Cuando Ruth tenía miedo, le costaba respirar, el miedo la paralizaba. De niña, la presencia repentina de una araña la dejaba inmóvil donde estaba. En una ocasión, detrás de una puerta cerrada, un perro al que no podía ver le ladró, y ella fue incapaz de quitar la mano del pomo
Ahora el pensamiento de que Hannah estaba con su padre la dejó sin aliento. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme simplemente para moverse. Al principio lo hizo con mucha lentitud. Dobló el pequeño sujetador y lo depositó en la maleta abierta de Hannah. Encontró el otro zapato, que estaba debajo de la cama, y colocó el par de zapatos rosa asalmonado al lado de la maleta, donde no podrían pasar desapercibidos. Ruth sabía que dentro de poco las cosas iban a precipitarse, y no quería que, con las prisas, Hannah dejara allí cualquiera de sus pequeños objetos sexuales
Antes de abandonar el dormitorio de su padre, miró la fotografía de sus hermanos muertos en la entrada del edificio principal de la escuela, y pensó que la memoria de Hannah no era tan notable como ella suponía cuando hablaron por teléfono
"Así que Hannah me dejó plantada en la lectura porque estaba jodiendo con mi padre", se dijo. Subió al pasillo del piso superior y se quitó el bañador por el camino. Echó un vistazo a las dos habitaciones para invitados más pequeñas. Las dos camas estaban hechas, pero en una de ellas se percibía la depresión dejada por un cuerpo esbelto, y las almohadas estaban apretujadas en la cabecera. Desde aquella habitación Hannah la había telefoneado, susurrando para no despertar a su padre… después de habérselo tirado
Ahora Ruth estaba desnuda y, con el bañador en la mano, recorrió el pasillo hasta llegar a su habitación. Allí se vistió con unas prendas más de su gusto: tejanos, uno de los buenos sujetadores que le había regalado Hannah y una camiseta negra de media manga. Para lo que se disponía a hacer, quería vestir su uniforme
Entonces Ruth bajó a la cocina. Hannah, que era una cocinera perezosa pero práctica, se había propuesto freír rápidamente unas verduras, había cortado un pimiento rojo y amarillo, echándolo a un cuenco con unos trozos de brécol. Las verduras estaban ligeramente húmedas. Ruth probó una tira de pimiento y comprobó que les había echado sal y azúcar para que exudaran un poco. Recordó que ella le había enseñado a Hannah a hacer eso durante uno de los fines de semana que habían pasado juntas en la casa que Ruth tenía en Vermont, mientras se quejaban de los novios granujas
Hannah también había pelado y reducido a pasta una raíz de jengibre. Había dejado sobre el mármol el wok y el aceite de cacahuete. Ruth echó un vistazo al frigorífico y vio un cuenco de gambas marinadas. Estaba familiarizada con la cena que Hannah iba a preparar, pues ella había servido la misma cena para Hannah y varios de sus amigos en numerosas ocasiones. Lo único que no estaba preparado para cocinarlo era el arroz
Había dos botellas de vino blanco en el frigorífico. Ruth sacó una, la descorchó y se sirvió una copa. Fue al comedor y salió a la terraza. Cuando Hannah y su padre oyeron que la puerta se cerraba, se apresuraron a separarse y nadaron hasta el extremo profundo de la piscina. Habían estado agachados donde no cubría… o bien el padre de Ruth había estado agachado mientras Hannah se mecía en el agua, en su regazo
Allá, en el extremo profundo, rodeadas de azul, sus cabezas eran pequeñas. Hannah parecía menos rubia que de ordinario, su cabello mojado era oscuro, como el de Ted. La espesa y ondulante cabellera del escritor había adquirido una tonalidad gris metálica, generosamente entreverada de blanco; pero en la piscina azul oscuro, su cabello mojado era casi negro
La cabeza de Hannah estaba tan lustrosa como su cuerpo, y Ruth pensó que parecía una rata. Sus pequeños senos oscilaban mientras pedaleaba en el agua. Por la mente de Ruth cruzó una imagen: las tetas de Hannah podrían ser peces de un solo ojo y de movimientos rápidos
– He llegado pronto -empezó a decir Hannah, pero Ruth la interrumpió
– Anoche estabas aquí. Me llamaste después de haber jodido con mi padre. Yo podría haberte dicho que roncaba
– Ruthie, no… -intervino su padre
– Eres tú la que tiene un problema de jodienda, chica -replicó Hannah
– Hannah, no… -dijo Ted.
