– Conejo, hay un bar restaurante Legge-Deethog arriba. ¿Sabes qué quiere decir eso?
– ¿Música trance?
– Desayuno inglés.
– ¿Eh? -Conejo se estremeció.
– Desayuno inglés y una tetera llena, Nejo. No iremos a ninguna parte, simplemente nos sentaremos y veremos cómo discurren las cosas a nuestro alrededor. Mientras comemos tostadas y salchichas. Y beicon. Y nos limitamos a mirar. Y si después de una comilona como Dios manda, todavía te da todo un poco de canguelo, llamamos a un taxi que nos lleve de vuelta al piso.
– ¿Desayuno inglés, dices?
– Esto es Inglaterra, Nejo. La misma puerta de entrada. ¿Tú crees que no van a tener un desayuno de puta madre en la puerta de entrada de la Verde y Bella Tierra del mismo Dios? Es una cuestión de orgullo nacional, de seguridad nacional. Éste tiene que ser la frente originaria de la mejor fritanga, el hogar de la bandera tridimensional de Gran Bretaña, su gloria comestible. Conejo, estamos en el borde de Inglaterra, asomándonos a un mundo más pobre. Un mundo sin beicon.
– Bueno, no voy a decir que no me iría bien un poco de beicon. Ya se me está yendo la olla. Me ha parecido que esa tónica estaba un poco pasada, no he querido decir nada en el momento. La tónica es una bebida bastante inestable, de hecho, ahora que lo pienso.
Blair sonrió y cerró los ojos.
– Para eso solamente hay una cosa que vaya bien, Nejo.
– ¿Grasa?
– Grasa. -Blair tiró del asa de la bolsa de Conejo para volver a ponérsela en el hombro y lo llevó de la mano como si fuera su primer día de escuela. Los dos hermanos caminaron arrastrando los pies humildemente y vestidos con sus trajes negros, túnel arriba y hacia la luz.
– ¿Habrá lavabos? -preguntó Conejo.
– Habrá lavabos.
– ¿Y mantequilla de la buena?
– Nejo…
– Sí, ya sé. Estamos en Inglaterra…
En los cuatro minutos que pasó Conejo en los lavabos, una bolsita de cóctel fue vaciada en su jarrita para el té del bar restaurante Legge-Deethog. Blair la removió hasta que se diluyó.
Conejo regresó, caminando con torpeza, y se sentó delante de su hermano. Se quedó transfigurado al ver las volutas de grasa con vetas de huevo y el supurar fangoso de los champiñones que tenía en el plato. Cortó con cautela la punta ennegrecida de una salchicha, ensartó y enrolló alrededor de la misma una banderita de beicon, lo empujó todo con el tenedor hasta las orillas de su huevo y lo sumergió en la yema. Examinó su casco pegajoso, dio un sorbo de té, mordisqueó una tostada y se metió el resto en la boca.
Conejo no levantó la vista hasta que su plato estuvo tan limpio que tenía un brillo como de satén y su taza quedó completamente seca. Y cuando levantó la vista, y reclinó la espalda en su asiento, y se levantó las gafas… ya habitaba en un mundo cargado de cálidos significados.
– Creo que me encuentro mejor -dijo.
Blair estiró un brazo por encima de la mesa y cogió la mano de Conejo. Le dio un apretón amistoso.
– Tienes buen aspecto, Nejo.
Conejo bajó la vista, se recolocó las solapas simétricamente por encima del blanco de su camisa y desplazó la peor de sus arrugas de forma que quedara debajo.
– Ya, bueno -dijo.
Estaba sentado en el centro neurálgico de Inglaterra, más conectado al resto del mundo de lo que nunca había estado. Toda su gente le pasaba por los lados. Y en todos ellos burbujeaba cierta excitación. Por primera vez, Conejo se sintió parte de una raza.
– Entonces ¿vamos a malgastar estos billetes de avión? -Blair inclinó su jarrita del té para ver cuánto quedaba.
A Conejo se le cayeron las gafas sobre la nariz.
– ¿Son para ir muy lejos? Siempre podemos volver, ¿no?
– Claro… podemos volver en el mismo avión si el sitio nos da mala espina. Podríamos hacerlo, sinceramente… nos los pasamos bomba a costa de British Airways y volvemos directamente.
– ¿British Airways, dices?
– Sí, Nejo. Desayuno Inglés Airways. Tazas Infinitas de Té del Bueno Airways. Verde y Bella Airways.
