– Este planeta -dijo el hombre- no es bastante para mí.
– ¡Presuntuoso y desagradecido! -contestó Dios-. ¿De modo que este planeta no es bastante para ti? Te enviaré, pues, al Infierno, donde no verás el paso de las nubes ni la flor de los árboles, ni escucharás el canto de los manantiales, y por siempre jamás vivirás allí, hasta el fin de tus días.
Y Dios le envió a vivir en un departamento de la ciudad. El hombre se llamaba Cristiano.
Es evidente que este hombre es muy difícil de complacer. Existe la duda de que Dios pueda crear un cielo que le satisfaga. Estoy seguro de que, con su complejo de millonario, quedará bastante harto de la Perladas Puertas, durante su segunda semana en el Cielo, y Dios no sabrá qué hacer para inventar algo que complazca a su hijo malcriado. Debe ser cosa generalmente aceptada ya, que la astronomía moderna, al explorar todo el universo visible, nos va forzando a aceptar esta tierra como un cielo, y el Cielo que soñamos debe ocupar espacio, y por ocupar espacio, debe estar entre las estrellas del firmamento, a menos que esté en el vacío interestelar. Y como ese Cielo tiene que encontrarse en alguna estrella, con o sin lunas, mi imaginación no alcanza a concebir un planeta mejor que el nuestro. Es claro que quizá haya una docena de lunas en lugar de una sola, que sean de distintos colores, rosado, púrpura, azul de Prusia, verde, naranja, topacio, aguamarina y turquesa, y que también haya arcoiris mejores y más frecuentes. Pero sospecho que un hombre a quien no satisface una luna se cansará también de una docena, y si no le complace alguna escena de nieve o arcoiris también se cansará de arcoíris mejores y más frecuentes. Tal vez haya seis estaciones por año, en lugar de cuatro, y alguna hermosa alternación de primavera y verano y día y noche, pero no advierto qué diferencia puede hacer esto. ¿Si no goza uno de la primavera y el verano en la tierra, cómo puede gozar de la primavera y el verano en el Cielo? Debo estar hablando ahora como un gran tonto o como un hombre sumamente sabio, pero lo cierto es que no comparto el deseo budista o cristiano de escapar a los sentidos y a la materia física presumiendo que hay un cielo que no ocupa espacio y está construido de puro espíritu. En cuanto a mí, prefiero vivir en este planeta que en cualquier otro. De seguro que nadie puede decir que es estancada y monótona la vida en este planeta. Si no satisface a un hombre la variedad del tiempo y el cambio de colores en el cielo, el exquisito sabor de las frutas que aparecen por rotación en estaciones diferentes, y las flores que se abren por rotación en los distintos meses, ese hombre haría mejor en suicidarse y no tratar de seguir la inútil caza de un Cielo imposible, que acaso satisfaga a Dios pero nunca satisfará al hombre.
Tal como se presentan hoy los hechos del caso, hay una coordinación perfecta, casi mística, entre las vistas, sonidos, olores y sabores de la naturaleza y nuestros órganos de la vista, el oído, el olfato y el gusto. Esta coordinación entre lasvistas y sonidos y olores del universo y nuestros órganos depercepción es tan perfecta que constituye un argumento perfecto en favor de la teología, que tan en ridículo puso Voltaire. Pero no todos tenemos que ser teólogos. Dios puede habernos invitado a esta fiesta, o no. La actitud china es queparticiparemos de la fiesta, invitados o no. No tiene sentido, sencillamente, dejar de participar de la fiesta cuando la comida parece tan tentadora y tenemos tanto apetito. Que losfilósofos prosigan sus indagaciones metafísicas y traten de descubrir si estamos entre los invitados, pero el hombre sensato tiene que servirse la comida antes de que se enfríe. El hambre está siempre acompañada de sentido común.
