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Jack Kerouac: Los Vagabundos Del Dharma

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Situada en California, esta novela expone el descubrimiento del budismo y de la vida del sufrimiento. Está escrita en la época en la que el autor se sentía un fracasado por no encontrar editor para sus libros. Presenta la forma de encarar el fracaso desde un punto de vista filosófico, así como la búsqueda del auténtico significado del Dharma por parte de jóvenes desarrapados y febriles. Expresa la comunión con la naturalesza en la cumbre de las montañas, la fraternidad y la poesía, todo ello entre orgías, marihuana y alcohol, donde Kerouac aparece como Ray Smith, aunque el auténtico protagonista de la obra sea el poeta y budista Gary Snyner, que figura bajo el nombre de Japhy Ryder. En la novela también se puede identificar facilmente a Allen Ginsberg y a Laurence Ferlinghetti, entre otros participantes en el movimiento literario llamado Renacimiento de San Francisco narrado en este libro. Esta obra elevó a Kerouac a la categoría de representante esencial del resurgir de una espiritualidad que también era un nuevo modo de relacionarse entre los seres humanos y que hoy, que se imponen las realidades virtuales y las rutas cebernéticas, supone un soplo de aire puro y un impulso hacia otros mundos igual de poco sustanciales, pero donde los sentimientos adquieren proporciones insólitas.

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– Llevaré mi colchón neumático. Vosotros, muchachos, podéis dormir, si queréis, en el duro y frío suelo, pero yo no voy a prescindir de este colchón neumático, gasté dieciséis dólares en él, lo compré en los almacenes del ejército, en Oakland, y anduve por allí el día entero preguntando si con patines podría considerarse técnicamente un vehículo. -Y siguió así con bromas que me resultaban incomprensibles (y lo mismo a los otros) aunque casi nadie le escuchaba, y siguió hablando y hablando como para sí mismo, pero me gustó desde el principio. Suspiramos cuando vimos los enormes montones de cosas que quería llevarse al monte: comida enlatada, y, además de su colchón neumático, insistió en llevar un zapapico y un equipo variadísimo que no necesitábamos.

– Puedes llevar esa hacha, Morley, aunque no creo que la necesites, pero la comida en lata no es más que agua que tienes que echarte a la espalda, ¿no te das cuenta de que hay todo el agua que queramos esperándonos allá arriba?

– Bueno, yo pensaba que una lata de este chop suey chino iría bien.

– Llevo bastante comida para todos. Vámonos.

Morley pasó mucho rato hablando y yendo de un lado para otro y empaquetando sus inverosímiles cosas, y por fin dijimos adiós a sus amigos y subimos al pequeño coche inglés de Morley y nos pusimos en marcha, hacia las diez, en dirección a Tracy; luego subiríamos a Bridgeport, desde donde conduciríamos otros doce kilómetros hasta el comienzo del sendero del lago.

Me senté en el asiento de atrás y ellos hablaban en el de delante. Morley era un auténtico loco que aparecería (más tarde) con un litro de batido esperando que me lo bebiera, pero hice que me llevara a una tienda de bebidas, aunque el plan consistía en hacer que le acompañara a ver a una chica con la que yo debería actuar como pacificador o algo así: llegamos a la puerta de la chica, la abrió y, cuando vio quién era, cerró de un portazo y nos fuimos.

– Pero ¿qué es lo que pasa?

– Es una historia bastante larga -dijo Morley vagamente, y nunca llegué a enterarme de lo que pasaba.

Otra vez, y viendo que Alvah no tenía somier en la cama, apareció por casa como un fantasma cuando nos acabábamos de levantar y hacíamos café con un enorme somier de cama de matrimonio que, en cuanto se fue, nos apresuramos a esconder en el cobertizo. También nos trajo tablas y de todo, incluidas unas inutilizables estanterías para libros; todo tipo de cosas, como digo, y años después tuve otras disparatadas aventuras con él cuando fuimos los dos a su casa de Contra Costa (de la que era propietario y alquilaba) y nos pasamos tardes increíbles mientras me pagaba dos dólares a la hora por sacar cubos de barro de su sótano inundado, y él sacaba el barro a mano y estaba negro y cubierto de barro como Tartarilouak, el rey de los tipos de barro de Paratioalaouakak, y con una extraña mueca de placer en la cara; y después, cuando pasábamos por un pueblo y quisimos comprar helados y caminábamos por la calle principal (habíamos hecho autostop con nuestros cubos y escobas) con los helados en la mano y golpeando a todo el mundo por las estrechas aceras, como una pareja de cómicos de una vieja película muda de Hollywood. En todo caso, era una persona muy extraña desde todos los puntos de vista. Ahora conducía el coche en dirección a Tracy por aquella abarrotada autopista de cuatro carriles y hablaba sin parar, y por cada cosa que decía Japhy, él tenía que decir doce y la cosa iba más o menos así:

– Por Dios, últimamente me siento muy estudioso, creo que la semana que viene leeré algo sobre ornitología -decía Japhy, por ejemplo.

