Elfriede Jelinek - Deseo

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PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2004
ESTA NOVELA, QUE PROVOCÓ UN NOTABLE ESCÁNDALO EN SU PAÍS EN EL MOMENTO DE SU PUBLICACIÓN, SUPONE UN PRODIGIOSO EJERCICIO NARRATIVO TANTO DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ESTILO COMO DEL ESTRUCTURAL. EL LENGUAJE CRUDO Y PRECISO Y EL ELEVADO TONO ERÓTICO DE DESEO, ROMPE CON TODAS LAS CONVENCIONES DE LO QUE SE HA VENIDO LLAMANDO LA LITERATURA FEMENINA. EL DIRECTOR DE UNA FÁBRICA DE PAPEL, ATEMORIZADO POR LOS PELIGROS DEL SIDA, SE FIJA DE NUEVO EN SU ESPOSA PARA HACER USO DE ELLA COMO DE LAS PROSTITUTAS QUE HABÍA FRECUENTADO HASTA ENTONCES. EN LA CONFORTABLE RESIDENCIA DEL MATRIMONIO SE SUCEDEN UNAS ESCENAS DE EXTRAÑA OBSCENIDAD Y DE VIOLENCIA INUSITADA, BAJO LA MIRADA DE SU PROPIO HIJO, COMO UNA CRÓNICA DE LOS DIFERENTES MECANISMOS POSIBLES DE DOMINACIÓN EN EL SENO DE LA PAREJA. LA MUJER, DESESPERADA, ENCONTRARÁ OTRO AMANTE MÁS JOVEN QUE, A LA POSTRE, LE CONVERTIRÁ EN SU NUEVO VERDUGO.

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Conduzca con cuidado. ¡Quizá aún le quede algo que tales hombres puedan necesitar!

Los animales comienzan a dormir, y Gerti ha arrancado el placer de sí, ha atizado esa pequeña chispa de un mechero de bolsillo, pero ¿de dónde viene la corriente de aire? ¿De ese agujero en forma de corazón? ¿De otro corazón amante? En invierno esquían, en verano llegan mucho más lejos, a la amable luz a la que juegan al tenis, nadan, se desnudan por otras razones o pueden desbordar otros nidos de pasión. Si los sentidos de las mujeres se equivocan un día, se puede estar seguro de que yerrarán también en otras cuestiones, son capaces de cualquier asquerosidad. Esta mujer odia su sexo, del que hace poco que salió.

Los más sencillos callan pronto tras sus jardincillos. Pero esta mujer ya grita por la imagen divina de Michael, que le ha sido anunciada por fotos que se le parecen. Antes, él viajaba veloz por los Alpes. Ahora ella grita y arrastra el chasis de su cuerpo en todas direcciones. La pendiente es pronunciada, pero la inteligente ama de casa planea ya, tumbada, entre gemidos y contracciones, el siguiente encuentro con este héroe, que debe dar sombra a los días cálidos y calentar los fríos. ¿Cuándo podrán encontrarse sin que la pesada sombra del marido de Gerti caiga sobre ellos? ¿Qué pasa con las mujeres? El imperecedero retrato de sus placeres les importa más que el original perecedero, que tendrán que exponer tarde o temprano a la competencia de la vida, cuando, febrilmente encadenadas a su cuerpo, deban mostrarse en público en la pastelería, con un vestido nuevo y un hombre nuevo. Quieren contemplar la imagen del amado, ese hermoso rostro, en el silencio de la pocilga conyugal, apretadas a alguien que de vez en cuando se refugia pesadamente en ellas para no tener que mirarse a sí mismo todo el tiempo. Toda imagen descansa mejor en la memoria que la vida misma, y, abandonadas, hojeamos ociosamente nuestras hojas sonoras y nos sacamos los recuerdos de entre los dedos de los pies: ¡Qué hermoso fue abrirse un día de par en par! Gerti puede incluso cocerse al piano, y presentar al marido sus panecillos recién hechos. Y los niños cantan traialá.

Nos merecemos todo lo que podemos soportar.

En las praderas hace frío. Los inconscientes piensan poco a poco en marcharse a dormir, para perderse por completo. Gerti se aferra a Michael, puede mirar hasta el confín del mundo y no encuentra a nadie como él. Este joven ha podido ilustrarse ya muchas veces en la escuela de la vida, y hay otros ya que se rigen por su aspecto y sus gustos, que siempre rastrean la mercancía auténtica entre las claras falsificaciones. Aquí la mayoría de las casas cuelga inclinadas sobre sus pilastras. Con sus últimas fuerzas, los establos de los animales pequeños se aferran a las paredes. Los que sin duda han oído algo acerca del amor, pero han dejado de llevar a cabo la correspondiente adquisición de bienes, tienen ahora que avergonzarse ante su propia pantalla, en la que un hombre acaba de perder el juego en el que se jugaba el recuerdo que deseaba dejar a sus seguidores y espectadores en sus sillones de televisión favoritos. Sea como sea: tienen el poder de retener la imagen en la memoria o tirarla peñas abajo. Yo no sé, ¿he apretado el gatillo erróneo en el arma del ojo o he tomado el desvío equivocado en el reino de los sentidos?

