Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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Lu vivía en la última vivienda de la comuna. Entró por la puerta lateral que había frente al río. El patio estaba reluciente, cubierto de baldosas oscuras y tenía un pequeño pozo. Este patio lo había ocupado la concubina del potentado local, que fue fusilado. El lugar era tranquilo y quedaba algo apartado de las demás casas. Lu estaba tumbado en una mecedora de bambú cubierta de piel de venado, en el suelo había un brasero con una marmita llena de carne haciéndose a la brasa.

– Carne de perro con especias, me la ha traído Lao Zhang de la comisaría; según él es de un perro salvaje que han capturado. ¿Cómo saberlo? Bueno, al menos es lo que dice -afirmó Lu sin levantarse-. Toma un tazón y unos palillos y sírvete un vaso de alcohol. Esta espalda me está matando, una cicatriz de herida de bala, siempre me duele cuando llueve. En aquella época era imposible encontrar un médico durante los combates, uno podía darse por satisfecho si conseguía mantenerse con vida.

Se sirvió algo de alcohol y se sentó en un pequeño banco delante del brasero. Mientras comía y bebía, escuchó atentamente las palabras de Lu.

– Yo también he tenido que matar con mis propias manos, era la guerra, no se podía hacer otra cosa. He matado a muchos y no todos lo merecían. Sin embargo, muchos de los que lo merecían de verdad todavía siguen vivos, y viven muy bien.

A pesar de que normalmente Lu tenía un carácter frío y taciturno, en aquel momento se mostraba eufórico. El no comprendía qué estaba pasando por la cabeza del anciano.

– ¿Ya se sabe que el viejo Lin Biao ha muerto?

Él asintió con la cabeza. El vicepresidente del Partido había huido en avión y se estrelló en Mongolia, al menos era lo que afirmaba un documento oficial.

A los del campo no les sorprendió la noticia, dijeron que bastaba con ver su cara de mono para saber que acabaría mal. Si hubiera tenido un rostro agraciado, ¿se habría convertido en un emperador a ojos de los campesinos?

– Todavía hay muchos que no han muerto -dijo Lu, dejando la copa de alcohol. Él también comprendía la rabia del viejo. Sin embargo, esas palabras no decían nada en concreto. Lu era un hombre de mundo, había superado muchos problemas políticos, no podía abrirle su corazón tan pronto, y él tampoco debía llegar hasta el fondo del asunto. Estaba bajo la protección de aquel paraguas: mientras el secretario Lu estuviera en paz, él podría subsistir. «Bebe, bebe, y cómete la carne», no te preocupes si es de perro salvaje o doméstico.

Lu se levantó y fue a tomar una hoja de papel de encima de la mesa. Había anotado un poema regular de ocho versos de cinco caracteres que aparentemente expresaba su alegría ante la caída de un tal Lin.

– ¿Me puedes decir si los tonos llanos y oblicuos de los caracteres son correctos? [25]

Sin duda lo había llamado para eso. Él examinó el poema durante un instante, sugirió cambiar uno o dos caracteres para que el poema quedara perfecto, y dijo, además, que en casa tenía un libro dedicado especialmente a la métrica de la poesía clásica, si estaba interesado se lo podía prestar.

– Yo sólo era un pobre pastor -explicó Lu-. Nunca me habrían podido enviar a la escuela, pero siempre iba a escuchar a escondidas bajo las ventanas de la escuela privada del pueblo cuando los niños leían en voz alta. De ese modo aprendí a recitar poesías de los Tang. Cuando el viejo maestro vio mi capacidad de aprender, me invitó a que fuera a sus clases sin pagarle nada, pero a veces yo iba a recoger leña para él. Siempre que tenía tiempo, pasaba por la escuela a escuchar sus clases, así aprendí a escribir. A los quince años fui a pelear con la guerrilla y me cargué un trabuco al hombro.

