T.J. vaciló un instante, como si esperara que interviniera Rook, pero éste no tenía intención de hacer tal cosa. Que Mackenzie se las arreglara para salir sola del lío. T.J. podía lidiar perfectamente con ella.
– No. Ni rastro de él. No está en la casa. ¿Tú sabes dónde está?
– Ni idea -ella entrecerró los ojos-. Bien. Gracias por contestar, T.J. Encantada de conocerte -miró a Rook-. Cuidado con el calor. Ataca por sorpresa.
Volvió a la calle y subió a su coche.
T.J. miró a Rook.
– ¿Quieres que busque una razón para esposarla?
– Tentador -Rook se reunió con él en la acera. Sentía más calor todavía. Antes de salir a la calle, Mackenzie los despidió con la mano y a continuación pisó el acelerador y se largó.
– ¿Crees que sabía que estábamos aquí? -preguntó Rook.
– Cuesta decirlo. No parece muy destrozada por lo del fin de semana.
– Dice que cicatriza deprisa.
– La agente Stewart es una listilla -musitó T.J. con regocijo-. Siempre he sabido que acabarías con una listilla, Rook.
– Sí. Lo que tú digas. Vámonos.
– Tu pelirroja parecía encantada de hablar conmigo. Aunque, por otra parte, yo gusto a la gente. Tengo sentido del humor.
Rook no le hizo caso; echó a andar hacia el coche.
– No te vas a permitir confiar en ella, ¿verdad? -insistió T.J.-. No voy a decir que la culpe por querer saber lo que hacemos. Ella no es sospechosa ni está bajo vigilancia, sólo es amiga de Bernadette Peacham, nuestra jueza federal favorita estos días. Que tampoco es sospechosa. Su ex marido…
– No es un sospechoso -terminó Rook.
– Oficialmente.
– Harris Mayer tampoco lo es, pero no podemos encontrarlo.
– Sí. Eso no me gusta -T.J. abrió la puerta del conductor y miró a Rook a través del techo ardiente del coche-. La agente Stewart se mueve bien para tener una puñalada en el costado. Yo no la infravaloraría.
– No lo hago -murmuró Rook, entrando en el coche. T.J. y él tenían un largo día por delante y ya era hora de ponerse en marcha.
Era ya de noche cuando Rook dejó de trabajar al fin y fue hasta Arlington, dando un rodeo por la casa histórica donde vivía Mackenzie. Aparcó detrás del coche de ella y salió, recordando su optimismo la primera vez que había ido allí unas semanas atrás. La había recogido para ir a cenar en Washington; nada lujoso, sólo una velada para aprender a conocerse.
En el porche de atrás brillaba una luz y había empezado a caer una lluvia fina que formaba una película delgada en los escalones. Rook pensó en volverse e irse a su casa. ¿Qué iba a hacer allí aparte de meterse en más honduras con una mujer a la que había conocido por todas las razones equivocadas?
Se abrió la puerta del porche y salió Mackenzie con el pelo recogido en una coleta alta, como si quisiera domarlo de una vez por todas en aquella humedad. Iba descalza, con pantalón corto y camiseta, y en conjunto parecía aún más pequeña de lo que era.
Echó atrás la cabeza y miró a su visitante.
– Podría haberte disparado y nadie me habría dicho nada. Estoy aquí, herida y sola en una casa aislada, y llegas tú en plan furtivo.
– ¿Te he asustado?
– No, pero por un segundo he pensado que podías ser un fantasma.
– Tú no crees en fantasmas.
– Quédate un par de noches aquí y creerás en ellos -ella se sonrojó y respiró hondo-. Quiero decir a solas. Quédate aquí un par de noches solo y luego me hablas de fantasmas.
– A Nate y su esposa no parecían importarles los fantasmas.
– A Sarah no. Y a Nate le costaría mucho creer que estaba en presencia de algún fantasma -Mackenzie se cruzó de brazos-. ¿Quieres entrar un momento?
Rook dio un paso hacia ella.
– No me quedaré mucho.
