Jung Chang - Cisnes Salvajes
Здесь есть возможность читать онлайн «Jung Chang - Cisnes Salvajes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cisnes Salvajes
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cisnes Salvajes: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cisnes Salvajes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cisnes Salvajes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cisnes Salvajes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La primera imagen de mi padre después de más de un año sin verle me resultó devastadora. Le vi trotando en dirección al patio cargado con dos cestos llenos de ladrillos suspendidos de una vara transversal. Su vieja chaqueta azul colgaba desmadejadamente de su cuerpo, y sus perneras remangadas revelaban unas piernas extraordinariamente delgadas en las que destacaba la prominencia de sus tendones. Tenía el rostro arrugado y curtido por el sol, y sus cabellos se habían vuelto casi por completo grises. De repente, me vio. A medida que corría hacia él, depositó su carga sobre el suelo con un torpe movimiento producto de la excitación. Dado que la tradición china apenas permitía el contacto físico entre padres e hijas, sólo pudo revelarme la felicidad que sentía a través de sus ojos, rebosantes de amor y ternura. En ellos pude sorprender igualmente las huellas de la odisea que había soportado. Su energía y su chispa juveniles habían cedido el paso a un aire de confusión y fatiga que aparecía mezclado con cierto asomo de tensa determinación. Así y todo, a sus cuarenta y ocho años, se encontraba aún en la flor de la edad. Con un nudo en la garganta, escruté sus ojos en busca de lo que más temía -algún síntoma de su antigua demencia-, pero su aspecto era normal. Sentí que se me quitaba un enorme peso del corazón.
Por entonces, compartía una habitación con otras siete personas, todas ellas pertenecientes a su departamento. La estancia tan sólo contaba con una única y diminuta ventana, por lo que la puerta solía permanecer abierta durante todo el día para que entrara algo de luz. Sus ocupantes rara vez hablaban entre ellos, y nadie me saludó al entrar. De inmediato advertí que la atmósfera allí era mucho más severa que en el campamento de mi madre. El motivo era que aquel campo se encontraba sometido al control directo del Comité Revolucionario de Sichuan y, por ello, de los Ting. Sobre los muros del patio aún podían verse varias capas superpuestas de carteles con consignas tales como «Abajo Fulano de Tal» o «Eliminemos a Mengano de Cual». Sobre ellos aparecían apoyadas viejas azadas y palas. Como no tardé en descubrir, mi padre continuaba viéndose sometido a frecuentes asambleas de denuncia que habitualmente se celebraban por las tardes, después de un agotador día de trabajo. Dado que uno de los modos de escapar del campo era ser invitado a trabajar de nuevo para el Comité Revolucionario, y dado asimismo que para ello era necesario complacer a los Ting, algunos de los Rebeldes competían entre sí para demostrar su grado de militancia, y mi padre era una de sus víctimas naturales.
No se le permitía entrar en la cocina. En su calidad de «criminal anti-Mao», se le había considerado peligroso hasta el punto de sospechar que pudiera intentar envenenar los alimentos. Poco importaba que los demás lo creyeran realmente o no: lo importante era el insulto que ello conllevaba.
Mi padre procuraba sobrellevar aquella y otras crueldades con estoicismo. Tan sólo en una ocasión había dado rienda suelta a su ira. El día de su llegada al campo, se le había ordenado llevar un brazalete blanco con caracteres negros en los que se leían las palabras «elemento contrarrevolucionario en activo». Apartando violentamente el brazalete, había mascullado apretando los dientes: «Adelante, podéis matarme a palos. ¡Jamás me pondré ésto!» Los Rebeldes cedieron. Advertían que hablaba en serio, y no contaban con autorización superior para matarle.
