– Bueno, Ryder, a lo mejor eres el Lord Tennyson de nuestro pequeño equipo de tenis de la Costa, te llaman el Nuevo Bohemio y te comparan a los Caballeros de la Tabla Redonda menos Amadís el Grande y los esplendores extraordinarios del pequeño reino moro que fue vendido en bloque a Etiopía por diecisiete mil camellos y mil seiscientos soldados de a pie cuando César todavía no había sido destetado. -Y en esto, el venado estaba en la carretera, deslumbrado por nuestros faros, petrificado antes de saltar a los matorrales de un lado de la carretera y desaparecer en el repentino y vasto silencio de diamantes del bosque (que percibimos claramente porque Morley había parado el motor), y oímos cada vez más lejos el ruido de sus pezuñas corriendo hacia su refugio de las nieblas de las alturas. Estábamos de verdad en pleno monte; Morley dijo que a una altura de unos mil metros. Oíamos los arroyos corriendo monte abajo saltando entre rocas iluminadas por las estrellas, pero no los veíamos.
– ¡Eh, venadito! -grité al animal-. No te preocupes que no te vamos a disparar.
Luego ya estábamos en el bar donde nos detuvimos ante mi insistencia ("En estas cumbres tan frías del norte a medianoche no hay nada mejor para el alma del hombre que un buen vaso de oporto espeso como los jarabes de sir Arthur")…
– De acuerdo, Smith -dijo Japhy-, pero me parece que no deberíamos beber en una excursión como ésta.
– Pero ¿qué coño importa?
– Bueno, bueno, pero piensa en todo el dinero que hemos ahorrado comprando los alimentos secos más baratos para este fin de semana y cómo nos lo vamos a beber ahora mismo.
– Ésa es la historia de mi vida, rico o pobre, y por lo general, pobre y requetepobre.
Entramos en el bar, que era un parador de estilo alpino junto a la carretera, como un chalet suizo, con cabezas de alce y grabados de venados en las paredes y la propia gente que estaba en el bar parecía de un anuncio de la temporada de caza, aunque todos estaban bebidos; era una masa confusa de sombras en el bar en penumbra mientras entrábamos y nos sentábamos en tres taburetes y pedíamos el oporto. El oporto resultaba extraño en el país del whisky de los cazadores, pero el barman sacó una vieja botella de oporto Christian Brothers y nos sirvió un par de tragos en anchos vasos de vino (Morley era abstemio) y Japhy y yo bebimos y nos sentimos muy bien.
– ¡Ah! -dijo Japhy, reconfortado por el vino y la medianoche-. Pronto volveré al Norte a visitar los húmedos bosques de mi infancia y las montañas nebulosas y a mis viejos y mordaces amigos intelectuales y a mis viejos amigos leñadores tan borrachos; por Dios, Ray, no habrás vivido nada hasta que hayas estado allí conmigo o sin mí. Y después me iré a Japón y andaré por aquellas montañas en busca de antiguos templos escondidos y olvidados y de viejos sabios de ciento nueve años rezando a Kwannon en cabañas y meditando tanto que cuando salen de la meditación se ríen de todo lo que se mueve. Pero eso no quiere decir que no me guste Norteamérica, por Dios que no, aunque odie a estos malditos cazadores cuyo único afán es coger un arma y apuntar a seres indefensos y matarlos, por cada ser consciente o criatura viva que maten tendrán que renacer mil veces y sufrir los horrores del samsara y se lo tendrán bien merecido.
– ¿Oyes eso, Morley? ¿Tú qué piensas?
– Mi budismo no es más que un débil y doliente interés por alguno de los dibujos que han hecho, aunque debo decir que a veces Cacoethes alcanza una entusiasta nota de budis mo en sus poemas de la montaña, aunque de hecho nunca me haya interesado el budismo como creencia. -En realidad, se la traía floja cualquier tipo de diferencia-. Soy neutral -añadió riéndose feliz con una especie de vehemente mirada de reojo, y Japhy gritó:
– ¡Neutral es lo que es el budismo!
