Pero Ruth no había tenido ninguna experiencia que le permitiera hacer una comparación. El acto no le pareció ni muy largo ni muy corto. Su principal motivación era superar la experiencia, "haberlo hecho" por fin. No sentía nada
Así pues, Ruth supuso que en Suecia eso era propio de la etiqueta sexual y dijo también "ol", aunque no se estaba corriendo
Cuando Per se retiró de ella, pareció decepcionado al ver la escasa cantidad de sangre. Esperaba que una virgen sangrara mucho. Ruth supuso que eso significaba que la experiencia había sido inferior a sus expectativas
Desde luego, fue inferior a las de Ruth. Menos diversión, menos pasión, incluso menos dolor de lo que había esperado. Todo había sido menos. Resultaba difícil imaginar el motivo de los vehementes grititos de Hannah Grant que ella había oído durante años
Pero lo que Ruth Cole aprendió de su primera experiencia sexual en Suecia fue que las consecuencias del sexo suelen ser más memorables que el mismo acto. Para Hannah no había ninguna consecuencia que considerase digna de recordar. Ni siquiera sus tres abortos le habían disuadido de repetir el acto una y otra vez, el cual parecía tener mucha más importancia para ella que sus posibles consecuencias
Por la mañana, cuando los padres de Per regresaron a casa, mucho antes de lo previsto, Ruth se hallaba sola y desnuda en la cama del matrimonio. Per se estaba duchando cuando la madre entró en la habitación y se puso a hablar en sueco con Ruth
Aparte de que no entendía a la mujer, Ruth no encontraba sus ropas, y tampoco Per podía oír el tono cada vez más alto de su madre por encima del sonido de la ducha
Entonces el padre del muchacho entró en el dormitorio. A pesar de la decepción de Per por lo poco que Ruth había sangrado, ella vio que había manchado la toalla extendida sobre la cama. (Previamente había tomado todas las precauciones posibles para no manchar las sábanas.) Ahora, mientras procuraba cubrirse a toda prisa con la toalla manchada de sangre, era consciente de que los padres de Per habían visto no sólo su desnudez sino también su sangre
El padre del joven, un hombre de semblante severo, no chistó, pero miraba a Ruth con una fijeza tan implacable como la creciente histeria de su esposa
Fue Hannah quien ayudó a Ruth a encontrar sus prendas de vestir, y también tuvo la presencia de ánimo necesaria para abrir la puerta del baño y gritarle a Per que saliera de la ducha
– ¡Dile a tu madre que deje de gritar a mi amiga! -le dijo a voz en cuello, y entonces gritó también a la madre de Per ¡Grítale a tu hijo, no a ella, pendejo de mierda!
Pero la madre de Per no podía dejar de gritarle a Ruth, y Per era demasiado cobarde, o estaba demasiado fácilmente convencido de que Ruth y él habían hecho algo reprobable, para oponerse a su madre
En cuanto a Ruth, era tan incapaz de efectuar un movimiento decisivo como de decir algo coherente. Permaneció muda mientras dejaba que Hannah la vistiera, como si fuese una niña
– Pobrecilla -le dijo Hannah-. Qué desgracia de polvo para ser el primero. Normalmente acaba mejor
– El sexo ha estado bien -musitó Ruth
– ¿Solamente "bien"? -replicó Hannah-. ¿Has oído eso, picha floja? -le gritó a Per-. Dice que sólo has estado "bien". Entonces Hannah observó que el padre de Per seguía mirando fijamente a su amiga, y le gritó:
– ¡Eh, tú, capullo! ¿Te gusta mirar como un bobo o qué?
– ¿Quieren que les pida un taxi para usted y su compañera? -le preguntó el padre de Per en un inglés mejor que el de su hijo
– Si me comprendes -replicó Hannah-, dile a la zorra insultante de tu mujer que deje de gritar a mi amiga, ¡que abronque al pajillero de tu hijo!
