Federico Andahazi - Errante en la sombra

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Errante en la sombra: краткое содержание, описание и аннотация

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Errante en la sombra es una novela musical, un relato que se despliega como un espectáculo frente al cual el lector es a la vez espectador de una trama que transcurre en esa Buenos Aires que una vez fue realidad y ahora es leyenda. Con la naturalidad y el artificio propios de los protagonistas de los mejores musicales, los personajes de esta novela se expresan cantando y bailando, en medio de una historia que por momentos parece una parodia de sí misma. El autor de El Anatomista plasma aquí una nueva forma narrativa. Con indudable maestría, ofrece a un tiempo el placer de la lectura y el de asistir en directo y en primera fila a un inédito melodrama musical tanguero.

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Bul í n, si hablaran tus muros
de claro papel floreado
que han visto asuntos oscuros;
cu á ntas veces trasnochado
recal é bajo tu techo,
penando cual condenado,
pa'olvidarme de un despecho
entre el humo y la penumbra,
whisky, cubilete y dados;
y ese cartel que me alumbra
la herida que ella me ha hecho
y que a ú n no se ha cerrado.
Bul í n, si hablaran tus muros
de florido empapelado,
si contaran los secretos
de alg ú n ilustre afamado
de levita y cuello duro
(su nombre no comprometo)
con berret í n de poeta
que con sigilo y apuro
entr ó con una pebeta
poniendo cara de otario,
recit á ndole un soneto
pa'ahorrarse los honorarios.
Mezcla de asilo y garito,
bul í n sin nombre ni due ñ o,
qu é desfile estrafalario
ha pasao por "el pisito":
poetas de tristes sue ñ os,
cantores que han sido mito,
actores de adusto ce ñ o
y alg ú n amigo en apuros
que se qued ó sin salario
porque ha perdido el laburo…
y vos le diste cobijo.
Por si nadie te lo dijo, bul í n
de renombre oscuro,
a pesar de tu prontuario
para m í sos el m á s puro,
como un tanguero santuario.
Timba, minas y partusa,
testigo de mis andanzas,
refugio de mi tristeza
donde me esperan las musas
cuando pierdo la esperanza,
cuando ando sin entereza.
Dos almas en pena

Damas y caballeros: Qué sucedió aquella noche en la que Gardel llegó con Ivonne al departamento de la calle Corrientes es algo que nadie sabrá, salvo los discretos muros del bulín. Pero sin dudas, por la madrugada, ni Gardel ni Ivonne fueron los mismos que entraron horas antes. Ivonne amaba a Gardel antes de conocerlo, antes aún de sospechar su rostro, desde el día en que escuchó su voz. Nadie sabrá el secreto que guardan aquellas paredes empapeladas, pero Gardel, durante los días posteriores, no pudo quitarse de la cabeza el recuerdo de aquellos ojos azules y tristes. Nadie más que el cartel de neón de Glostora fue testigo de lo que sucedió allí adentro, pero lo cierto es que Ivonne ya nunca más quiso volver a su lejana Europa. Nadie supo por qué capricho Gardel decidió cancelar un viaje largamente planificado a Barcelona. Aquella noche, señoras y señores, iba a ser el inicio de algo tormentoso e incierto que, acaso, pudiera llamarse romance.

Tres

1

Si hasta entonces el cuerpo de Ivonne tenía un dueño -André Seguin- ahora su corazón tenía otro: Carlos Gardel. Nada había cambiado en su aspecto ni en su rutina nocturna. De hecho, nadie tenía motivos para sospechar que un cataclismo acababa de hacer eclosión en el espíritu de Ivonne. Ni el gerente del cabaret, ni cada uno de los cuatro o cinco clientes con los que salía cada noche hubiesen podido percibir que aquella muchacha no era la misma que habían conocido. Como todas las madrugadas, Ivonne vaciaba su pequeño tesoro sobre el escritorio del despacho de André y volvía a la pensión cercana al mercado Spinetto. Pero ahora, lejos del Royal Pigalle, los días eran otra cosa. Las tardes empezaron a cobrar existencia. Ya no dormía desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde. La dueña de la pensión no salía de su asombro al verla bajar al mediodía, vestida "como una señorita", y almorzar junto a los demás huéspedes, muchos de los cuales hasta entonces desconocían su existencia. Apenas si comía, pero al menos probaba algún bocado antes de salir a la calle. Todas las tardes, a la hora de la siesta, caminaba las largas cuadras que la separaban del bulín del francés. Nunca hacía el mismo camino, a veces bajaba por la avenida Rivadavia, bordeaba el Congreso, tomaba Avenida de Mayo y desde Suipacha caminaba hasta Corrientes. Otras veces se desviaba unas cuadras y se llegaba hasta el Palacio de Tribunales; en un banco de plaza Lavalle se sentaba a contemplar el teatro Colón, miraba el reloj y luego apuraba el paso por Diagonal Norte y retomaba el camino. A las cuatro en punto era la cita de cada tarde. Entraba al edificio con la copia de la llave que él le había hecho, subía en el ascensor jaula, bajaba en el segundo piso, golpeaba tímidamente la puerta y ahí estaba él. Ella se conformaba con el calor del abrazo, con la sonrisa hecha con la mitad de la boca, sólo para ella. Le alcanzaba con la caricia de su voz, con su perfume hecho de gomina y tabaco inglés. Con el regalo de su mirada, con sus ojos negros ya era suficiente. Todo lo que venía después era mucho más de lo que podía pedir. Y estaba agradecida. Jamás tuvo un reproche, nunca una palabra agria. Ivonne temía dar un paso en falso, hacer un gesto grandilocuente que lo ahuyentara como a un pájaro. Con verlo, nada más que verlo, le bastaba. Que se dignara encontrarse con ella cada tarde le parecía mentira. Tenía miedo de decir una palabra de más. Nunca se atrevió siquiera a sugerirle que estaba perdidamente enamorada. Pero ahora es feliz. Discretamente feliz. En la soledad de su cuarto, mientras hace girar la manija de la vitrola para volver escuchar su voz, con la misma melodía que antes le cantaba a ese Gardel cuyo rostro trataba de imaginar, aquel que le había enseñado a hablar el castellano, Ivonne ahora entona:

Gira que te gira mi alma
igual que aquella vitrola;
si ayer llor é triste y sola
hoy la dicha me ilumina,
qui é n dir í a que esta mina,
papirusa de burdel que rodaba
como dado de escolazo,
iba a terminar en los brazos
del mism í simo Gardel.
Vos me ense ñ aste el lenguaje,
este lunfardo porte ñ o
bravo como el malevaje
y c á lido como un le ñ o.
Quiero que vueles, paloma,
y vayas donde est á é l;
que le cont é s de mi amor,
y que me traigas su aroma,
su voz que me da calor
como cuando digo su nombre: Gardel.
Gira que gira la pasta
del disco en el gram ó fono
si ayer me gan ó el hast í o
hoy al fin le digo: basta,
y canto desde el balc ó n,
junando abajo el vac í o,
sin sentir la tentaci ó n;
ya no quisiera caer,
porque s é que has de volver,
como reza tu canci ó n,
a este cuerpo que hoy no es m í o.
Gira que gira, vitrola
como un loco carrusel;
quiero marearme en tu p ú a,
en tu bocina de orqu í dea.
Hoy que pas ó la gar ú a,
respiro esta cosa nívea
y no me siento tan sola,
s é que voy a estar con é l;
y mi dicha se acent ú a
cuando escucho tu voz tibia
y digo su nombre: Gardel.

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