– La mayoría de los países civilizados tienen leyes -siguió diciendo Ruth-. La mayoría de las sociedades se rigen por normas…
– ¡Eso ya lo sé! -le gritó Hannah. Su rostro pequeño tenía una expresión menos confiada que de costumbre, pero tal vez sólo se debía a que no era una buena nadadora y no movía los pies en el agua con naturalidad
– La mayoría de las familias siguen reglas, papá -le dijo Ruth a su padre-. Y la mayoría de los amigos también -añadió, dirigiéndose a Hannah
– Muy bien, muy bien -replicó Hannah-. Soy la anarquía personificada
– Nunca te disculpas, ¿eh?
– De acuerdo, perdona -dijo Hannah-. ¿Te sientes mejor así?
– Ha sido una casualidad…, no se trata de nada planeado -le explicó Ted a su hija
– Eso debe de ser una novedad para ti, papá -comentó Ruth.
– Nos encontramos por casualidad en la ciudad -corroboró Hannah-. Le vi en la esquina de la Quinta y la Calle 59, junto al Sherry-Netherland. Estaba esperando que el semáforo se pusiera en verde
– No tengo ninguna necesidad de saber los detalles -replicó Ruth
– ¡Siempre eres tan superior! -exclamó Hannah. Entonces empezó a toser-. ¡He de salir de esta jodida piscina antes de que me ahogue!
– También puedes salir de mi casa -le dijo Ruth-. Recoge tus cosas y lárgate
La piscina carecía de escala, porque a Ted no le parecían estéticamente agradables. Hannah tuvo que ir a nado hasta el extremo menos hondo y subir los escalones, pasando por el lado de Ruth
– ¿Desde cuándo es tu casa? -inquirió-. Creía que era de tu padre
– Hannah, no… -repitió Ted
– Quiero que también te marches, papá, quiero estar a solas. He venido a casa para estar contigo y con mi mejor amiga, pero ahora quiero que os marchéis los dos
– Sigo siendo tu mejor amiga, por el amor de Dios -le dijo Hannah mientras se ceñía una toalla
"La ratita escuálida", pensó Ruth
– Y yo todavía soy tu padre, Ruthie -añadió Ted-. No ha cambiado nada
– Lo que ha cambiado es que no quiero veros -replicó Ruth-. No quiero dormir en la misma casa con ninguno de los dos
– Ruthie, Ruthie.
– Ya te lo había dicho, Ted. Es una puñetera princesa, una prima donna. Tú fuiste el primero en consentirla, y ahora la consiente todo el mundo
Así pues, también habían hablado de ella.
– Hannah, no… -volvió a decir el padre de Ruth
Pero ella entró en la casa y dejó que se cerrara bruscamente la puerta mosquitera. Ted siguió pedaleando en el agua, en el extremo profundo de la piscina. Podía pasarse así el día entero
– Tenía mucho de qué hablar contigo, papá -le dijo su hija
– Todavía podemos hablar, Ruthie. No ha cambiado nada -dijo
Ruth había apurado el vino. Miró la copa vacía y entonces la arrojó a la cabeza oscilante de su padre. No le alcanzó, ni mucho menos, y la copa se hundió en el agua, intacta y danzando, como una zapatilla de ballet, hacia el fondo de la piscina
– Quiero estar sola -volvió a decirle a su padre-. Querías joder con Hannah, ¿no?… Pues ahora puedes marcharte con ella. Vamos… ¡vete con Hannah!
– Lo siento, Ruthie -dijo su padre, pero Ruth entró en la casa y le dejó allí, pedaleando en el agua
Ruth estaba en la cocina. Las rodillas le temblaban un poco mientras lavaba el arroz y lo dejaba escurrirse en un colador, y pensaba que probablemente había perdido el apetito. Fue un alivio para ella que su padre y Hannah no intentaran hablarle de nuevo
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