Elfriede Jelinek - Deseo
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ESTA NOVELA, QUE PROVOCÓ UN NOTABLE ESCÁNDALO EN SU PAÍS EN EL MOMENTO DE SU PUBLICACIÓN, SUPONE UN PRODIGIOSO EJERCICIO NARRATIVO TANTO DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ESTILO COMO DEL ESTRUCTURAL. EL LENGUAJE CRUDO Y PRECISO Y EL ELEVADO TONO ERÓTICO DE DESEO, ROMPE CON TODAS LAS CONVENCIONES DE LO QUE SE HA VENIDO LLAMANDO LA LITERATURA FEMENINA. EL DIRECTOR DE UNA FÁBRICA DE PAPEL, ATEMORIZADO POR LOS PELIGROS DEL SIDA, SE FIJA DE NUEVO EN SU ESPOSA PARA HACER USO DE ELLA COMO DE LAS PROSTITUTAS QUE HABÍA FRECUENTADO HASTA ENTONCES. EN LA CONFORTABLE RESIDENCIA DEL MATRIMONIO SE SUCEDEN UNAS ESCENAS DE EXTRAÑA OBSCENIDAD Y DE VIOLENCIA INUSITADA, BAJO LA MIRADA DE SU PROPIO HIJO, COMO UNA CRÓNICA DE LOS DIFERENTES MECANISMOS POSIBLES DE DOMINACIÓN EN EL SENO DE LA PAREJA. LA MUJER, DESESPERADA, ENCONTRARÁ OTRO AMANTE MÁS JOVEN QUE, A LA POSTRE, LE CONVERTIRÁ EN SU NUEVO VERDUGO.
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El silencio barre las calles, y Dios transfigura a los vecinos de esta región, de los que algunos siguen trabajando, unos cuantos tallando sus muebles y casas, el resto buscando su pareja del momento, de residencia no permanente. Hay que hacerlas siempre de nuevo (y enseguida bajan río abajo) para hacer realidad la eterna promesa de la naturaleza de trabajo y vivienda. ¡Al final se harán sedentarios! Así se atendrán al lapso de la Naturaleza: sus dulces pasos en falso se han convertido en personas; y también los errores humanos han destruido el bosque del que viven. Y una cosa más que la Naturaleza ha prometido: el derecho al trabajo, según el cual todo habitante que haya concluido una alianza con su empresario podrá ser redimido de ella por Dios a través de la Muerte (la apestosa solución de Dios). Ahora me he confundido. Y tampoco los gobernantes saben la solución al dilema. El trabajo disminuye, la gente aumenta y hace todo lo posible para que todo siga igual y ellos mismos puedan seguir también. Como ahora, cuando cuelgan del muro, cansados, pero orgullosos, los símbolos de su vida, y sueltan el cepillo de carpintero. Alrededor los cuerpos empiezan a desplegarse, surgen figuras de la más rara especie. Si el arquitecto de estos usuarios de autopistas pudiera ver resucitar de sus revueltas camas conyugales a estos abortos enrojecidos por la esperanza (¡y todo lo demás que han resucitado!), volvería a montarlos de nuevo en otra forma, pues él mismo había resucitado, de forma mucho más excitante, de su estrecha cámara, para servirnos a todos de modelo que puede ser estudiado en museos e iglesias. Qué malas notas damos al creador, porque sencillamente estamos aquí y no podemos hacer nada al respecto: ahora todos se mueven, susurran, se mueven hacia el trabajo de sus abdómenes al ritmo de la música pop de Radio 3 o de un disco aún más simple. ¡Con cuánta sangre fría reaccionó Marx a nosotros! Todas las deudas malgastadas que ahora, muy juntos, van a cobrar, ¡quién les diera algo en esta hora! Ni siquiera el del bar del puente, en su oscura pulsión por cobrar más de lo que ha servido en bebidas que él mismo golosea con la cena que ha preparado, mientras Josefa, la pinche de cocina de 86 años, lame los platos, engulle los restos. Siempre queda algo del trabajo, del que dependen como no lo hacen de lo que más quieren. Las mujeres están recién hechas o en conserva. Sí, también ellas desean algo, pero no gimen ya bajo el látigo del tiempo, que les dicta incluso la ropa que han de llevar. Así refunfuñan sus cuerpos gruesos y panzudos, la vida continúa, el marido desaparece de forma permanente en la Muerte, las horas caen al suelo, pero las mujeres se mueven ágilmente por la casa, jamás a