Pero podía asimismo decirse que el Maestro de sesenta y cuatro años, gravemente enfermo, jugó bien repeliendo los violentos asaltos de uno de los más representativos de los nuevos practicantes, hasta el momento ya casi final del juego en que la iniciativa se escapó de sus manos. Ni sacaba ventaja del pobre juego de Negro ni desplegaba una gran estrategia de su parte. El movimiento natural fue conduciendo la partida como algo delicado e intenso. Aunque a causa de la salud del Maestro, el juego fue perdiendo persistencia y tenacidad.
"El Invencible Maestro" había sido derrotado en su último certamen.
– El Maestro parece haber hecho un principio del dar todo de sí en un juego teniendo en mente al que lo continuaría, a aquel que podría vencerlo -dijo un discípulo.
Haya o no manifestado este principio, el Maestro actuó según éste a lo largo de su carrera.
Al día siguiente yo volví a mi casa en Kamakura. Allí, casi incapaz de terminar con mis sesenta y seis informes para el periódico, partí como huyendo de un campo de batalla, a un viaje a Ise y Kioto.
Me contaron que el Maestro permaneció en Ito, y que aumentó un kilo y trescientos, hasta que su peso llegó a los 48 kilos; y que visitó a los soldados convalecientes llevándoles veinte juegos de piedras de Go. Hacia fines de 1938, las posadas de aguas termales se empezaban a utilizar como residencias para convalecientes.
Era el Año Nuevo de otro año, ya cumplido más de uno desde la finalización del certamen de despedida: el Maestro y dos de sus discípulos, Maeda del sexto Rango y Murashima del quinto, participaban de las celebraciones en la escuela del cuñado del Maestro, Takashi del cuarto rango, quien daba clases en su casa de Kamakura. Era el 7 de enero. Y veía al Maestro por primera vez desde el certamen.
Jugó dos partidas de práctica, pero parecieron aburrirlo. Ningún sonido se producía cuando lanzaba las piedras con ligereza, incapaz de retenerlas entre sus dedos. Durante el segundo juego sus hombros se agitaban con la respiración. Sus párpados estaban hinchados. La hinchazón no era particularmente evidente, pero me hizo recordar cómo se veía en Hakone. No se encontraba todavía bien.
Siendo sus adversarios aficionados y los juegos de mera práctica, el Maestro no debería haber tenido problema ninguno en ganar. Sin embargo, como se había vuelto habitual, casi resultaba derrotado. Teníamos reservas para cenar en un restaurante a la orilla del mar y el segundo juego fue detenido en Negro 130. El contrincante del Maestro era un aficionado avezado del primer rango, a quien se le habían otorgado cuatro piedras de ventaja. Negro mostró fortaleza desde la mitad del juego y empujaba hacia el lado de Blanco pero en una posición endeble.
– ¿Negro está llevando la mejor parte? -le pregunté a Takahashi.
– Sí -me contestó-. El tablero se ha oscurecido. Negro tiene densidad. Blanco se encuentra en problemas. Nuestro Maestro se ha vuelto un poco senil. Comete errores con más frecuencia que antes. En verdad, ya no puede jugar más. Se ha derrumbado en una medida aterradora desde el último juego.
– Sí, ha envejecido muy de golpe.
– Se ha convertido en un dulce caballero anciano. No sé qué habría pasado si hubiera ganado el último juego.
– Nos vemos en Atami -le dije al Maestro al abandonar el hotel.
El Maestro y su mujer llegaron a la posada Urokoya el 15 de enero. Yo había estado parando en la posada Juraku desde hacía unos días. Mi mujer y yo arribamos allí la tarde del 16. De inmediato el Maestro sacó un tablero de shogi, y jugamos dos partidas. Soy un inepto jugando shogi y no sentía entusiasmo, y él no tuvo ningún inconveniente en derrotarme aun habiéndome concedido una enorme ventaja. Insistió para que nos quedáramos a cenar y para tener una larga charla.
