Obedeciendo un impulso incontrolable, disminuí la velocidad y me pegué a la acera. Chelo protestó, pero no le hice caso.
Entonces le vi, estaba muy arriba, casi en la esquina con Almagro, vestido con una especie de pijama naranja, un cinturón negro muy ancho, adornado con cadenas y monedas doradas, en medio de un grupito, besando a todos los demás, su melena intacta todavía, era un clásico.
Me acerqué a su lado, llamándole a gritos por la ventanilla.
Ely se volvió, tardó algún tiempo en reconocerme, yo no solía conducir, conducía siempre Pablo antes, y luego vino hacia mí con grandes aspavientos.
– ¡ Lulú! ¡Qué alegría!
En el coche aparcado al lado del mío, un hombre apenas un par de años mayor que yo, bien vestido y con aspecto de ejecutivo en ascenso, feliz padre de familia quizás, negociaba discretamente con dos travestis, uno alto y corpulento, el otro pequeñito, con aspecto aniñado.
Ely me plantó dos besos sonoros, uno en cada mejilla. Saludó a Chelo luego, también muy efusiva mente. No tenía buen aspecto, estaba muy avejentado, siempre habíamos sentido miedo por él, Pablo y yo, presentíamos que acabaría mal.
– ¿Qué haces aquí? -se había marchado al Sur aproximadamente un año antes-. Creí que estabas en Sevilla…
– ¡Ahg! No me hables -se echó el pelo para atrás, con una mano, llevaba las uñas pintadas de blanco nacarado, nunca se las había visto así, a lo mejor se creía que le hacían más joven-. Los sevillanos son demasiado… sevillanos, para mí. Me cansé de ellos muy pronto, echaba de menos la corte, el ambiente, no sé. Además, estoy enamorada otra vez, no puedo evitarlo, en fin, ya sabes…
Había bajado la voz para confesarlo, estoy enamorada, como si esa circunstancia fuera capaz de explicar por sí misma su traslado, estoy enamorada, lo dijo en un tono dulce y tímido, casi con unción, menuda zorra estás hecha pensé, cuando hablaba de amor olvidaba que era un hombre en realidad y no podía evitar pensar en ella en femenino.
Chelo la felicitó estruendosamente, añadiendo que tuviera cuidado, que los hombres eran muy malos. Ely le contestó que a quién se lo iba a decir, pero que de todos modos, no podía vivir sin ellos.
Eso sí, Chelo estaba de acuerdo. Yo escuchaba su diálogo, pendiente del trato que se estaba cerrando a mi izquierda. Pensé que tendría que mover el coche para dejarles salir, pero se instalaron los tres en el asiento de atrás, el cliente en el centro, y empezaron a meterse mano los unos a los otros.
– ¡Oye! -el potente acento extremeño de Ely me obligó a volverme hacia él-. ¡Vi a tu chico en la tele, hace un par de meses, en Sevilla! Sale mucho, ahora…
Asentí con la cabeza, sonriendo. Pablo tenía ya cuarenta y dos años, pero para Ely siempre sería mi chico, igual que para Milagros la desteñida era la chica de Pablo, por lo visto. Por lo demás no me extrañó, se había puesto de moda, de repente.
– Pero ¿por qué sale siempre hablando del cura ése?
– ¿De qué cura? -no le entendía. Además, últimamente procuraba no ver a Pablo por la televisión.
Los restantes participantes del coloquio, el debate, el programa o lo que fuera, solían resultar tan imbéciles que el aplomo de mi marido, su sabiduría, su media sonrisa torcida, cargada de mala leche, me recordaban que le quería, que le quería terriblemente, a pesar de todo, y eso me producía insoportables deseos de volver, me hacía añorar el lazo rosa y la piel blanca, suave, aborregada, que había vestido durante tanto tiempo.
– Pues de ese cura, de ése que lleva muerto tantos años, ahora no me sale el nombre, por Dios, sí, tienes que saber quién es, ése que estaba liado con la monjita, ésa sí que me cae bien, debía de ser muy buena persona, la monjita, y muy lista.
– Pero ¿qué monja?
