Almudena Grandes - Las Edades De Lulú

Здесь есть возможность читать онлайн «Almudena Grandes - Las Edades De Lulú» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, Эротические любовные романы, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las Edades De Lulú: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Edades De Lulú»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince años, sucumbe a la atracción que ejerce sobre ella un joven, amigo de la familia, a quien hasta entonces ella había deseado vagamente. Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, alimenta durante años, en solitario, el fantasma de aquel hombre que acaba por aceptar el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la niñez. Crea para ella un mundo aparte, un universo privado donde el tiempo pierde valor. Pero el sortilegio arriesgado de vivir fuera de la realidad se rompe bruscamente un día, cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos.

Las Edades De Lulú — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Edades De Lulú», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Conduje como una bestia, como una auténtica bestia, saltándome los semáforos, no los veía, tenía los ojos llenos de lágrimas.

No había sido capaz de encontrar mi blusa blanca, cuando me marché de casa.

Una noche, casi un año después de nuestro primer encuentro, Pablo apareció con él. Había estado firmando en la feria, una obligación que detestaba, y se lo había encontrado, Ely se había presentado con uno de sus libros en la mano y se había quedado haciéndole compañía toda la tarde, porque como de costumbre no se acercó casi nadie a la caseta. Pablo en compensación le invitó a cenar, y él mismo hizo la cena.

Llevaba una camiseta de raso rosa pálido, con tirantes muy finos y encajes en el escote, muy bonita.

– Es preciosa, la camiseta.

– Te la regalo -estaba muy gracioso, con uno de mis delantales, cociendo raviolis-. Va en serio, Lulú, quédatela, tengo otras iguales, de colores distintos.

– Me estará pequeña, seguro, soy mucho más tetona que tú…

– Uy, no creas.

…pero podrías decirme dónde la has comprado, me gusta mucho.

Así que quedamos para ir de compras, una tarde.

Fuimos a merendar tortitas con nata, primero, a mí también me encantan, confesó, y luego me llevó a cuatro sitios. Solamente uno de ellos era una tienda, con puerta en la calle y cartel luminoso, dependientas y todo eso, los demás eran tres pisos, todos bastante cerca de Sol, y el último estaba en un sexto sin ascensor.

Cuando llegamos allí no tenía ningunas ganas de subir en realidad.

Había comprado kilos de ropa interior, Pablo me había dado bastante dinero, sabía que me apetecía, y la verdad es que me había divertido mucho, probándome delantales minúsculos, de tela brillante, con cofias a juego, corsés de los que se abrochan por detrás y bragas altas hasta la cintura pero completamente abiertas por debajo. Ely me ayudaba y me aconsejaba, eso no te sienta bien, eso sí, cómprate algo de cuero negro, da muy buenos resultados…

No le hice ni caso, debía de estar harto de mí.

No escogí nada negro, ni rojo, en realidad me hubiera gustado tener algún liguero de aquellos, chillones, me sentaban bien, y eran tan clásicos, pero a Pablo le horrorizarían esos colores, y me mantuve firme en el blanco, casi todo blanco, algo beige, rosa, amarillo, incluso una especie de cosa indescriptible, híbrido de camisón y bañador, lleno de tiras y de agujeros por todas partes, incomodísimo pero divertido por lo barroco, de color verde agua, muy pálido.

No me apetecía nada subir a un sexto andando, pero subí, resoplando sobre los peldaños de madera que olían a lejía rancia, subí por no decepcionar a Ely, porque él me dijo que ese sitio, que ni siquiera tenía un cartel encima del balcón, ni una placa de latón en el portal, nada de nada, era el mejor y por eso lo había dejado para el final.

La dueña tenía aspecto de haber sido flamenca en otros tiempos, el pelo teñido de negro azulado, estirado hacia atrás y recogido en un moño aplastado, justo encima de la nuca. Llevaba las cejas dibujadas de gris claro y los párpados pintados de azul rabioso, el lápiz de labios era muy parecido al que solía usar Ely, rojo escarlata pasión o un nombre similar, colorete a juego, muy morena, con un par de dientes de oro, su cara parecía el mapa físico de algún país muy accidentado.

Me preguntó si era andaluza.

Cuando le contesté que no, me miró, un tanto decepcionada. Luego quiso saber dónde trabajaba. No supe qué contestar, seguía luchando con Marcial por aquel entonces, y no supuse que mis batallas fueran a interesarle mucho. Ely me sacó del apuro explicándole que yo era una mujer decente, bueno, decente más o menos. Ya, retirada, la flamenca se quedó satisfecha con su deducción, pero me miró con cierta desconfianza.

Por alguna razón, yo no le gustaba.

A pesar de eso, gorda como una foca, vestida con una bata estampada, nos guió a través de un pasillo eterno hasta el que parecía el único cuarto exterior de la casa, una sala bastante grande con un par de vitrinas-mostradores de cristal y biombos en las esquinas, en las que, además de ropa, se podían ver toda clase de artilugios destinados a procurar placer.

