Es sabido cómo nuestros pensamientos, tanto los de inquietud como los de satisfacción, y otros que no son ni de esto ni de aquello, acaban, más tarde o más pronto, por cansarse y aburrirse de sí mismo, es sólo cuestión de dar tiempo al tiempo, es sólo dejarlos entregados al perezoso devaneo que les viene de naturaleza, no lanzar a la hoguera ninguna reflexión nueva, irritante o polémica, tener, sobre todo, el supremo cuidado de no intervenir cada vez que ante un pensamiento ya de por sí dispuesto a distraerse se presente una bifurcación atractiva, un ramal, una línea de desvío. O intervenir, sí, aunque sólo para impelirle con delicadeza por la espalda, principalmente si es de aquellos que incomodan, como si le aconsejáramos, Vete por ahí, que vas bien. Eso fue lo que hizo don José cuando le surgió aquella descabellada y providencial fantasía de la onda fotográfica y de la onda lectora, acto seguido se abandonó a la imaginación, la puso a mostrarle las ondas invasoras rebuscando en todo el cuarto tratando de hallar las fichas, que al final no se habían quedado sobre la mesa, perplejas y avergonzadas por no poder cumplir la orden que habían recibido, Ya saben, o encuentran las fichas y las leen y las fotografían, o regresamos al espionaje clásico. Don José todavía pensó en el jefe, pero se trató de un pensamiento residual, simplemente el que le era útil para encontrar una explicación aceptable al hecho de que hubiera vuelto a la Conservaduría fuera de las horas reglamentarias del servicio, Se olvidó de alguna cosa que le hacía falta, no puede haber otro motivo. Sin darse cuenta, repitió en voz alta la última parte de la frase, No puede haber otro motivo, provocando por segunda vez la desconfianza del pasajero que viajaba a su lado, cuyos pensamientos, a la luz del movimiento que lo hizo mudar de lugar, inmediatamente se tornaron claros y explícitos, este tipo está loco, apostamos que con estas o semejantes palabras lo pensó. Don José no notó la retirada del vecino de asiento, pasó sin transición a ocuparse de la señora del entresuelo derecha, ya la tenía ante sí, en el umbral de la puerta, Se acuerda de mí, soy de la Conservaduría General, Me acuerdo muy bien, Vengo a causa del asunto del otro día, Encontró a mi ahijada, No, no la encontré, o mejor dicho, sí, esto es, no, quiero decir, me gustaría tener una conversación con usted, si no le importa, si tiene un momento disponible, Entre, yo también tengo alguna cosa que contarle. Con más o menos palabras, fueron éstas las frases que don José y la señora del entresuelo derecha pronunciaron en el momento en que ella abrió la puerta y vio a aquel hombre, Ah, es usted, exclamó, por tanto él no precisaba preguntar, Se acuerda de mí, soy de la Conservaduría General, pero a pesar de eso no se resistió a hacer la pregunta, hasta tal punto constante, hasta tal punto imperiosa, hasta tal punto exigente parece ser esta nuestra necesidad de ir por el mundo diciendo quién somos, incluso cuando acabamos de oír, Ah, es usted, como si por habernos reconocido nos conociesen y no hubiera nada más que saber de nosotros, o lo poco que todavía quedara no mereciese el trabajo de una pregunta nueva.
No se había modificado la pequeña sala, la silla donde don José se sentara la primera vez se encontraba en el mismo sitio, la distancia entre ella y la mesa era la misma, las cortinas pendían de la misma manera, hacían los mismos pliegues, era también idéntico el gesto de la mujer al descansar las manos en el regazo, la derecha sobre la izquierda, sólo la luz del techo parecía un poco más pálida, como si la lámpara estuviese llegando al fin. Don José preguntó, Cómo sigue desde mi visita, y luego se recriminó por la falta de sensibilidad, peor aún, por la rematada estupidez de la que estaba dando muestras, tenía la obligación de saber que las reglas de educación elemental no siempre deben seguirse al pie de la letra, hay que tener en cuenta las circunstancias, hay que ponderar cada caso, imaginemos que la mujer le responde ahora con una sonrisa abierta, Felizmente muy bien, de salud, lo mejor posible, de ánimo, excelente, hace mucho tiempo que no me sentía tan fuerte, y él le suelta sin contemplaciones, Pues entonces sepa que su ahijada ha muerto, a ver cómo lo lleva. Pero la mujer no respondió a la pregunta, se limitó a encoger los hombros con indiferencia, después dijo, Durante unos días estuve pensando telefonear a la Conservaduría General, después abandoné la idea, calculando que más pronto que tarde vendría a visitarme, menos mal que decidió no telefonearme, al conservador no le gusta que recibamos llamadas, dice que perjudica al trabajo, Comprendo, pero esto se hubiera resuelto con facilidad, bastaba que le comunicara, a él personalmente, la información que tenía que dar, no era necesario que le avisaran. La frente de don José se cubrió repentinamente de un sudor frío. Acababa de conocer que, a lo largo de varias semanas, ignorante del peligro, inconsciente de la amenaza, estuvo bajo la inminencia del desastre absoluto que hubiera sido la revelación pública de las irregularidades de su comportamiento profesional, del continuo y voluntario atentado que estaba cometiendo contra las venerandas leyes deontológicas de la Conservaduría General del Registro Civil, cuyos capítulos, artículos, párrafos y puntos, aunque complejos, sobre todo debido al arcaísmo del lenguaje, la experiencia de los siglos habían acabado por reducir a siete palabras prácticas, No te metas donde no te llaman. Durante un instante don José odió con rabia a la mujer que tenía delante, la insultó mentalmente, la llamó vieja caquéctica, cretina, necia y, como quien no encuentra nada mejor para vengarse