John Irving - Una mujer difícil

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Nacida para sustituir, en cierto modo, a dos hermanos muertos en un accidente, Ruth Cole vive una infancia muy especial. En el verano de 1958, cuando ella tiene cuatro años, Marion, su madre, tras una tórrida aventura con un jovencito de dieciséis, abandona el hogar. Ruth se queda con su padre, con el que mantiene una relación de amor-odio marcada por la rivalidad. Pero, andando el tiempo, a sus treinta y seis años, Ruth se ha convertido en una mujer atractiva y en una escritora de éxito, y, pese a su personalidad compleja y difícil, cuatro años después no sólo se ha casado, sino que tiene un hijo, enviuda y, por si fuera poco, se enamora por primera vez. Lo que no podía prever era la reaparición de la inquietante Marion…

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Y si su celebridad había disminuido en los Hamptons, lo cierto era que le solicitaban en otras partes. Cada verano seducía por lo menos a una madre durante una conferencia de escritores celebrada en California, a otra en una conferencia en Colorado y a una tercera en Vermont. También era popular en los campus universitarios, sobre todo en universidades estatales de estados lejanos. Con pocas excepciones, las estudiantes actuales eran demasiado jóvenes para que las sedujera incluso un hombre tan atemporal como Ted, pero la soledad de las desatendidas esposas de profesores cuyos hijos, ya adultos, habían emprendido el vuelo, seguía intacta. Aquellas mujeres todavía eran jóvenes para Ted

Entre las conferencias de escritores y los campus universitarios, resultaba sorprendente que, en treinta y dos años, Ted Cole nunca hubiera coincidido con Eddie O'Hare, pero lo cierto era que Eddie había hecho todo lo posible por evitar el encuentro. No era difícil, a decir verdad. Sólo tenía que preguntar quiénes formaban el cuerpo de profesores y quiénes eran los conferenciantes invitados. Cada vez que Eddie oía el nombre de Ted Cole, rechazaba la invitación

Y si las patas de gallo eran una indicación, Ruth temía que se le notara la edad más de lo que se le notaba a su padre. Peor todavía, le preocupaba en grado sumo que la mala opinión que su padre tenía del matrimonio pudiera haber ejercido una impresión perdurable en ella

Cuando cumplió los treinta años, acontecimiento que celebró con su padre y Hannah en Nueva York, Ruth hizo una observación desenfadada, muy rara en ella, sobre el tema de sus escasas y siempre fracasadas relaciones con los hombres

– Bueno, papá-le dijo-, probablemente pensabas que a estas alturas ya estaría casada y podrías dejar de preocuparte por mí.

– No, Ruthie -replicó él-. Cuando te cases es cuando empezaré a preocuparme por ti

– Claro, ¿por qué has de casarte? -terció Hannah-. Puedes tener a todos los hombres que quieras sin casarte

– Todos los hombres son básicamente infieles, Ruthie -le dijo su padre

Ya le había dicho eso otras veces, incluso antes de que ingresara en Exeter, ¡cuando sólo tenía quince años!, pero siempre encontraba un modo de repetirlo, por lo menos un par de veces al año

– Sin embargo, si quiero tener un hijo… -objetó Ruth. Conocía la opinión de Hannah sobre el hijo. Su amiga no quería tenerlo, y Ruth era muy consciente del punto de vista de su padre, según el cual si tienes un hijo has de vivir con el temor constante de que le ocurra algo…, por no mencionar la evidencia de que la madre de Ruth, según él, "no había aprobado el examen de madre"

– ¿Quieres tener un hijo, Ruthie? -le preguntó su padre

– No lo sé.

– Entonces puedes -dijo Hannah

Pero ahora Ruth tenía treinta y seis años y, no le quedaba demasiado tiempo por delante si quería un hijo, Cuando le habló a su padre sobre Allan Albright, Ted puso reparos

– ¿Qué edad tiene? Es doce o quince años mayor que tú, ¿verdad?

(Ted Cole conocía a todo el mundo en el mundillo editorial. Aunque hubiera colgado la pluma, se mantenía informado sobre los aspectos comerciales de la literatura.)

– Allan me lleva dieciocho años, papá -reconoció Ruth-. Pero es como tú, está muy sano

– Me tiene sin cuidado lo sano que esté -replicó Ted-. Si tiene dieciocho años más que tú, se morirá mucho antes, Ruthie. ¿Y si te deja con un niño al que criar? Completamente sola.

