La posibilidad parecía absurda cuando la sola presencia de él la llenaba de calor, pero asintió con gesto distraído cuando Ashdowne se apartó.
– Escurre tu vestido como mejor puedas y luego le echaremos un vistazo al libro -concluyó.
¡El libro! Georgiana se enderezó de golpe y sus pensamientos perdidos se centraron de inmediato en la prueba que sostenían. La euforia inducida por Ashdowne se transformó en algo distinto… la excitación del caso. Se levantó la falda y la estrujó hasta eliminar la mayor parte del agua, mientras él se ponía las botas y la chaqueta.
Secándose las manos con la capa, las alargó hacia el ejemplar del vicario. Lo abrió con extremo cuidado, pero, para su decepción, ningún compartimiento oculto reveló el collar. Solo vio una especie de dibujo. Se acercó más y se dio cuenta de que se trataba de la imagen de un hombre y una mujer, ambos desnudos.
– ¡Esto carece de importancia! -protestó.
– Imagino que eso depende del punto de vista -indicó él.
Con un sonido de frustración, Georgiana alzó el volumen por el lomo y lo agitó, pero no cayó ninguna joya. Luego se puso a hojearlo. No había nada escondido, solo más imágenes. Incapaz de creer en lo que veía, dejó que el libro se abriera y lo contempló consternada, con los ojos clavados en un dibujo de un hombre que sostenía a una mujer en el aire con las piernas de ella enlazadas en torno a su cintura.
– ¿Es posible? -preguntó.
– Sí -Ashdowne carraspeó-. Desde luego.
De pronto ella pasó la página solo para ver la misma actividad íntima, aunque en esa ocasión el hombre se hallaba situado detrás de la mujer.
– Os, santo cielo -susurró. Ahogó un gemido y pasó otra página.
En la imagen que apareció la mujer se arrodillaba ante el hombre y con la boca le cubría una parte inflamada del cuerpo; con una mezcla de asombro y curiosidad, estuvo a punto de dejarlo caer. Al recordar la parte del cuerpo de Ashdowne que se había frotado contra ella, se le encendió el rostro, ¿Cómo reaccionaría él si se ponía de rodillas y…? El calor húmedo de los baños la agobió y le robó el aire de los pulmones. Con un golpe seco cerró el libro.
En el silencio reinante el calor que embargaba su cuerpo se disipó, sustituido por una oleada de decepción. Había tenido razón al pensar que ese libro no era una Biblia, pero al final tampoco resultó ser un escondite para el collar.
– No lo entiendo -musitó frustrada-. ¿Para qué iba a llevar esto consigo en los baños?
– Sospecho que no te equivocabas al suponer que el señor Hawkins no recurría a los baños por una cuestión de salud. Bajo la superficie del agua, la… humm, evidencia de la dirección que seguían sus pensamientos no sería visible.
Georgiana parpadeó al comprender a qué tipo de evidencia se refería Ashdowne. Emitió un sonido acongojado al pensar en su sospechoso caminando en semejante estado.
– Sí. Esperemos que sea lo único que haga -manifestó él-. O la idea de haber estado en el agua se transforma en algo muy desagradable, sin contar con mi desliz.
Aunque Georgiana no comprendió muy bien a qué aludía Ashdowne, ciertas palabras resonaron con claridad en su mente, en particular “desagradable” y “desliz”. Se irguió y lo miró.
– Lamento haberte provocado esos problemas en los baños -murmuró.
– Yo no los llamaría problemas -le tomó las manos y la acercó-. Tú, señorita Georgiana Bellewether, eres una absoluta delicia, y estar contigo siempre es un… placer -recalcó la última palabra, haciendo que ella se ruborizara hasta las raíces del pelo.
Se preguntó hasta dónde llevaría su ayudante la seducción entre ellos. Los dibujos del libro la habían alarmado y excitado, y siendo de naturaleza curiosa, le interesaban las experiencias humanas en todas sus formas. No obstante, sabía que la sociedad en general y su madre en particular no aprobarían ese tipo de investigación.