– Bueno, ese oporto va a hacerte devolver hasta la primera papilla. Sabes que estoy decepcionado a fortiori porque no hay licor benedictino ni tampoco trapense, sólo agua bendita y licor Christian Brothers. No es que me sienta muy expansivo por estar aquí, en este curioso bar que parece la sede social de los escritores pancistas, almacenistas armenios todos ellos, y protestantes bien intencionados y torpes que van de excursión en grupo y quieren, aunque no sepan cómo, evitar la concepción. Estos tipos son tontos del culo -añadió con una súbita revelación-. La leche de por aquí debe ser buena, pues hay más vacas que personas. Ahí arriba tiene que haber una raza diferente de anglos, pero no me gusta especialmente su aspecto. Los tipos más rápidos de por aquí deben ir a cincuenta y cinco kilómetros. Bueno, Japhy -dijo como conclusión-, si algún día consigues un cargo público, espero que te compres un traje en Brooks Brothers. Espero que no te enrolles en fiestas de artistas donde quizá… digamos -vio que entraban unas cuantas chicas- jóvenes cazadoras… Por eso deberían estar abiertos los jardines de infancia todo el año.
Pero a los cazadores no les gustó que estuviésemos allí aparte hablando en voz baja de nuestros diversos asuntos personales y se nos unieron y en seguida había por todo aquel bar oval brillantes arengas sobre los venados de la localidad, sobre los montes que había que subir, sobre qué hacer, y cuando oyeron que habíamos venido hasta aquí, no a matar animales sino sólo a escalar montañas, nos consideraron unos excéntricos sin remedio y nos dejaron solos. Japhy y yo habíamos bebido un par de copas y nos sentíamos muy bien y volvimos al coche con Morley y reanudamos la marcha. Subimos y subimos y cada vez los árboles eran más altos y hacía más frío, hasta que por fin eran casi las dos de la madrugada y dijeron que todavía faltaba mucho para llegar a Bridgeport y al comienzo del sendero, así que lo mejor era que durmiéramos en aquel bosque metidos en nuestros sacos y termináramos la jornada.
– Nos levantaremos al amanecer y nos pondremos en marcha. Tenemos este pan moreno y este queso -dijo Japhy, sacando el pan moreno y el queso que había metido en la mochila en el último momento- y tendremos un buen desayuno y guardaremos el bulgur y las demás cosas para nuestro desayuno de mañana por la mañana a más de tres mil metros de altura.
De acuerdo. Sin dejar de hablar, Morley condujo el coche a un sitio alfombrado de pinocha bastante dura bajo un amplio parque natural de pinos y abetos, algunos de treinta metros de altura. Era un lugar tranquilo iluminado por las
estrellas con escarcha en el suelo y un silencio de muerte, si se exceptuaban los ocasionales y leves rumores en la maleza donde acaso algún conejo nos oía petrificado. Saqué mi saco de dormir y lo extendí y me quité los zapatos suspirando de felicidad; metí los pies con los calcetines puestos en el saco y miraba alegremente alrededor a los árboles enormes y pensaba: "¡Qué noche de sueño delicioso voy a tener, y qué bien meditaré en este intenso silencio de ninguna parte!"
– Oye, al parecer el señor Morley ha olvidado su saco de dormir -me gritó Japhy desde el coche.
– ¿Cómo? Bien, ¿y ahora qué?
Discutieron el asunto un rato mientras paseaban los haces de luz de sus linternas sobre la escarcha, y luego Japhy vino y me dijo:
– Tienes que salir de ahí, Smith; sólo tenemos dos sacos de dormir, así que los abriremos por la cremallera y los extenderemos para hacer una manta para los tres. ¡Maldita sea! Vaya frío que vamos a pasar.
– ¿Cómo? ¡El frío se nos meterá por debajo!
– Sí, pero Henry no puede dormir en el coche, se congelaría; no tiene calefacción.
– ¡Me cago en la puta! ¡Y yo que estaba dispuesto a disfrutar tanto de esto! -gemí saliendo del saco y poniéndome los zapatos y Japhy en seguida unió los dos sacos y los puso encima de los ponchos y ya se disponía a dormir y echamos a suertes y me tocó dormir en el centro y tenía frío y las estrellas eran carámbanos burlones.
Читать дальше