– Hace realmente mucho frío -dije-. Cuando vuelvan los días cálidos, deberíamos ir a Jubako o Chikuyo [37].
Era un día de ventiscas de nieve.
Al Maestro le gustaban mucho las anguilas.
Después que nos fuimos, me contaron que tomó un baño caliente. Su mujer lo había ayudado. Luego, en la cama, tuvo dolores en el pecho y dificultad para respirar. Murió antes del amanecer dos días más tarde. Takahashi nos dio la noticia por teléfono. Deslicé las ventanas. Todavía el sol no había salido. Me pregunté si esa última visita no habría significado un esfuerzo para él.
– Deseaba tanto que nos quedáramos a cenar -dijo mi mujer.
– Es cierto.
– Y también ella insistía. Creo que estuviste mal en no aceptar. Ya le había avisado a la criada que nos quedaríamos a cenar.
– Lo sabía, pero tenía miedo de que tomara frío.
– ¿Lo habrá entendido? Quería que nos quedáramos, y me temo que lo hayamos herido. No quería que nos fuéramos. Deberíamos haber aceptado. ¿No sentías que estaba solo?
– Sí. Pero siempre lo estuvo.
– Hacía frío, pero salió a despedirnos hasta la puerta.
– Basta. No lo soporto. No me gusta que la gente muera.
El cuerpo fue trasladado a Tokio ese día. Lo sacaron del hotel envuelto en un acolchado, y tan diminuto era que parecía no estar allí. Mi mujer y yo nos quedamos de pie a corta distancia, aguardando que partiera el coche fúnebre.
– No hay flores. Busca una florería. Rápido, que van a partir -le dije a mi mujer. Ella volvió corriendo. Y entregué el ramo a la esposa, que estaba en el coche junto al Maestro.
***
[1]Ozaki Koyo (1868-1903). Poeta y novelista. La citada es su última novela y tal vez la más popular novela de la era Meiji.
[2]Juego que tiene relación con el ajedrez a través de un común origen indio. Se juega sobre ochenta y un cuadrados con veinte piezas por jugador. Algunas piezas pueden desplazarse con gran libertad y penetrar en territorio enemigo. Además las piezas capturadas por el enemigo pueden ser utilizadas por éste.
[3]Un complejo proceso de simplificación de las líneas tiene lugar al final de una partida importante, para hacer más claro el resultado a los espectadores menos expertos.
[4]Típico plato de la culinaria japonesa, preparado con carne, queso de soja y vegetales, que se condimenta con salsa de soja, azúcar y cierto tipo de vino de arroz.
[5]Se lanzaban porotos para alejar a los malos espíritus. El rito tenía lugar en la primera semana de febrero, entre el solsticio de invierno y el equinoccio de verano.
[6]Las telas con que se confeccionan se entierran para que adquieran una tonalidad marrón muy apreciada.
[7]Altar o recova de la casa tradicional japonesa donde se colocan una caligrafía o pintura, y un arreglo floral.
[8]Si bien sus reglas son muy complicadas, el objetivo básico del renju es alinear cinco piedras de Go en una hilera.
[9]"Estrella" (hoshi) se refiere a cualquiera de los nueve puntos marcados en el tablero para las piedras dadas en ventaja -situación que no tiene lugar en este certamen-. Una jugada inicial desde un lugar hoshi -en diagonal, tres lugares a contar desde la esquina- es audaz y novedosa. Komoku o "pequeño ojo" -a dos o tres lugares de cualquier esquina- es el lugar más conservador para una jugada de apertura.
[10]Esteras de paja que sirven como medida de los espacios en la casa tradicional japonesa.
[11]Tipo de seda gruesa.
[12]Pantalón ancho que se coloca sobre el kimono.
[13]Wu Ch'ing-yüan, nacido en la provincia de Fukien en 1917. Es más conocido por su nombre japonés, Go Sei-gen.
[14]Ésta es la tormenta tan vividamente descripta por Tanizaki en el segundo libro de Las Hermanas Makioka .
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