Jung Chang - Cisnes Salvajes

Здесь есть возможность читать онлайн «Jung Chang - Cisnes Salvajes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Cisnes Salvajes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cisnes Salvajes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Una abuela, una madre, una hija. A lo largo de esta saga, tan verídica como espeluznante, tres mujeres luchan por sobrevivir en una China sometida a guerras, invasiones y revoluciones. La abuela de la autora nació en 1909, época en la que China era aún una sociedad feudal. Sus pies permanecieron vendados desde niña, y a los quince años de edad se convirtió en concubina de uno de los numerosos señores de la guerra.

Cisnes Salvajes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cisnes Salvajes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Una mañana, pocos días después de nuestro traslado, mi madre se estaba lavando la cara bajo los canalones debido a la falta de espacio en el interior cuando aquel hombre le propuso si querría intercambiar las habitaciones, ya que la suya era el doble de grande que la nuestra. Nos mudamos aquella misma tarde. También nos ayudó a conseguir otra cama, lo que nos permitía dormir con cierta comodidad. Nos sentimos profundamente conmovidas.

Aquel joven sufría una intensa bizquera, y tenía una novia muy guapa que se quedaba a dormir con él (algo inusitado en aquella época). A ninguno de ellos parecía importarle que lo supiéramos. Claro está que ningún seguidor del capitalismo se encontraba en situación de andar contando chismes. Cuando me topaba con ellos por las mañanas siempre me obsequiaban con una amable sonrisa que revelaba lo felices que eran. Fue entonces cuando me di cuenta de que la gente se torna bondadosa con la felicidad.

Cuando mejoró la salud de mi madre, regresé junto a mi padre. El apartamento estaba en un estado lamentable: las ventanas estaban rotas y había trozos de mobiliario y de tela quemada por todo el suelo. Mi padre parecía indiferente a mi presencia allí; se limitaba a pasear incesantemente de un lado a otro. Me acostumbré a echar el pestillo de mi puerta por las noches debido a que como no podía dormir se empeñaba en dirigirme interminables charlas sin sentido. Sin embargo, había un pequeño ventanuco sobre la puerta que no podía cerrarse, y una noche me desperté y le vi deslizarse a través de la diminuta abertura y saltar ágilmente al suelo. No obstante, no me prestó la más mínima atención, sino que se limitó a alzar diversos muebles de robusta caoba y dejarlos caer con apenas esfuerzo. En su locura, había adquirido una agilidad y fuerza sobrehumanas. Permanecer junto a él era una pesadilla. En numerosas ocasiones experimenté el deseo de correr junto a mi madre, pero no lograba decidirme a abandonarle.

En una o dos ocasiones me abofeteó, cosa que nunca había hecho anteriormente. En esos casos, yo corría a esconderme en el jardín trasero situado bajo el balcón del apartamento y, aterida por el frío de aquellas noches de primavera, aguardaba desesperadamente el silencio que indicaría que ya se había dormido.

Un día, le eché de menos. Asaltada por un presentimiento, salí corriendo de casa. Un vecino que vivía en el piso superior descendía en ese momento por las escaleras. Hacía ya algún tiempo que, para evitar problemas, habíamos dejado de saludarnos, pero en aquella ocasión dijo: «He visto a tu padre saliendo al tejado.»

Nuestro edificio tenía cinco pisos. Subí corriendo a la planta superior. Allí, en el rellano izquierdo, se abría un pequeño ventanuco que daba a la plana azotea de tablillas del edificio contiguo, de cuatro pisos de altura. Sus bordes estaban protegidos por una pequeña barandilla de hierro. Mientras intentaba trepar a través de la ventana pude ver a mi padre junto al borde de la azotea, y creí advertir que alzaba una pierna sobre la barandilla.

– ¡Padre! -grité, intentando prestar un acento normal a mi voz temblorosa. Mi instinto me decía que no debía alarmarle. Tras una pausa, se volvió hacia mí-. ¿Qué estás haciendo aquí?

– Ven. Ayúdame a pasar por la ventana, por favor.