Se soltó las manos y bajó la vista a sus zapatos empapados.
– En cuanto al, hmm, placer… -perdió el hilo de las palabras, perdida en la confusión de la proximidad de Ashdowne.
– Lo siento, Georgiana -alzó una mano para acariciarle las mejillas. Y a pesar de todos los esfuerzos de ella, se volvió hacia su contacto como una flor en busca de la luz-. Jamás fue mi intención que las cosas llegaran tan lejos, aunque lo único que lamento esta noche es que no encontraras lo que buscabas, ¿o sí lo has encontrado?
Ella no entendió bien lo que quería decir. A veces hablaba con acertijos… además, ¿cómo podía concentrarse en algo cuando lo tenía pegado? Se apartó de él.
– Podría recordarte que debías mantener tu mente en la investigación, y no en eso… otro -repuso con voz tensa.
– Perdona -comentó con tono divertido.
Soslayó sus palabras y se dedicó a caminar por las piedras.
– Es evidente que el collar no se encuentra en el libro, pero el señor Hawkins sigue siendo nuestro sospechoso principal -pensó en el vicario antes de continuar con decisión-. Tarde o temprano cometerá un error y se nos revelará. Mientras tanto, tenemos que vigilarlo atentamente.
– Así es -convino Ashdowne-. Por las apariencias, no tengo muchas ganas de acercarme mucho al vicario.
Entre risas contenidas salieron del edificio a las calles oscuras de Bath. Al avanzar entre las sombras, Georgiana no pudo evitar preguntarse si lo que la impulsaba seguía siendo el caso… o su ayudante.
Las dudas que tenía continuaron más allá del amanecer. Aunque se dijo que la emoción no debía obnubilar su juicio, descubrir las peculiaridades del señor Hawkins había mitigado el entusiasmo de la vigilancia.
A pesar de sus intentos, no pudo negar una percepción nueva y profunda de Ashdowne, peor que cualquier otra distracción anterior. ¿Y quién podía culparla después de lo compartido en los baños? Sin embargo, conocía lo bastante sobre la reproducción como para saber que su virtud permanecía intacta. Aunque no podía afirmar no haber cambiado con semejante acontecimiento.
Después de entrar sigilosamente en su habitación, descubrió que le costaba dormir; y cuando al fin lo logró, solo soñó con Ashdowne. Despertó enredada entre las sábanas, sintiéndose encendida, cansada y frustrada, cosas que la acompañaron en menor medida durante la mañana.
Para empeorar las cosas, lo vio más atractivo y maravillosos a la luz del día, cuando reanudaron la vigilancia y en vez de vigilar a su presa se encontró vigilándolo a él.
Jamás se había sentido tan confusa, ni siquiera en el más difícil de sus casos. En contraposición. Él aparecía indiferente y elegante, como si nada le preocupara en el mundo. Y eso hizo que volviera a preguntarse hasta dónde pensaba llevar Ashdowne su… experimentación. A pesar de que profundizar en tales misterios resultaba tentador, Georgiana sabía que una mujer de la burguesía ni siquiera debería tomar en consideración ese curso de acción. Pero no pudo dejar de sentir cierta preocupación por el propio marqués.
¿Se dedicaba a esa conducta con cada mujer que conocía? No le apetecía formar parte de una serie intercambiable de mujeres, sin importar la curiosidad que sintiera por aprender más sobre los placeres que se podían encontrar en sus brazos. Aunque no quería tenerlo a sus pies, deseaba que sintiera algo por ella, un poco de afecto, además de respeto por su talento.
Por desgracia, le era imposible adivinarlo debido a su expresión reservada, y no se sentía cómoda sacando el tema, en particular cuando debía estar concentrándose en el señor Hawkins. Pero hasta el momento, su sospechoso había hecho pocas cosas de interés.
El día del vicario resultó muy similar al anterior. Había pasado la mañana en sus alojamientos, sin duda en un inmerecido descanso, antes de visitar el Pump Room, donde permaneció charlando con diversas viudas mayores.
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