Julian Barnes - Inglaterra, Inglaterra

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Sir Jack Pitman, un magnate de aquellos que sólo la vieja Albión puede producir, mezcla de Murdoch, Maxwell y Al Fayed, emprende la construcción de la que será su obra magna. Convencido de que en la actualidad Inglaterra no es más que una cáscara vacía de sí misma, apta sólo para turistas, él creará una «Inglaterra, Inglaterra» mucho más concentrada, que de manera más eficaz contenga todos los lugares, todos los mitos, todas las esencias e incluso todos los tópicos de lo inglés, y que por consiguiente será mucho más rentable. En el mismo día se podrán visitar la torre de Londres, los acantilados de Dover, los bosques de Sherwood (con Robin Hood incluido en la gira) y los megalitos de Stonehenge. y para construir su Gran Simulacro, el parque temático por excelencia para anglófilos de todo el mundo, Sir Jack elige la isla de Wight y contrata aun selecto equipo de historiadores, semiólogos y brillantes ejecutivos.
El proyecto es monstruoso, arriesgado y, como todo lo que hace Sir Jack, tiene un éxito fulgurante. Mediante hábiles maniobras políticas, consigue que la isla de Wight se independice de la vieja Inglaterra, e incluso miembros de la casa real se trasladan al nuevo país para ejercer de monarquía de parque temático. Pero en un giro inesperado, el país de mentirijillas se vuelve tanto o más verdadero que el país de verdad, las ambiciones imperiales se desatan y los actores que representaban a personajes míticos, a filósofos, a gobernantes, y cuya función era «parecer», comienzan a «ser»…

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Sir Jack estaba disfrutando de la turbación de Jeff.

– Bueno, Jeff, ¿qué replica a eso?

– Verá, yo sólo me ocupo del desarrollo del concepto. Desarrollo conceptos. Si el comité decide convertir a Robin Hood y a sus secuaces en una banda de… mariquitas, comuníquenmelo. Pero puedo decirles una cosa: la libra marica no pasa por el mismo torniquete que el superdólar.

– A lo mejor le gustaría estrujarse -dijo el Dr. Max.

– Caballeros. Basta por ahora. Piensen en lo que ha dicho el Dr. Max, que el lunes próximo nos informará en una sesión de urgencia del comité. Oh, y Jeff, que paren las obras en el dormitorio de momento. Por si necesitamos construir más habitaciones para chicas.

La mañana del lunes siguiente, el Dr. Max presentó su informe. A los ojos de Martha estaba tan peripuesto y remilgado como siempre, pero tenía un aire más resuelto. Se vaticinó a sí misma que quizá esta vez desapareciesen sus titubeos preliminares; se preguntó también si Paul lo notaría. El Dr. Max carraspeó, como si, en lugar de Sir Jack, presidiera él la asamblea.

– Por deferencia a la conocida opinión de nuestro presidente sobre la roca sedimentaria y las puntas de flecha de pedernal -comenzó-, les ahorraré la por otra parte fascinante historia inicial de la leyenda de Robin, sus paralelismos arturianos y su posible origen en el gran mito del sol ario. Parejamente, Piers Plowman, Andrew of Wyntoun, Shakespeare. Meras puntas de flecha. Les ahorraré asimismo los resultados de mi sondeo electrónico del Pepe Común, que en el caso presente podría rebautizar Jeff Común. Sí, efectivamente todo el mundo «conoce» a Robin Hood, y conocen justamente lo que cabría esperar. Cero patatero, como se suele decir.

»Dejando aparte todo esto, ¿cómo "actuaría" la banda, por decirlo así? El Jeff Común aplaudiría, creo, la leyenda del luchador de la libertad no sólo por sus actos liberadores y su política de redistribución económica, sino también por su forma democrática de elegir a sus compañeros. Fray Tuck, Little John, Will Scarlet y Much, el hijo del molinero. ¿Qué tenemos aquí? Un cura rebelde con una gula desmedida; una persona que sufre de crecimiento retardado o de gigantismo, según lo irónico que se juzgue que ha sido la mente medieval; un posible caso de pityriasis rosea , si bien no es de descartar la dipsomanía; y un productor de harina cuya identidad personal depende de la posición social de su padre. Luego tenemos a Allan-a-dale, cuyo corazón desbordante podría aludir alegóricamente a una dolencia cardíaca.

»En otras palabras, un grupo de marginados dirigido por un empresario que practicaba la igualdad de oportunidades y que era, lo supiese él o no, uno de los que primero aplicaron un programa de derechos positivos.

Martha miraba al Dr. Max con una incredulidad teñida de reservas. No era posible que creyese todo aquello: le estaba tomando el pelo a Jeff. Pero una elegante autoparodia era muy propia del talante normal del Dr. Max, y la mirada inquisitiva de Martha resbaló sobre el reluciente caparazón del orador.

