Me gusta El perro de los Baskerville porque es una historia de detectives, lo que significa que hay pistas y pistas falsas.
Éstas son algunas de las pistas
Dos botas de sir Henry Baskerville desaparecen cuando está alojado en un hotel de Londres- Eso significa que alguien quiere dárselas al perro de los Baskerville para que las huela, como un sabueso, para así poder cazarlo. Eso significa que el perro de los Baskerville no es un ser sobrenatural sino un perro real.
Stapleton es la única persona que sabe cómo atravesar la ciénaga de Grimpen y le dice a Watson que no entre en ella por su propia seguridad- Eso significa que está ocultando algo en medio de la ciénaga de Grimpen y que no quiere que nadie lo encuentre.
La señora Stapleton le dice al doctor Watson que «Regrese directamente a Londres de inmediato»- Eso es porque ella cree que el doctor Watson es sir Henry Baskerville y sabe que su marido quiere matarlo.
Y éstas son algunas de las pistas falsas
Cuando Sherlock Holmes y Watson están en Londres son seguidos por un hombre en un carruaje con barba negra- Eso te hace creer que el hombre es Barrymore, el mayordomo de la mansión Baskerville, porque es la única persona que tiene una barba negra. Pero el hombre es en realidad Stapleton, que lleva una barba falsa.
Selden, el asesino de Notting Hill- Ése es un hombre que ha escapado de una prisión cercana y al que persiguen por los páramos, lo que te hace pensar que tiene algo que ver con la historia, porque es un criminal, pero no tiene absolutamente nada que ver con la historia.
El hombre en el Peñasco- Es una silueta de un hombre que el doctor Watson ve en los páramos por la noche y que no reconoce, lo que te hace pensar que es el asesino. Pero es Sherlock Holmes que ha ido a Devon en secreto.
También me gusta El perro de los Baskerville porque me gusta Sherlock Holmes y creo que si yo fuese un detective como es debido es la clase de detective que sería. Es muy inteligente y resuelve el misterio y dice
El mundo está lleno de cosas obvias de las que nadie se da cuenta nunca ni de casualidad.
Pero él sí se da cuenta, como yo. En el libro también se dice
Sherlock Holmes tenía, en grado sumo, el poder de abstraer su mente a voluntad.
Y en eso es como yo, porque si una cosa me interesa de verdad, como hacer ejercicios de matemáticas o leer un libro sobre las misiones del Apolo, o los tiburones blancos, no me doy cuenta de nada más, y Padre puede estar llamándome para que vaya a cenar y yo no le oigo. Y por eso soy muy bueno jugando al ajedrez, porque abstraigo mi mente a voluntad y me concentro en el tablero y al cabo de un rato la persona con la que estoy jugando deja de concentrarse y empieza a rascarse la nariz o a mirar por la ventana y entonces comete un error y le gano.
Además, el doctor Watson dice de Sherlock Colmes
[…] su mente […] estaba ocupada en tratar por todos los medios de urdir un plan en que pudiese encajar todos aquellos episodios extraños y sin conexión aparente.
Y eso es lo que yo trato de hacer al escribir este libro. Además, Sherlock Holmes no cree en lo sobrenatural, que es Dios y los cuentos de hadas y los Perros del Infierno y las maldiciones, que son cosas estúpidas.
Y voy a acabar este capítulo con dos hechos interesantes sobre Sherlock Holmes
En las historias originales de Sherlock Holmes, a Sherlock Holmes nunca se lo describe con una gorra de cazador, que es lo que siempre lleva en las fotos y en las historietas. La gorra de cazador se la inventó un hombre llamado Sidney Paget, que hizo las ilustraciones para los libros originales.
En las historias originales de Sherlock Holmes, Sherlock Holmes nunca dice: «Elemental, querido Watson». Eso sólo lo dice en las películas y en la televisión.
Esa noche escribí un poco más de mi libro y a la mañana siguiente me lo llevé al colegio para que Siobhan pudiese leerlo y decirme si había cometido errores de ortografía y gramática.
Siobhan leyó el libro durante el recreo de la mañana, cuando se toma una taza de café y se sienta en un extremo del patio con los demás profesores.
Después del recreo de la mañana vino a sentarse a mi lado y dijo que había leído la parte de mi conversación con la señora Alexander.
Me preguntó:
– ¿Le has hablado a tu padre de eso?
Y yo contesté:
– No.
Y ella dijo:
– ¿Vas a hablarle a tu padre de eso?
Y yo dije:
– No.
