Jeffrey Eugenides - Las vírgenes suicidas

Здесь есть возможность читать онлайн «Jeffrey Eugenides - Las vírgenes suicidas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las vírgenes suicidas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las vírgenes suicidas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Sin embargo, esto es como querer apresar el viento. La esencia de los suicidios no era la tristeza ni el misterio, sino simplemente el egoísmo. Las hermanas Lisbon quisieron hacerse cargo de decisiones que conviene dejar en manos de Dios. Se convirtieron en criaturas demasiado poderosas para vivir con nosotros, demasiado ególatras, demasiado visionarias, demasiado ciegas. Lo que persistía detrás de ellas no era la vida, que supera siempre a la muerte natural, sino la lista más trivial de hechos mundanos que pueda imaginarse: el tictac de un reloj de un pared, las sombras de una habitación a mediodía y la atrocidad de un ser humano que sólo piensa en sí mismo. Su cerebro se hizo opaco a todo y sólo fulguró en puntos precisos de dolor, daños personales, sueños perdidos. Todos amábamos a alguna, pero iba empequeñeciéndose en un inmenso témpano de hielo, que se encogía hasta convertirse en un punto negro y agitaba unos brazos diminutos sin que oyéramos su voz. Después ya fue la cuerda alrededor de la viga, la píldora somnífera en la palma de la mano con una larga línea de la vida, la ventana abierta de par en par, el horno de gas, lo que fuera. Nos hacían partícipes de su locura, porque no podíamos hacer otra cosa que seguir sus pasos, repensar sus pensamientos, comprobar que ninguno confluía en nosotros. No nos cabía en la cabeza aquel vacío que podía sentir un ser capaz de segarse las venas de las muñecas, aquel vacío y aquella calma tan grandes. Teníamos que embadurnarnos la boca con sus últimas huellas, las marcas de barro en el suelo, las maletas apartadas de un puntapié, teníamos que respirar una y otra vez el aire de las habitaciones donde se habían matado. A fin de cuentas, daba igual que la edad que tuviesen, el que fueran tan jóvenes, lo único que importaba era que las habíamos amado y que no nos habían oído cuando las llamábamos, que seguían sin oírnos ahora, aquí arriba, en la casa del árbol, con nuestro escaso cabello y nuestra barriga, llamándolas para que salgan de aquellas habitaciones donde se habían quedado solas para siempre, solas en su suicidio, más profundo que la muerte, y en las que ya nunca encontraremos las piezas que podrían servir para volver a unirlas.

Las vírgenes suicidas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las vírgenes suicidas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Recibía cartas decoradas con diez tipos diferentes de labios (el perfil de los labios es tan peculiar como el de las huellas dactilares) y se demoraba en el estudio de los mismos, debido a que eran muchas las chicas que retozaban con él en la cama. Perdía el tiempo bronceándose en una colchoneta en la piscina de su casa, cuyas dimensiones eran las de una bañera. Las chicas no se equivocaban al escoger a Trip, porque era el único que sabía mantener la boca cerrada. Trip Fontaine tenía la discreción natural de los grandes amantes, seductores más importantes que Casanova por el simple hecho de no haber dejado tras de sí doce volúmenes de memorias y porque nadie conoce su identidad. Ni en el campo de fútbol ni, desnudo, en el vestuario, Trip Fontaine habló una sola vez de los trozos de pastel, cuidadosamente envueltos en papel de aluminio, que aparecían en su armario, ni tampoco de las cintas para el pelo que ataba a la antena del coche, ni tan siquiera de la zapatilla de tenis que colgaba sujeta con el machucado cordón en el espejo retrovisor y en la punta de la cual se leía la siguiente nota: «La razón es el amor: amor. Para eso sirves, Trip».

