Tal vez sus clientes no pagaban o no podían hacerlo. Al fin y al cabo, estaban en bancarrota. O acaso las minutas de Sam eran ínfimas y los Grandes y Poderosos le estaban bloqueando los ingresos. Yo necesitaba más información, fundamentalmente el monto de los ingresos de Sam y de su participación en la firma.
Busqué los distintos menús del programa, pero nada de nada. La información estaba informatizada, pero yo nunca la había visto porque estaba oculta. Los asociados no tenían acceso a esos menús, ya que Grun permitía tanta libertad de información como el Kremlin. De modo que mi próximo paso consistía en convencer al ordenador de que yo era una socia, preferiblemente el propio Sam, ya que lo que yo buscaba era información que le concernía. Para conseguirlo debía adivinar la contraseña.
Pensé un minuto y escribí:
DAFFY DUCK.
Contraseña errónea , dijo el ordenador.
Probé con FOGHORN LEGHORN.
Contraseña errónea.
EL GATO SYLVESTER .
Contraseña errónea .
– Qué manera de sufrir -dije, y volví a la carga.
Media hora después, aún no había dado con la maldita contraseña. Por suerte, no había límites para intentarlo porque lo había probado con todos los personajes de cómic conocidos. Luego lo hice con personajes de la televisión que yo sabía que eran los preferidos de Sam: Gilligan, Little Buddy, Maynard G. Krebs, Jeannie, Master, Major Nelson, Lucie, Ethel, Little Ricky. Nada de nada.
Una mujer de la cocina me trajo un bocadillo de atún cuando pasé a la fase de rock and roll. Jerry García, Bootsie, RuPaul. Hasta John Tresh. Me comí la mitad del bocadillo mientras pasaba a los músicos de las series. Rodgers, Hammerstein, Andrew Lloyd Weber. Deposité mis esperanzas en Stephen Sondheim, pero la búsqueda resultó infructuosa.
Mierda. Si veía otra vez la señal de contraseña errónea, lanzaría un chillido. Tuve que recurrir a mi hobby, el ejercicio físico. Me estiré y caminé alrededor de la mesa. Corrí hasta la ventana. Hice una y otra flexión. Estaba corriendo cuando de pronto alguien llamó a la puerta, y tuve el tiempo suficiente para volver a sentarme en mi silla.
– -¡Adelante!
– -¿La señorita Frost? --dijo un joven mensajero--. Esto se lo envía Personal. --Me pasó un sobre olfateando el ambiente--. ¿Qué es ese olor?
– -¿Qué olor?
– -Como a gimnasio.
– -Atún --dije alejándolo de mi reino. Abrí el sobre y volqué su contenido sobre la mesa, donde relució como magníficas piedras preciosas. Una tarjeta de identificación de Grun, un pase para el edificio y un juego de llaves. Hermosos. Además, una tarjeta LEXIS / NEXIS. Muy bien, esto me pondría on line . Podía leer desde mi silla los periódicos on line y ver por dónde andaba la policía tras mis huellas. Había sido algo en lo que había pensado todo el tiempo.
Me desplomé en la silla y marqué mi nuevo número LEXIS. A continuación, entré en NEXIS, escribí ROSATO y limité la búsqueda a la última semana, que fue cuando realmente me hice famosa.
Su solicitud ha encontrado trescientos cuarenta y cinco artículos , dijo el ordenador.
– Fantástico -exclamé, y pedí el primero, que sería el más reciente. El titular lo decía todo: ABOGADA FUGITIVA SOSPECHOSA DE TERCER ASESINATO.
Lo leí, y luego las historias siguientes, abogada extremista ASESINA EN SERIE. LA MUJER HA HUIDO. Había entrevistas con «fuentes generalmente bien informadas del Departamento de Policía», pero no me proporcionaron ninguna novedad sobre sus esfuerzos por encontrarme. No había mención alguna acerca de que se me hubiera visto ni citas atribuidas a Azzic. La línea oficial era la misma: la sospechosa puede huir, pero no puede esconderse. ¿O sí?
Pulsé una tecla para leer la siguiente historia.
