– Ya era hora de que esta autora escribiera otra novela -le dijo el sargento Hoekstra a la dependienta
Todos los empleados de la Athenaeum conocían a Harry. Su aprecio por las novelas de Ruth Cole les era casi tan familiar como el chismorreo de que el sargento Hoekstra había conocido allí a más mujeres, mientras ojeaba libros, que en ninguna otra parte. A los empleados de la librería les gustaba bromear con él. No dudaban de su afición a leer libros de viaje y novelas, pero se divertían diciéndole lo que sospechaban, que iba allí no sólo a leer
Mi último novio granuja, que Harry compró en inglés, tenía un título atroz en holandés, Mijn laatste slechte vriend. La empleada que atendió en esa ocasión a Harry, y que era una profesional muy experta, le explicó las posibles razones por las que Ruth Cole había necesitado cinco años para escribir un libro que no parecía muy largo
– Es su primera novela en primera persona -empezó a decir la joven-. Y parece ser que tuvo un hijo hace unos años
– No sabía que estuviera casada -dijo Harry, mientras contemplaba con más atención la foto de Ruth en la sobrecubierta. Se dijo que no parecía casada
– Su marido murió hace cosa de un año -le informó la empleada
Así pues, Ruth Cole debía de estar viuda. El sargento Hoekstra examinó la foto de la autora. Sí, tenía más aspecto de viuda que de casada. Había en sus ojos un aire de tristeza, o tal vez tenían algún defecto. La mujer miraba a la cámara con recelo, como si su inquietud fuese incluso más permanente que su aflicción
La novela anterior de Ruth Cole trataba de una viuda, ¡y ahora ella también lo era!
Harry pensó que un problema de las fotos de los autores es que éstos siempre afectan una pose y no saben qué hacer con las manos. Unos las tienen entrelazadas, otros se cruzan de brazos, algunos meten las manos en los bolsillos. En esas fotos no faltan las manos en el mentón y en el aire. Harry pensaba que deberían tener las manos a los costados o en el regazo
El otro problema que presentaban las fotos de autores era que a menudo no constaban más que de la cabeza y los hombros. Harry quería verlos de cuerpo entero. En el caso de Ruth, uno ni siquiera podía verle los pechos
En sus días de asueto, al salir de la Athenaeum, Harry solía sentarse a leer en un café del Spui, pero se sentía inclinado a leer en casa la novela de Ruth Cole
¿Qué más podía desear? ¡Una nueva novela de Ruth Cole y dos días de fiesta!
Cuando llegó a la parte del relato en que aparecen la mujer mayor y el hombre joven, se sintió decepcionado. Harry tenía casi cincuenta y ocho años, y no le apetecía leer sobre la relación entre una treintaañera y un hombre más joven que ella. No obstante, le intrigaba que la historia transcurriera en Amsterdam, Y cuando llegó a la parte en que el joven convence a la mujer para pagar a una prostituta a fin de que les permita mirarla mientras está con un cliente… la sorpresa del sargento Hoekstra es imaginable. "En la habitación predominaba el color rojo, y la pantalla de vidrio coloreado de rojo de la lámpara la enrojecía aún más", había escrito Ruth Cole. Harry sabía en qué habitación pensaba
"Estaba tan nerviosa que no servía para nada -escribía Ruth Cole-. Ni siquiera pude ayudar a la prostituta a colocar los zapatos con las puntas hacia fuera. Tomé sólo uno de los zapatos y lo dejé caer enseguida. Ella me reconvino por ser semejante incordio para ella, y me pidió que me escondiera detrás de la cortina. Entonces alineó los zapatos restantes a cada lado de los míos. Supongo que mis zapatos se movían un poco, porque estaba temblando."