En los pasillos comenzaba a resonar su nombre murmurado a media voz. Mientras nosotros nos referíamos a él llamándole el Tripero, las chicas no hablaban más que de Trip, Trip, su único tema de conversación, y, cuando fue elegido «el más guapo», «el mejor vestido», «el chico con más personalidad» y «el mejor atleta» (pese a que ninguno de nosotros, por despecho, le había dado el voto y, dicho sea de paso, tampoco había para tanto), comprendimos hasta qué punto las chicas estaban pirradas por él. Hasta nuestras propias madres hablaban de lo bien parecido que era, lo invitaban a cenar y parecía que ni advirtiesen que llevaba el pelo largo y sucio. No tardó en vivir como un pachá y en aceptar el homenaje tributado a la colcha de su cama, de tejido sintético: algún que otro billete sisado del bolso de una madre, bolsitas con droga, anillos de graduación, obsequios de Rice Krispie envueltos en papel parafinado, frasquitos de nitrito amílico, botellas de Asti Spumante, quesos variados importados de Holanda, ocasionalmente la colilla de un porro. Las chicas le traían resúmenes pasados a máquina y con notas a pie de página para las pruebas trimestrales, un trabajo que se tomaban para que Trip no tuviera que hacer otra cosa que leer una sola página de cada libro. Con el tiempo, y gracias a la generosidad de los regalos que recibía, consiguió reunir un museo de «Grandes Porros del Mundo», cuyas muestras guardaba en un frasco vacío de especias colocado en un estante de la librería, desde la Blue Hawaiian a la Panama Red, pasando por las muchas paradas de los oscuros territorios comprendidos entre ambos, y una de las cuales tenía la apariencia y el olor de una alfombra. No sabíamos mucho de las chicas que iban a ver a Trip Fontaine, sólo que conducían su propio coche y que siempre sacaban algo del maletero. Pertenecían al tipo de las que llevan pendientes de esos que tintinean, las puntas del cabello decoloradas y zapatos con tacón de corcho sujetos con tiras en los tobillos. Transportaban cuencos de ensalada cubiertos con servilletas estampadas y cruzaban el jardín con las piernas abiertas, mascando chicle y sonriendo. Arriba, ya en la cama, daban a Trip de comer en la boca, luego se la limpiaban con la sábana, dejaban los cuencos en el suelo y por fin se fundían entre sus brazos. De vez en cuando, al entrar o salir del dormitorio de Donald, el señor Fontaine recorría el pasillo, si bien lo escabroso de su propia conducta le impedía hacer especulaciones sobre los susurros que se oían al otro lado de la puerta de la habitación de su hijo. Padre e hijo vivían en la casa como camaradas; a veces, por la mañana, tropezaban el uno con el otro en el pasillo y se echaban mutuamente la culpa de que no quedara café, pese a lo cual por la tarde se bañaban juntos en la piscina y alborotaban un rato, como compatriotas en busca de un poco de pasión sobre la tierra.

Padre e hijo lucían el bronceado más deslumbrante de toda la ciudad. Ni siquiera los albañiles italianos, que trabajan al sol día tras día, llegaban a conseguir aquel tono caoba. Al atardecer, tanto la piel del señor Fontaine como la de Trip adquirían una coloración casi azulada y, cuando se liaban la toalla a la cabeza a modo de turbante, parecían Krishnas gemelos. La pequeña piscina circular, situada sobre el nivel del terreno, lindaba con la cerca de atrás y a veces, con sus chapuzones, empapaban al perro de los vecinos. Embadurnados de aceite para bebés, el señor Fontaine y Trip sacaban las colchonetas con respaldo y soporte para las bebidas y se abandonaban al tibio cielo del norte como si estuvieran en la Costa del Sol. Solíamos observarlos mientras adquirían progresivamente el color del betún. Sospechábamos que el señor Fontaine se teñía el cabello de rubio, aparte de que tenía unos dientes tan esplendorosos que hasta molestaba mirarlos. En las fiestas, muchas chicas de ojos extraviados se nos arrimaban por el simple hecho de que éramos amigos de Trip aunque, al cabo de un rato, nos dábamos cuenta de que estaban tan aturdidas en brazos del amor como nosotros. Cierta noche, cuando Mark Peters salía del coche, notó que alguien le agarraba la pierna. Al bajar los ojos vio a Sarah Sheed, que le confesó que estaba tan loca por Trip que no podía andar siquiera. Todavía no se le ha borrado el pánico que sintió al ver a aquella chica tan fuerte y tan sana, famosa por el tamaño de sus senos, caminando como una tullida por la hierba cubierta de rocío.

Nadie sabía cómo se habían conocido Trip y Lux, ni qué se decían, ni si la atracción era mutua. Incluso muchos años después Trip se mostró reticente sobre el asunto, consecuente con la promesa de fidelidad que había hecho a las cuatrocientas dieciocho muchachas y mujeres adultas con las que se había acostado durante su larga carrera. La única cosa que nos dijo fue:

– No me he recuperado nunca de aquella chica, ¡nunca!

