Flor de Nieve:
Tengo a mi hijo a mi lado.
Todavía no ha terminado mi período de purificación.
Mi esposo me visita por la mañana.
Parece feliz.
Mi hijo me mira con expresión interrogante.
Estoy deseando verte en la Fiesta del Primer Mes.
Por favor, emplea tus mejores palabras para poner a mi hijo en nuestro abanico.
Háblame de tu nueva familia.
No veo mucho a mi esposo. ¿Y tú?
Miro por la celosía y veo tu ventana.
Siempre cantas en mi corazón.
Pienso en ti todos los días.
Lirio Blanco
¿Por qué los llaman años de arroz y sal? Porque los pasamos realizando las tareas cotidianas: bordando, tejiendo, cosiendo, remendando, confeccionando zapatos, cocinando, fregando los platos, limpiando la casa, lavando la ropa, manteniendo encendido el brasero y, por la noche, mostrándonos dispuestas a cohabitar con un hombre al que todavía no conocemos bien. También son días dominados por la ansiedad y los afanes de toda madre primeriza. ¿Por qué llora el niño? ¿Tendrá hambre? ¿Toma suficiente leche? ¿Conseguiré que se duerma? ¿Duerme demasiado? ¿Y qué hay de las fiebres, los sarpullidos, las picaduras de insectos, el calor excesivo, el frío extremo, los cólicos, por no mencionar las enfermedades que asolan el país todos los años llevándose a montones de niños, pese a los esfuerzos de los herboristas y sus ofrendas en los altares de las familias, y pese a las lágrimas de las madres? Además de preocuparnos por el bebé al que damos de mamar, hemos de preocuparnos aún más por la verdadera responsabilidad de toda mujer: tener más hijos y asegurar la siguiente generación y las posteriores. Sin embargo, durante las primeras semanas de la vida de mi hijo yo tenía otra preocupación que no guardaba relación con mis deberes de nuera, esposa o madre.
Cuando pregunté a mi suegra si podía invitar a Flor de Nieve a la Fiesta del Primer Mes de mi hijo, me contestó que no. Ese desaire es algo que la gente de nuestro condado considera un terrible insulto. Me quedé muy abatida y desconcertada por su actitud, pero no podía hacerle cambiar de opinión. Ese día se convirtió en uno de los más importantes y alegres de mi vida, y lo pasé sin la compañía de mi laotong. La familia Lu acudió al templo de los antepasados para poner el nombre de mi hijo en la pared con los del resto de los miembros de la familia. Entre los invitados y parientes repartieron huevos rojos -símbolo de una vida llena de celebraciones y momentos felices-. Se sirvió un gran banquete con sopa de nido de pájaro, aves que habían estado seis meses en salazón y pato aumentado con vino y cocido con jengibre, ajo y pimientos rojos y verdes picantes. Yo echaba de menos a Flor de Nieve, y más tarde le escribí para contarle todos los detalles de la fiesta, sin pensar que eso le recordaría el terrible desprecio de que había sido víctima. Al parecer encajó bien el desaire que le habíamos hecho, porque me envió un regalo: una túnica y un gorro con bordados y pequeños dijes para mi hijo.
Cuando mi suegra los vio, dijo: «Una madre debe vigilar siempre a quién deja entrar en su vida. La madre de tu hijo no puede juntarse con la esposa de un carnicero. Las mujeres con amor filial crían hijos con amor filial, y nosotros esperamos que cumplas nuestros deseos.»
Al oírle esas palabras comprendí que mis suegros no sólo no querían que Flor de Nieve viniera a la fiesta, sino que no deseaban que volviera a verla. Yo estaba horrorizada, aterrada, y, como acababa de tener el bebé, no paraba de llorar. No sabía qué hacer. Acabaría rebelándome contra mis suegros por esa cuestión, sin darme cuenta de cuan peligroso podía resultar.