Michael y Gerti no se cansan de tocarse, cerciorándose de que aún están ahí. Las manos se aferran mutuamente a las bien provistas partes sexuales, que han vestido de fiesta, como para un estreno. Gerti habla de sus sentimientos, y de hasta dónde le seguiría. Michael se sorprende, despertando lentamente, de la mano que ha caído sobre su proyectil. Querría volver a estallar de inmediato: aparta la mano y muestra su remo arrebatador. Tira de los cabellos a la mujer, hasta que ella aletea sobre él como un pajarillo. Enseguida la mujer, despertada de la narcosis sexual, quiere volver a utilizar sin freno la boca para hablar. En vez de eso, tiene que abrirse de par en par y dejar pasar el rabo de Michael al gabinete de su boca. Él penetra en ella, para que su chorro pueda aparecer suavemente. Cogida por el pelo, la mujer golpea contra el firme y fresco vientre de Michael, después su cabeza vuelve a echarse atrás, sólo para deslizarse nuevamente, con el rostro por delante, sobre el cayado de él. Así transcurre un rato, no entendemos que muchos miles de apáticos se revuelquen al mismo tiempo en sus preocupaciones, forzados por el terrible dios en su iluminada fábrica a la constante separación de su amor durante toda la semana. ¡Espero que su destino tenga la cintura ajustable, para que tenga más espacio!

Estos dos quieren derrocharse, porque tienen bastantes reservas de sí mismos. Se alzan en un maremoto, estos seres magníficos y volubles, que tienen en casa los últimos catálogos eróticos. ¡Precisamente aquellos que ya no necesitan todo eso, porque son lo bastante queridos para ellos! Pueden ofrecerse a sí mismos. Se derraman sobre sus presas y diques, porque se afirman desamparados, expuestos a cualquier experiencia que constantemente les ocurra, porque cualquier objetivo les parece bien. De repente, Gerti no puede evitar orinar, al principio tímidamente, después más fuerte. El espacio es demasiado pequeño para su olor. Se sube la falda por encima de los muslos, pero el cinturón se moja un poco. Jugando, Michael pone las manos debajo y coge en el hueco de las mismas algo del chorrito claramente audible. Riendo, se lava con ello la cara y el cuerpo; derriba a la mujer con el puño y muerde sus labios todavía mojados, que exprime con fuerza. Después arrastra a Gerti a su propio charco, en el que la revuelca. Ella tiene los ojos vueltos hacia arriba. Pero allí no hay ninguna bombilla, allí está oscuro, el interior de su cráneo que ríe. Es una fiesta, estamos solos y nos entretenemos con nuestro sexo, nuestro más querido invitado, que no obstante querría ser alimentado todo el tiempo con exquisiteces escogidas. A la mujer se le vuelve a arrancar del cuerpo la falda recién puesta, y se lanza al fondo del heno. Sobre las tablas del suelo, una mancha roma y húmeda como de un ser superior, que nadie ha visto pasar. Como iluminación tan sólo la luz de la Luna, que será tan amable de quedarse, de posarse sobre una amada presencia. Y de retener una amada presencia.

Las pálidas bolsas de los pechos descansan sobre su caja torácica, sólo un niño y un hombre los han necesitado antaño y ahora. Sí, el hombre de casa siempre cuece de nuevo su impetuoso pan del día. También se pueden operar, si a la hora de comer cuelgan hasta la mesa. Han sido hechos para el niño, para el hombre y para el niño que hay en el hombre. Su propietaria sigue lanzándose a su rezumante excremento. Tirita de frío, con los huesos y las articulaciones. Michael muerde con fuerza, burbujeando en las profundidades, en su vello púbico, y tironea y retuerce sus pezones. Enseguida los dones que Dios le ha dado se alzarán en él y querrán ser escupidos, comprimidos rápido en el paquete del rabo y expulsados, ¿o vamos a esperar? Se ve el blanco de los ojos de ella, a la vez se oyen fuertes gritos.

De pronto, el joven tiene miedo de lo íntegramente que podría derrocharse sin desaparecer del todo. Sale una y otra vez de la mujer, sólo para enterrar nuevamente en su cajetín a su libre pajarillo. Ahora ha chupado todo el cuerpo de Gerti, poco después podría ejecutarle el rostro con su lengua, de la que todavía pende el sabor de sus orines. La mujer salta hacia él, muerde. Duele, y sin embargo es también lenguaje, tal como el animal lo entiende. Él levanta su cráneo del suelo, siempre por los cabellos, y le golpea la nuca allá de donde él la ha cogido. Enseguida ella abre la boca, y es explorada a fondo con el pene de Michael. Sus ojos están cerrados. Mediante fuertes rodillazos oblicuos, la mujer es obligada a abrir nuevamente los muslos. Por desgracia esta vez no es del todo nueva, porque ya lo había hecho antes exactamente igual. ¡Ahí estáis por fin dentro de vuestra piel, y vuestra ansia sigue siendo la misma! Es una infinita cadena de repeticiones, que cada vez nos gustan menos, porque los medios y melodías electrónicas nos han acostumbrado a llevar cada día algo nuevo a casa. Michael abre a Gerti a izquierda y derecha, como si quisiera clavarla en cruz, y no, como realmente proyecta, echarla al cesto con las otras prendas raras veces usadas. Mira fijamente su ranura, ahora ya conoce su contenido. Cuando ella se vuelve, porque no soporta sus miradas escrutadoras, apoyadas por unas manos que pellizcan y hurgan, recibe un par de pescozones. Él quiere y puede verlo y hacerlo todo. Muchos detalles no se ven, y, si es que va a haber una próxima vez, habrá que hacer más luz con la linterna antes de salir, transfigurado, de la noche al taller de reparaciones. La mujer debe aprender a soportar las miradas de su señor en su sexo antes de depender demasiado de su rabo, porque allí pende aún mucho más.

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