Yasunari Kawabata - El Maestro De Go

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Fine. Hacia 1938, el jugador de Go Shúsai Honnimbó, imbatible meijingodokoro, está próximo a morir. Es el Gran Maestro de la época, luego de él no habrá ningún otro jugador de tan alto grado. Los maestros, elegidos en el seno de familias nobles, deben integrar el torneo anual en donde compiten bajo la tutela del shogun. El tiempo de Shúsai, el último de los Honnimbó, estará medido por la partida con el joven maestro Otake, quien simboliza el tránsito ideal de la tradición a un mundo nuevo, diferente y aún indeterminado. Espectador de excepción de la contienda, Yasunari Kawabata asistió al interminable torneo, que duró casi medio año, con una extensa interrupción de tres meses a causa del agravamiento de Shúsai. Derrotado definitivamente el 4 de diciembre de 1938, éste muere un año después. El Maestro de Go es la biografía ficticia de un hombre que va al encuentro de su destino con extraordinaria dignidad, una obra impar del Premio Nobel de Literatura 1968.

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4

El día de la ceremonia de apertura en la posada Koyokan, Negro hizo una sola jugada y Blanco también; y el día siguiente les permitió llegar hasta Blanco 12. El juego entonces se trasladó a Hakone. El Maestro y los numerosos encargados y ayudantes partieron al mismo tiempo. Todavía no se había iniciado el verdadero juego, y ya se insinuaban señales de discordia para el futuro. La noche de nuestra llegada a la posada Taiseikan, en Dogashima, el Maestro se distendió con su usual aperitivo, un poco menos de una botella de sake, y habló sobre esto y aquello con gestos de gran expresividad; y así transcurrió la noche.

La gran mesa de la sala adonde primero fuimos conducidos parecía de laca de Tsugaru. La conversación giró sobre lacas, y esto es lo que el Maestro dijo al respecto:

– No recuerdo dónde fue, pero cierta vez vi un tablero de Go de laca. No simplemente revestido de laca, sino de laca maciza. Un artesano de Aomori lo había hecho para su propio placer. Le llevó veinticinco años realizarlo, según contaba. Supongo que tomaría ese tiempo esperar que la laca secara y colocar una nueva capa. Las cajas y los tazones también eran de laca sólida. Mostró el conjunto en una exposición y pidió cinco mil, pero al ver que no se vendía se dirigió a la Asociación de Go y pidió que lo vendieran a tres mil. Pero era demasiado pesado. Mucho más que yo. Debía de pesar cerca de cincuenta y cuatro kilos. -Y mirando a Otake:- ¿Cuánto pesas?

– Más de sesenta.

– Oh, casi el doble que yo. Y tienes menos de la mitad de mi edad.

– Cumplí treinta, señor. Es una mala edad. En los tiempos en que usted tenía la gentileza de darme clases yo era más delgado. -Sus pensamientos se volcaron a la infancia-. Solía enfermarme en ese entonces. Su señora era muy amable conmigo.

De la charla sobre las aguas termales de Shinshu, el lugar natal de la señora Otake, la conversación pasó a asuntos domésticos. Otake se había casado a los veintitrés, cuando había alcanzado el quinto rango. Tenía tres niños y había acogido a tres discípulos en su casa, que albergaba de ese modo a diez personas.

La mayor, una niña de seis, había aprendido a jugar observándolo.

– Le di el otro día una ventaja de nueve piedras. Llevo un registro del juego.

– Notable. -El Maestro también tuvo que admitirlo.

– Y el segundo, de cuatro años, ya sabe colocar las piedras en el tablero. No podemos asegurar todavía si tienen o no talento, pero podría haber posibilidades.

Los demás se veían incómodos.

Por lo que parecía, Otake, una de las eminencias del mundo del Go, creía seriamente que sus dos hijas, de seis y cuatro, de cumplirse las promesas, podrían convertirse en profesionales como lo era él. Dicen que el talento en Go se revela alrededor de los diez, y que si un niño no empieza sus estudios a esa edad ya no hay esperanzas para él. Sin embargo, las palabras de Otake me sonaron extrañas. ¿Eran, tal vez, la manifestación de su juventud, las de un hombre de treinta años que era un cautivo del Go pero no todavía su víctima? Su hogar ha de ser feliz, pensé.

El Maestro habló de su hogar. Ocupaba menos de mil metros cuadrados en Setagaya, pero como la casa representaba casi la tercera parte del terreno, el jardín estaba algo apretado. Le habría gustado venderla y mudarse a otra con un espacio ligeramente más amplio. Para el Maestro, familia significaba él y su mujer, que se hallaba a su lado. Ya no recibía discípulos en su casa.