– A ver si se me entiende. Podemos ir y volver, ya sabes… los tíos estarán hasta los huevos de nosotros y de que nos lo estemos pasando bomba, y entonces, cuando crean que ya estamos sanos y salvos en España, ¡nos tendrán sentados ahí otra vez para el trayecto de vuelta!
– Eres el mismo diablo, Nejo. ¿Qué te ha entrado? Eres el número uno. Pero nunca lo haríamos.
– ¿Qué quieres decir? ¿Vamos a renunciar a una oportunidad de chotearnos? ¿Los números uno?
– Pero tú no lo harías, ¿verdad?
Conejo respiró hondo hasta llenarse el pecho y bajó su tono una octava.
– Aparten las criaturas. Vienen los patanes de los Heath.
– Bueno…
– Venga, vamos a comernos el mundo. -Conejo se adentró tambaleándose en el remolino de gente de la terminal-. ¿Adónde dices que vamos?
– A los mostradores, creo… por ahí.
– A ver si se me entiende, ¿a qué destino?
– La facturación es general, creo, Nejo… simplemente vayamos a Gracias a Dios que Somos Británicos Airways. Además, te estoy guardando la sorpresa, no lo adivinarías nunca.
– Supongo que la gente de tu trabajo no nos estará mandando a un sitio demasiado soleado, ¿verdad? Que no haga sol a saco, mis ojos no lo aguantarían. Que haga buen tiempo simplemente, más o menos temperatura ambiente. Templado y agradable, solamente por una hora, antes de que el avión dé media vuelta. Pero no muy húmedo.
– Pues claro, Nejo. Es el extranjero, ¿no?
Los mostradores de facturación estaban instalados de forma sofisticada y tecnológica frente a una pared reluciente de plástico más allá de la cual aguardaba el futuro. La pared no llegaba al techo, sino que tenía un espacio abierto encima del cual las promesas fluían como si fueran un vapor iluminado con focos. La facturación iba a ser su última acción dentro del territorio conceptual de Gran Bretaña. Blair apretó su entrepierna abultada contra el mostrador, y se fijó en que Conejo no parecía estar sufriendo su misma exuberancia eréctil. Con todo, su paseo a través del dispositivo de seguridad coincidió con el clímax del cóctel Howitzer. Pasaron al espacio gigantesco, extrañamente soleado y divino del área de preembarque. La primera tienda resplandeciente frente a la que pasaron los absorbió. Como muestra de su nueva compenetración, Conejo tuvo la consideración de elegir una revista de porno blando para su hermano.
– Un poco peluda, ésa. -Blair carraspeó.
– ¿Ésta no es buena?
– Bueno, quiero decir… es un poco continental.
– Las churris tienen pelo ahí abajo, colega.
– Mira, Nejo, yo estoy contento con…
– No, no… Tú dime qué es lo más adecuado.
Blair recorrió con la vista el estante superior de las revistas, se colocó la bolsa sobre el regazo y se acercó a Conejo para hablarle al oído.
– Lo que pasa con estas revistas, Nejo, es lo siguiente: si la foto de la portada no te pone, lo más seguro es que dentro no haya nada mejor: de hecho, casi puedes estar seguro de que los anuncios pequeños de líneas de chat de cinco centímetros por diez que hay en las últimas páginas van a estar mejor que las chicas de las páginas centrales. Mira ésta. Los culos están bien, eso sí que es un culo.
– Creo que siento que se acerca una ginebra. ¿No podemos hacer una escapadita y pillar una ginebra?
– Desde aquí no se pueden hacer escapadas. El único líquido que hay fuera de aquí es el combustible de aviación.
– Entonces puede que me haga falta una cerveza. ¿Cuánto nos falta para llegar?
– No mucho, Nejo. No mucho.
Los hermanos deambularon por el área de preembarque como si fueran el ungido de Dios, más livianos que un perfume y más resplandecientes que el hielo al calentarse. Compraron un tubo grande de Lacasitos, por los viejos tiempos. Conejo se lo metió en el bolsillo de los pantalones y se rió porque hacía parecer pequeño el bulto de los pantalones de su hermano. Los Heath continuaron flotando, con las bolsas dándoles golpecitos suaves a cada paso que daban. Su ascenso a los cielos no estaba siendo continuo y desconcertante, se fijó Conejo, sino que venía en forma de una serie de ascensos parciales, con momentos de tranquilidad para ir acostumbrándose. Desde los túneles empapados de lejía, iban ascendiendo por una serie de plataformas, cada una de ellas más grande, limpia y luminosa que la anterior.
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