De algún modo, logré persuadirle para que se apartara del borde de la azotea, asir su mano y conducirle al interior del rellano. Estaba temblando. De repente, algo parecía haber cambiado en él, y su habitual estupor indiferente y la intensa introspección con que solía girar los ojos en las órbitas se habían visto sustituidos por una expresión casi normal. Me acompañó escaleras abajo, me depositó en un sofá e incluso fue a buscar una toalla con la que enjugarme las lágrimas. Sin embargo, aquellos síntomas de normalidad duraron poco. Antes de que pudiera reponerme de la impresión me vi obligada a incorporarme apresuradamente y echar a correr, ya que había alzado la mano dispuesto a golpearme. En lugar de proporcionarle tratamiento médico, los Rebeldes se dedicaron a utilizar su locura como fuente de entretenimiento. Los carteles comenzaron a incluir de modo esporádico un serial titulado «La historia interior del loco Chang». Sus autores, miembros del departamento de mi padre, recurrían a todo tipo de sarcasmos para ridiculizarle. Los carteles solían pegarse en un lugar preferente situado junto a la entrada del departamento, por lo que atraían gran número de interesados lectores. Yo solía forzarme a leerlos, aunque era consciente de las miradas de los demás, muchos de los cuales sabían quién era. Podía oír los susurros que dirigían a quienes ignoraban mi identidad. Mi corazón temblaba por la ira y por el dolor insoportable que sentía por mi padre, pero sabía que sus perseguidores serían informados de mis reacciones, por lo que intentaba mantener la calma y demostrarles que no podían desmoralizarnos. No experimentaba miedo ni humillación: tan sólo desprecio hacia ellos.

¿Qué era lo que había convertido a las personas en monstruos? ¿Cuál era el motivo de aquella brutalidad sin sentido? Fue durante aquel período cuando comenzó a debilitarse mi devoción por Mao. Anteriormente había visto a gente perseguida sin poseer la certeza de su inocencia, pero conocía bien a mis padres. Mi mente comenzó a verse asaltada por dudas acerca de la infalibilidad de Mao. Como muchas otras personas, no obstante, en aquella época solía culpar fundamentalmente a su esposa y a la Autoridad de la Revolución Cultural. El propio Mao, el divino Emperador, continuaba libre de cualquier sospecha.

Con cada día que pasaba fuimos siendo testigos del deterioro físico y mental de mi padre. Mi madre acudió una vez más a Chen Mo en demanda de ayuda, y él prometió hacer cuanto pudiera. Aguardamos, pero no sucedió nada: su silencio significaba que habían debido de fracasar en sus intentos por obtener de los Ting permiso para dar tratamiento a mi padre. Desesperada, mi madre acudió al cuartel general del Chengdu Rojo para hablar con Yan y Yong.

El grupo dominante de la Facultad de Medicina de Sichuan formaba parte del Chengdu Rojo. Adosado a la facultad, había un hospital psiquiátrico en el que mi padre podía ser internado a una palabra del cuartel general del Chengdu Rojo. Yan y Yong se mostraron sumamente comprensivos, pero le dijeron que tendrían que convencer a sus camaradas.

Las consideraciones humanitarias habían sido condenadas por Mao como «hipocresía burguesa», y ni que decir tiene que no cabía demostrar compasión alguna por los «enemigos de clase». Yan y Yong tuvieron que buscar un motivo político para justificar que mi padre recibiera tratamiento, y encontraron uno magnífico: dado que estaba siendo perseguido por los Ting, sería probablemente capaz de proporcionar nuevas armas en contra suya, acaso incluso contribuir a su caída. Ello, por su parte, podría provocar el derrumbamiento del 26 de Agosto.

Existía otro motivo. Mao había dicho que los nuevos Comités Revolucionarios debían contar con funcionarios revolucionarios además de con Rebeldes y miembros de las fuerzas armadas. Tanto el Chengdu Rojo como el 26 de Agosto intentaban a la sazón encontrar funcionarios que pudieran representarlos en el Comité Revolucionario de Sichuan. Asimismo, los Rebeldes estaban empezando a comprobar cuan complicada era la actividad política y qué tarea tan desalentadora era gobernar la administración. Necesitaban el consejo de políticos competentes. El Chengdu Rojo consideró que mi padre era un candidato ideal y aprobó que le fuera prestado tratamiento médico.

El Chengdu Rojo sabía que mi padre había sido denunciado por proferir blasfemias contra Mao y la Revolución Cultural, y también que había sido condenado por la propia señora Mao. Sin embargo, tales acusaciones tan sólo habían sido expresadas por sus enemigos en carteles murales en los que la verdad y la mentira aparecían a menudo confundidas. Podían, por tanto, hacer caso omiso de ellas.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Cisnes Salvajes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cisnes Salvajes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Cisnes Salvajes»

Обсуждение, отзывы о книге «Cisnes Salvajes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x