– Mire, señorita -le dijo el padre de Per-, desde hace años mis palabras no surten ningún efecto discernible en mi esposa
Ruth recordaría siempre la majestuosa tristeza del caballero sueco mejor de lo que recordaría al cobarde Per. Y mientras la contemplaba desnuda, no fue lujuria lo que Ruth vio en sus ojos, sino la paralizante envidia que le tenía a su afortunado hijo
En el taxi, de regreso a Estocolmo, Hannah le preguntó a Ruth:
– ¿No era sueco el padre de Hamlet? Y también la zorra de su madre… y el tío malvado, supongo, por no mencionar a la chica idiota que se ahoga. ¿No eran todos ellos suecos?
– No, eran daneses -replicó Ruth
Experimentaba una sombría satisfacción porque seguía sangrando, aunque sólo fuese un poco
– Suecos, daneses…, ¿qué más da? -dijo Hannah-. Todos son unos gilipollas
Siguieron hablando en esta vena, y al cabo de un rato Hannah dijo a su amiga:
– Siento que tu revolcón sólo haya estado "bien"… El mío ha sido estupendo. Tenía la minga más grande que he visto hasta ahora -añadió
– ¿Por qué cuanto más grande mejor? -le preguntó Ruth-. No he mirado la de Per -admitió-. ¿Tenía que haberlo hecho?
– Pobre criatura, pero no te preocupes. La próxima vez no te olvides de mirarla. En fin, lo importante es lo que te hace sentir
– Supongo que me ha hecho sentir bien -dijo Ruth-. Sólo que no es lo que había esperado
– ¿Esperabas que fuese mejor o peor?
– Creo que esperaba las dos cosas
– Eso ya te ocurrirá -replicó Hannah-. No te quepa la menor duda. Será peor y mejor
Al menos en ese aspecto, Hannah había tenido razón. Por fin Ruth logró dormirse de nuevo
Ted a los setenta y siete años
Desde luego, no parecía tener más de cincuenta y siete. No era tan sólo porque la práctica del squash le mantenía en forma, aunque a Ruth le preocupaba que el cuerpo musculoso y macizo de su padre, que era el prototipo de su propio cuerpo, hubiera llegado a ser inevitablemente para ella el modelo de la figura masculina. Ted había conservado unas proporciones más bien pequeñas. (Alían, además del hábito de meter la mano en los platos ajenos, tenía el problema de su talla y su volumen: era mucho más alto y algo más pesado que los hombres a los que Ruth prefería en general.)
Pero la teoría de Ruth sobre el éxito con que su padre mantenía a raya a la vejez no tenía nada que ver con su buena forma física y su talla. La frente de Ted carecía de arrugas y no tenía bolsas bajo los ojos. Las patas de gallo de Ruth eran casi tan marcadas como las de él. La piel de la cara de su padre era tan suave y estaba tan limpia que podría ser la cara de un muchacho que hubiera empezado a afeitarse o que sólo necesitara hacerlo un par de veces a la semana
Desde que Marion le abandonara y, mientras vomitaba tinta de calamar en el water, se jurase a sí mismo que no tomaría más licores fuertes (sólo bebía cerveza y vino), Ted dormía tan profundamente como un niño. Y a pesar de lo mucho que había sufrido por la pérdida de sus hijos y, más adelante, por la de sus fotografías, el sufrimiento parecía haberse mitigado. ¡Tal vez el don más irritante de aquel hombre era su capacidad de dormir bien y durante largo tiempo!
En opinión de Ruth, su padre era una persona sin conciencia y sin las inquietudes habituales; un ser humano que desconocía la tensión. Como Marion había observado, Ted no hacía casi nada; en calidad de autor e ilustrador de libros infantiles, había triunfado mucho tiempo atrás, nada menos que en 1942, superando sus pequeñas ambiciones. Llevaba años sin escribir nada, pero no tenía necesidad de hacerlo. Ruth se preguntaba si alguna vez había querido realmente hacerlo
El ratón que se arrastra entre las paredes, La puerta del suelo, Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido…, no había ninguna librería del mundo (con una sección infantil aceptable) que no tuviera en existencia los libros de Ted Cole. Había también videos, que consistían en la animación de los dibujos de Ted. Lo único que hacía ahora era dibujar
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