– Lo que nos lleva inevitablemente a considerar las tendencias sexuales de la banda, y a si podrían haber sido una comunidad de homosexuales, subrayando y justificando de este modo su condición de forajidos. Véanse passim diversos reyes ingleses, pero así y todo. Se habló en nuestra última asamblea de la ambigüedad sexual de los nombres, siendo Robin y Marian los principales ejemplos, a los que podría añadirse el caso del hijo del molinero, que textualmente aparece como Much, lo cual podría indicar cierta virilidad corpulenta o jeffneidad, y como Midge, que es un término bien conocido de afecto aplicado a las mujeres de baja estatura.

»En términos generales, debemos tener presente que en las comunidades bucólicas donde el número de varones superan con creces al de hembras, las prácticas entre personas del mismo sexo, sin ninguna cortapisa, constituyen la norma histórica. Tales actividades entrañarían un cierto grado de travestismo, en ocasiones ritualizado y en otras… pues no. Me gustaría asimismo señalar, aun cuando entendería perfectamente que el comité declinase desarrollarlo en forma de concepto, que las comunidades bucólicas de esta índole se entregaban con toda seguridad al bestialismo. Si tomamos la situación actual, los ciervos y los gansos parecen los más proclives a confraternizar; los cisnes, muy poco; el cerdo, en general, prácticamente nunca.

»Ahora bien, si consideramos las pruebas históricas de orientación hacia el mismo sexo, el caso de Maid Marian es fundamental. Según los relatos tan incompletos que han sobrevivido, Marian, cuyo verdadero nombre era Matilda Fitzwater, contrajo matrimonio con Hood en una ceremonia oficiada por Fray Tuck, lo que supuestamente convirtió en dudosa la validez eclesiástica del acto. Sin embargo, se negó a consumar el vínculo hasta que hubiese sido levantado el bando de bandolerismo que pesaba sobre su cónyuge. Entretanto, adoptó el nombre de Maid Marian, vivió en castidad, usaba ropas de hombre y participó en las correrías de la banda. ¿Alguna hipótesis, caballeros, señorita Cochrane?

Pero todos estaban demasiado pendientes tanto del relato del Dr. Max, o por lo menos de su capacidad pictórica, como de su audacia, por no decir temeridad vis-à-vis del propietario de los periódicos de familia. Sir Jack, por su parte, cavilaba en silencio.

– Tres posibilidades se nos ofrecen -prosiguió el Dr. Max suavemente-, cuando menos a mi instrumento cerebral imperfecto. En primer lugar, la posibilidad neutral, no interpretativa (si bien ningún historiador auténtico cree que sea posible la neutralidad no interpretativa), de que Maid Marian obedeciese el código caballeresco de los tiempos tal como lo entendía ella. Segundo, que se tratase de un ardid marital para evitar el sexo penetrativo. Los anales históricos no dilucidan la cuestión de si un voto de castidad se aplicaría también al sexo no penetrativo. Puede que Marian estuviese intentando, como si dijéramos, estar en misa y repicando al mismo tiempo. Tercero, que Matilda Fitzwater, aun siendo jurídica y bautismalmente mujer, era quizá biológicamente hombre, y se estaba sirviendo de alguna laguna técnica en la ley de la caballería para evitar que la descubrieran.

»Sin duda esperan con ansiedad mis conclusiones sobre todas estas cuestiones. Son las siguientes: que personalmente a mí me importan un bledo; que al elaborar este informe pocas veces me he sentido tan vejado en mi vida profesional; y que he enviado mi dimisión por correo. Gracias, caballeros, señorita Cochrane, presidente.

Dicho esto, el Dr. Max se levantó e hizo un airoso mutis por el foro. Todos aguardaron a que Sir Jack emitiese un veredicto. Pero el presidente, insólitamente, se negó a tomar la iniciativa. Por último, Jeff dijo:

– Yo diría que él mismo se ha disparado un tiro en el pie.

Sir Jack se encogió de hombros y se removió.

– Usted diría eso, ¿verdad, Jeff? -El desarrollista comprendió que su suposición había sido apresurada-. Yo diría, por mi parte, que la aportación del Dr. Max ha sido muy positiva. Provocadora, por supuesto, y por momentos rayana en ofensiva. Pero no he llegado a donde estoy empleando a personas dóciles, ¿o sí, Marco?

– No.

– ¿O quiere decir sí en esta ocasión? Da lo mismo. La sesión continuó su curso. Sir Jack indicó la dirección que debían seguir. Mark, que olfateaba todos los vientos, respaldó la propuesta de que hubiera un reclutamiento activo de homosexuales y minorías étnicas. Convino asimismo en que era necesario investigar más acerca del modo en que las condiciones del bandolerismo pudieran brindar a los discapacitados una contribución más plena que la que consentía la sociedad marginadora actual. ¿Pues quién tenía un olfato más agudo que las personas visualmente deficientes? ¿Qué torturado podía mostrar más entereza que un sordomudo?

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