Poco después de que yo cayera en la casa de mi esposo, mis padres vendieron el resto de sus pertenencias.
Una noche, cogieron el dinero y se marcharon.
Ahora son mendigos y no tienen que pagar impuestos ni otras deudas. Pero ¿dónde están?
Estoy preocupada por mi madre.
¿Seguirá viva?
¿Estará en el más allá?
Lo ignoro.
Quizá no vuelva a verla nunca.
¿Quién iba a pensar que mi familia tendría tan mala suerte?
Debieron de hacer muy malas obras en vidas anteriores.
Pero, si así es, ¿qué hay de mí?
¿Sabes algo que puedas contarme?
¿y tú? ¿Eres feliz?
Flor de Nieve
Tras conocer la trágica noticia sobre los padres de Flor de Nieve, empecé a prestar más atención a los cotilleos que circulaban por la casa. Llegaban rumores, traídos por comerciantes y vendedores que recorrían el país, de que habían visto a los padres de Flor de Nieve durmiendo bajo un árbol, mendigando comida o vestidos con sucios andrajos. Yo pensaba a menudo en que la familia de mi laotong había sido antaño una de las más poderosas de Tongkou y en cómo se habría sentido su hermosa madre al casarse con el hijo de la familia de un funcionario imperial. Y lo bajo que había caído. Temía por ella con sus lotos dorados. Sin amigos influyentes, los padres de Flor de Nieve habían quedado a merced de los elementos. Sin una casa natal, mi alma gemela se encontraba en peor situación que una huérfana. Yo consideraba preferible que los padres hubieran muerto, porque así uno podía venerarlos y honrarlos como antepasados, a que se convirtieran en vagabundos. ¿Cómo sabría Flor de Nieve que habían fallecido? ¿Cómo podría organizar un funeral digno por ellos, limpiar sus tumbas el día de Año Nuevo o apaciguarlos cuando se inquietaran en el más allá? Mi laotong estaba triste y no podía explicarme lo que sentía, y eso resultaba duro para mí e insoportable para ella.
En cuanto a su última pregunta, si yo era feliz, no sabía muy bien qué responder. ¿Debía describirle a las mujeres de mi nuevo hogar? En la habitación de arriba había demasiadas mujeres con las que no me llevaba bien. Yo era la primera nuera, pero poco después de mi llegada a Tongkou la esposa del segundo hijo vino a vivir a la casa. Se había quedado embarazada enseguida. Acababa de cumplir dieciocho años y lloraba sin parar porque añoraba a su familia. Dio a luz una niña, y eso disgustó a mi suegra y empeoró la situación. Intenté trabar amistad con Cuñada Segunda, pero ella siempre estaba en un rincón con su papel, su tinta y su pincel, escribiendo a su madre y a sus hermanas de juramento, que seguían en su pueblo natal. Habría podido explicar a Flor de Nieve los indecorosos métodos que empleaba Cuñada Segunda para impresionar a la señora Lu; no paraba de doblegarse ante ella, de susurrar palabras halagadoras y de manipular a los demás para mejorar su posición. Por su parte, las tres concubinas del señor Lu estaban siempre discutiendo; su mezquindad y sus celos demacraban su cara y llenaban de bilis su estómago. Pero no me atrevía a poner esos sentimientos por escrito.
¿Habría podido escribir a Flor de Nieve sobre mi esposo? Supongo que sí, pero no sabía qué contarle. Las pocas veces que lo veía solía estar hablando con alguien u ocupado con alguna tarea importante. Durante el día se marchaba al campo para supervisar proyectos, mientras yo bordaba o realizaba otras tareas en la habitación de arriba. Le servía el desayuno, la comida y la cena, y procuraba mostrarme tan recatada y silenciosa como Flor de Nieve cuando servía la mesa en mi casa. En esas ocasiones él no me dirigía la palabra. Aveces entraba en nuestra habitación temprano para visitar a nuestro hijo o para tener trato carnal conmigo. Yo creía que éramos como cualquier otro matrimonio (y como Flor de Nieve y su esposo), de modo que no había nada interesante que contar.
