Diane Setterfield - El cuento número trece

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Entre mentiras, recuerdos e imaginación se teje la vida de la señora Winter, una famosa novelista ya muy entrada en años que pide ayuda a Margaret, una mujer joven y amante de los libros, para contar por fin la historia de su misterioso pasado.
«Cuénteme la verdad», pide Margaret, pero la verdad duele, y solo el día en que Vida Winter muera sabremos qué secretos encerraba Él cuento número trece, una historia que nadie se había atrevido a escribir.
Después de cinco años de intenso trabajo;, Diane Setterfield ha logrado el aplauso de los lectores y el respeto de los críticos con una primera novela que pronto sé convertirá en un clásico.

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De vez en cuando pasaba media hora en el jardín de las figuras, pero no conseguía disfrutar del momento. El placer de estar allí se veía ensombrecido por la intranquilidad de lo que pudiera estar sucediendo dentro de la casa en su ausencia. Además, para hacerlo bien necesitaba más tiempo del que podía dedicarle. Al final, la única zona del jardín que mantenía en buen estado era el huerto. Del resto se desentendió.

Una vez que nos acostumbramos, conseguimos que nuestra nueva existencia gozara de cierto desahogo. La bodega demostró ser una fuente de ingresos sólida y discreta, y con el paso del tiempo nuestro estilo de vida empezó a parecer sostenible. Tanto mejor si Charlie seguía ausente. Desaparecido, ni vivo ni muerto, no podía hacer daño a nadie.

De modo que no le revelé a nadie mi descubrimiento.

En el bosque había una cabaña. Abandonada desde hacía muchísimo tiempo, tomada por los espinos y rodeada de ortigas, era el lugar al que solían ir Charlie e Isabelle. Cuando Isabelle ingresó en el manicomio, Charlie siguió yendo a su refugio; yo lo sabía porque lo había visto allí, lloriqueando, grabándose cartas de amor en los huesos con aquella vieja aguja.

Sin duda aquel era el lugar, así que cuando Charlie desapareció, yo había vuelto a la cabaña. Me escurrí entre las zarzas y la vegetación colgante que ocultaba la entrada a un ambiente de putrefacción y allí, en la penumbra, lo vi. Desplomado en un rincón, con la pistola a un lado y la mitad del rostro reventado. Reconocí la otra mitad, pese a los gusanos. No había duda de que era Charlie.

Reculando, crucé la puerta sin importarme las ortigas y los espinos. Estaba deseando quitarme a Charlie de la vista, pero su imagen me persiguió, y por mucho que corría no lograba escapar a su mirada tuerta y hueca.

¿Dónde encontrar consuelo?

Sabía que había una casa. Una pequeña casa en el bosque. Había robado comida allí una o dos veces. Fui hasta ella y me escondí junto a la ventana mientras recuperaba el aliento, conocedora de que estaba cerca de la vida corriente. Cuando dejé de resoplar me asomé al cristal y vi a una mujer tejiendo en una butaca. Aunque ella ignoraba que yo estaba allí, su presencia me sosegó. Me quedé observándola, limpiando mis ojos, hasta que la imagen del cuerpo de Charlie se diluyó y mi corazón recuperó su ritmo normal.

Regresé a Angelfield. Y no se lo conté a nadie. Estábamos mejor así. Además, a él poco podía importarle ya. Charlie fue el primero de mis fantasmas.

картинка 24

Tenía la sensación de que el coche del médico estaba siempre frente a la casa de la señorita Winter. Cuando llegué por primera vez a Yorkshire el doctor Clifton aparecía cada tres días, luego empezó a presentarse cada dos días, después cada día y ahora la visitaba dos veces al día. Yo estudiaba detenidamente a la señorita Winter. Conocía la situación. La señorita Winter estaba enferma. La señorita Winter se estaba muriendo. Sin embargo, cuando me relataba su historia parecía recurrir a un pozo de fortaleza al que la edad y la enfermedad no podían afectar. Me expliqué la paradoja diciéndome que lo que la mantenía viva eran los cuidados constantes del médico.

Y, sin embargo, de una forma que me pasó inadvertida, la señorita Winter había estado sufriendo un serio deterioro. ¿Pues qué otra cosa podía explicar el repentino anuncio de Judith una mañana? De manera totalmente inesperada me dijo que la señorita Winter se encontraba demasiado delicada para poder reunirse conmigo, y que durante uno o dos días no sería capaz de acudir a nuestras entrevistas. Por tanto, sin nada que hacer allí, podía tomarme unas pequeñas vacaciones.

