-lo-que-ci-dos de placer con lo que están viendo. Te dejo un rato más con tus amigos, pero después no te escapes, ¿de acuerdo?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los estados carenciales»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los estados carenciales» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los estados carenciales»

Обсуждение, отзывы о книге «Los estados carenciales» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x