salvo de todos los golpes del destino. ¡Cómo se parecen a sus costumbres! Todos los días es lo mismo. Así será mañana. ¡Basta! ¡Basta! Pero el día siguiente aún no ha llegado, el ama de casa todavía no puede entrar a él para ser rematada por aún más trabajo. Ahora descansan sin sentir los unos en los otros, los émbolos descienden, las intrincadas costas de los cuerpos son enfiladas y erradas, sí, caemos, pero no caemos muy hondo, somos tan superficiales como superficial es lo que nos rodea. Si se tratara de lo que ganamos, nos llegaría para comprar zapatos con los que revestir nuestros cansados pies de caminante, pero no más, y nuestros tobillos ya están rodeados por nuestras parejas, que quieren jugar y se consideran triunfos de la baraja, oh espanto, ¡nos vencen realmente! Y la distancia al cielo sigue siendo igual de grande. El pie rápido al estribo del coche, que hemos conseguido con esfuerzo para nuestros cuerpos en forma de trabajo, en una actividad de muchas horas para la fábrica. Nos hemos presentado en la figura del hijo de Dios, y después de muchos años no nos queda más que este subir al más pequeño de los coches medianos, y se nos niega la entrada a la fábrica, cuyo acceso entretanto ha sido levemente modificado por un artista del control, recién llegado a los mandos. ¡Sí, han amortizado nuestro puestecillo, entretanto la fábrica trabaja casi por sí sola, lo ha aprendido de nosotros! Pero antes de que llegue la pobreza y haya que vender el coche queremos volver un par de veces del extranjero. Queremos despilfarrarnos un par de veces dentro de los otros, de esta mesa no nos expulsará ningún pensamiento que se le haya deslizado en la mente a nuestro propietario, ningún traje que nos llame desde una revista, ningún abuso con el que acortemos rápidamente nuestra vida, porque, pobres percherones, teníamos que haber llevado a nuestro prado unos cuantos caballos más de potencia. Y por fin el director ¡ya no es el único que manda! El consorcio, ese busardo, ni siquiera él puede disparar a lo alto como quiere, ¡quién sabe a qué otra bestia daría!
Así que todos tenemos nuestras preocupaciones: a quién amamos y qué podríamos comer.
No se les tendría por falsos en sus sentimientos, sino por verdaderas joyas con las que otros se adornan: Los rebaños de quebrados cuerpos corno los que allí vagan, mejorados (zapatos nuevos), por los caminos de sus pequeños enamoramientos, y se deslizan inquietos en sus habitaciones. Un coro de hombres que con su eco de mil voces envía al padre al aire con el telesilla. Él ha establecido las zonas erógenas con las que la mujer se adorna por la noche, y su trabajo desaparece rápido bajo ellas, antes de que alguien pueda pagarlo como es debido. Confusos, los hombres miran en los agujeros de sus mujeres, abiertos por la vida, sí, miran como si ya supieran que la cajetilla que les esparce el grano desde hace años lleva mucho tiempo vacía, Pero el amor depende de uno. Y mañana temprano habrá que coger el primer autobús, y si tienen que parecerse a su mujer, que depende de ellos y de su corta cartera: ¡Adelante! El trabajo no está esperando en la calle.
También los otros recorren este camino hacia la Muerte. Se acompañan un rato mutuamente, respiran hondo ante la puerta para que les abran. Y allí vienen aún más personas, caídas mutuamente en las ramas más débiles, para enlazar sus miembros. Para estar juntos si tienen que enfrentarse con el capataz. ¡Se tiene que poder hacer algo! Crecer y multiplicarse sería un buen comienzo si uno se pudiera hundir en el surco que la fábrica hace cada día. Y de entre el botín los propietarios eligen lo mejor que han visto cada año en las playas de Rímini y Carola, donde usted, floreciendo exuberante, se ha hundido bajo los cascotes de sus breves amigos.