Nuestro planeta es un planeta muy bueno. En primer lugar, tenemos la alternación de noche y día, de amanecer y puesta de sol, y un fresco atardecer que sigue a un día caluroso, y una alborada silenciosa y clara que presagia una mañana activa, y nada hay mejor que esto. En segundo lugar, tenemos la alternación de verano e invierno, perfectos en sí mismos, pero aun más perfeccionados porque son introducidos gradualmente por la primavera y el otoño, y nada hay mejor que esto. En tercer lugar, tenemos los árboles silenciosos y dignos, que nos dan sombra en verano y no tapan el sol tibio en invierno, y nada hay mejor que esto. En cuarto lugar, hay flores que se abren y frutas que maduran por rotación en meses diferentes, y nada hay mejor que esto. En quinto lugar, hay días nublados y neblinosos que alternan con días claros y de sol, y nada hay mejor que esto. En sexto lugar, hay chaparrones de primavera y truenos de verano y el viento seco y vigorizante del otoño y la nieve del invierno, y nada hay mejor que esto. En séptimo lugar, hay pavorreales y papagayos y alondras y canarios que cantan canciones inimitables, y nada hay mejor que esto. En octavo lugar, tenemos el zoológico, con monos, tigres, osos, camellos, elefantes, rinocerontes, cocodrilos, focas, vacai, caballos, perros, gatos, zorros, ardillas, picamaderos y animales que responden a tal-variedad e ingenio que jamás pudimos imaginarlo, y nada hay mejor que esto. En noveno lugar, tenemos el pez arcoiris, el pez espada/anguilas eléctricas, ballenas, mojarras, almejas, abalones, langostas, camarones, tortugas y animales de tal variedad e ingenio que jamás pudimos imaginarlo, y nada hay mejor que esto. En décimo lugar, hay magníficos pinos rojos, volcanes que lanzan fuego, cavernas magníficas, picachos majestuosos, colinas onduladas, lagos plácidos, ríos serpenteantes y frescas márgenes, y nada hay mejor que esto. El menú es prácticamente interminable para atender a los gustos individuales y lo único sensato que se puede hacer es ir a participar del festín, y no quejarse de la monotonía de la vida.
La Naturaleza es de por sí, y siempre, un sanatorio. Aunque no pueda curar otra cosa, puede sanar al hombre enfermo de megalomanía. Hay que "poner en su lugar" al hombre, y se ve siempre puesto en su lugar frente al telón de fondo de la naturaleza. Así vemos que en los cuadros chinos se pinta siempre a los seres humanos tan pequeños en el panorama. En un panorama chino llamado "Mirando a una montaña después de la nieve" es muy difícil encontrar a la figura humana que se supone mira a la montaña después de nevar. Al cabo de una búsqueda cuidadosa se le descubrirá bajo un pino: su cuerpo es apenas de una pulgada en un cuadro que tiene quince de alto, y está hecho de unas pocas pinceladas rápidas. Hay otro cuadro Sung de cuatro figuras de estudiosos que ambulan por un bosque otoñal y alzan las cabezas para mirar a las ramas entrelazadas de los majestuosos árboles que los cubren. Hace bien sentirse terriblemente pequeño a veces. Una vez pasaba yo el verano en Kuling, y tendido en lo alto de la montaña empecé a ver dos criaturas diminutas, del tamaño de hormigas, que a cien millas de distancia, en Nanking, se odiaban y tejían intrigas una contra otra por una oportunidad para servir a China, y el tamaño hacía que todo pareciese un poco cómico. Por eso es que los chinos suponen que un viaje a la montaña surte efecto catártico, pues limpia el pecho de una cantidad de tontas ambiciones y de preocupaciones innecesarias.
El hombre suele olvidar cuan pequeño, y a menudo cuan inútil es.Un hombre que ve un edificio de cien pisos de alto se siente envanecido, a menudo, y el mejor modo de curar esa inaguantable vanidad es transportar con la imaginación ese rascacielo hasta una montaña, pequeña, despreciable, y ganar un sentido más veraz de lo que podemos y lo que no podemos llamar "enorme". Lo que nos gusta del mar es su infinitud, y lo que nos gusta de la montaña es su enormidad. Hay en Huangshan o en los Montes Amarillos, picos que están formados por simples trozos de granito de trescientos metros de altura desde su base visible, en el suelo, hasta su cima, y que tienen media milla de largo. Estos picachos son los que inspiran a los artistas chinos, y su silencio, su rugosa enormidad y su eternidad aparente explican en parte el amor de los chinos por las rocas en los cuadros. Es difícil creer que hay rocas tan enormes hasta que se visita Huangshan, y hubo una Escuela Huangshan de pintura, en el siglo XVII, que se inspiraba en estos silenciosos picachos de granito.
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