– ¿Quién no se siente estudioso -respondía Morleycuando no tiene al lado a una chica tostada por el sol de la Riviera?

Siempre que Japhy decía algo se volvía hacia él y le miraba y soltaba una de esas tonterías brillantes totalmente serio; no conseguía entender qué tipo de extraño erudito y secreto payaso lingüístico era bajo estos cielos de California. Si Japhy mencionaba los sacos de dormir, Morley replicaba con cosas como ésta:

– Soy poseedor de un saco de dormir francés azul pálido, de poco peso, pluma de ganso, una buena compra, me parece, lo encontré en Vancouver, muy adecuado para Daisy Mae. Un tipo totalmente inadecuado para Canadá. Todo el mundo quiere saber si su abuelo era el explorador que conoció a un esquimal. Yo mismo soy del Polo Norte. -¿De qué estás hablando? -preguntaba yo desde el asiento de atrás.

Y Japhy decía:

– Sólo es una cinta magnetofónica interesante.

Les dije que tenía un comienzo de tromboflebitis, coágulos de sangre en las venas de los pies, y que tenía miedo a la ascensión del día siguiente, no porque me pareciera dificil, sino porque podría encontrarme peor al regreso. Morley dijo:

– ¿La tromboflebitis es un ritmo especial al mear?

Y cuando dije algo de los tipos del Oeste, me respondió: -Soy un tipo del Oeste bastante idiota… Fíjate en los prejuicios que hemos llevado a Inglaterra.

– Morley, tú estás loco.

– No lo sé, quizá lo esté, pero si lo estoy de todas maneras dejaré un testamento maravilloso. -Y luego añadió sin venir a cuento-: Bueno, no sabéis lo mucho que me gusta subir montañas con dos poetas. Yo también voy a escribir un libro, será sobre Ragusa, una ciudad república marítima de finales de la Edad Media, ofrecieron la secretaría a Maquiavelo y resolvieron los problemas de clase y durante una generación contaron con un lenguaje que se impuso para las relaciones diplomáticas de Levante. Esto fue debido a la influencia de los turcos, naturalmente.

– Naturalmente -dijimos.

Así que levantó la voz y nos hizo esta pregunta: -¿Podéis aseguraros una Navidad con una aproximación de sólo dieciocho millones de segundos a la izquierda de la chimenea roja original?

– Naturalmente -dijo Japhy, riendo.

– Muy bien -dijo Morley, conduciendo el coche por curvas cada vez más frecuentes-. Están preparando autobuses especiales para los renos que van a la Conferencia de la Felicidad que se celebra de corazón-a-corazón, antes de iniciarse la temporada, en lo más profundo de la sierra a exactamente diez mil quinientos sesenta metros del motel primitivo. Será algo más nuevo que un análisis, y mucho más sencillo. Si uno pierde el billete se convierte en gnomo, el equipo es agradable y hay rumores de que las convenciones del Tribunal de Actores se están hinchando y se derramarán rebotadas de la Legión. De todos modos, Smith -se volvió hacia mí-, cuando busques el camino de regreso a la selva emocional recibirás un regalo de… alguien. ¿No crees que el sirope de arce te ayudaría a sentirte mejor?

– Claro que sí, Henry.

Y así era Morley. Entretanto el coche había empezado a subir por las estribaciones y pasamos por diversos pueblos de aspecto siniestro donde nos detuvimos a poner gasolina y no vimos a nadie, excepto a diversos Elvis Presley en pantalones vaqueros en la carretera, esperando que alguien los animara, pero ya llegaba hasta nosotros un rumor de arroyos y sentimos que las montañas más altas no estaban lejos. Una noche agradable y pura, y por fin llegamos a un camino asfaltado muy estrecho y enfilamos en dirección a las propias montañas. Pinos muy altos empezaron a aparecer a los lados de la carretera y también riscos ocasionales. El aire era penetrante y maravilloso. Además, era la víspera de la apertura de la temporada de caza y en el bar donde nos detuvimos a tomar un trago había muchos cazadores con gorros rojos y camisas de lana algo borrachos y tontos con todas sus armas y cartuchos en los coches y preguntándonos inquietos si habíamos visto a algún venado o no. Desde luego, habíamos visto a un venado, justo antes de llegar al bar. Morley conducía y hablaba y decía:

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