Y TODOS CAYERON COMO UN CASTILLO DE NAIPES, decía el titular. La firma era de Larry Frost, mi primo lejano y perdido, y su reportaje era una colección de entrevistas con los asociados de R amp; B. Una cita de la «asociada de Rosato» Renee Butler decía que ella se sentía «traicionada» por mí. Bob Wingate «solo deseaba olvidarse de todo el asunto» y llevaba a cabo una búsqueda sin éxito de un nuevo empleo. Eve Eberlein no había permitido que la entrevistaran, pero se decía que estaba preparando la defensa del juicio Wellroth. Jennifer Rowlands había encontrado empleo en otro bufete de Filadelfia. En un apartado titulado «Nube plateada sobre un bufete jurídico», Jeff Jacobs y Amy Fletcher anunciaban su próxima boda. Por todos los santos.
Pulsé de nuevo y apareció la siguiente noticia. El titular me hizo contener la respiración:
HOY SERVICIO FÚNEBRE EN
MEMORIA DE ABOGADO
Hoy se ha celebrado un servicio fúnebre en memoria de Mark Biscardi, residente de Center City y socio de la firma Rosato amp; Biscardi. El servicio y el entierro han contado con la presencia de numerosos clientes y colegas del abogado asesinado y fue organizado por Eve Eberlein, una asociada de la firma. Sam Freminet, de Grun amp; Chase, leyó una homilía.
Me apoyé en el respaldo como si mi peso me empujara en esa dirección. Mark estaba muerto, definitivamente. Me había perdido el funeral. Caí en un estado de sopor mientras pensaba en él y luego reparé en lo que Grady me había dicho sobre Mark la noche que nos vimos en el cobertizo de botes. Le estuve dando vueltas. ¿Me había amado Mark de verdad? ¿Me amaba Grady?
Sentí un nudo en el estómago. Permanecí quieta contemplando las palabras de la pantalla, la única luz que como un faro iluminaba la sala.
Las diecinueve cuarenta y cinco. No había ruidos en la planta y todos los perdedores ya estarían en sus casas. Las mujeres de la limpieza empezarían su ronda a las ocho de la noche, pero el cartel que yo había colgado de la puerta las mantendría alejadas. Estaría a salvo si salía a esa hora, especialmente un viernes por la noche. Había muchos enigmas que no podía resolver desde una silla.
Pero lo primero era lo primero.
Me levanté, estiré las piernas y apagué el ordenados Luego recogí lo que necesitaba y me aventuré a salir de la sala D de reuniones.
Sucede que a veces las cosas se complican. Como dejar unos documentos en un coche con un gato en su interior. Me senté contenta en el asiento delantero del banana móvil mientras mi pequeña pelota de piel seguía jugando con los espaguetis de papel. Suponía una mejora respecto a usar el coche como basurero o incluso a lo que podían llegar a hacer los abogados con sus escritos.
Seguidamente, el gato empezó a jugar con un trozo de atún en el asiento delantero sin atender a mis intentos de que se lo comiera o bebiera la leche que le había traído. Lo acaricié mientras jugueteaba y me echó una mirada desde el hermoso triángulo de su cara. Los ojos azules, la esponjosa nariz rosada. Era cariñoso aunque no fuera un triunfador de las leyes. Se merecía un nombre.
– ¿Qué tal gato Sylvester ?
Parpadeó. Contraseña errónea.
– ¿ Gilligan ? ¿ Little Buddy ?
Se mostró aburrido, luego se instaló sobre mi regazo disponiéndose a descansar.
– ¿ Samantha ?. ¿ Endora? ¿ Tabitha ? --Ni siquiera sabía si era gato o gata. Lo levanté para averiguarlo cuando oí un sonido en la ventanilla al lado de mi oreja.
Me di la vuelta sorprendida y me encontré con una porra de policía. Una pistola enfundada en su pistolera. Redondas esposas cromadas colgando de un ancho cinturón. Sentí pánico y levanté la mirada hasta dar con la chapa brillante de un policía de Filadelfia.
– Salga del coche, por favor -dijo el agente.
El corazón me dejó de palpitar. No tenía otra alternativa. Se me apareció la imagen de la cárcel. Luego la de mi madre, perdida. Me aferré al gato y abrí la puerta.
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