Almudena Grandes - Las Edades De Lulú

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Las Edades De Lulú: краткое содержание, описание и аннотация

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Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince años, sucumbe a la atracción que ejerce sobre ella un joven, amigo de la familia, a quien hasta entonces ella había deseado vagamente. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, alimenta durante años, en solitario, el fantasma de aquel hombre que acaba por aceptar el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la niñez. Crea para ella un mundo aparte, un universo privado donde el tiempo pierde valor. Pero el sortilegio arriesgado de vivir fuera de la realidad se rompe bruscamente un día, cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos.

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Son como animales, pensé, como animales, pequeñas y hermosas bestias sumidas hasta las cejas en el fango de un placer inmediato, absoluto, suficiente en sí mismo.

Le bastaron un par de segundos para deshacerse de cualquier obstáculo, entonces asió firmemente el sexo de su amante con una mano, hundió el índice de la otra en el canal de su grupa, lo dejó resbalar lentamente hacia abajo y le penetró con él al mismo tiempo que comenzaba a masturbarle, mirándome a los ojos.

Mario se dobló hacia delante en un gesto incontrolado, yo dejé caer los párpados un instante y miré a Pablito, él les miraba con los ojos enrojecidos, mordiéndose el labio inferior, amoratado ya, era el favorito, sin duda, pero no se daba cuenta, demasiado joven para comprender, me hubiera gustado hablarle, contarle, los hombres mayores tienen extrañas formas de amar a veces; sé cómo te sientes, yo también he pasado por eso, pero la compasión no fue capaz de desterrar ni siquiera un instante el deseo así que me limité a darle la mano, él la apretó sin mirarme, Jimmy se dio cuenta de todo, le llamó, me miró con una expresión desafiante, le devolví la mirada, estaba de acuerdo, no volvería a inmiscuirme en su compleja vida sentimental, él daría las órdenes, yo miraría solamente, y entonces dio comienzo la previsible ceremonia del envilecimiento de Pablito, muñeco articulado, objeto entre los objetos, recuerdo retazos, fragmentos, detalles insospechadamente intensos, los otros se miraban a los ojos, se acariciaban lánguidamente, mientras él los satisfacía a la vez, sus labios finos, y crueles, deformados en una mueca grotesca, hasta que un pie le rechazaba, lanzándole con fuerza, lejos, caía a mis pies, se que jaba, y esperaba a ser requerido nuevamente, obedecía, retornaba a darles placer a cambio de golpes y de insultos, Jimmy le amenazaba mientras abría con sus manos la grupa de Mario encaramado a cuatro patas sobre el sofá, él acercaba la cabeza, sacaba la lengua y la hundía obedientemente en la carne detestada, lamiendo a su rival, que gimoteaba como un bebé insatisfecho, las manos de Jimmy no le soltaban, seguían clavadas en su grupa, pero eso no le impedía cambiar de posición, se retorcía para poder llegar con la boca al sexo enhiesto, morado y tieso suspiraba para anunciarse y luego lo chupaba, despacio, mucho tiempo, haciendo mucho ruido, para que Pablito, que no le podía ver, le escuchara, y lo supiera, supiera por qué el tercero entre ellos se deshacía de gusto, se estaba deshaciendo, y después finalmente la humillación suprema, cuando yo ya no me podía contener, había decidido no hacérmelo hasta que se hubieran marchado, me parecía indigno retorcerme allí, ante sus ojos, tan sola, y tan distinta a ellos, resultaría cómico y triste, pero ya no podía más, me rozaba los pezones con la punta de los dedos, me acariciaba los muslos, vestida aún, y advertía que todo mi cuerpo estaba duro, y tenso, entonces Jimmy me preguntó si no pensaba desnudarme, su voz parecía una invitación, lo hice, me desnudé completamente, y le escuché -mira, eso de ahí es una tía, y está bastante buena además-, Pablito me miraba, estaba inquieto, Mario se reía a carcajadas, -¿no te gusta?-, Pablito no contestó, yo me sentía infinitamente sucia, porque era un macarra repugnante, un chulo de la peor especie, pero en aquel momento le habría limpiado las suelas de los zapatos con la lengua si me lo hubiera pedido, lo hubiera hecho, simplemente, y me acerqué a él, me tumbé en la mesa, una mesa baja, boca arriba, siguiendo sus instrucciones, él seguía hablando, -tú nunca te has follado a una tía, ¿verdad?