Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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– ¡Salgamos juntos! -dijo él.

Pero Lin no tenía la intención de montarse en la bicicleta, como hacían antes, y dejar una cierta distancia entre ellos, para seguirlo a un lugar en el que no hubiera nadie. De hecho, durante esa gran revolución, todos los parques estaban cerrados por la noche. Caminaron uno al lado del otro empujando la bicicleta durante un buen rato, pero no sabían qué decir. Los muros que rodeaban las calles estaban cubiertos de eslóganes de los estudiantes rebeldes que recubrían los eslóganes de las viejas guardias rojas de sangre pura, tapando frases como «Eliminar a todos los monstruos». Todas las críticas se dirigían hacia los altos cargos políticos.

«¡Inclinad la cabeza ante las masas revolucionarias, Yu Qiuli debe reconocer sus crímenes!»

«¡Tan Zhenlin, ha llegado tu hora!»

Lin ya no llevaba el brazalete e intentaba esconder su cara, envuelta en un pañuelo grisáceo de grandes franjas, para no llamar la atención; también vestía ropa sencilla de algodón y de un color gris azulado, con la intención de pasar desapercibida entre la gente. Había perdido todo su encanto. Los restaurantes cerraban pronto por la noche, no había ningún lugar adonde ir y no podían decir nada; dos seres caminaban bajo el viento frío empujando sus bicicletas, dejando claramente algo de distancia entre ellos. Algunos trozos de dazibaos, levantados por el viento de arena, volaban bajo las farolas.

Estaba un poco emocionado, confrontado con ese combate a vida o muerte para conseguir algo de justicia, pero que claramente estaba acabando con su historia de amor con Lin, lo que le causaba una profunda tristeza. Seguía teniendo ganas de mantener su relación con ella, pero se preguntaba cómo abordar ese asunto y dar la vuelta a la situación con igualdad, para que se tratara únicamente de recibir el amor que Lin le despertaba. Quería mostrarle su solicitud y le preguntó por sus padres. Ella no respondió y continuaron caminando en silencio, sin saber qué decirse. Lin fue la primera que dijo algo.

– Tu padre parece tener problemas por su pasado.

– ¿Qué clase de problemas? -preguntó con cierta extrañeza.

– Sólo quiero que lo tengas en cuenta -respondió Lin en tono neutro.

– Nunca ha sido miembro de ningún partido -replicó de inmediato, siguiendo una especie de instinto de protección.

– Parece ser que… -continuó Lin antes de detenerse.

– ¿Parece ser que qué? -preguntó, parando en seco.

– Sólo he oído rumores.

Lin siguió empujando su bicicleta sin mirarlo. Todavía creía que estaba por encima de él, siempre advirtiéndolo de algún peligro, protegiéndolo para que no hiciera tonterías. Pero él comprendió que si actuaba así ya no era por amor, era como si sospechara que le había ocultado su origen. Esa protección no estaba exenta de desconfianza. Por eso argumentó:

– Antes de la Liberación, mi padre era responsable de una sección del banco, también trabajó de jefe de departamento en una sociedad naviera y fue periodista en un periódico comercial privado, ¿qué tiene eso de malo?

También hubiera podido recordar que, cuando era niño, su padre escondía en el fondo de una cómoda, en una caja de zapatos llena de monedas de plata, un pequeño libro intenso, Sobre la nueva democracia de Mao, pero no lo dijo; era inútil. Se sintió de nuevo agraviado, más por su padre que por sí mismo.

– Dicen que tu padre era un directivo de alta categoría…

– ¿Y qué tiene que ver? También ha sido un empleado auxiliar; luego lo despidieron, hasta estuvo una temporada sin trabajo, antes de la Liberación. ¡Nunca ha sido un capitalista y jamás ha representado al patronato!

Estaba indignado, pero de inmediato sintió su debilidad, ya no había forma de recuperar la confianza de Lin.

Ella continuaba en silencio.

Se detuvo ante un gran eslogan que acababan de pegar, dejó apoyada la bicicleta y preguntó a Lin:

– ¿Qué más hay? ¿Dime quién lo ha dicho?

