Diane Liang - El Ojo De Jade

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La moderna y emprendedora Mei acaba de abrir una agencia privada de detectives en pleno corazón de Pekín. Esta mujer joven es un símbolo evidente del gran cambio cultural y ecónomico que está viviendo China. Al volante de su Mitsubishi rojo, y con un hombre como secretario, Mei está preparada para su nuevo trabajo. Cuando un cliente le pide que encuentre un valioso jade de la dinastía Han sustraído de un museo en plena Revolución Cultural, Mei se verá obligada a profundizar en ese oscuro periodo de la historia de China.
La investigación de Mei revela una trama que tiene mucha más relación con el pasado y la historia de su propia familia de lo que podría haber esperado. Esto la llevará a la trastienda de Pekín y a un secreto tan bien guardado que, desenterrarlo, amenazará con destruir lo que Mei consideraba sagrado…

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– Yo puedo cuidarme a mí misma -replicó Mei.

Yaping sacudió la cabeza y suspiró.

– Sabía que no lo entenderías. Pero no importa. Como te iba diciendo, yo estaba lejos de casa y solo en un mundo nuevo. Necesitaba cariño y aplomo. Luego vino el movimiento democrático estudiantil. Cuando vimos en la tele las noticias de la huelga de hambre de los estudiantes en la plaza de Tian'anmen, los estudiantes chinos de Chicago nos pusimos en movimiento. Conseguimos dinero, hicimos manifestaciones ante la embajada china. Hay algo en las épocas turbulentas que crea vínculos entre la gente. Nos enamoramos.

– ¿Y qué pasó entonces? ¿Por qué os divorciasteis?

– Bueno, las personas cambian -Yaping contempló el estadio vacío como si tuviera el pensamiento muy lejos de allí.

– ¿He cambiado yo? -preguntó Mei, inclinando la cabeza hacia un lado. Al hacerlo, sintió que algo tocaba su pelo. Era la manga de la camisa de Yaping.

– Todavía no lo sé. Pero sé que yo sí que he cambiado.

De no se sabe dónde vino un pequeño gorrión y se puso a tamborilear alegremente con sus minúsculas patas en los bancos.

– No estoy segura de si en realidad cambiamos -dijo Mei-. Cuando decimos que hemos cambiado, a lo mejor lo que queremos decir es que ha cambiado nuestra comprensión del mundo. ¿Recuerdas que cuando éramos jóvenes solíamos decir «para siempre»? Prometimos amarnos para siempre y recordarnos para siempre el uno al otro. No digo que no lo dijéramos de verdad, éramos sinceros al decirlo. Sólo que no teníamos ni idea de lo que significa «para siempre». No eran más que palabras que usábamos, como «lluvia» o «viento». Era una cosa que estaba ahí, una cosa oportuna.

Yaping se volvió a mirar de hito en hito a Mei mientras ella hablaba.

– Ahora he visto lo que es «para siempre» y, créeme, no tiene belleza ni glamour. «Para siempre» es de lo que está hecho el auténtico dolor. Mirando a mi madre en el hospital, he visto venir lo eterno. Se me ha acercado tanto que casi podría haberlo tocado. Cuando alguien muere, desaparece. La muerte es para siempre, irreversible y definitiva. Una vez que ocurre, nada la puede cambiar. «Para siempre» significa el final de todas las posibilidades, donde ningún error se puede enmendar y ningún remordimiento puede encontrar perdón.

»Cuando he visto cómo se le escapaba la vida a mi madre, algo me ha abandonado a mí también. Ya sabes cómo es mi familia. Mi madre nos crió a mi hermana y a mí ella sola. Luchamos mucho. Durante años vivimos en alojamientos temporales, muchas veces con poco que comer y a veces sin dinero con que comprar ropa para ir al colegio.

Alzó la vista al desierto estadio radiante de sol. Por unos segundos sus pensamientos divagaron.

– Pensar en el pasado me pone muy triste, sobre todo porque, como quizá recuerdes, nunca me he llevado muy bien con mi madre. Ahora que está gravemente enferma me doy cuenta de que hay muchas cosas que no sé de ella, y muchas que quisiera decirle.

»Cada vez que veo un rayo de sol nuevo, un verde nuevo en una hoja o una flor que brota, pienso en mi madre, en que puede que no vuelva a estar aquí para verlos. Y pienso en el día siguiente, en el año próximo, en que todas esas cosas volverán a ocurrir y la vida se renovará como si no tuviera memoria. El mundo continuará, yo continuaré, pero mi madre no.

Mei se quedó callada. Había olvidado adónde quería ir a parar con aquello. Fuera lo que fuese, ya no importaba; en ese momento había llegado a entender por qué buscaba a su madre en todos los lugares adonde iba. Había evocado su presencia en los parques urbanos y en los mercadillos mañaneros, y cuando andaba por las callejas estrechas y tortuosas veía en ellas a su madre y la soledad en sus miradas.