En el desierto, entre convulsión y convulsión, estaba claro que sus ojos, a pesar de aquellas ojeras amarillentas que le daban un aire enfermizo, miraban hacia dentro, fijos en tiempos mejores. Poco a poco, tras presiones incesantes y gracias en parte a la necesidad de hablar sin parar que tienen los yonquis, conseguimos reconstruir la historia de aquel amor.

Comenzó el día en que Trip Fontaine asistió a una clase de historia equivocada. Como tenía por costumbre, durante la clase de estudio de la quinta hora fue a su coche para fumarse el porro que se administraba con la misma regularidad con que Peter Petrovich, el diabético, tomaba insulina. Petrovich comparecía tres veces al día en el consultorio de la enfermera para ponerse las inyecciones, sirviéndose él mismo de la aguja hipodérmica como el más cobarde de los yonquis, aunque después de chutarse a lo mejor daba un concierto de piano en el auditorio con un arte sorprendente, como si la insulina fuera el elixir del genio. También Trip Fontaine se metía tres veces al día en el coche, a las diez y cuarto, a las doce y cuarto y a las tres y cuarto, como si, igual que Petrovich, un reloj de pulsera le avisara de que era el momento de tomar la dosis. Estacionaba siempre su Trans Am en el extremo más alejado del aparcamiento, de cara a la escuela por si se acercaba algún profesor. El capó ranurado del coche, el techo reluciente y la cola curvada le daban el aspecto de un escarabajo aerodinámico. Aunque el paso del tiempo había empezado a estropear los acabados dorados, Trip había repintado las deportivas franjas negras y abrillantado los tapacubos dentados que parecían armas. Dentro, los asientos cóncavos tapizados de cuero presentaban las típicas manchas de sudor: era perfectamente visible el lugar donde el señor Fontaine había descansado la cabeza durante los embotellamientos de tráfico y, debido a los productos químicos con los que se rociaba el cabello, había transformado el marrón del cuero en un tono morado claro. Aún flotaba en el aire la leve fragancia del ambientador Boots and Saddle, pese a que ahora el coche estaba más impregnado del olor a almizcle y a porro. Las puertas del coche cerraban herméticamente y Trip solía decir que en su coche se podía volar a gran altura porque respirabas todo el humo que se quedaba dentro. Trip Fontaine se pasaba los descansos del zumo y de la comida y los ratos de estudio inmerso en aquel baño de vapor. Quince minutos después, al abrir la puerta, salía el humo como vomitado por una chimenea, dispersándose y formando volutas a los acordes de la música -generalmente Pink Floyd o Yes-, que Trip dejaba en marcha mientras comprobaba el motor y sacaba brillo el capó (ya que éstas eran las razones que alegaba para sus viajes al aparcamiento). Una vez cerrado el coche, Trip se iba detrás de la escuela para airear la ropa. Tenía escondida una caja de pastillas de repuesto en el agujero de un árbol conmemorativo (plantado en memoria de Samuel O. Hastings, graduado de la promoción de 1918). Las chicas lo observaban desde las ventanas del aula, sentado debajo del árbol, solitario e irresistible, con las piernas cruzadas igual que un indio y, antes aun de que se pusiese de pie, ya imaginaban las leves manchas de humedad que se habrían formado en sus nalgas. Siempre hacía lo mismo: Trip Fontaine se levantaba muy erguido, se ajustaba la montura de sus gafas de aviador, se echaba el cabello hacia atrás, cerraba la cremallera del bolsillo de la chaqueta de cuero y echaba a andar con el movimiento implacable de sus botas. Recorría la avenida de árboles conmemorativos, atravesaba el jardín de atrás de la escuela, pasaba junto a los parterres de hiedra y entraba en el edificio por la puerta trasera.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las vírgenes suicidas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las vírgenes suicidas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Jeffrey Eugenides - Middlesex
Jeffrey Eugenides
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga - Las vírgenes energúmenas
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
Ignacio Pérez Cerón - Márgenes de error
Ignacio Pérez Cerón
Javier Herreros - Las huellas imborrables
Javier Herreros
Diane Jeffrey - Diane Jeffrey Book 3
Diane Jeffrey
Jeffrey Eugenides - Fresh Complaint
Jeffrey Eugenides
Jeffrey Eugenides - The Virgin Suicides
Jeffrey Eugenides
Отзывы о книге «Las vírgenes suicidas»

Обсуждение, отзывы о книге «Las vírgenes suicidas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x