Marc Levy - La Mirada De Una Mujer

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Philip y Susan son amigos desde la infancia, y aunque su relación es muy estrecha ella se ha mantenido siempre un poco distante. La muerte de los padres de Susan en un accidente de coche es al causa principal que la lleva a tomar una drástica decisión: partir hacia Honduras para prestar ayuda humanitaria. Antes de emprender viaje, se reúne con Philip para despedirse y acuerdan encontrarse en ese mismo sitio a su regreso, dos años después.
El tiempo pasa lenta e inexorablemente. Ambos avanzan en direcciones distintas, pero su relación se mantiene viva gracias a las cartas que con frecuencia se escriben. Hasta que llega el día del reencuentro. En la misma mesa junto a la ventana que compartieron dos años atrás, Susan le comunica a Philip que ha venido para verlo… pero que regresa a Honduras. Volverá el año siguiente, pero tampoco será para quedarse. Y así, año tras año…
Hasta que una noche, una llamada a la puerta de Philip cambiará para siempre el curso de los acontecimientos.

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Del fondo del pasillo llegó un «sí» indolente, seguido de otro portazo. Mary volvió a sentarse junto a su amiga al tiempo que lanzaba un profundo suspiro. Joanne, de punta en blanco, resplandeciente en su traje de chaqueta beis, pasó con delicadeza la mano por su pelo para asegurarse de que ningún mechón estaba desordenado y esbozó una sonrisa amable.

– No debe de ser muy fácil soportar esta carga todos los días -dijo.

– Sí. Y cuando haya terminado con ella, será el turno de Thomas, que no habrá dejado de imitarla.

– Pero con ella debe de ser particularmente complicado.

– ¿Por qué?

– Sabes bien a qué me refiero. Todas lo sabemos. Y te admiramos mucho.

– ¿De qué me hablas?

– Una adolescente siempre es difícil para una madre, pero Lisa viene de otro país. No es del todo como las demás. Hacer caso omiso de sus diferencias y domesticarla como tú lo haces demuestra una gran generosidad por tu parte, que eres su madrastra.

El comentario resonó en el cerebro de Mary como si le hubiesen dado con un martillo en la cabeza.

– ¿Las relaciones entre Lisa y yo son objeto de comentarios?

– Hablamos, claro está. Tu historia no es común. ¡Por suerte para nosotros! Perdona este último comentario, no es generoso de mi parte. No, lo que quiero decir es que te compadecemos. Eso es todo.

La irritación de Mary ante las primeras palabras de Joanne ahora había evolucionado a una cólera sorda. Estaba que se subía por las paredes. Aproximó su rostro al de Joanne casi con aspecto amenazador, y, parodiando el tono que adoptara su invitada, dijo:

– ¿Y dónde os compadecéis, querida? ¿En el peluquero? ¿En la sala de espera del ginecólogo, del dietista o en el sofá del psicoanalista? A menos que sea en la camilla de masaje mientras os manosean. Dime, quiero saberlo, ¿cuáles son los momentos estelares en que habláis de mí? Sabía que vuestras vidas eran un auténtico aburrimiento y que los años no harían más que empeorarlas. ¡Pero no hasta ese punto y tan deprisa!

Joanne retrocedió, hundiéndose un poco más en el sofá.

– No te pongas así, Mary. Es ridículo. No había nada de malo en lo que te he dicho. Lo tomas todo por la tremenda. Al contrario, estaba expresando el cariño que todas te tenemos.

Mary se levantó y tomó a Joanne por el brazo, obligándola a incorporarse.

– ¿Quieres saber algo más, Joanne? Tu cariño te lo puedes meter donde te quepa. ¡Y no voy a ocultarte que todas me dais asco y tú, la presidenta del club de las malqueridas, más que ninguna! Escúchame, voy a darte una pequeña lección de vocabulario. Si concentras bien la atención de tu diminuto cerebro en lo que te voy a decir, se lo podrás repetir a tus amigas sin equivocarte. ¡Se domestica a los animales, a una niña se la educa! Si bien es verdad que cuando veo a tus hijos en la calle soy consciente de que aún no has entendido la diferencia. Pero inténtalo de todas maneras. Te aburrirás menos. Ahora vete de esta casa, porque si tardas un poco te sacaré de una patada en el culo.

– Pero ¿es que te has vuelto completamente loca?

– Sí -gritó ella-. Por eso es por lo que estoy casada desde hace tiempo. Educo a mis dos hijos, y soy feliz haciéndolo. ¡Fuera! ¡Sal de aquí!

Mary cerró violentamente la puerta detrás de Joanne, que se alejó a toda prisa por el sendero. Para recobrar el aliento e intentar disipar la migraña que le había cogido, apoyó la frente contra la pared. Aún no se había recuperado del sofoco, cuando el crujido de los escalones a sus espaldas la asustó.