La vi enseguida, colgada de una percha.

Era diminuta, blanca, casi transparente, la batista era tan Fina que parecía gasa.

El cuello, cerrado por arriba, terminaba en dos solapas minúsculas, rematadas con volantes. Justo debajo de éstos, dos mariposas sostenían una guirnalda de flores muy pequeñas, bordadas con hilo satinado y perlitas. A ambos lados del bordado, cuatro jaretas muy finas. Y nada más. Las mangas eran cortas, de farol, terminaban en una tira que se abrochaba con un botón pequeño, de nácar. La blusa también era muy corta, se abrochaba por detrás, con botones de reflejos rosados, y el último, a la altura de la cintura, no se veía, un lacito ocultaba el ojal sobre una tira de tela similar a la que remataba las mangas pero más ancha.

Era una camisita de recién nacido, hecha a la medida de una niña grande, de once o doce años.

Cuando me volví hacia atrás, con ella en la mano, Ely me miraba con extrañeza. La flamenca no, ésa ya debía de haber visto de todo, a sus años.

– ¿Le gusta?

– Sí, me gusta mucho, pero no me la puedo llevar, es muy pequeña. ¿No las tiene más grandes?

– No, fue un encargo que nunca vinieron a recoger.

– ¿Quién la encargó? -de repente me asaltó una sospecha estúpida.

– Oh, no sé cómo se llamaba. Un señor como de cuarenta y cinco años, con acento catalán, no sé.

– Vino con la niña? -ahora sentía curiosidad, solamente. La flamenca empezaba a estar molesta.

– ¿Con qué niña?

– Bueno, por el tamaño esta blusa es para una niña, ¿no?

– El trajo las medidas apuntadas en un papel, yo nunca hago preguntas, oiga, no me importa para quién era la blusa, solamente sé que me he quedado con ella, y no la voy a colocar fácilmente… -se me quedó mirando con cara de susto y se volvió hacia Ely-. Oye… ésta no será de la madera, ¿verdad?, no serás tan hijo de puta como para haberme metido una madera aquí, ¿verdad?

Ely negó con la cabeza, yo intervine.

– No, lo siento, perdóneme, era sólo curiosidad.

– Ya… -pareció tranquilizarse-. Podemos hacérsela, si quiere.

Asentí con la cabeza y salió por la puerta, ya aparentemente segura de la bondad de mis intenciones, anunciando que iba a buscar un metro.

Ely se acercó, la cogió con la mano, y la miró detenidamente.

– Te gusta de verdad, esto?

– Sí, y a Pablo le encantará, estoy segura, más que cualquier otra cosa que hayamos visto hoy.

– ¿Esto? -estaba auténticamente perplejo-. ¿Estás segura? Nunca me lo hubiera imaginado, tu chico debe de ser todavía mucho más cerdo de lo que parece…

La flamenca, metro en ristre, estaba escuchando nuestra conversación desde el umbral de la puerta.

Encargué tres blusas, iguales, todas blancas, eso ya le sorprendió más. Después de exigirme una señal abusiva, me dijo que podría ir a recogerlas a los quince días. Como Ely se había encargado una especie de quimono corto, negro, con dibujos de dragones de colores, horroroso, que a él le parecía muy elegante, se ofreció a recogerme las blusas. Cuando tendí la mano a la dueña de la casa para despedirme, ella me cogió por los hombros, me dio dos besos y me tuteó inesperadamente.

– Si dentro de una temporada necesitas volver a trabajar, ven a verme. Te podrías sacar una pasta, ahora que las morenas se han vuelto a poner de moda, sobre todo en verano, los guiris, ¿sabes?, nórdicos, belgas, alemanes, también franceses, parece mentira, aunque están tan cerca les gustan mucho las tías como tú, a los franceses, tendrías que decir que eres andaluza, pero de todas formas… -se detuvo para sonreírme, creyó haber interpretado correctamente la expresión de mi cara. Yo no estaba enfadada, ni ofendida, simplemente no me lo podía creer-. No te hagas ilusiones. Te dejará pronto, con esos gustos que tiene… Eres guapa, muy guapa, eso sí, y él no debe de ser muy viejo todavía, pero con los años le gustarán cada vez más jóvenes, rubias y delgadas, y al final, las niñas pequeñas, como al catalán, que andaba liado con su hija, el muy cerdo, una niña preciosa, daba pena verla… La verdad es que no entiendo por qué te ha elegido a ti, aunque no le conozco, no lo entiendo, hay por ahí tantas tías mayores que parecen parvulitas y tú, que debes ser tan joven, aparentas más años de los que tienes, no lo entiendo -ahora me hablaba con simpatía, como una anciana tía sinceramente preocupada por mi futuro-.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las Edades De Lulú»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Edades De Lulú» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Las Edades De Lulú»

Обсуждение, отзывы о книге «Las Edades De Lulú» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x