Yawata debería haberlo encontrado de inmediato, pero sus ojos se pasearon por el plano.
– Oh -dijo finalmente.
Yo estaba cerca del tablero, pero incluso cuando la piedra negra fue colocada, tuve dificultad para encontrarla. Cuando la encontré, no hallé explicación. En la parte superior del tablero, muy lejos de la batalla en que se había transformado el nudo en el centro.
También para un aficionado como yo, tenía el aspecto de una jugada cumplida, dada la situación ko , en una distante zona del tablero. Una sensación de rechazo me invadió. ¿Había sacado ventaja Otake por ser Negro 121 una jugada sellada? ¿Había utilizado el artificio de la jugada sellada como una táctica? Si así era, estaba siendo indigno.
– La esperaba cerca del centro -dijo Yawata, sonriendo irónicamente mientras regresaba del tablero.
Negro se había preparado para destruir la maciza posición de Blanco desde la zona inferior derecha hacia el centro del tablero, y parecía casi irracional que, en el momento culminante del ataque, jugara en cualquier parte. Como era de esperar, Yawata había buscado la jugada sellada por la zona de batalla, desde el centro hacia abajo a la derecha. El Maestro resguardó sus "ojos" [32]jugando Blanco 122 como respuesta a Negro 121. Si no lo hubiera hecho, las ocho piedras Blancas en la parte superior del tablero habrían muerto. Y habría sido renunciar a responder una jugada desde el ko .
Otake tomó una piedra, y se quedó pensando durante un rato. Sus manos firmemente apoyadas sobre sus rodillas, con la cabeza inclinada hacia un costado, el Maestro estaba sentado con una actitud de gran concentración.
Negro 123, que le llevó tres minutos, condujo a Otake a romper la formación de Blanco. Primero invadió el ángulo inferior derecho. Negro 127 volvió una vez más al centro del tablero, y Negro 129 atacó para destruir el triángulo que tan obstinadamente el Maestro había mantenido con Blanco 120.
Wu del sexto rango comentó: "Firmemente encerrado por Blanco 120, Negro se embarcó resueltamente en una agresiva sucesión desde Negro 123 a Negro 129. Es el tipo de jugada que sugiere un espíritu fuertemente competitivo, y que uno puede observar en juegos muy reñidos".
Pero el Maestro se escapó de este ataque despiadado, y contraatacando desde la derecha clausuró la embestida desde la posición de Negro. Yo estaba atónito. Era una jugada completamente inesperada. Sentí una tensión en mis músculos, como si se me revelara súbitamente el costado diabólico del Maestro. Al detectar una imperfección en los planes atisbados gracias a Negro 129, una jugada muy característica del estilo de Otake, ¿había el Maestro tratado de eludirlo para volver a luchar mediante un contraataque? ¿O estaba pidiendo un ataque de modo que pudiera devolverlo, envolviéndose junto con su adversario? Yo hasta veía en ese Blanco 130 algo que hablaba no tanto de un deseo de luchar como de un amargo desdén.
– Perfecto -murmuraba Otake una y otra vez-. Muy bien. -Todavía estaba pensando su Negro 131 cuando llegó el descanso del mediodía-. Hizo algo muy refinado por mí. Algo terrible, eso es. Un sismo. Hice una jugada estúpida, y heme aquí con mi brazo doblado contra mi espalda.
– Así ha de ser la guerra -dijo Iwamoto con voz grave. Quería decir, obviamente, que en la presente batalla los sucesos y hechos imprevisibles se sellaban en un instante. Ésas eran las consecuencias de Blanco 130. Todos los planes y estudios de los jugadores, todas nuestras predicciones de aficionados y de profesionales se habían diluido.
Como aficionado, no me percaté de inmediato de que ese Blanco 130 sellaba la derrota del "Maestro invencible".
Estaba consciente de que algo inusual estaba sucediendo. Si habíamos acompañado al Maestro a almorzar o si nos había invitado a ir con él, no lo recuerdo, pero lo cierto es que estábamos en su habitación; y mientras estábamos allí sentados, él nos dijo en voz baja pero intensa:
– El juego ha llegado a su fin. El señor Otake me ha arruinado con esa jugada sellada. Fue como derramar tinta sobre una pintura recién terminada. En el instante en que la vi, sentí que el juego se clausuraba. Pero decirlo habría sido el colmo. Realmente pensé en desistir, pero dudé, y aquí estoy.