5

Cuando el Maestro abandonó el hospital de San Lucas, hubo un receso de tres meses en el juego, el cual se reanudó en la posada Dankoen en Ito. El primer día se hicieron solamente cinco jugadas, de Negro 101 a 105. Una discusión se suscitó con la programación de la sesión siguiente. Otake rechazaba la modificación de reglas que el Maestro solicitaba por razones de salud, y decía que estaba dispuesto a invalidar el juego. La discusión era mucho más tercamente complicada que un desacuerdo similar que había tenido lugar en Hakone.

Tensos días se sucedieron en tanto los contrincantes y los organizadores permanecían "enclaustrados" en la posada. Un día el Maestro se fue en automóvil hasta Kawana en busca de un cambio de aire. Era algo extraordinario en un hombre que detestaba esas salidas a la ventura por su cuenta. Yo fui con él, al igual que Murashima del quinto rango, y que era uno de sus discípulos, y también la joven, ella misma jugadora profesional de Go, que registraba el desarrollo del juego.

No parecía conveniente que, llegados al hotel Kawana, el Maestro se quedara sentado en el enorme vestíbulo de estilo occidental tan sólo bebiendo té negro.

Cercado de vidrio, el salón semicircular avanzaba hacia el jardín. Como un observatorio o un solario. A la derecha e izquierda del vasto césped había canchas de golf, la cancha Fuji y la Oshima. Más allá del césped y de las canchas estaba el mar.

Desde hacía tiempo me encantaba la vista brillante y sin límites que ofrecía Kawana. Me había propuesto revelársela al melancólico anciano y observar su reacción. Estaba sentado en silencio, como si no tuviera conciencia del paisaje que tenía delante. No miraba a los otros huéspedes. No había ningún cambio en su expresión y no decía nada sobre la vista o el hotel; y su mujer, como siempre, actuaba como su vocera y apuntadora. Elogiaba el escenario y lo invitaba a hacerse eco. El ni asentía ni objetaba.

Deseaba que tomara un poco de sol, y lo invité a salir al jardín.

– Bien, salgamos -dijo su mujer-. No tengas miedo de tomar frío, seguramente te hará sentirte mejor.

Ella colaboraba conmigo. El Maestro no parecía juzgar la petición como una imposición.

Era uno de esos cálidos días de finales de otoño cuando la isla de Oshima se ve en medio de la bruma. Los barriletes rozaban la superficie o se hundían en el mar calmo. En un extremo del césped había una hilera de pinos, contorneando el mar con su verde. Varias parejas de recién casados estaban de pie en la línea que corría entre el césped y el mar. Quizá por el brillo y la plástica expansión de la escena, se veían inusualmente serenos para ser recién casados. De lejos, con el fondo de los pinos y el mar, los kimonos lucían más frescos y coloridos, me pareció, que de muy cerca. La gente que venía a Kawana pertenecía a la clase acomodada.

– Recién casados, todos, supongo -dije al Maestro, con una envidia próxima al resentimiento.

– Han de estar aburridos -musitó.

Mucho después recordé su voz inexpresiva.

Me habría gustado vagar por el césped, sentarme sobre él; pero el Maestro se quedaba de pie inmóvil en un lugar, y yo sólo atinaba a quedarme a su lado.

Regresamos con el auto por el camino del Lago Ippeki. El pequeño lago se veía increíblemente hermoso, profundo y calmo en esa tarde soleada de finales de otoño. El Maestro también bajó y se entregó brevemente a la contemplación.

Complacido con la luminosidad del Hotel Kawana, hasta allí conduje a Otake la mañana siguiente. Actuaba yo paternalmente. Con la ilusión de que el lugar mitigara la tensión de las emociones. Invité a Yawata, secretario de la Asociación de Go, y a Sunada del periódico Nichinichi a venir con nosotros. Almorzamos sukiyaki [4]en una cabaña rústica que pertenecía al conjunto del hotel. Nos quedamos hasta la noche. Yo estaba bien familiarizado con el lugar, pues ya había ido por mi cuenta y con un grupo de bailarinas, así como por invitación de Okura Kishichiro, el fundador de las empresas Okura. El conflicto persistía tras nuestro regreso de Kawana. Y hasta los espectadores, como lo era yo, nos sentíamos compelidos a mediar. Por fin el juego se reanudó el 25 de noviembre.

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