A lo lejos sonó una sirena, luego el sonido se fue apagando y se esfumó como un recuerdo.

– La quieres mucho, ¿verdad? -dijo Yaping. La voz de Mei le había llegado como el viento por la pradera, como un amor perdido que vuelve a casa, más suave y más clara que en sus sueños.

– Eso creo. No sé. A lo mejor es esto lo que la gente llama amor. Pero yo no lo veo así. Para mí no es más que la forma en que son las cosas, la forma en que deben ser. No tengo elección. Mi madre es como un faro: por mucho que intente alejarme de ella, parece que siempre acabo por volver.

– ¿Crees que lo vas a llevar bien?

– ¿Si mi madre se muere, quieres decir? Pues no lo sé. Soy una luchadora, o por lo menos eso es lo que me gustaría pensar. Me he enfrentado a momentos difíciles antes de ahora: cuando tú te casaste y cuando dejé el ministerio. Pero esta vez es distinto.

Mei vio un fruncido mínimo en el entrecejo de Yaping.

– Supongo que debería explicarte por qué dejé mi antiguo trabajo.

Él asintió:

– Me gustaría entenderlo.

– Cuando trabajaba en el Ministerio de Seguridad Pública, tenía el puesto de ayudante personal del jefe de Relaciones Públicas. Era en muchos aspectos un trabajo interesante y suculento. Me llevaba el glamour sin los sudores del trabajo a pie de calle. Lo que hacía era sobre todo derivar órdenes y requerimientos a las oficinas locales y ocuparme de los principales actos y presentaciones públicos. Hacía de enlace para los visitantes extranjeros y acompañaba a mi jefe a reuniones del ministerio.

»Mi jefe no era muy brillante, pero para trabajar con él no estaba mal. Teníamos una relación cordial. Vivíamos dentro del mismo recinto. Fui muchas veces a comer a su casa y me llevaba bien con su familia. Lo que hay que entender es que, para un burócrata como él, había llegado a una edad crítica. Si conseguía seguir ascendiendo, se apreciaría su juventud para un cargo ministerial; pero si no lograba abrirse camino, muy pronto le considerarían demasiado viejo y tendría que dejar paso a la siguiente generación.

»Te estoy explicando esto para que entiendas por qué fue tan crucial lo que ocurrió. Como decía, como ayudante personal suya yo le acompañaba muchas veces a reuniones gubernamentales. Lógicamente, conocí a mucha gente importante, ministros incluidos.

»Para decirlo brevemente, uno de los ministros, según mi jefe, se había encaprichado conmigo y quería que fuese su amante. Ah, sí, eso es bastante corriente ahora, sobre todo cuando un hombre tiene dinero o poder. No te voy a decir quién era. Llevas demasiado tiempo fuera de China, seguro que ni lo conoces. Pero eso no importa. Yo dije que no. Y mi jefe, como no podía convencerme de que cambiara de opinión, me dijo que me iba a hacer la vida imposible hasta que aceptara. Sabes, yo me había convertido en la pasarela que podía llevarle a lo más alto del ministerio. Así que me desterró al trabajo de calle y me acosaba constantemente. Y la rueda de rumores seguía funcionando sin parar. No te puedes figurar las mentiras tan feas que se dijeron de mí, todavía me da náuseas pensar en aquello. Ya no tenía amigos. La gente me evitaba como a una plaga.

»Era como una riada de agua sucia que va llenando una cueva subterránea. Cada espacio, cada abertura de mi vida estaban siendo inundados. No podía escaparme. Así que pedí la baja. Eso no acabó con las mentiras, desde luego; ya habían llegado muy lejos. Pero ya no podían hacerme daño. Saqué a aquella gente de mi vida. Saqué mi vida de la de aquella gente. A veces pienso que eso se me da bien y que lo prefiero así. Creo que tengo un caparazón duro; en algunos aspectos, puede que lo haya tenido desde los cinco años.

»Pero lo que tengo ahora por delante con lo de Mamá es aún peor. ¿Adónde puedo ir? ¿Cómo puedo huir de la muerte de alguien a quien quiero?

– A lo mejor no puedes -Yaping se inclinó, acercándose a ella. Mei sintió el calor de su cuerpo y le vio los músculos debajo de la camisa. De pronto deseó que él la tocara, aunque sentía que, si lo hiciera, ella se rompería en mil pedazos-. A veces uno no puede protegerse del dolor -sus palabras rodaron por el cuello de Mei como perlas desengarzadas-. Si intentas evitarlo sólo consigues hacerte más daño. No, no estoy pretendiendo darte un consejo; no tengo forma de entender cómo te sientes. Lo único que estoy diciendo es que, a veces, hacerse parte de lo que nos duele es de hecho lo que nos ayuda a sobrevivir. Nos ayuda a seguir con nuestras vidas.

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