– ¿Vacaciones?

Después de la que había montado por haberme ausentado unos días, lo último que esperaba era que la señorita Winter me propusiera unas vacaciones. ¡Y a tan solo unas semanas de Navidad!

Judith, aunque se sonrojó, no me dio más explicaciones. Algo no iba bien. Me estaban quitando de en medio.

– Si lo desea, puedo hacerle la maleta -se ofreció. Esbozó una sonrisa de disculpa, consciente de que yo sabía que me estaba ocultando algo.

– Puedo hacérmela yo. -La irritación me volvía cortante.

– Hoy Maurice tiene el día libre, pero el doctor Clifton la acompañará a la estación.

Pobre Judith. Detestaba el engaño y no se le daban bien las evasivas.

– ¿Y la señorita Winter? Me gustaría comentar algo con ella antes de irme.

– ¿La señorita Winter? Me temo que…

– ¿No quiere verme?

– No puede verla. -El alivio se dibujó en su rostro y la sinceridad resonó en su voz cuando al fin pudo decir algo que era cierto-. Créame, señorita Lea, sencillamente no puede.

Fuera lo que fuese aquello que Judith trataba de ocultarme, también lo sabía el doctor Clifton.

– ¿En qué barrio de Cambridge está la tienda de su padre? -quiso saber, y-: ¿Su padre toca historia de la medicina?

Le contesté lacónicamente, más interesada en mis preguntas que en las suyas, y al cabo de un rato sus esfuerzos por entablar una conversación cesaron. Al entrar en Harrogate, el ambiente en el coche estaba impregnado del silencio opresivo de la señorita Winter.

Otra vez en Angelfield

El día anterior, en el tren, había imaginado actividad y ruido: instrucciones lanzadas a voz en grito y brazos enviando mensajes en un apremiante código de señales; grúas, lentas y lastimosas; unas piedras chocando contra otras. En lugar de eso, cuando llegué a la verja de la casa del guarda y miré hacia el edificio en demolición todo era calma y silencio.

Había poco que ver; la neblina que flotaba en el aire volvía invisible todo aquello que se encontraba más allá de un metro. Hasta el sendero parecía borroso. Mis pies tan pronto aparecían como desaparecían. Levanté la cabeza y avancé a ciegas, siguiendo el sendero según lo recordaba de mi última visita y de las descripciones de la señorita Winter. Mi mapa mental se ajustó bien a la realidad: llegué al jardín exactamente cuando lo esperaba. Las oscuras figuras de los tejos parecían un decorado nebuloso, aplanado en dos dimensiones por la lisura del fondo. Cual etéreos bombines, dos siluetas abombadas flotaban sobre la espesa neblina y los troncos que las sostenían desaparecían en el blanco inferior. Sesenta años los habían cubierto de maleza y los habían deformado, pero un día como aquel era fácil imaginar que era la neblina la que atenuaba la geometría de las formas y que cuando se elevara aparecería el jardín de antaño, con toda su perfección matemática, ubicado en los terrenos no de un edificio en demolición o en ruinas, sino de una casa intacta.

Medio siglo, inconsistente como el agua suspendida en el aire, estaba a punto de evaporarse con el primer rayo de sol invernal. Me acerqué la muñeca a los ojos y miré la hora. Había quedado con Aurelius, pero ¿cómo iba a encontrarlo bajo esa neblina? Podría vagar por ella eternamente y no verlo aunque pasara a medio metro de mí. Grité:

– ¡Hola!

Y hasta mí llegó una voz masculina.

– ¡Hola!

Era imposible determinar si Aurelius se encontraba cerca o lejos.

– ¿Dónde estás?

Me lo imaginé escudriñando la neblina en busca de algún punto de referencia.

– Cerca de un árbol. -Sus palabras sonaron sordas.

– Yo también -grité a mi vez-. No creo que tu árbol sea el mismo que el mío. Te oigo demasiado lejos.

– Pues tú pareces estar muy cerca.

– ¿En serio? ¿Por qué no te quedas donde estás y sigues hablando hasta que dé contigo?

– ¡Claro! ¡Qué gran idea! Pero tengo que pensar en algo que decir, ¿no? Qué difícil es hablar por obligación, con lo fácil que parece siempre… Últimamente estamos teniendo un tiempo horrible. Nunca había visto una nebulosidad como esta.

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