Orhan Pamuk - Me Llamo Rojo

Здесь есть возможность читать онлайн «Orhan Pamuk - Me Llamo Rojo» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Me Llamo Rojo: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Me Llamo Rojo»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Me llamo Rojo nos introduce en el esplendor y la decadencia del Imperio Turco, una potencia que llegó hasta las puertas de Viena. Viajamos hasta el siglo XVI, el sultán desea inmortalizar su figura en un lienzo, pero la ley islámica lo prohíbe. La tentación vence y cuatro artistas trabajarán en secreto, elaborando un libro lleno de imágenes nunca antes pintadas. Hasta que uno de ellos desaparece.

Me Llamo Rojo — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Me Llamo Rojo», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

ni son iguales los vivos y los muertos.

Por un instante sentí un estremecimiento pensando en la suerte que habían corrido Maese Donoso, el Tío y mi hermano el cuentista, asesinado esta noche. ¿Tenían los otros tanto miedo como yo? Durante un rato nadie se movió. Cigüeña sostenía en sus manos mi cuaderno todavía abierto pero era como si no viera la indecencia que yo había pintado a pesar de que aún la estábamos mirando.

– A mí me gustaría pintar el Día del Juicio -dijo Cigüeña-. La resurrección de los muertos y la separación de los justos de los malvados. Pero ¿por qué no podemos ilustrar nuestro Sagrado Corán?

Eso era lo que hacíamos cuando éramos jóvenes, cuando trabajábamos juntos en la misma habitación; a veces levantábamos la mirada de las mesas de trabajo y de los atriles, como hacían los maestros ancianos para descansar la vista, e iniciábamos una conversación sobre cualquier tema que se nos hubiera venido de repente a la cabeza. Y, justo como hacíamos ahora mirando el cuaderno abierto que teníamos delante, tampoco entonces nos mirábamos mientras hablábamos de aquellas cosas que de repente nos brotaban del corazón. Porque para descansar la vista volvíamos la mirada hacia la ventana que se abría al exterior. Fuera por haber recordado la belleza de los días felices en que era aprendiz, por los sinceros remordimientos que sentía en ese instante porque hacía mucho que no abría el Sagrado Corán para leerlo, o por el horror del asesinato del que había sido testigo aquella noche en el café, no lo sé, cuando me llegó a mí el turno de hablar tenía la mente confusa, mi corazón se había acelerado como si me enfrentara a un peligro y, como no se me venía otra cosa a la cabeza, dije sin pensar:

– A mí me gustaría ilustrar aquellas aleyas que hay al final de la azora de la Vaca y que vienen a decir lo siguiente, ¿os acordáis de ellas?: «Señor, no nos juzgues por lo que hemos olvidado ni por nuestros errores. Dios mío, no nos cargues con pesos que no podamos soportar, como a los que nos han precedido. ¡Perdónanos y absuélvenos de nuestras culpas y pecados! Compadécete de nosotros, Señor» -mi voz se quebró por un instante y me avergoncé de las lágrimas que me habían brotado de una manera totalmente inesperada. Quizá porque temía el sarcasmo que en nuestros años de aprendizaje siempre teníamos listo para protegernos y para no demostrar nuestra sensibilidad.

Creí que mis lágrimas se aplacarían rápidamente pero no pude contenerme y comencé a llorar a moco tendido. Mientras lloraba podía notar que se apoderaba de cada uno de los demás una sensación de fraternidad, de hundimiento y de destino compartido. A partir de ahora en el taller de Nuestro Sultán sólo se pintaría a la manera de los francos, las formas y los libros a los que habíamos entregado nuestras vidas se olvidarían poco a poco y, en el caso de que los erzurumíes no nos atraparan y nos dieran una buena paliza, los torturadores del Sultán nos dejarían lisiados… Pero mientras lloraba, de la misma forma que podía seguir escuchando el triste golpetear de la lluvia entre mis hipidos y mis suspiros, podía sentir con un rincón de mi mente que no era nada de aquello lo que me hacía llorar. ¿Hasta qué punto se daban cuenta los demás de aquello? Por un lado lloraba sinceramente y por otro sentía una vaga culpabilidad por no hacerlo del todo de veras.

Mariposa se me acercó, me puso la mano en el hombro, me acarició el pelo, me besó en la mejilla y me dijo palabras dulces. Aquella demostración de amistad me hizo llorar con aún mayor sinceridad y sentimiento de culpabilidad. No podía mirarlo a la cara pero, por algún extraño motivo, me dejé llevar por la errónea opinión de que él también estaba llorando. Nos sentamos juntos.