Esta región montañosa era precisamente la base de la guerrilla de Lu por aquel entonces. Hoy, aunque había sido enviado a este lugar de base para hacer investigaciones, no tenía ninguna función concreta, aunque, en realidad, era más o menos el secretario de los secretarios de los comités del Partido recientemente rehabilitados en las numerosas comunas. Lu se escondía aquí. Luego le reveló que también tenía enemigos; por supuesto, no se trataba del cuerpo local armado de los terratenientes, campesinos ricos y potentados ya reprimidos desde hacía mucho tiempo, sino más bien de los «de arriba». No entendió a quiénes se refería, quiénes eran esos «de arriba»; estaba claro que no eran los funcionarios de la cabeza de distrito, porque ellos no eran capaces de acabar con él. Lu se mantenía en todo momento alerta para enfrentarse a cualquier eventualidad. Bajo la almohada tenía una bayoneta del ejército, y debajo de la cama, en una caja de madera, guardaba una metralleta ligera en perfecto estado. También tenía una caja de cartuchos, material de la milicia de la comuna popular. Como lo almacenaba todo en su casa, nadie podía denunciarlo. ¿Lu estaba esperando el momento favorable para rebelarse y retomar el poder? ¿O quizá se preparaba para un nuevo cambio político? Era difícil saberlo.

– Casi todos los habitantes de estas montañas son campesinos que cultivan los campos en tiempos de paz, pero en los periodos de conflicto se transforman en bandidos. Aquí no son raras las decapitaciones. He crecido asistiendo a ese tipo de escenas. En aquella época, los bandidos que capturaban mantenían la cabeza erguida mientras esperaban que los decapitaran con un sable, su cara ni siquiera cambiaba de color. No es como ahora, que fusilan a los condenados de rodillas y les retuercen el pescuezo con un alambre. ¡Los guerrilleros eran unos auténticos bandidos! -Estas palabras horribles salieron de la boca de Lu con una pasmosa tranquilidad antes de concluir-: Pero tenían un objetivo político: acabar con los tiranos y repartir las tierras.

Lu no dijo que hoy las tierras que repartieron entre los campesinos habían sido de nuevo confiscadas y que los cereales se repartían per cápita, pero los sobrantes debían entregarse a las autoridades.

– Cuando los guerrilleros necesitaban dinero o víveres, se dedicaban a raptar y a ejecutar a los prisioneros, empleaban los mismos procedimientos violentos que los bandidos. Si alguna vez la mercancía no se llevaba al lugar que habían pactado antes, tomaban a un rehén vivo, lo ataban con las piernas abiertas sobre un bambú joven, estiraban la caña y, a una señal, la dejaban, ¡cortando al hombre en dos!

Si Lu no lo hizo personalmente, al menos lo vio hacer, y ahora quería darle algunos consejos.

– Tú eres un letrado del exterior, no creas que la vida es fácil en estas montañas, no creas que esto es un nido de paz. ¡Si uno no se establece sólidamente, es imposible quedarse en un lugar como éste!

Lu no empleaba el lenguaje oficial de los pequeños funcionarios que sólo querían trepar de escalón en escalón como si se tratara de una carrera. Al contrario, en ese momento estaba liquidando por completo lo poco que le quedaba en la cabeza de las fábulas revolucionarias. Quizá Lu lo necesitara un día e intentaba que fuera tan duro y tan feroz como él, para que se convirtiera en el asistente de este rey de la montaña cuando retomara el poder. Lu le habló de los intelectuales de las grandes ciudades que se habían unido a las guerrillas.

– ¿Qué entienden los estudiantes de la revolución? El viejo tenía razón al decir… -El viejo del que hablaba Lu era Mao-… que el poder nace del fusil. ¿Qué general o comisario político no tiene las manos manchadas de sangre?

El dijo que nunca sería general y que tenía miedo de pelear; pensó que era mejor decir estas palabras de antemano.

Lu respondió entonces:

– A mí no me apasiona el poder, de lo contrario no me habría refugiado aquí. Pero debes defenderte y estar atento para que no vengan a por ti.

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