El director de esta fábrica arrastra a su mujer de vuelta al coche, para reducir la corta pausa laboral con más actividad aún. Provenientes de su emisora, en los oídos de ella resuenan palabras de amor, y ella las recibe pataleando y balbuceando, como las parejas de enamorados sin equipo estéreo que escuchan su música de baile pasada la medianoche. La ventana, en cuya sección vemos uno de esos abigarrados trajes de jogging -igual que los que van a llenarse a los locales, sólo que más pequeño y mínimo-, se mantiene tercamente iluminada. El joven se estira las mangas, cerradas por un puño trenzado, y mira fijamente a esas personas insípidas, completas no obstante en su género, si se tienen en cuenta sus ingresos procedentes de la fábrica humana y su influencia sobre la política del Parlamento regional. ¡Qué estupendo es cantar con los ricos y no tener que pertenecer al coro de su fábrica! ¡Aprender sus costumbres, pero no tener que estar de pie en sus campos y cortarse el pelo en la época de la cosecha! Como pesados toros, los dos coches pacen juntos delante de la casa, y ahora a uno de los animales se le saca parte de las vísceras. La puerta se abre, la lucecita se enciende. Se envían palabras cariñosas a la patria de Gerti. Este padre de familia no ha venido para castigar, sino para consolar y tomar nuevamente posesión, resplandece como una ciudad detrás de sus puertas. No tiene más deseo que su mujer, que le basta, al contrario que a otros, que no pueden dejar de ser sobrios, de cantar y decir qué foto prefieren en los establecimientos pertinentes. ¡Qué activos son en sus explotaciones sexuales, una vez que termina el trabajo! Y fíjese lo que han pescado, estos rodaballos en un estanque de carpas: me parece que a veces la Naturaleza no tiene compasión. El director depende de su mujer, sus amplios callejones le son familiares. Y mientras el silencioso vecino de detrás de la ventana sigue colgando en el aire con su querido catálogo de motocicletas, el director arroja a Gerti sobre los asientos delanteros (antes ha tenido que pulsar un botón, no diré cuál), le sube el vestido a la cabeza y abre violentamente sus nalgas, para poder entrar enseguida en su interior, saltando ese burdo e incompetente dique. Delicadas, las manos amasan los pechos, la lengua silba cordial en oído. Esto ya se ha hecho a menudo, porque una casa gusta de construirse junto a la otra, no para apoyar al vecino, sino para atormentarlo. Sin duda es un poco incómodo, el verano está lejos, la calle apartada, los animales están sabrosos, y todo va a parar a los locales previstos, o por menos no lejos de la diana en la huchita. Como en sueños, este oleaje puede romper y tomar asiento en su apostadero en mitad de la Naturaleza. Por debajo, a la luz del brillo de los prismáticos, los miembros enlazados van de acá para allá entre el trabajo, el dinero y los poderosos, que no gustan de estar solos. Constantemente tienen que acostarse los unos sobre los otros e invertir los unos en los otros. La actividad de los hombres comienza con nuevos objetivos, el clima es frío, y cada vez que el director saca un poco su fornido rabo lanza una vigorosa mirada a su silencioso admirador de la ventana. Para hacerlo, no tiene que torcerse mucho. ¡Quizá ahora el joven también se eche mano! Me parece que lo hará realmente. De cintura para abajo, todos los hombres somos iguales. Es decir, que somos de nuestras mujeres y nos dejamos coger la mano en la calle, sin resistirnos, sin destino. ¡Cojamos sitio! Michael tiene la mano en la parte delantera de sus pantalones de jogging, creo yo, y llena por completo su ropa. El vestido de Gerti ya ha sido totalmente desabotonado y las tetas han saltado fuera, ¡con perdón! Da igual que también salgan los aires del director, en lo más íntimo él tiene en cuenta la solemnidad y la calidad, le perdonamos. Boca abajo, la mujer es presionada contra la tapicería del coche, como si un ligero sueño se ocultara en las sombras del cuero. Sus piernas cuelgan, a derecha e izquierda, por la puerta abierta. ¡Y su marido, ese rugiente nativo al que hemos entregado nuestra patria para que haga papel con ella (de todas formas, los árboles estaban condenados a una fuerte tonsura), se encuentra más en casa aquí de lo que nosotros podríamos estar nunca! Escucho cómo este pájaro grita al cantar. Hace sitio a Gerti y le introduce brutalmente algunos de sus cariñosos dedos. Le habla amablemente, le describe los futuros encuentros que puede ganar. Después, vuelve a caer con estrépito en su agujero. Se retira brevemente y palpa su cetro: ya lo vemos, sus pasos son ilimitados y desmesurados. La mujer es ahora examinada por un perito que prueba sus fuerzas bajo el capó del motor y vuelve a enviar a su pequeño vendedor, más aún, le acompaña personalmente, vamos a columpiar al niño y después cerrar bien detrás de él.
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