de un susto violento e inesperado, estuvo en un tris de decirle, Ah, es eso, pues entonces aguanta este viento, tu ahijadita, aquélla del retrato, palmó. La mujer le preguntó, Se siente mal, don José, quiere un vaso de agua, Estoy bien, no se preocupe, respondió él, avergonzado del malvado impulso, le voy a preparar un té, No es necesario, muchas gracias, no quiero molestarla, es ese momento don José se sentía más rastrero y humillado que el polvo de la calle, la señora del entresuelo derecha había salido de la sala, oía ruido de lozas en la cocina, pasaron algunos minutos, lo primero de todo es hervir el agua, don José se acuerda de haber leído en alguna parte, probablemente en una de las revistas de donde recortaba retratos de personas célebres, que el té debe hacerse con agua que ha hervido pero ya no hierve, se habría contentado con el vaso de agua fresca, pero la infusión le caerá mucho mejor, todo el mundo sabe que para levantar el ánimo decaído no hay nada que se compare a una taza de té, lo dicen todos los manuales, tanto los de oriente como los de occidente. La dueña de la casa apareció con la bandeja, traía también un plato de pastas, además de la tetera, de las tazas y del azucarero, No le he preguntado si le gustaba el té, sólo pensé que en estos instantes sería preferible al café, dijo, Me gusta el té, sí señora, me gusta mucho, Quiere azúcar, Nunca le pongo, de repente se puso pálido, a sudar, creyó que debía justificarse, Deben de ser los restos de una gripe que he pasado, En ese caso, de haber telefoneado, tampoco le hubiera encontrado en la Conservaduría General, o sea, tendría que contarle a su jefe lo que me pasó. Esta vez el sudor apenas humedeció las palmas de las manos de don José, pero aun así fue una suerte que la taza estuviera sobre la mesa, de tenerla asida en aquel momento, la porcelana habría acabado en el suelo, o se le derramaría el té, escaldándole las piernas al afligido escribiente, con las consecuencias obvias, inmediatamente la quemadura, después el regreso de los pantalones a la lavandería. Don José tomó una pasta del plato, la mordisqueó con lentitud, sin gusto, y, disimulando con el movimiento de la masticación la dificultad que tenían las palabras en salirle, consiguió formular la pregunta que ya se hacía esperar, Y qué información era esa que iba a darme. La mujer bebió un poco de té, extendió la mano dubitativa hacia el plato de pastas, pero no concluyó el gesto. Dijo, Se acuerda que le sugerí, al final de su visita, cuando ya se retiraba, que buscase en la guía telefónica el nombre de mi ahijada, Me acuerdo, pero preferí no seguir su consejo, Por qué, Es muy difícil de explicar, Pero tendrá sus razones, Dar razones para lo que se hace o se deja de hacer es de lo más fácil, cuando reparamos en que no las tenemos o no tenemos las suficientes, tratamos de inventarlas, en el caso de su ahijada, por ejemplo, yo podría ahora declarar que consideré que era preferible seguir el camino más largo y más complicado, Y esa razón, pregunto, es de las verdaderas, o de las inventadas, Convengamos en que tiene tanto de verdad como de mentira, Y cuál es la parte de mentira, En estar aquí procediendo de modo que la razón que le he dado sea tomada como verdad entera, Y no lo es, No, porque omito la razón de haber preferido aquel camino y no otro, directo, Le aburre la rutina de su trabajo, Ésa podría ser otra razón, En qué punto están sus investigaciones, Hábleme primero de lo que sucedió, hagamos cuenta de que yo estaba en la Conservaduría General cuando pensó telefonearme y que al jefe no le importa que llamen a sus funcionarios por teléfono. La mujer se llevó otra vez la taza a los labios, la colocó en el plato sin hacer el menor ruido y dijo, al mismo tiempo que las manos volvían a posarse en el regazo, nuevamente la mano derecha sobre la izquierda, Yo hice lo que le dije a usted que hiciera, le telefoneó, Sí, Habló con ella, Sí, Eso cuando fue, Algunos días después de que usted viniera, no me pude resistir a los recuerdos, ni siquiera conseguía dormir, Y que pasó, Conversamos, Ella debió de sorprenderse, No me lo pareció, pero sería lo natural después de tantos años de separación y de silencio, Se ve que sabe poco de mujeres, especialmente si son infelices, Ella era infeliz, Al poco tiempo comenzamos a llorar, las dos, como si estuviésemos atadas una a otra por un hilo de lágrimas, Le contó alguna cosa de su vida, Quién, Ella a usted, Casi nada, que se había casado pero que ahora estaba divorciada, eso ya lo sabíamos, consta en la ficha, entonces acordamos que vendría a visitarme en cuanto le fuera posible, Y vino, Hasta hoy, no, Qué quiere decir, Simplemente que no vino, Ni telefoneó, Ni telefoneó, cuántos días hace de eso, Unas dos semanas, para más o para menos, para menos, creo, sí, para menos, Y usted qué hizo, Al principio pensé que había cambiado de idea, que finalmente no quería reanudar las antiguas relaciones, no quería intimidades entre nosotras, aquellas lágrimas fueron sólo un momento de debilidad y nada más, ocurre muchas veces, hay ocasiones en la vida en que nos dejamos ir, en que somos capaces de contar nuestros dolores al primer desconocido que se nos presenta, se acuerda, cuando estuvo aquí, Me acuerdo, y nunca le agradeceré bastante su confianza, No piense que se trató de confianza, fue sólo desesperación, sea como sea, le prometo que no tendrá que arrepentirse, puede estar segura de mí, soy una persona directa, sí, tengo la certeza de que no me arrepentiré, gracias, Pero es porque, en el fondo, todo se me ha vuelto indiferente, por eso tengo la certeza de que no voy a arrepentirme, Ah.
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