DBC Pierre - El inglés macarrónico de Ludmila

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El inglés macarrónico de Ludmila: краткое содержание, описание и аннотация

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El inglés macarrónico de Ludmila es una novela sarcástica, tan mordaz e irreverente como fascinante, repleta de escenas delirantes e ingeniosas que revelan una mirada insólita sobre la realidad.
Gran Bretaña, en un futuro cercano: el sistema de sanidad público es privatizado, como todo, y la Albion House Institution, un refugio para gente con deformidades de nacimiento (en el que se rumorea que hay descendientes de la familia real, fruto de siglos de consanguinidad), sufre los rigores de la economía. Para ahorrar, las autoridades deciden separar a dos hermanos siameses, Blair Albert y Gordon-Marie (apodado Conejo) Heath, y dejarlos en libertad en el ancho mundo.
Entretanto, la guerra civil reina en una antigua república soviética, donde la joven Ludmila Ivanova asesina a su abuelo, un viejo mudo y sucio que atesora preciosos cupones de comida para veteranos de guerra de la extinta URSS, cuando abusa de ella por enésima vez.
Extrañamente, los destinos de los siameses londinenses separados y de la intrépida Ludmila se cruzarán, dando lugar a un singular encuentro entre la Europa del Este y la occidental.

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Conejo cerró los puños y los volvió a abrir a la altura de las caderas.

– Una noche fresquita, ¿eh? -El hombre izó unos ojos amarillos hasta quedarse mirando las gafas de sol de Conejo. Se acercó con sigilo, ondulando como un caballito de mar. Su porte decía que en su mundo era un tipo enrollado. Conejo notó que el mundo del tipo se había retirado de la circulación en 1977. Y también que en su mundo debía de haber sido bastante alto.

– Entre, entre. -Conejo le indicó al hombre que bajara las escaleras.

– Usted debe de ser Gordon.

Conejo detectó en su acento que el hombre era del Norte y se fijó en que solamente acompañaba las palabras hasta el umbral de su boca, que no las dejaba salir de verdad. Los tonos eran servidos suavemente sobre una oblea de pan que él tenía que inclinar la cabeza para atrapar. Parpadeó vanas veces.

– ¿Viene de lejos?

– De Battersea, a un par de millas de aquí. -Los ojos del hombre miraron hacia arriba, como los de un bebé envejecido.

– ¿O sea que no viene usted de Albion?

– ¿De Albion House? No, no.

Conejo entró parpadeando en la cocina americana. Blair estaba desplegando un puñado de picatostes sobre lechos de algo que tenía hojas.

– Tenemos unos amuse-bouches calientes casi a punto -dijo en tono despreocupado.

– Me temo que mi dieta se limita a las cosas que puedo pronunciar-dijo el hombre-. Aunque no diría que no a algún refrigerio líquido.

Conejo se tragó una sonrisita. La mirada de Blair sondeó la figura arrugada del hombre antes de escaparse hacia arriba y a través de la ventana y salir bajo una llovizna que latía como plancton caliente bajo las farolas. Barrió con la mano los picatostes de vuelta a la bolsa sin decir nada y la dejó abierta en vez de arrugarla.

– ¿Ha pasado usted por los cubos de basura? -preguntó Conejo-. Se podría amueblar un bloque con lo que hay tirado en ese callejón. El ayuntamiento no quiere saber nada, y hasta a la caridad se la repanflinfla. Llamamos por teléfono a Saint Vincent y nos dijeron: «¿Qué tienen ahí?», y yo les dije: «Una vitrina nuevecita y una cómoda», y ellos dijeron que no les valía la pena mandar una furgoneta. Me dieron ganas de decirles: «Bueno, pues dígannos qué les gustaría, lo encargaremos nuevo y se lo mandamos». A ver si se me entiende, joder.

El hombre se puso cómodo en la sala de estar y contempló el lugar.

– No, no he pasado por los cubos de basura. -Se reclinó, apoyando un brazo en el respaldo del sofá. Los ruidos ambientales se apagaron como si estuvieran haciendo de signos de puntuación de los primeros momentos que los Heath pasaban con el misterioso funcionario.

Blair le pasó una ginebra en una taza infantil por encima de la mesa de la cocina.

– Perdone por los vasos, todavía no estamos instalados del todo.

– Estoy seguro de que no lo están. Tengo que decir que nos alegra mucho que se hayan hecho ustedes cargo de todo.

– Bueno, ya que lo menciona, ¿puedo preguntarle… quiénes son ustedes?

– Lo siento, quiero decir que me alegra mucho. -El hombre dio un sorbo a su bebida.

Blair movió nerviosamente los pies.

– No es usted un evaluador, ¿verdad?

