Ella cogió la bata y él se volvió. Cuando encogió los hombros para quitarse el pesado abrigo de piel el aire la enfrió, así que se envolvió rápidamente en la bata.
– Está bien -le dijo ella, agradecida por su discreción.
Cuando Phury se volvió hacia ella, le puso el abrigo en las manos.
– Siempre estoy dándote las gracias, ¿no? -murmuró ella.
Él la miró durante un largo rato. Entonces lentamente levantó su abrigo hasta la cara y aspiró profundamente.
– Eres… -Su voz decayó. Dejó resbalar el cuero a un lado y una curiosa expresión apareció en su rostro.
Realmente, no, eso no era una expresión. Era una máscara. El se había escondido.
– ¿Phury?
– Estoy contento de que estés con nosotros. Intenta dormir algo. Y, si puedes, come lo que te he traído. -La puerta se cerró tras el sin hacer ningún ruido.
El regreso a la casa de Tohr fue embarazoso, y John pasó el tiempo mirando por la ventana. El móvil de Tohr sonó dos veces. Ambas conversaciones fueron en el Idioma Antiguo, y el nombre de Zsadist se mencionó varias veces.
Cuando giraron hacia el camino de la entraba había aparcado un coche desconocido. Un Volkswagen Jetta rojo. Aún así, Tohr no pareció sorprenderse y pasó fácilmente a su lado y se metió en el garaje.
Paró el motor del Range Rover y abrió la puerta.
– Por cierto, las clases empiezan pasado mañana.
John levantó la vista mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.
– ¿Tan pronto? -Gesticuló él.
– Tuvimos la última inscripción para adiestrarse esta noche. Estamos listos para empezar.
Los dos cruzaron en silencio el garaje. Tohr iba delante, sus anchos hombros moviéndose con los largos pasos que daba. La cabeza del hombre iba baja, como si estuviera contando grietas en el suelo de hormigón.
John se paró y silbó.
Tohr aflojó el paso y después se paró.
– ¿Si? -dijo con tranquilidad.
John tomó su block de notas, escribió algo rápidamente y se lo enseñó.
Las cejas de Tohr bajaron mientras leía.
– No hay nada por lo que estar arrepentido. Lo que sea con tal de que estés cómodo.
John se adelantó y apretó el bíceps del hombre. Tohr sacudió la cabeza.
– Está todo bien. Vamos, No quiero que cojas frío aquí afuera. -El hombre miró cuando John no se movió-. Ah, demonios… Sólo estoy… Estoy allí por ti. Eso es todo.
John puso el boli… sobre el papel.
– No lo dudé ni por un momento. Nunca.
– Bien. No deberías. Para mí, siento como si fuera tu… -Hubo una pausa mientras Tohr se pasaba el pulgar de un lado a otro de la frente-. Mira, no quiero apabullarte. Vamos dentro.
Antes de que John le pidiera que terminara la frase, Tohr abrió la puerta de la casa. La voz de Wellsie llegó… así como la de otra mujer. John frunció el ceño mientras giraba hacia la cocina. Y entonces se paró en seco mientras una mujer rubia lo miraba sobre su hombro.
Oh… guau.
Tenía el pelo cortado a la altura de la mandíbula y sus ojos eran del color de las hojas nuevas. Aquellos vaqueros de cintura baja que llevaba eran tan cortos de talle… Dios, podía ver su ombligo y casi una pulgada por debajo de él. Y su jersey negro de cuello vuelto era… Bueno, puesto así podía decir exactamente lo perfecto que era su cuerpo.
Wellsie sonrió.
– Chicos llegáis justo a tiempo. John, ésta es mi prima Sarelle. Sarelle, éste es John.
– Hola, John. -La hembra sonrió.
Colmillos. Oh, sí. Mira esos colmillos… Algo pasó como una brisa caliente por su piel, dejándolo tembloroso de los pies a la cabeza. Saliendo de su confusión, abrió la boca. Entonces pensó, uh-huh, bien. Como si algo fuera a salir de su agujero inútil.
Mientras se sonrojaba como un demonio y se acercaba, levantó la mano en un saludo.