Allí, en el campo, los Ting tenían ocasión de vengarse de sus enemigos. Entre ellos había un hombre que había tomado parte en la investigación a la que ambos fueran sometidos en 1962. El individuo en cuestión había operado en la clandestinidad hasta 1949, y había sido encarcelado por el Kuomintang y torturado hasta el punto de que su salud había quedado seriamente dañada. Tras su llegada al campo, no tardó en caer gravemente enfermo, pero se le obligó a seguir trabajando y no se le autorizó a gozar de un solo día libre. Dado que se movía con lentitud, tenía que recuperar el tiempo perdido durante las tardes, a pesar de lo cual aparecía mencionado frecuentemente en los carteles, en los que se le tachaba de holgazán. Uno de los que yo vi comenzaba con las siguientes palabras: «¿Has visto, camarada, a este grotesco esqueleto viviente de repugnantes facciones?» El implacable sol de Xichang había abrasado y marchitado su cuerpo, del que pendían largos trozos de piel muerta. Por si fuera poco, aparecía deformado por la falta de alimento: habían tenido que extirparle dos terceras partes del estómago, y tan sólo podía digerir pequeñas cantidades sucesivas de comida. Así, la imposibilidad de realizar las frecuentes colaciones que hubiera precisado le mantenía en un constante estado de inanición. Un día, desesperado, había entrado en la cocina en busca de un poco de zumo de pepinillos. Sorprendido en su intento, fue acusado de intentar envenenar la comida. Consciente de que se hallaba al borde del colapso total, escribió a las autoridades del campo diciéndoles que se estaba muriendo y rogando que se le eximiera de realizar ciertas tareas especialmente duras. Poco después, se desmayó bajo el ardiente sol en un sembrado en el que estaba esparciendo estiércol. Trasladado al hospital del campo, falleció al día siguiente sin poder contar con la presencia de ninguno de sus parientes junto a su lecho de muerte. Su esposa se había suicidado poco antes.
Los seguidores del capitalismo no eran los únicos que sufrían en la escuela de cuadros. Habían muerto por docenas aquellos que guardaban alguna relación con el Kuomintang, por remota que fuera, aquellos que habían tenido la desgracia de convertirse en objeto de alguna venganza personal o de los celos de alguien, e incluso varios de los líderes de las facciones Rebeldes derrotadas. Muchos se habían arrojado al turbulento río que atravesaba el valle. El nombre del río era «Tranquilidad» (An-ning-he). En el silencio de la noche, el eco de sus aguas se esparcía a lo largo de varios kilómetros, causando escalofríos entre los internos, quienes afirmaban que su sonido sugería los sollozos de sus fantasmas.
El relato de aquellos suicidios reforzó mi decisión de contribuir urgentemente a aliviar la presión mental y física a que se hallaba sometido mi padre. Tenía que convencerle de que merecía la pena seguir viviendo y hacerle sentirse querido. Cada vez que se veía obligado a comparecer ante asambleas de denuncia (para entonces raramente violentas, puesto que los internos habían agotado ya sus fuerzas), yo me sentaba en un lugar en el que pudiera verme con objeto de reconfortarle con mi presencia. Tan pronto como concluían, salíamos juntos del local. Yo le hablaba de cosas alegres para hacerle olvidar aquellos episodios siniestros, y le administraba masajes en la cabeza, cuello y hombros. Él, por su parte, solía recitarme poemas clásicos. Durante el día le ayudaba con sus tareas, entre las que, claro está, se incluían las más duras y desagradables. A veces me ofrecía a cargar con sus bultos, que a menudo alcanzaban los cincuenta kilogramos de peso, y aunque apenas podía mantenerme en pie intentaba mantener una expresión despreocupada.
Permanecí allí durante más de tres meses. Las autoridades me permitían comer en la cantina, y me asignaron una cama en un dormitorio que compartía con otras cinco mujeres. Éstas rara vez me hablaban y, si lo hacían, era empleando un tono frío. La mayor parte de los internos adoptaban una actitud de hostilidad tan pronto me veían, pero yo me limitaba a mirarles con expresión vacua. Sin embargo, también había personas amables, o al menos más decididas que otras a la hora de mostrarse bondadosas conmigo.
Una de ellas era un hombre en las postrimerías de la veintena dotado de unas facciones sensibles y unas enormes orejas. Se llamaba Young, y era un licenciado universitario que había entrado a trabajar en el departamento de mi padre justamente antes de la Revolución Cultural. Era, además, el «jefe» del «pelotón» al que pertenecía mi padre. Aunque estaba obligado a asignar a éste los peores trabajos, procuraba -siempre que podía- aliviar sus tareas sin llamar la atención. En una de las fugaces conversaciones que pude mantener con él le dije que no podía cocinar la comida que había traído debido a que no tenía queroseno con el que alimentar mi pequeña estufa.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cisnes Salvajes»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cisnes Salvajes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cisnes Salvajes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.