A Harry no le resultó difícil imaginarla temblando. Puso un punto entre las páginas donde había interrumpido la lectura. Terminaría la novela al día siguiente. Ya eran altas horas de la noche, pero ¿qué importaba? Tenía libre el día siguiente
El sargento Hoekstra montó en su bicicleta y recorrió la distancia desde el oeste de Amsterdam hasta De Wallen en muy poco tiempo. Había recortado la foto de la sobrecubierta del libro, pues no había ningún motivo para que nadie más supiera quién era su testigo
Encontró primero a las dos mujeres gordas de Ghana, y al mostrarles la foto tuvo que recordarles a la misteriosa mujer de Estados Unidos que se detuvo en el Stoofsteeg y les preguntó de dónde eran
– Eso pasó hace mucho tiempo, Harry -dijo una de las mujeres
– Cinco años -precisó el sargento-. ¿Es ella?
Las prostitutas de Ghana miraron con detenimiento la fotografía
– No se le ven los pechos -comentó una de ellas.
– Sí, tenía unos pechos bonitos -dijo la otra.
– Bueno, ¿es ella? -insistió Harry
– ¡Han pasado cinco años, Harry -exclamó la primera.
– Sí, es demasiado tiempo -dijo la otra
Entonces Harry encontró a la prostituta tailandesa joven y fornida del Barndesteeg. La mayor, la sádica, dormía, pero de todos modos Harry confiaba más en el juicio de la prostituta joven
– ¿Es ella? -preguntó de nuevo
– Podría ser -dijo lentamente la tailandesa-. Recuerdo mejor al chico
En el Gordijnensteeg, dos policías más jóvenes y uniformados disolvían a un grupo de personas que estaban discutiendo ante los escaparates de los ecuatorianos. Siempre había riñas en la zona de los travestidos ecuatorianos. Al año siguiente los deportarían a todos, como había sucedido en Francia unos años atrás
Cuando vieron al sargento Hoekstra, los policías jóvenes parecieron sorprendidos, pues sabían que tenía la noche libre. Pero Harry les dijo que había ido a resolver cierto asunto con el hombre que tenía unos pechos del tamaño de pelotas de béisbol y duros como piedras. El travestido ecuatoriano exhaló un hondo suspiro cuando vio la foto de Ruth Cole
– Es una lástima que no se le vean los pechos -comentó-. Los tenía bonitos
– ¿Estás seguro de que es ella? -le preguntó Harry.
– Parece mayor -dijo el travestido, decepcionado
Harry sabía que era mayor, que había tenido un hijo y su marido estaba muerto. Varios motivos explicaban que Ruth Cole pareciera mayor
No pudo encontrar a la prostituta jamaicana que había tomado a Ruth del brazo para llevarla fuera del Slapersteeg, la que dijo que la testigo de Harry tenía el brazo derecho fuerte para ser una mujer tan menuda. Harry se preguntaba si sería algo así como una atleta
A veces la prostituta jamaicana estaba ausente durante una semana o más tiempo. Debía de tener una segunda vida que le creaba dificultades, tal vez en Jamaica. Pero no importaba, de todos modos Harry no necesitaba verla
Finalmente fue pedaleando a la Bergstraat. Allí tuvo que esperar a que Anneke Smeets terminara con un cliente. Rooie había legado en su testamento a Anneke la habitación con escaparate de la que era propietaria. Eso hubiera podido ayudar a la joven con sobrepeso a prescindir de la heroína, pero el lujo de poseer la habitación de Rooie había perjudicado en gran manera el equilibrio dietético de Anneke, y estaba tan gorda que ya no podía ponerse el top de cuero
– Quiero entrar -le dijo Harry a Anneke, aunque generalmente prefería hablarle en la calle, pues nunca le había gustado el olor de la joven
La noche estaba ya muy avanzada, y el olor de Anneke era espantoso cuando se disponía a cerrar la habitación y volver a casa
– Vaya, Harry, ¿es una visita profesional? -le preguntó la joven obesa-. ¿Se trata de tu profesión o de la mía?
El sargento Hoekstra le mostró la foto de la autora.
– Sí, es ella -dijo Anneke-. ¿Quién es?
– ¿Estás segura?
– Claro que estoy segura. No hay duda de que ¿por qué la buscas? Ya has descubierto al asesino.
– Buenas noches, Anneke -le dijo Harry
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