– Sarelle está ayudándome con el festival de invierno -dijo Wellsie-, y se quedará para tomar un bocado antes de que amanezca. ¿Por qué no ponéis la mesa entre los dos?
Mientras Sarelle sonreía de nuevo, ese agradable hormigueo se hizo más fuerte, se sintió como si fuera a levitar.
– ¿John? ¿Quieres ayudar a poner la mesa? -sugirió Wellsie.
Él asintió. E intentó recordar dónde estaban los cuchillos y los tenedores.
Los faros de O oscilaron en el frente de la cabaña del Sr. X. La pequeña furgoneta del Fore-lesser estaba aparcada a la derecha junto a la puerta. O paró su camión detrás del Town amp; Country, bloqueándolo.
Cuando salió y el aire frío se filtró en sus pulmones, fue consciente de que se hallaba en la zona. A pesar de lo que estaba a punto de hacer, sus emociones reposaban como suaves plumas en su pecho, todo arreglado, nada fuera de lugar. Su cuerpo estaba totalmente sereno, moviéndose con su poder contenido, una pistola lista para disparar.
Le había llevado un montón de tiempo batallar con los pergaminos, pero había encontrado lo que necesitaba. Sabía lo que tenía que pasar.
Abrió la puerta de la cabaña sin llamar.
El Sr. X miró desde la mesa de la cocina. Su rostro estaba impasible, sin fruncir el ceño, sin burla, sin agresión de ningún tipo. Ni tampoco sorpresa.
Así que ambos estaban en la zona.
Sin una palabra, el Fore-lesser se levantó, llevándose una mano a la espalda. O supo lo que tenía allí, y sonrió mientras desenvainaba su propio cuchillo.
– Así que, Sr. O…
– Estoy listo para una promoción.
– ¿Perdón?
O giró la espada asida con las dos manos hacia él mismo, colocándose la punta sobre el esternón. Con un movimiento, se apuñaló su propio pecho.
La última cosa que vio antes de que el gran infierno blanco se crispara sacando la mierda de él fue la sorpresa en la cara del Sr. X. Sorpresa que se convirtió rápidamente en terror cuando el hombre se dio cuenta de a dónde iba O. Y lo que O iba a hacer cuando estuviera allí.
Tumbada en la cama, Bella escuchaba los tranquilizantes sonidos que la rodeaban: las voces masculinas en el hall, graves, rítmicas…, el viento fuera golpeando la mansión, caprichoso, cambiante…, el chirrido de la madera del piso, rápido, estridente.
Se forzó a cerrar los ojos.
Un minuto después estaba levantada y paseando, sintiendo la suave alfombra oriental bajo sus pies desnudos. Ni siquiera la elegancia a su alrededor tenía sentido y sentía que era incapaz de describir lo que estaba viendo. La normalidad, la seguridad en la que se encontraba empapada, parecía otro idioma, uno que ella había olvidado hablar o leer. ¿O quizás fuera un sueño?
En la esquina de la habitación el antiguo reloj dio las 5 de la mañana. ¿Exactamente, cuánto tiempo llevaba siendo libre? ¿Cuánto había pasado desde que La Hermandad había ido a por ella y la habían sacado de la tierra para llevarla al aire libre? ¿8 horas? Quizás, salvo que parecía como si fueran minutos. ¿O quizás como si fueran años?
La cualidad borrosa del tiempo se parecía a su visión, aislándola, atemorizándola.
Se apretó más la bata de seda. Todo esto estaba mal. Debería estar contenta. Bien sabía Dios que después de pasar tantas semanas en el tubo bajo tierra con ése lesser vigilándola, debería estar llorando con dulce alivio.
En cambio, sentía que todo lo que la rodeaba era falso e irreal, como si estuviera en una casa de muñecas de tamaño natural, llena de falsificaciones de papel maché.
Se paró frente a la ventana y se dio cuenta de que sólo había una cosa que sentía real. Y ella deseaba estar con él.
Zsadist debería haber sido el que hubiera venido al lado de su cama cuando despertó la primera vez. Había estado soñando que estaba de vuelta en el negro agujero con el lesser . Cuando abrió los ojos, todo lo que vio fue una gran forma negra deteniéndose sobre ella, y por un momento, no fue capaz de distinguir la realidad de la pesadilla.
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