Lisa, vestida con un chándal impecable, entraba en la cocina. Salió al poco rato llevando un plato en la mano. Se había hecho un sandwich de jamón y pollo, con mahonesa y cuatro rebanadas de pan; era tan grande que para que se aguantase había tenido que clavarle un palillo del restaurante chino al que llamaban cuando Mary no tenía ganas de cocinar. En mitad de la escalera, allí donde poco antes la habían interpelado, Lisa se dio la vuelta y con una gran sonrisa dijo:

– ¡Ahora tengo hambre!

Después se dirigió a su habitación.

En el mes de julio los cuatro se fueron de vacaciones a las Montañas Rocosas. La montaña, donde Lisa volvió a encontrar algo parecido a la libertad que le faltaba, hizo que se uniese más a Thomas. Ya fuera escalando, trepando a los árboles, observando animales o recogiendo los insectos más variados sin dejar que la picasen, ella iba siempre al límite de sus fuerzas y provocaba una gran admiración en quien cada día la consideraba un poco más su hermana mayor. Mary, sin atreverse a confesarlo, sufría por la complicidad que se estaba creando entre ambos hermanos, la cual iba en detrimento del tiempo que ella pasaba con su hijo. Por las mañanas, temprano, Lisa arrastraba a Thomas a una jornada de aventuras; ella representaba el papel de responsable de un campamento del Peace Corps y el niño el de las diferentes víctimas del huracán.

A partir de aquella noche de tormenta, durante la cual se pasó una buena parte protegiendo el secreto de los temblores que lo sacudían, Thomas había sido ascendido a ayudante del campamento. Al día siguiente, al amanecer, ella cogió un poco de tierra, que aún estaba cubierta de rocío, y la mezcló con agujas de pinos; aspiró profundamente el aroma que la mezcla desprendía. Durante el desayuno se la llevó a Philip, afirmando con orgullo, y para gran desesperación de Mary, que aquello olía un poco a su país, aunque mejor.

El mes pasó muy deprisa y de regreso al hogar, los niños experimentaron la sensación de estar confinados. El retorno los instaló en la monotonía de los días que se van acortando, cuandos los colores del otoño ya no compensan el tono gris del cielo, que sólo se ilumina con la promesa de un verano que volverá.

Por Navidad recibió un estuche de pintura que contenía varias cajas de lápices de colores, carboncillos, pinceles y tubos de gouache . De inmediato, sobre un mantel de papel que estaba enganchado con chinchetas a la pared, emprendió la composición de un inmenso fresco.

La pintura, que demostraba las cualidades artísticas de Lisa, representaba su pueblo. Había pintado la plaza principal dominada por la pequeña iglesia, la calle que conducía a la escuela, el gran almacén con las puertas abiertas, el todoterreno estacionado delante de la fachada. En el primer plano aparecían Manuel, la señora Casales, así como su asno, todos delante de su antigua casa al borde del precipicio. «Es nuestro pueblo en la montaña. Mamá está dentro de casa», había dicho.

Mary se esforzó en contemplar la «obra» y, bajo la mirada irritada de Philip, le devolvió la pelota a Lisa: «Está muy bien. Con un poco de suerte, dentro de veinte años yo también estaré en el cuadro. Entonces será más difícil, pues tendré arrugas. En cambio, tú habrás adquirido más experiencia con los pinceles. Estoy segura de que cuando tengas ganas, lo harás… Tenemos tiempo».

El 16 de enero de 1991, a las siete y catorce minutos de la tarde, el corazón de Estados Unidos se puso a latir al ritmo de las bombas que caían sobre Bagdad. Al término de un ultimátum que había expirado la víspera a medianoche, Estados Unidos, junto con las principales fuerzas occidentales, entraba en guerra con Iraq a fin de liberar Kuwait. Dos días más tarde la Eastern Airlines cerraba sus puertas, ya no transportaría pasajeros a Miami ni a ningún otro aeropuerto. Cien horas después del comienzo de las hostilidades terrestres, los ejércitos aliados detenían los combates. Ciento cuarenta y un soldados estadounidenses, dieciocho británicos, diez egipcios, ocho procedentes de los emiratos y dos franceses habían caído a consecuencia del fuego enemigo. La guerra tecnológica había acabado con la vida de cien mil militares y civiles iraquíes. A finales de abril Lisa recortó un artículo del New York Times , que se aprendió casi de memoria y pegó en un gran álbum. En él se leía que un ciclón había asolado las costas de Bangladesh, matando a veinticinco mil personas. A finales de la primavera Lisa volvió a casa en un coche de la policía municipal, después de ser interpelada cuando estaba a punto de pintar una bandera sobre el tronco de un árbol, detrás de la estación. Philip evitó que se remitiera un informe al juez al demostrar a los policías, con la ayuda de una enciclopedia, que se trataba de la bandera de Honduras y no de la iraquí.

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