No recuerdo si Yawata estaba con nosotros, o Goi, o ambos. En todo caso, guardaban silencio.
– Hizo esa jugada así, ¿y por qué? -refunfuñó el Maestro-. Porque se tomó dos días para pensar. Es deshonesto.
No dijimos nada. No podía ni asentir ni defender a Otake. Pero nuestra simpatía estaba con el Maestro.
No tenía conciencia, en el momento en que jugaban, de que el Maestro estaba tan enojado y molesto hasta el punto de estar considerando abandonar el certamen. Su cara no revelaba ninguna emoción, ni el modo en que sentaba ante el tablero. Ninguno de nosotros se había percatado de su disgusto.
Estábamos observando a Yawata, es claro, cuando tuvo sus inconvenientes con el plano y la jugada sellada, y no habíamos mirado al Maestro. Pero el Maestro había jugado Blanco 122 literalmente al instante, en menos de un minuto. Era comprensible que no nos diéramos cuenta. No había transcurrido un minuto desde que Yawata encontró la jugada sellada, y ya el Maestro se había dominado en pocos segundos y mantenía su compostura a lo largo de la sesión.
Oír estas palabras irritadas del Maestro, que había hecho su jugada imperturbablemente, nos produjo una conmoción. Sentí que en ellas se concentraba una esencia de esa lucha del Maestro, extendida desde junio hasta diciembre.
El Maestro había colocado el juego a nivel de obra de arte. Era como si la tarea, semejante a una pintura, hubiera sido manchada en el momento de mayor tensión. Ese juego de negro contra blanco, de blanco contra negro, tenía el designio y las formas de una creación artística. Tenía el vuelo del espíritu y la armonía de la música. Todo se desvirtuaba si sonaba una nota en falso, o si una parte del dueto repentinamente se salía de la forma y entraba en un excéntrico desarrollo propio. La obra maestra de un juego podía arruinarse por la insensibilidad de sentimientos de un adversario. Ese Negro 121 había sido motivo de admiración y sorpresa, de duda y sospecha para todos nosotros, y su efecto al cortar la ondulación y la armonía del juego no podía desconocerse.
Negro 121 fue muy discutido entre los profesionales del mundo del Go y en el ajeno a él también. Para un aficionado como yo la jugada resultaba extraña y falta de naturalidad, y de ninguna manera agradable. Pero también hubo profesionales que se presentaron y dijeron que ya era hora de que una jugada como ésa tuviera lugar.
– Me pareció que el momento había llegado para un Negro 121 en esos días -dijo Otake en su Reflexiones tras el combate.
Wu se refirió sólo muy ligeramente a la jugada. Después del enlace en diagonal en la zona de Blanco en E-19 o F-19, dijo: "Blanco no necesita responder como el Maestro hizo con 122, incluso ante Negro 121, pues puede defenderse en H-19. Negro podría entonces encontrar las posibles jugadas a partir de ko mucho más limitadas".
Sin duda que la explicación de Otake habría sido semejante.
Negro 121 había sobrevenido cuando la batalla en el centro alcanzaba su clímax, y había sido una jugada sellada. Había molestado al Maestro y despertado sospechas en todos nosotros. En una situación difícil, un jugador podría, efectivamente, y hasta la siguiente sesión, en este caso tres días más tarde, dedicarse a pensar cuál debería haber sido de hecho la última jugada de la sesión anterior. Me habían contado de jugadores que, tal vez en uno de los grandes torneos, jugaban como desde el ko hasta los más alejados rincones del tablero, mientras se registraban los últimos segundos asignados, para de este modo prolongar la vida unos pocos instantes más. Todo tipo de mañas se habían inventado para utilizar los recesos y las jugadas selladas. Reglas nuevas daban lugar a nuevas tácticas. Quizá no era casual que cada una de las cuatro sesiones desde que el juego se había reiniciado en Ito, hubiera terminado con una jugada sellada por parte de Negro.
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