Concentrada en sus pensamientos, se sobresaltó cuando Ashdowne señaló hacia la puerta. Miró en la dirección indicada por él y vio al vicario enfrascado en una conversación con lady Culpepper. Eso le resultó muy curioso, en particular por el desprecio que el señor Hawkins había manifestado por la mujer.
– ¿Ves?, se lo está restregando por la cara -susurró Georgiana.
– ¿Restregarle qué? -inquirió él.
– ¡El robo! Después de años de estudios, conozco la mente criminal. Sospecho que nuestro ladrón obtiene un placer perverso haciéndose pasar por un suplicante al tiempo que sabe que está en posesión de lo que es más importante para ella.
– Aciertas en lo referente a la perversión -convino Ashdowne-. Pero me parece más probable que intente ganarse sus favores, quizá en un esfuerzo para conseguir la vicaría que su familia mantiene en Sussex.
Ella descartó la suposición con un movimiento de la mano, demasiado concentrada en su presa como para discutir. Al final el vicario hacía algo interesante, de modo que no apartó la vista de él, a pesar de la perturbadora proximidad de su ayudante.
– Y, Georgiana, querida, algún día deberás iluminarme sobre ese conocimiento que posees de la mente criminal, como la has llamado -añadió con voz seductora, rozándole el oído con inquietante familiaridad.
En ese momento lady Culpepper se marchó del salón, dejando al vicario con una expresión desagradable en la cara.
– ¿Lo ves? -le preguntó a Ashdowne con tono triunfal.
– ¿Qué? Reconozco que le desagrada la mujer, pero lo mismo le sucede a la mayoría de gente que la conoce -repuso el marqués.
En ese instante su conversación se detuvo por necesidad cuando el señor Hawkins se movió. Ocultos detrás de unos caballeros sentados que dormitaban, no lo perdieron de vista.
El Pump Room no estaba muy concurrido, de modo que no les costó mucho trabajo vigilarlo.
Al rato se sobresaltó al oír un sonido bajo de advertencia de Ashdowne, pensando que los había descubierto. Pero hacia ellos avanzaba un hombre tan alto como el marqués, con el pelo negro y ojos verdes intensos que, extrañamente, parecían al mismo tiempo impasibles. Con cierta sorpresa Georgiana lo reconoció como el señor Savonierre, el hombre que había llevado al detective de Bow Street a Bath.
Como solo lo había visto desde lejos, no había podido analizarlo mucho, aunque en ese momento se dio cuenta de que tenía una figura imponente. A primera vista le recordó a Ashdowne. Sin embargo, las facciones de Savonierre eran más duras, y de él emanaba una frialdad que resultaba de una gelidez mayor que cuando el marqués se mostraba altanero. Experimentó un escalofrío.
– Ashdowne -Savonierre inclinó la cabeza, más su expresión no fue un saludo cordial; Tenía los ojos velados, como si detrás de ellos existiera un mundo de secretos.
Sin saber precisar por qué, Georgiana percibió algo claramente perturbador en él.
También Ashdowne debió sentirlo, porque respondió con falta de entusiasmo. Por fuera se mostró sereno y cortés, pero Georgiana notó su cautela interior y se preguntó a qué se debería. ¿Quién era ese hombre?
– Disfrutando de las aguas, ¿verdad? -inquirió Savonierre, y el marqués se encogió de hombros-. ¿Qué extraño encontrar a un hombre de su talento aquí en Bath, o quizá, en vista de los acontecimientos, no lo es, después de todo -murmuró, como si insinuara algo que a Georgiana se le pasaba por alto.
– No más extraño que su propia visita -dijo el marqués-. Pensaba que Brighton era más de su agrado.
– Ah, pero se podría decir que he venido por un deber familiar. Sin duda sabe que cuento a lady Culpepper entre mis parientes, ¿verdad? -cuando Ashdowne asintió con gesto aburrido, Savonierre exhibió una leve sonrisa, como una especie de depredador. Se adelantó, dando la apariencia de que los amenazaba, y ella retrocedió un paso, mas el marqués no se movió-. Vine de inmediato al enterarme del robo de las esmeraldas -explicó. Miró a los allí congregados y luego volvió a concentrarse en Ashdowne-. Reconozco que me siento un poco decepcionado con el detective de Bow Street que contraté. Han pasado cuatro días y aún no ha descubierto al ladrón.