La espectral posibilidad de tener que criar ella sola a un hijo la obsesionaba. Sabía lo afortunados que habían sido ella y su padre. Conchita Gómez había criado prácticamente a Ruth, pero Eduardo y Conchita tenían la edad de su padre, con la única diferencia de que aquellos la aparentaban. Si Ruth no tenía pronto un hijo, Conchita sería demasiado mayor para ayudarla a criarlo. Y en cualquier caso, ¿cómo la ayudaría Conchita a criar un bebé? El matrimonio Gómez todavía trabajaba para su padre

Como de costumbre, cuando abordaba el tema del matrimonio y de los hijos, Ruth había empezado la casa por el tejado. Había abordado la cuestión del hijo antes de resolver la de si iba a casarse o con quién lo haría. Y Ruth no tenía a nadie con quien poder hablar de ello, excepto a Allan. Su mejor amiga no quería tener hijos. Hannah era Hannah; y su padre era…, en fin, su padre. Ahora, incluso más que en su infancia, Ruth deseaba hablar con su madre

"¡Que se vaya a hacer puñetas!", pensó. Mucho tiempo atrás había decidido que no buscaría a su madre. Era Marion quien la había abandonado, y a ella le correspondía volver o quedarse para siempre donde estuviera

"¿Qué clase de hombre no tiene amigos?", se preguntó Ruth. En una ocasión acusó de ello directamente a su padre.

– ¡Claro que tengo amigos! -protestó Ted

– ¡Dime los nombres de dos, dime aunque sólo sea el de uno! -le desafió Ruth

Él le sorprendió nombrando a cuatro, nombres desconocidos para ella. Le había mencionado audazmente la lista de sus adversarios actuales en el squash. Los nombres cambiaban cada año, porque los adversarios de Ted invariablemente se hacían demasiado viejos para seguir su ritmo. Sus adversarios del momento tenían la edad de Eddie o eran más jóvenes. Ruth conocía al más joven de todos

Su padre tenía la piscina que siempre había querido y la ducha al aire libre, muy similares a las que describió a Eduardo y a Eddie en el verano de 1958, la mañana siguiente a la partida de Marion. Había dos duchas en una sola casilla de madera, una al lado de la otra, "al estilo de un vestuario", decía Ted

Ruth había crecido viendo hombres desnudos, entre ellos su padre, que salían corriendo de la ducha y se lanzaban a la piscina. A pesar de su inexperiencia sexual, Ruth había visto una gran cantidad de penes. Era tal vez esa imagen, la de hombres desconocidos que se duchaban y bañaban desnudos con su padre, lo que le había impulsado a preguntarle a Hannah si "más grande" era necesariamente "mejor"

El verano anterior Ruth conoció al jugador de squash más joven entre los que contendían con su padre por aquel entonces, un abogado cercano a la cuarentena, llamado Scott. Ella había salido para colgar la toalla de baño y el bañador en el tendedero cerca de la piscina, y allí estaban su padre y su joven contrincante, desnudos después de haber jugado al squash y de ducharse

– Éste es Scott, Ruthie. Mi hija, Ruth…

Nada más verla, Scott se arrojó a la piscina

– Es abogado -añadió su padre, mientras Scott seguía bajo el agua

Entonces, aquel Scott de apellido desconocido emergió en el extremo más alejado de la piscina y se quedó allí, donde el agua no cubría. Era pelirrojo y tenía un físico parecido al de su padre. Ruth pensó que tenía la minga de tamaño mediano.

– Encantado de conocerte, Ruth -le dijo el joven abogado. Su cabello era corto y rizado, y tenía pecas

– El gusto es mío, Scott -replicó Ruth, y volvió al interior de casa

Su padre, todavía de pie al borde de la piscina, le dijo a Scott:

– No me decido a meterme. ¿Está fría? Ayer estaba muy fría.

– Está bastante fría -oyó Ruth que respondía Scott-, pero una vez dentro, te acostumbras enseguida

¡Y aquellos adversarios de su padre en el juego del squash pasaban por los únicos amigos de Ted! Ni siquiera eran buenos jugadores, pues a su padre no le gustaba perder. Normalmente, sus contrarios eran buenos atletas que sólo recientemente se habían iniciado en el juego. En los meses de invierno Ted encontraba a muchos tenistas que deseaban hacer ejercicio. Les gustaban los deportes de raqueta, pero los golpes de squash no son como los de tenis, el squash se juega con la muñeca. En verano, cuando los tenistas volvían a sus pistas, descubrían que su juego se había deteriorado: no se puede jugar al tenis con la muñeca. Entonces Ted podría tener un converso al squash en sus manos

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