Esto tiene una razón. Los amigos que se encuentran en la comida se encuentran en paz. Una buena sopa de nidos de pájaros, o un delicioso chow mein, tienen tendencia a suavizar el calor de nuestras discusiones y atenuar la aspereza de nuestros puntos de vista opuestos. Pongamos juntos a dos buenos amigos cuando tienen hambre y no comida, y terminarán invariablemente en una disputa. El efecto de una buena comida no dura solamente unas horas, sino semanas y meses. Vacilamos mucho antes de hacer una crítica desfavorable de un libro escrito por alguien que nos dio una buena comida hace tres o cuatro meses. Por esta razón es que, con la profunda perspicacia china de la naturaleza humana, todas las disputas y peleas se resuelven en la mesa de la comida, y no en un tribunal de justicia. El patrón de la vida china es tal, que no solamente resolvemos nuestras disputas en la comida, después de haberse producido, sino que prevenimos el surgimiento de disputas por el mismo medio. En China, sobornamos la buena voluntad de todos con frecuentes comidas para abrirnos paso. Es, por cierto, la única guía segura para el triunfo en la política. Si alguien se tomara el trabajo de compilar cifras estadísticas, podría encontrar una absoluta correlación entre el número de comidas que da un hombre a sus amigos y la proporción o la rapidez de sus promociones oficiales.
Pero, en la forma que estamos constituidos, ¿cómo podemos reaccionar de otra manera? No creo que esto sea peculiarmente chino. ¿Cómo puede un director de correos o jefe de un departamento en Occidente denegar una solicitud privada de favor personal, si la hace un amigo en cuya casa ha comido cinco o seis buenas cenas? Apuesto a que los occidentales son tan humanos como los chinos. La única diferencia es que aquéllos no tienen perspicacia en cuanto a la naturaleza humana, o no han procedido lógicamente a organizar su vida política de acuerdo con ella. Supongo que hay también algo similar a este modo de vivir de los chinos en el mundo político norteamericano, digamos, por cuanto no puedo sino creer que la naturaleza humana es muy igual siempre, y todos somos muy parecidos bajo la piel. Sólo que no lo veo practicar tan generalmente como en China. Lo único que he sabido de esto en los Estados Unidos es que los candidatos a una función pública dan fiestas a las familias de sus circunscripciones, y sobornan a las madres alimentando a sus hijos con ice cream soda. La convicción inevitable de la gente después de una alimentación pública es la de que He's a jolly good fellow, y por lo común se manifiesta en cantos. Esto es solamente otra forma de la práctica de los señores y nobles medievales de Europa que, en ocasión de una boda o cumpleaños de nobles, daban a sus campesinos una fiesta generosa, con carnes y vinos en cantidad liberal.
Tan básicamente gravita en nosotros este asunto de la comida y la bebida, que las revoluciones, la paz, el patriotismo, la comprensión internacional, nuestra vida diaria y todo el armazón de la vida social humana, están profundamente influidos por él. ¿Cuál fue la causa de la Revolución Francesa? ¿Rousseau y Voltaire y Diderot? No, apenas la comida. ¿Cuál fue la causa de la Revolución Rusa y el experimento soviético? Apenas la comida, otra vez. En cuanto a la guerra. Napoleón mostró la profundidad esencial de su cordura al decir que "un ejército pelea con su estómago". Y ¿de qué vale decir "Paz, Paz", cuando no hay paz debajo del diafragma? Esto se aplica a las naciones así como a los individuos. Han caído imperios y se han derrumbado los más poderosos regímenes y reinos de terror cuando el pueblo tuvo hambre. Los hombres se niegan a trabajar, los soldados a combatir, las prima-donnas a cantar, los senadores a debatir, y hasta los presidentes a gobernar el país cuando tienen hambre. Y ¿para qué trabaja y suda durante todo el día en su oficina el marido, sino por la perspectiva de una buena comida en casa? De ahí el proverbio de que el mejor camino hacia el corazón de un hombre pasa por su estómago. Cuando la carne está satisfecha, el espíritu está más tranquilo y más cómodo, y el hombre ama y aprecia más. Se han quejado las esposas de que sus maridos no notan sus nuevos vestidos, nuevos zapatos, nuevas cejas o nuevas fundas de los sillones. Pero, ¿se han quejado jamás las esposas de que sus maridos no notan un buen bife o una buena tortilla?… ¿Qué es el patriotismo sino el amor por las buenas cosas que comimos en nuestra niñez? He dicho en otra parte que la lealtad al Tío Sam es la lealtad a los buñuelos y al jamón y a las batatas, y la lealtad a la Vaterland alemana es la lealtad al Pfannkuchen y al Stollen de Navidad. En cuanto a la comprensión internacional, entiendo que los tallarines han hecho más que Mussolini por nuestro aprecio hacia Italia. Es lástima que, a juicio de algunas personas, lo que hicieron •los tallarines fue deshecho por Mussolini en la causa de la comprensión entre Italia y el mundo exterior. Esto es porque en los alimentos, como en la muerte, sentimos la esencial fraternidad de la humanidad.