¿Cómo podía contestar a la pregunta acerca de mi felicidad, cuando el principal conflicto de mi vida estaba relacionado con ella?
– Admito que has aprendido muchas cosas de Flor de Nieve -me dijo un día mi suegra tras sorprenderme escribiendo a mi laotong- y estamos agradecidos por eso, pero ella ya no pertenece a nuestro pueblo ni se halla bajo la protección del señor Lu. Él no puede ni debe tratar de cambiar su destino. Como sabes, los códigos por los que se rigen las esposas están relacionados con la guerra y con otros conflictos fronterizos. Por nuestra condición de huéspedes, las esposas no debemos ser agredidas durante las contiendas, los asaltos ni las guerras, porque se considera que pertenecemos tanto al pueblo de nuestro esposo como a aquel donde nacimos. Como esposas, se nos presta protección y lealtad en ambos sitios. Pero, si te pasara algo en el pueblo de Flor de Nieve, cualquier cosa que nosotros hiciéramos podría provocar represalias y quizá incluso una larga contienda.
Escuché las explicaciones de la señora Lu, pero sabía que sus motivos eran mucho más viles. La familia natal de Flor de Nieve había caído en desgracia y ella se había casado con un hombre impuro. Mis suegros no querían que yo me relacionara con ella.
– Flor de Nieve estaba predestinada -prosiguió mi suegra, acercándose un poco más a la verdad- y su destino no se parece en nada al tuyo. Al señor Lu y a mí nos complacería mucho que nuestra nuera decidiera romper el contrato con alguien que ya no es su verdadera alma gemela. Si necesitas compañía, visitaremos a las jóvenes esposas de Tongkou que te presenté.
– Las recuerdo. Gracias -murmuré, contrita, mientras por dentro gritaba aterrada: «¡Nunca, nunca, nunca!»
– Les gustaría que formaras con ellas una hermandad de mujeres casadas.
– Gracias, pero…
– Deberías considerar un honor su propuesta.
– Así la considero.
– Sólo quiero que entiendas que debes quitarte a Flor de Nieve de la cabeza -añadió mi suegra, y terminó con una variación de su habitual reprimenda-: No quiero que los recuerdos de esa desgraciada influyan en mi nieto.
Las concubinas rieron tapándose la boca. Les encantaba verme sufrir. En momentos como aquél su estatus subía y el mío bajaba. Con todo, exceptuando esas críticas continuas, con las que las otras mujeres disfrutaban y que a mí me asustaban muchísimo, mi suegra era más amable conmigo de lo que lo había sido mi propia madre y cumplía las normas a rajatabla. «Cuando seas niña, obedece a tu padre; cuando seas esposa, obedece a tu esposo; cuando seas viuda, obedece a tu hijo.» Llevaba toda la vida oyendo ese consejo, de modo que no me intimidaba. Pero un día en que se enfadó con su esposo mi suegra me enseñó otro proverbio: «Obedece, obedece, obedece, y luego haz lo que quieras.» De momento mis suegros podían impedir que viera a Flor de Nieve, pero nunca podrían impedir que la amara.
Flor de Nieve:
Mi esposo me trata bien.
Ni siquiera sé dónde están todos los campos de la familia.
Yo también trabajo mucho.
Mi suegra vigila todo lo que hago.
Las mujeres de mi casa dominan el nu shu.
Mi suegra me ha enseñado algunos caracteres nuevos.
Te los enseñaré la próxima vez que nos veamos.
Paso el día bordando, tejiendo y haciendo zapatos.
Hilo y cocino.
Tengo un hijo. Rezo a la diosa para tener otro algún día.
Tú también deberías rezar.
Escúchame, for favor.
Debes obedecer a tu esposo.
Debes escuchar a tu suegra.
Te pido que no sufras tanto.
Recuerda cuando bordábamos juntas y cuchicheábamos por la noche.
Somos dos patos mandarines.
Somos dos aves fénix que surcan el cielo.
Lirio Blanco
En su siguiente carta, mi laotong no hacía ningún comentario sobre su nueva familia, aparte de que su hijo había aprendido a sentarse. Hacia el final volvía a preguntarme por mi vida.
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