En aquel estado mental recordamos cómo habíamos sido entregados como aprendices al taller el mismo año, la extraña tristeza de ser apartados de nuestras madres y de comenzar de repente una vida nueva, el dolor de los golpes que habíamos empezado a llevarnos ya el primer día, la alegría de los primeros regalos del Tesorero Imperial y los días en que regresábamos a todo correr a nuestras casas. Al principio sólo hablaba él y yo le escuchaba triste, pero cuando luego se unieron a nuestra conversación primero Cigüeña y después Negro, que durante un tiempo había ido por el taller durante nuestros años iniciales de aprendizaje, olvidé que poco antes había estado llorando y yo también comencé a hablar riéndome como ellos.

Recordamos las mañanas de invierno en que los aprendices se levantaban temprano, encendían el hogar de la habitación más grande y fregaban el suelo con agua caliente. Recordamos a un viejo «maestro» ya fallecido, tan falto de inspiración y tan prudente que en todo un día sólo era capaz de pintar una hoja de un árbol y cómo nos reñía por centésima vez, sin pegarnos, cuando veía que en lugar de mirar aquella hoja estábamos atentos a las verdísimas hojas primaverales que se divisaban por la ventana abierta diciéndonos: «¡Mirad aquí, no allí!». Recordamos los sollozos, que se oían por todo el taller, del escuálido aprendiz que, hatillo en mano, se dirigía a la puerta cuando lo devolvieron a su casa porque había comenzado a bizquear a causa del exceso de trabajo. Luego revivimos ante nuestra mirada cómo contemplamos con enorme placer (porque no había sido culpa nuestra) cómo se extendía lentamente una mancha mortal de rojo de un tintero que se había roto sobre una página en la que habían trabajado tres ilustradores durante seis meses (y que representaba al ejército otomano alimentándose a orillas del arroyo Kinik en su camino hacia Sirvan tras evitar el peligro de morir de hambre gracias a la ocupación de Eres). Hablamos con delicadeza y respeto de la señora circasiana a la que los tres le habíamos hecho el amor y de la que los tres nos habíamos enamorado, la más bella de las esposas de un bajá ya en la setentena que, tras considerar sus conquistas, su poder y su riqueza, había querido decorar el techo de su casa como el del pabellón de caza de Nuestro Sultán. Hablamos con nostalgia de las mañanas de invierno y del placer de la sopa de lentejas tomada en el umbral de la puerta entreabierta para que su vapor no ablandara el papel. Y de la pena que nos producía alejarnos de nuestros amigos y maestros del taller cuando estos últimos nos obligaban a ir a algún lugar lejano a trabajar de ayudantes como parte de nuestro aprendizaje. Por un instante se me apareció ante los ojos Mariposa con dieciséis años, en su momento más dulce: el sol de un día de verano que entraba por la ventana abierta le daba en los brazos desnudos color miel mientras pulía papel manipulando a toda velocidad una concha. De repente se detenía un instante en mitad de aquel trabajo que estaba realizando absorto, acercaba la mirada a un defecto del papel, lo examinaba con cuidado y después de pasar el pulidor por aquel punto con un par de movimientos en distintas direcciones, volvía a la postura anterior y mientras la mano iba y venía arriba y abajo a toda velocidad, él miraba a lo lejos más allá de la ventana sumergido en sus sueños. Lo que nunca olvidaré, y es algo que yo haría luego a otros, fue que por un breve instante, antes de volver a mirar por la ventana, clavó sus ojos en los míos. Aquella mirada tenía un único significado que todos los aprendices conocían: si no sueñas, el tiempo no pasa.

58. Me llamarán Asesino

Os habíais olvidado de mí, ¿no? Ya que estoy aquí, no voy a ocultarme más de vosotros. Porque hablar con esta voz que va creciendo en mi interior se está convirtiendo en una necesidad insoportable para mí. A veces tengo que esforzarme terriblemente y, con todo, temo que se me note la fractura en mi voz. A veces me dejo ir y entonces brotan de mi boca palabras que denuncian mi otra personalidad y de las que quizás os hayáis dado cuenta. Me tiemblan las manos, la frente se me cubre de sudor y comprendo de inmediato que ésas son nuevas señales que me denuncian.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Me Llamo Rojo»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Me Llamo Rojo» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Me Llamo Rojo»

Обсуждение, отзывы о книге «Me Llamo Rojo» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x