¡Cómo resplandece un espíritu chino después de un buen festín! ¡Cuan fácil es que proclame la hermosura de la vida cuando están bien llenos su estómago y sus intestinos! De ese estómago bien lleno se desprende e irradia una felicidad que es espiritual. El chino confía en el instinto, y su instinto le dice que cuando está bien el estómago, todo está bien. Por eso es que adjudico a los chinos una vida más próxima al instinto y una filosofía que hace posible un más amplio reconocimiento de él. La idea china de la felicidad es, como lo he señalado en otra parte, estar "tibio, bien lleno, a oscuras y dulce", con referencia a la condición de ir a la cama después de una buena cena. Por esta misma razón, dice un poeta chino: "Un estómago bien lleno es en verdad una gran cosa; todo lo demás es lujo."
Con esta filosofía, por lo tanto, los chinos no tienen mojigaterías en cuanto a la comida, o en cuanto a comerla con gusto. Cuando un chino toma una cucharada de buena sopa, da un gustoso sorbo. Es claro que éstos no serían modales para la mesa de Occidente. En cambio, sospecho firmemente que los modales de la mesa de Occidente, que nos obligan a tomar la sopa sin ruido y a comer con quietud, sin la menor expresión de goce, son la verdadera razón de que se haya detenido el desarrollo del arte de la cocina. ¿Por qué hablan tan suavemente y parecen tan desventurados y decentes y respetables los occidentales en sus comidas? En su mayoría no tienen siquiera la sensatez de tomar con la mano un hueso de pollo y roerlo hasta que quede limpio. sino que fingen jugar con él, cuchillo y tenedor en mano, y se sienten terriblemente desventurados y temen decir algo al respecto. Esto es criminal cuando el pollo está bueno de verdad. En cuanto a lo que se llama modales de la mesa, estoy seguro de que el niño tiene su iniciación en los pesares de esta vida cuando la madre le prohibe que se relama. Es tal la psicología humana que, si no expresamos nuestra alegría, pronto cesamos hasta de sentirla, y luego vienen la dispepsia, la melancolía, la neurastenia y todos los males mentales que son peculiares de la vida adulta. Deberíamos imitar a esos franceses que suspiran un "¡Ah!" cuando el camarero les lleva una buena costillita de ternera, y hacen un gruñido puramente animal, como "¡Ommm!" después de probar el primer bocado. ¿Qué vergüenza hay en gozar la comida?, ¿qué vergüenza en tener un apetito normal, sano? No, los chinos son diferentes. Tienen malos modales en la mesa, pero gozan grandemente un festín.
Por cierto que creo que la razón por la cual los chinos no han desarrollado la botánica y la zoología es que el estudioso chino no puede mirar fríamente, sin emoción, a un pez, sin pensar inmediatamente qué sabor tendrá y sin querer comerlo. La razón por la cual no confío en los cirujanos chinos es que temo que cuando un cirujano chino me corte el hígado, en busca de un cálculo, se olvide del cálculo y ponga mi hígado en una sartén. Porque veo que un chino no puede mirar a un puercoespín sin pensar inmediatamente medios y modos de cocerlo y comer su carne sin emponzoñarse. No emponzoñarse es para los chinos el único aspecto práctico, importante. El sabor de la carne de puercoespín es de importancia suprema, si ha de sumar un nuevo matiz a los que conoce nuestro paladar. Las púas del puercoespín no nos interesan. Cómo nacieron, cuál es su función y cómo están unidas a la piel del puercoespín y se hallan dotadas del poder de erguirse al aparecer un enemigo, son cuestiones que para los chinos parecen eminentemente ociosas. Y también con todos los demás animales y plantas: el punto de vista adecuado es el de cómo podemos gozar de ellos los humanos, y no qué son en sí. El canto del pájaro, el color de la flor, los pétalos de la orquídea, el sabor de la carne de pollo son las cosas que nos interesan. Oriente tiene que aprender de Occidente todas las ciencias de botánica y zoología, pero Occidente tiene que aprender de Oriente cómo gozar de los árboles, las flores y los peces, aves y animales, lograr una plena apreciación de los contornos y gestos de diversas especies y asociarlos con modos o sentimientos diferentes.
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