-, Pablito protestó, dijo que sí, que por supuesto que lo había hecho, pero mentía, hasta yo me di cuenta -pues ya va siendo hora, ya eres mayorcito para probar-, Mario se ahogaba de risa, -no te preocupes, yo te ayudaré-, me incorporé sobre los codos para mirarles, Pablito estaba llorando, rogaba y suplicaba, no quería hacerlo, Jimmy le sujetaba, sonriendo de una forma siniestra, yo me preguntaba cómo pensaba obligarle a follarme con aquel sexo flojo, completamente flácido, que le colgaba entre los muslos, -ponte de rodillas encima de la mesa-, él vino hacia mí y lo hizo, los hombros encorvados, los brazos colgando a lo largo del cuerpo, la cabeza inclinada, lloraba y me miraba, yo ya no sentía ninguna compasión por él, ya no, ahora era solamente un animal, un perro apaleado, maltratado, infinitamente deseable -y ahora te voy a romper el culo, mi vida-; se acercó a él por detrás, le acariciaba el pecho, pellizcándole los pezones con las uñas, -te la voy a meter por el culo y te vas a morir de gusto-, sus dos manos atraparon el sexo de Pablito al mismo tiempo, y comenzaron a acariciarlo y masajearlo con gestos expertos pero se resistía a crecer de todas formas, Jimmy tenía una voz acorde con su cuerpo, una magnífica voz de hombre -se te pondrá dura, ya lo sabes, no lo vas a poder evitar, cuando yo te la meta se te pondrá dura, seguro, y entonces lo único que tendrás que hacer es metérsela a esta chica por el coño, ese agujerito de ahí, vamos, a lo mejor te gusta y todo-; Mario volvió a reír, Pablito cerró los ojos, ya no lloraba pero estaba sufriendo, eso no impidió que su sexo comenzara a crecer, Jimmy se inclinó sobre él y le habló al oído, no pude escuchar sus palabras, pero sí observé sus efectos, una erección fulminante, luego le empujó hacia delante, le obligó a permanecer a cuatro patas encima de mí y le penetró, arrancándole un alarido impropio de un ser humano, su mano no abandonó el sexo de su amigo, le masturbó al mismo tiempo que le barrenaba hasta que decidió que ya era suficiente -tú, levanta el culo-, inserté mis puños cerrados debajo de mis riñones y me elevé sobre ellos todo lo que pude, mis piernas temblaban, mi sexo temblaba, él mismo guió a su novio, y fue su mano la que sostuvo la polla de Pablito mientras entraba en mí, y entonces, casi al mismo tiempo noté que algo presionaba contra mi cabeza, levanté los ojos y comprendí que eran los muslos de Mario, se había acercado a la mesa por el otro lado y ahora sostenía su sexo en la mano, lo acariciaba delante de las narices de Pablito, que lo miró un segundo y luego, con una especie de suspiro de resignación, se lo metió en la boca, estuvimos así un buen rato, él lleno, exprimido, aprovechado hasta el último resquicio, complaciéndonos a los tres, transmitiéndome a la fuerza, contra su voluntad, los impulsos que recibía de su amante, la conciencia de que él no disfrutaba de mí no disminuía en absoluto la intensidad del placer que yo recibía de él, al contrario, estaba satisfecha, se cumplían todas mis expectativas, eran como animales, deliciosos, brutales, sinceros, violentos, esclavos de una piel ansiosa, caprichosos como niños pequeños, incapaces de aguantarse las ganas de nada, y ahora yo tampoco me aguantaba nada, me deshacía de placer debajo de Pablito, mientras veía cómo pagaba su última prenda, la polla de Mario entrando y saliendo de su boca, luego el estremecimiento definitivo, yo inicié la cadena, no podía más, y me abandoné a un orgasmo furioso, un coro de gemidos se unieron a los míos, y todo comenzó a estremecerse a mi alrededor, todo se movía, una gota de semen me resbaló por la mejilla al mismo tiempo que Pablito conseguía culminar satisfactoriamente su tardía y forzosa iniciación, vaciándose por fin dentro de mi cuerpo.

Mañana pensaré en todo esto.

Estaba mordisqueando una pasta hojaldrada, ya no me quedaba ninguna con piñones, cuando escuché el timbre de la puerta.

Mañana pensaré en todo esto, en la horrible resaca que se me ha venido encima, la sensación de frío y de vergüenza que me invadió al final, cuando me dejaron sola, desnuda, encima de la mesa, y sólo podía pensar en que tenía que pagarles, me sentía tan mal, tan desamparada, ellos hablaban entre sí, no significaban nada para mí, no les conocía, ni ellos me conocían a mí, pero tenía que pagarles y lo hice, luego me despedí, torpemente, dejé a Pablito contando los billetes, y me metí en el cuarto de baño, pensando que todavía había tenido suerte, podían haberme robado, yo qué sé, sólo a mí se me ocurre meterles en casa, abrí la ducha y esperé, cuando escuché el portazo salí para comprobar que me había quedado sola y me metí debajo del chorro caliente humeante, para derretir las gotas de agua tibia que pudieran quedar sobre mi piel, mañana pensaré en todo esto, me lo repetía a mí misma, mañana, mientras me dirigía a abrir la puerta.

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