– ¿Cuál va a ser? Esa de las yemas, mujer, la santa, la de Avila…
– ¡ Ah! San Juan…
– Eso, San Juan de no se qué, siempre sale hablando de lo mismo, no sé cómo no se aburre, claro que el otro día estuvo muy bien, salió un yanqui diciendo que, en realidad, cuando se machacaban con el látigo y esas cosas, lo hacían para correrse, que al final se corrían, eran masocas, ¿comprendes? -asentí con la cabeza, sabía de cuál imbécil me estaba hablando-. A mí me pareció muy simpático, dijo cosas muy graciosas, pero tu chico se cabreó mucho con él, estuvo grosero incluso, yo encantada, ya sabes que me encanta Pablo cuando se altera, se pone muy guapo, y además las canas le dan ahora algo especial, no sé qué, pero está muy bien.
Mi vecino estaba muy ocupado. Había deslizado las manos debajo de la ropa de sus dos acompañantes para extraer sus respectivos sexos, que sostuvo un momento sobre las palmas, contemplándolos apreciativamente. Uno de ellos -el pequeñito de aspecto aniñado- tenía una polla muy respetable. El otro, alto y llamativo, devoto de la estética de la vedette de revista, con boa de plumas y todo, poseía un pequeño pene tonto y encogido, que constituía a todas luces el más endeble y miserable de todos sus miembros. Desde luego nunca se sabe, eso debió de pensar también su cliente, que emitió un pequeño grito de sorpresa y alborozo antes de comenzar a acariciarles equitativamente, sin discriminar, todos son criaturas de Dios al fin y al cabo, a cada uno con una mano, mientras ellos hacían lo propio con él, besándose en la boca todo el tiempo. Ely me preguntó algo, pero no le escuché. Repitió la pregunta, en voz más alta.
– ¡Que dónde está Pablo!
– La verdad es que no lo sé. Ya no vivimos juntos.
Si le hubiera dicho que la tierra se estaba abriendo debajo de sus pies, no se habría sorprendido más. Se quedó callado, mirándome a los ojos, sin saber qué decir. Luego, comprendí que era más fuerte que él, acercó su cabeza a la mía muy sigilosamente.
– No se habrá pasado a la acera de enfrente, ¿verdad? -sonreí, allí iba a estar él, la Ely, para sacarse la primera entrada, casi sentí darle un disgusto.
– No, lo siento pero creo que no, anda liado con una pelirroja.
– Más joven que tú, claro.
Estuve a punto de mandarle a la mierda, pero me contuve.
– Sí, más joven que yo.
– Así que Pablo te ha dejado por una pelirroja…
– No -procuré hablar despacio, recalcando las palabras-, yo le he dejado a él, y él, después, se ha liado con una pelirroja.
Me había equivocado en mis apreciaciones antes. Ahora me miraba mucho más sorprendido que antes, la cabeza torcida, sonriéndome con sorna.
– ¿Que tú has dejado a Pablo? -él también recalcaba las palabras-. ¿Te piensas que yo me voy a creer que tú has dejado a Pablo…? ¡Venga ya, Lulú!
– ¡Vete a tomar por culo! -Eso es todo lo que fui capaz de contestarle, vete a tomar por culo. Estaba furiosa, y no quería que me viera llorar, el maricón ése, ¡venga ya, Lulú!, me cago en sus muertos, vete a tomar por el culo y a ver si te lo rompen de una puta vez; él me miraba como si estuviera loca, generalmente respondía con un ¡muchas gracias! o un ¡Dios te oiga!, y me hacía reír, pero aquella vez se dio cuenta de que iba en serio, vete a tomar por culo, arranqué de golpe, casi nos estrellamos con el de atrás, menos mal que acababa de recoger la mercancía e iba todavía despacio, a mi izquierda había empezado el movimiento, el ejecutivo vestido de azul se había puesto al pequeñito encima, se la iba a meter de un momento a otro, el otro se la meneaba con la mano, lo sentí por eso, me iba a perder lo mejor.
Chelo me miraba, asustada.
– ¿Qué te pasa? -no contesté-. Pero… ¿por qué te pones así? Al fin y al cabo, Ely siempre ha estado enamorado de Pablo ¿no?, eso dice él, por lo menos. ¡Por favor, Lulú, ten cuidado! Nos vamos a matar…
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