– Mantengo mis propias sospechas -intervino ella, aprovechando el tema que más la atraía. Pero antes de que pudiera proseguir, Ashdowne se adelantó.
– ¿Conoce a la señorita Bellewether? Es una investigadora aficionada que ha seguido el caso muy de cerca.
– ¿Sí? -Savonierre la miró con intensidad.
Aunque por lo general no desperdiciaba las oportunidades para exponer sus teorías, se sintió incómoda bajo ese escrutinio.
– Tal vez yo tenga éxito donde el señor Jeffries no lo ha conseguido -afirmó con sencillez cuando pudo hablar.
En vez de mostrarse desdeñoso como otros hombres, Savonierre la observó con una sonrisa extraña. Inclinó la cabeza ante ella.
– Tal vez así sea, señorita Bellewether. Lo desearía.
El tono que empleó exhibía una promesa oscura que hizo que Georgiana contuviera el aliento, que no soltó hasta que él se despidió.
– ¿Quién es? -le susurró a Ashdowne-. ¿Y por qué te odia tanto?
Durante un momento él guardó silencio y contempló la figura que se alejaba con una expresión tan peligrosa que Georgiana temió que fuera tras él con alguna intención violenta. Ansiosa, tiró de su manga hasta que la miró, con el rostro rígido.
– Ciertamente le desagrado, aunque desconozco el motivo. Sin embargo, se trata de un hombre muy poderoso al que no hay que tomarse a la ligera -volvió a mirar en la dirección que se fue Savonierre y pareció recuperar su aplomo habitual. La tomó del brazo, lo apretó con suavidad, y la instó a moverse entre la gente.
Por desgracia, el señor Hawkins había desaparecido.
Para inmenso alivio de Georgiana, de inmediato vieron que el vicario abandonaba el Pump Room; se dedicaron a seguirlo. Aunque esperaba una repetición de la agenda del día anterior, en esa ocasión el señor Hawkins se trasladó a una zona más residencial.
Fueron tras él hasta llegar a un vecindario más modesto que aquel en el que vivía, pero no poco elegante como para causarle alarma a ella. Se sentía a salvo con Ashdowne, y aunque él insistía en que dieran la vuelta, Georgiana no aceptó.
– Este es el tipo de lugar donde existen más probabilidades de que se delate -arguyó-. Puede que incluso haya quedado con algún tratante de objetos robados. ¡Es posible que lo sorprendamos con las manos en la masa!
– Eso es lo que temo -musitó Ashdowne, pero a regañadientes se quedo a su lado.
Aunque parecía considerar el renovado entusiasmo de ella con renuencia, no volvió a quejarse y Georgiana pudo concentrar toda su atención en el vicario.
Y estaba claro que el señor Hawkins tramaba algo. Cuando entró en un callejón y se detuvo en una puerta, ella estuvo a punto de juntar las manos con alborozo, pues daba la impresión de que al fin iba a actuar. Como si quisiera confirmar sus sospechas, el vicario miró a su alrededor con gesto furtivo antes de llamar, aunque no vio a Ashdowne o a Georgiana, ocultos detrás de la esquina de un edificio, desde donde se asomaban con intermitencia.
Cuando la puerta se abrió, Hawkins entró sin pérdida de tiempo. Georgiana cruzó la calle, ansiosa por inspeccionar el lugar. Por desgracia, el callejón no le reveló nada, de modo que se adentró en el jardín posterior del edificio, una zona mal conservada llena de basura. Allí había otra puerta flanqueada por dos ventanas. Le indicó a Ashdowne que se diera prisa mientras se subía a una piedra para asomarse al cristal. Gimió con frustración al ver una cocina diminuta y oscura.
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