Y ella dijo:
– Bien. Creo que es una buena idea, Christopher.
Y entonces dijo:
– ¿Te sentiste triste al descubrirlo?
Y yo dije:
– ¿Descubrir qué?
Y ella dijo:
– ¿Te disgustaste al descubrir que tu madre y el señor Shears tuvieron una aventura?
– No -dije yo.
Y ella dijo:
– ¿Me estás diciendo la verdad, Christopher?
– Yo siempre digo la verdad -dije yo entonces.
Y ella dijo:
– Ya sé que lo haces, Christopher. Pero a veces nos ponemos tristes por algo y no nos gusta decirles a los demás que estamos tristes por eso. Preferimos guardar el secreto. O a veces estamos tristes pero en realidad no sabemos que estamos tristes. Así que decimos que no estamos tristes. Pero en realidad lo estamos.
– Yo no estoy triste -dije.
Y ella dijo:
– Si esto te hiciera sentir triste, quiero que sepas que puedes venir a hablarme de ello. Porque creo que hablar conmigo te ayudará a sentirte menos triste. Y si no estás triste pero sencillamente quieres hablarme de ello, también me parecerá bien. ¿Lo comprendes?
Y yo dije:
– Sí, lo entiendo.
Y ella dijo:
– Bien.
– Pero no estoy triste -dije yo-. Porque Madre está muerta. Y porque el señor Shears ya no anda por aquí. O sea que estaría poniéndome triste por algo que no es real y no existe. Y eso sería estúpido.
Y entonces hice prácticas de matemáticas durante el resto de la mañana y a la hora de comer no me tomé la quiche porque era amarilla, pero sí me comí las zanahorias y los guisantes y un montón de ketchup. Y de postre me comí un poco de tarta de mora y manzana, pero no el glaseado porque era amarillo, y pedí a la señora Davis que me quitara el glaseado antes de servírmela en el plato porque no importa que las distintas clases de comida se toquen antes de llegar a tu plato.
Entonces, después de comer, me pasé la tarde haciendo plástica con la señora Peters y pinté algunos dibujos de extraterrestres que eran así
Mi memoria es como una película. Por eso soy realmente bueno a la hora de acordarme de cosas, como las conversaciones que he escrito en el libro, y lo que la gente llevaba y cómo olía, porque mi memoria tiene una banda olfativa que es como una banda sonora.
Y cuando la gente me pide que recuerde algo puedo apretar simplemente el Rebobinary el Avance Rápidoy la Pausacomo en un aparato de vídeo, más bien como en un DVD porque no tengo que rebobinar todo lo que hay en medio para llegar a un recuerdo de algo que pasó hace mucho tiempo. Y no hay botones, además, porque está pasando en mi cabeza.
Si alguien me dice: «Christopher, cuéntame cómo era tu madre», puedo Rebobinar hasta montones de escenas distintas y decir cómo era ella en esas escenas.
Por ejemplo podría Rebobinar hasta el 4 de julio de 1992, cuando yo tenía 9 años, que era un sábado y estábamos de vacaciones en Cornualles y por la tarde estuvimos en la playa en un sitio llamado Polperro. Y Madre llevaba unos pantalones cortos tejanos y la parte de arriba de un bikini azul claro y fumaba unos cigarrillos llamados Consulate que tenían sabor mentolado. Y no se bañaba. Madre tomaba el sol en una toalla de rayas rojas y moradas y leía un libro de Georgette Heyer titulado Los farsantes . Y entonces acabó de tomar el sol y se metió en el agua para nadar y dijo: «Jolín, qué fría está la condenada». Y dijo que yo debería meterme y nadar también, pero a mí no me gusta nadar porque no me gusta quitarme la ropa. Y ella dijo que tan sólo me arremangara los pantalones y me metiera un poquito en el agua, así que eso hice. Y me quedé ahí de pie en el agua. Y Madre dijo: «Mira. Es genial». Y saltó hacia atrás y desapareció bajo el agua y yo pensé que un tiburón se la había comido y grité y ella salió otra vez del agua y se acercó a donde yo estaba y levantó la mano derecha y abrió los dedos en abanico y dijo: «Vamos, Christopher, tócame la mano. Venga ya. Deja de gritar. Tócame la mano. Escúchame, Christopher. Tú puedes». Y al cabo de un rato dejé de gritar y levanté la mano izquierda y abrí los dedos en abanico e hicimos que nuestros dedos se tocaran, y Madre dijo: «Tranquilo, Christopher. Tranquilo. En Cornualles no hay tiburones», y entonces me sentí mejor.
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