Entretanto, Flor de Nieve y yo nos escribíamos furtivamente casi a diario. Yo creía saberlo todo acerca del nu shu y estaba convencida de que los hombres no debían tocarlo ni verlo jamás, pero en la casa de los Lu, donde todos los varones dominaban la escritura de los hombres, me di cuenta de que la escritura secreta de las mujeres no era en realidad tan secreta. Entonces comprendí que los hombres de todo el condado debían de conocer el nu shu. ¿Cómo no iban a conocerlo? Lo llevaban bordado en los zapatos. Nos veían tejer nuestros mensajes en piezas de tela. Nos oían cantar nuestras canciones y nos veían exhibir nuestros libros del tercer día. Lo que pasaba era que los hombres consideraban que su escritura era muy superior a la nuestra.
Dicen que los hombres tienen el corazón de hierro, mientras que el de las mujeres es de agua. Eso se hace patente en las diferencias entre la escritura de los hombres y las mujeres. La de ellos tiene más de cincuenta mil caracteres, cada uno bien diferenciado, cada uno con profundos significados y matices. La de las mujeres quizá tenga seiscientos, que utilizamos fonéticamente, como bebés, para crear cerca de diez mil palabras. Para aprender y entender la escritura de los hombres hace falta toda una vida. La de las mujeres es algo que aprendemos de niñas, y necesitamos el contexto para captar su significado. Los hombres escriben acerca del reino exterior de la literatura, las cuentas y el rendimiento de los cultivos; las mujeres escriben acerca del reino interior de los hijos, las tareas domésticas y las emociones. Los hombres de la familia Lu estaban orgullosos del dominio que sus esposas tenían del nu shu y de su habilidad para el bordado, aunque esas cosas eran tan importantes para la supervivencia como la ventosidad de un cerdo.
Como los hombres de la familia consideraban que nuestra escritura era insignificante, no prestaban atención a las cartas que yo escribía ni a las que recibía. Pero mi suegra era otro cantar. Tenía que andarme con mucho cuidado con ella. De momento no me había preguntado a quién escribía, y en las semanas siguientes Flor de Nieve y yo perfeccionamos un sistema de entregas. Utilizábamos a Yonggang, que iba de un pueblo a otro transportando los textos que habíamos bordado en pañuelos o tejido en piezas de tela. Me gustaba sentarme junto a la celosía y observarla. Muchas veces pensaba que yo misma podía hacer aquel viaje. El pueblo de Flor de Nieve no estaba muy lejos y mis pies eran lo bastante fuertes para llevarme hasta allí, pero había normas que regían esas cosas. Aunque una mujer pudiera recorrer una larga distancia a pie, no debían verla sola por el camino. Se exponía al peligro de que la secuestraran; además, su reputación corría un riesgo aún mayor si no llevaba una escolta adecuada: su esposo, sus hijos, su casamentera o sus porteadores. Yo habría podido ir a pie a casa de Flor de Nieve, pero nunca me habría arriesgado a hacerlo.
Lirio Blanco:
Me pides que te hable de mi nueva familia.
Tengo mucha suerte.
En mi casa natal no había felicidad.
Mi madre y yo teníamos que guardar silencio de día y de noche.
Las concubinas, mis hermanos, mis hermanas y las criadas se habían ido.
Mi casa natal estaba vacía.
Aquí tengo a mi suegra, a mi suegro, a mi esposo y a sus hermanas pequeñas.
No hay concubinas ni criadas en la casa de mi esposo.
Sólo yo desempeño esas funciones.
No me importa tener que trabajar duro.
Todo cuanto necesitaba saber me lo enseñasteis tú, tu hermana, tu madre y tu tía.
Pero las mujeres de aquí no son como las de tu familia.
No les gusta divertirse.
No se cuentan historias.
Mi suegra nació en el año de la rata.
¿Te imaginas algo peor para alguien nacido en el año del caballo?
La rata cree que el caballo es egoísta y desconsiderado, aunque yo no soy ni lo uno ni lo otro.
El caballo cree que la rata es maquinadora y exigente, y así es como es mi suegra.
Pero no me pega.
No me grita más de lo que se merece una nueva nuera.
¿Sabes algo de mis padres?
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