Como el otro no contestó, los gemelos se lo quedaron mirando. Y se toparon con una sonrisa distante y plácida posada en medio de su cara blanca de gárgola. Los ojos del hombre encontraron sus miradas, sin pestañear. Eran unos ojos más luminosos de lo que habían creído de entrada. El personaje fue creciendo ante los ojos de ellos, ya despojado de su humor caprichoso.

Conejo frunció el ceño en gesto comprensivo.

– ¿Hay algo que quiera preguntarnos sobre Albion House? ¿Algo que podamos haber visto? ¿Un bebé?

– No -dijo él al cabo de un momento.

Blair se cruzó de brazos.

– Bueno, ¿pues quién es usted?

El hombre sostuvo su mirada con firmeza sobre los dos.

– Donald Lamb -dijo. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, la mirada marmórea un poco proyectada hacia arriba y las pupilas aguardando expectantes bajo las capuchas de sus párpados. Blair fue al sofá de delante, con cuidado de no sentarse justo delante del tipo. Conejo se atrincheró detrás de la mesa de la cocina y se dedicó a mirar por encima de la cabeza de Blair.

– Veo que les gustan los bailes de salón. -Lamb cogió una pila de discos musicales que había junto al sofá.

A Blair le tembló una mejilla.

– Tango, tango, tango -dijo Lamb, sin inflexiones, hipnóticamente, mientras ojeaba los discos-. Tango, tango, tango, tango.

La ligereza y lo directo de su tono captaron la atención de los hombres. Los dos se pusieron tensos. Los dientes de Conejo se encaramaron por encima de su labio. De pronto apareció algo en Donald Lamb que no solamente indicaba que era mayor, sino también miembro de una casta natural superior.

Al final Lamb levantó dos discos.

– «Time To Say Goodbye» Andrea y Sarah «Jerusalem», de la Grimethorpe Colliery Band. -Se llevó su ginebra a los labios, dio un sorbo pequeño y la sostuvo en el brazo doblado, mirando primero a Blair y luego a Conejo-. ¿Acaso el primer concierto para piano de Brahms no sería más descriptivo de la aventura de ustedes?

Conejo dio un trago largo de su vaso.

– Bueno, ejem, Brahms empieza de forma bastante estridente en ese primer concierto. Casi hace una sinfonía.

– Es cierto que empieza de forma estridente -dijo Lamb en voz baja-. Muy estridente. -Estrechó los ojos y enfocó a los dos hombres con ellos.

Durante unos momentos no se movió nada en la sala. Blair se examinaba las rayas de los pantalones. Conejo cambió de postura detrás de la mesa de la cocina. Se recolocó las gafas sobre la nariz y se cruzó de brazos.

– Usted va de sobrado -dijo por fin-. A ver si se me entiende, no tenemos a mano la piscina de tiburones, no nos esperábamos a un genio malvado.

La cara de Lamb se arrugó afablemente y dio un sorbo de ginebra.

– Lo siento, el momento me tiene abrumado, ha sido una semana muy intensa. Ah, pero escuchen. -Se inclinó hacia delante y bajó la voz hasta convertirla en un murmullo ronco-. Les he traído regalos.

Blair le echó una mirada a su hermano.

– Bueno, es usted muy amable, pero todavía no sabemos quién es usted.

Lamb recorrió la sala con la mirada e hizo una pausa.

– No voy a mangonearles: nuestra relación requerirá cierto tiempo para ser entendida con detalle. Estoy seguro de que son conscientes del trastorno que ha supuesto la privatización. -Su cara volvió a suavizarse hasta convertirse en el niño envejecido de antes-. Por ahora pueden ustedes llamarme simplemente Don, o Lamby. Procedo de otro recoveco sucio del gobierno de Su Majestad.

– ¿Y cómo se llama ese recoveco de usted? -Blair se inclinó hacia delante en su sofá.

– Ahí me ha pillado. He perdido la pista, para serle sincero: al muy cabrón le cambian el nombre cada martes a la hora de comer. -Don tardó un momento en soltar el comentario ingenioso, aserrando tres respiraciones entrecortadas más en su honor-. En todo caso -dijo-, para no meter el dedo en la llaga, más o menos está en el área que ustedes esperan, en los asuntos de tipo social. El Ministerio del Interior es mi feudo, en términos generales. Con un poco más de peso que algunos de los departamentos con los que tratan ustedes. Por eso tengo esto… -Se sacó un sobre grueso del bolsillo interior. Y se lo dio a Blair.

Conejo estiró el cuello por encima de la mesa de la cocina y se levantó las gafas.

– Pasaportes -dijo Blair-. Todo un logro, teniendo en cuenta que ni siquiera encuentran nuestros certificados de nacimiento.

– Pensamos que serían un buen detalle que simbolizaría la independencia de ustedes. No sé si lo han oído en el trabajo, pero el nuevo propietario de Vitaxis está buscando gente con talento para mandarla en viajes pagados: es posible que lo conozcan ustedes esta noche, y nunca se sabe…

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