Ella evitaba mirarlo a los ojos y contestó cabizbaja:

– No me hagas preguntas, sólo intento prevenirte, basta con que lo sepas.

Ante ellos, un grupo de chicos y chicas que escribían consignas montaban en sus bicicletas con cubos de cola y pintura. En la pared, la tinta de los eslóganes todavía estaba fresca.

– ¿Me evitas por eso? -preguntó él, subiendo la voz.

– No, claro que no. -Lin continuaba sin mirarlo a la cara; luego, siguió hablando en voz baja-: Eres tú el que ha querido que rompiéramos.

– ¡Pienso mucho en ti, de verdad, no paro de pensar en ti!

Habló en voz alta, pero se sintió débil y desesperado.

– Déjalo, es imposible… -susurró Lin, sin mirarlo a los ojos. Volvió la cara y se dispuso a continuar su camino.

Él extendió el brazo para agarrar el manillar de la bicicleta de Lin y buscó su mirada, pero ésta bajó todavía más la cabeza.

– No hagas eso, déjame marchar; sólo te he prevenido de que tu padre puede tener problemas por su pasado…

– ¿Quién te lo ha dicho? ¿Los del departamento político? ¿O Danian? -preguntó, sin conseguir frenar su furia.

Lin se irguió y se puso a mirar hacia los vehículos y las bicicletas que pasaban sin cesar. No dijo nada.

– Mi padre no ha sido acusado de derechista.

Todavía intentaba justificarse, debía olvidar esas cosas. Recordaba que cuando su madre estaba viva dijo: «Por fin todo eso se ha acabado». Su madre pronunció esa frase cuando él todavía estaba estudiando en la universidad y había ido a casa a pasar la fiesta de la Primavera.

– No, el problema no es ese… -Lin volvió el manillar y puso un pie en el pedal.

– ¿Cuál es el problema? -continuaba aferrándose a la bicicleta de Lin.

– Tenencia de armas… -Lin se mordió los labios, se subió a la bicicleta y se alejó de un fuerte pedaleo.

Le hervía la cabeza, le pareció ver lágrimas en los ojos de Lin, pero quizá fuera sólo una impresión, puede que solamente se compadeciera de sí mismo, de su suerte. La silueta de Lin sobre la bicicleta, con la cabeza envuelta en el pañuelo, se confundió con las otras siluetas de la calle. Los trozos de dazibaos arrancados y el polvo volaban bajo las farolas. Pronto desapareció. Fue probablemente en ese momento cuando se rozó con los eslóganes que acababan de pintar, manchándose de tinta y cola. Esa escena de ruptura con Lin quedó de este modo profundamente marcada en su memoria.

Distintos sentimientos se mezclaban en su interior. Se sentía completamente desconcertado; por eso no se subió de inmediato a la bicicleta. La acusación de «tenencia de armas» era muy grave y no paraba de darle vueltas en la cabeza. Cuando se dio cuenta de lo que significaba, decidió que no tenía más opción que rebelarse hasta el final.

Su banda, compuesta por una veintena de personas, irrumpió en la callejuela que hay junto al Zhongnanhai, y, tras cruzar el umbral de la gran puerta púrpura, fuertemente vigilada, exigieron que el dirigente que afirmaba representar al Comité Central fuera a su institución para constatar las faltas cometidas y rehabilitar a los funcionarios y a los miembros de masas que habían sido tachados de elementos antipartido. Cuando entraron en la oficina, los recibió un viejo revolucionario que desde hacía tiempo tenía el rango de coronel y que estaba al mando del lugar. Comparado con los dirigentes de su institución, tan pusilánimes y fríos en sus palabras, tenía un aspecto imponente, sentado firme en su sillón de cuero tras una mesa enorme. No se levantó.

– No puedo complaceros. Vi a muchos jóvenes como vosotros cuando hacía la revolución y me ocupaba de los movimientos de masas, ¿quién sabe dónde estabais vosotros en aquella época? Sin embargo, no soy de esos que se pasan todo el tiempo vanagloriándose de lo que han hecho.

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