La siguió a la cocina. La pequeña mesa estaba llena de platos y distintos objetos, como si ella acabara de abrir una de las cajas amontonadas a lo largo de la pared. Se preguntó si tendría planes para la velada o si pensaba quedarse allí a solas con sus fantasmas.
– Mac, lo de esta tarde en casa de Harris…
– No hay mucho que decir, ¿verdad?
– Queremos encontrarlo.
– Entendido. Si supiera dónde está, te lo diría. Si tuviera alguna idea, te lo diría. Supongo que tampoco lo encontraste en New Hampshire -sacó una silla de debajo de la mesa y se dejó caer en ella-. Oficialmente no se le busca. ¿Te está ofreciendo información? Es tan arrastrado que seguro que sabe muchas cosas.
– No tenemos motivos para creer que tenga nada que ver con tu ataque.
– Me alegra oírlo -ella suspiró-. ¡Maldita sea, Rook! ¿Qué está pasando?
Él vio un rollo de cinta de embalar en el suelo, lo tomó y lo echó en una caja vacía apoyada contra la pared, al lado de las llenas.
– Anoche en casa de la jueza, tú le ocultabas algo. Ella lo sabía, pero no quiso presionarte delante de mí.
– Los del FBI leéis la mente.
– Si es algo que yo deba saber, dímelo. Éste puede ser un buen momento.
Mackenzie se levantó de un salto, pero soltó un gemido y se llevó una mano al costado.
– Vale, todavía no puedo hacer movimientos bruscos para esquivar a agentes del FBI. Dame un par de días más.
– Mac…
– Lo que no le dije anoche a Beanie es personal.
– ¿Estás segura?
– Cal vino aquí y me preguntó por Harris antes de que saliera para New Hampshire. ¿Esos dos han montado algo que haya atraído la atención del FBI?
– Mac -suspiró Rook-. No debería haber venido.
Se hizo un silencio incómodo.
Ella echó a andar hacia la puerta, posiblemente para abrirla para él, pero Rook le tocó el brazo y sintió la misma atracción que había sentido la primera vez que se vieron, cuando la invitó a salir. Le puso la mano bajo la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar.
– Mac -suspiró de nuevo, moviendo la cabeza-. ¡Maldita sea! No pensaba volver a besarte.
Ella no se resistió ni le dijo que se largara, sino que le devolvió el beso. Rook podía sentir su fogosidad, la chispa de deseo en ella. De no haber sido por el costado vendado, la habría abrazado y dejado que sintiera su reacción al beso.
– Me estás complicando la vida -musitó ella, y volvió a besarlo.
– No se puede decir que tú simplifiques la mía.
Ella se apartó y lo miró a los ojos.
– No me gusta exponerme a que me hagan daño.
Él sonrió.
– Eso no te ha dolido, ¿verdad?
Mackenzie le abrió la puerta. Fuera llovía con suavidad, sin viento, truenos ni relámpagos. No había llegado un frente que acabara con el calor y la humedad. La luz del porche iluminó el rostro de ella y resaltó sus oscuras ojeras. Sólo hacía cinco días que Mackenzie había tenido que luchar por su vida y Rook pensó que no era tiempo suficiente para que nadie esperara que hubiera vuelto a la normalidad, y menos con su atacante todavía suelto.
Pasó a su lado y salió al porche.
Ella permaneció en el umbral.
– He conocido a Beanie Peacham toda mi vida. No confío en muchas personas, pero en ella sí.
– ¿Qué harías por ella? -preguntó Rook.
– Nunca me ha pedido que haga nada.
– Puede que sepa que no tiene que pedírtelo.
Esperaba una reacción acalorada, pero Mackenzie no mordió el anzuelo.
– ¿Quieres decir porque yo anticipo sus deseos? Ése no es el caso. Sencillamente no lo es.
– De acuerdo.
– A ti no te cae bien.
Rook la miró. Odiaba dejarla sola, ¿pero qué otra cosa podía hacer? Cuando Harris Mayer se la había señalado en el hotel la semana anterior, había confiado en que no le resultara difícil alejarse de ella. Pero se había equivocado y desde que le dejara el mensaje en el buzón de voz cancelando la cena, sólo había conseguido sentirse aún más atraído por ella.
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