Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Don Juan estaba más preocupado que de costumbre porque había recibido una carta del que hasta entonces había sido su empleado, herr Helmut Keller, en la que le explicaba detalladamente en qué consistían las Leyes de Nuremberg promulgadas en septiembre de ese mismo año de 1935. Helmut mostraba su preocupación porque, según la nueva legislación, sólo quien tenía sangre «pura» podía ser alemán; el resto pasaba a ser súbdito. También se prohibían los matrimonios entre judíos y arios. El señor Keller creía que había llegado el momento de que herr Itzhak Wassermann y su familia salieran de Alemania, aunque se lamentaba porque aún no había logrado convencerles para que lo hicieran, aunque había muchas familias judías que ya habían emigrado temerosas de lo que estaba pasando. El señor Keller pedía a don Juan que intentara convencer a herr Itzhak.

– He pensado en ir a Alemania. Tengo que sacar de allí al bueno de Itzhak y a su familia, temo por su vida -se lamentó clon Juan.

– ¡Pero puede ser peligroso! -exclamaba doña Teresa.

– ¿Peligroso? ¿Por qué? Yo no soy judío.

– Pero herr Itzhak sí, y mira lo que ha pasado con el negocio, os han arruinado, lleváis muchos meses sin que ninguna empresa alemana os compre y os venda material, incluso os han acusado defraude en las cuentas. -Doña Teresa estaba realmente asustada.

– Lo sé, querida, lo sé, pero no han podido probar nada.

– Aun así, os han cerrado el almacén.

– Debes comprender que tengo que ir.

– Si me lo permite, creo que su esposa tiene razón. -La voz potente de don Manuel se abrió paso en la discusión entre don Juan y doña Teresa-. Amigo mío, debería resignarse a la pérdida de su negocio en Alemania, usted ha pagado las consecuencias de tener un socio que no le gusta al nuevo régimen. No creo que arregle nada yendo hasta allí, mejor sería que fueran ellos los que intentaran salir de Alemania.

Se enfrascaron en una discusión en la que Amelia apoyó a su padre con tanto ímpetu que aseguró que ella misma le acompañaría para salvar a herr Itzhak y a su familia y que dejarles a su suerte sería de cobardes. Tanto se alteró, que terminó sintiéndose indispuesta y acabamos temiendo por su estado.

A principios de noviembre nació Javier. Amelia se puso de parto la madrugada del día 2 pero no trajo su hijo al mundo hasta un día después. ¡Cómo lloraba! La pobrecita sufrió lo indecible y eso que contó con la asistencia constante de dos médicos y una comadrona.

Santiago sufrió con ella. Golpeaba con rabia la pared para descargar la impotencia que sentía por no poder hacer nada para ayudar a su mujer.

Al final le sacaron el niño con fórceps, pero casi la matan. Javier era precioso, un niño sano, largo y delgado, que llegó al mundo con mucha hambre y se mordía los puños desesperado.

Amelia perdió mucha sangre en el parto y tardó más de un mes en recuperarse, por más que todos la mimábamos, sobre todo Santiago. Todo le parecía poco para su mujer, pero a Amelia se la veía triste e indiferente a cuanto sucedía a su alrededor; sólo se alegraba cuando la visitaba su prima Laura o Lola. Entonces parecía que el brillo le volvía a la mirada y ponía interés en la conversación. Por aquellos días Laura había iniciado un noviazgo con un joven abogado hijo de unos amigos de sus padres y todo hacía prever que terminaría en boda. En cuanto a Lola, cuando la visitaba, Amelia nos pedía a todos que las dejásemos solas, lo cual Santiago aceptaba para no contrariarla.

Lola le daba noticias de Josep y de otros camaradas que Amelia había conocido. Y Amelia le preguntaba cómo iban los preparativos de la revolución, de esa gran revolución mundial de la que hablaba Josep y de la que ella quería formar parte.

Con el paso del tiempo, Lola parecía ir confiando más en Amelia, y la hacía partícipe de pequeñas confidencias sobre Josep, y su importancia entre los comunistas catalanes.

– ¿Y tú por qué eres socialista en vez de comunista? -le preguntó Amelia, que no entendía por qué su amiga no compartía la militancia política de Josep.

– No hace falta ser comunista para reconocer los logros de la Revolución soviética; además, soy socialista por tradición, mi padre lo era, conoció a Pablo Iglesias… asimismo yo soy partidaria de Largo Caballero, él también admira a los bolcheviques. Lo que pasa es que Prieto y otros líderes socialistas se resisten a Largo Caballero; como no son obreros como él, no entienden lo que queremos…

Eran fragmentos de conversación que alcanzaba a escuchar cuando les servía la merienda. Era la única que podía interrumpirlas, ni siquiera Águeda tenía permiso para entrar en el salón de Amelia.

¡Ay, Águeda! Era el ama de cría de Javier. La trajeron de Asturias porque Amaya, mi madre, no encontró a ninguna ama vasca como hubiera sido el gusto de doña Teresa y de la propia Amelia.

Águeda era una mujer de complexión fuerte, alta, de cabello castaño y ojos del mismo color. No estaba casada, pero un mozo de la minería la había dejado preñada, aunque había tenido la desdicha de perder a su hijo apenas recién nacido. Unos amigos de Don Juan la recomendaron para que la trajeran como niñera de Javier y llegó apenas una semana después de haber enterrado a su propio hijo.

Era una buena mujer, cariñosa y amable, que trataba a Javier como si de su hijo se tratara. Silenciosa y obediente, Águeda parecía una sombra benéfica en la casa, y todos le cogimos afecto. Para Santiago supuso un descanso ver a su propio hijo tan bien atendido habida cuenta de la apatía que manifestaba Amelia; ni siquiera su hijo parecía alegrarla.

Dado su estado de debilidad, aquellas Navidades se celebraron en casa de Don Juan y doña Teresa. La familia de Santiago comprendía que era lo mejor para Amelia, quien aún no estaba en condiciones de hacer de anfitriona en una festividad tan importante.

En realidad la casa de Amelia y de Santiago estaba a tres manzanas de la de los Garayoa, de manera que para Amelia no significaba un gran esfuerzo desplazarse a casa de sus padres.

Daban envidia. Sí, daba envidia ver a todos los Garayoa, también al hermano de don Juan, don Armando, y su esposa doña Elena con sus hijos Melita, Laura y Jesús, junto a la familia Carranza, los padres de Santiago.

Ayudada por mi madre, doña Teresa se esmeró con la cena. Para mí aquellas Navidades también fueron especiales, las últimas que pasé con mi madre. Estaba decidido: después de Reyes regresaba al caserío, y su marcha significaba quedarme sola en Madrid.

A mi hermano Aitor le iba bien en su trabajo e insistía en que nuestra madre dejara de servir a otros y se ocupara de nuestros abuelos y nuestro pequeño pedazo de tierra. Para mi madre la tierra era tan importante como para Aitor; por aquel entonces, yo me sentía lo suficientemente comunista para ver el mundo con más amplitud donde todo era de todos y para todos, y la tierra no tenía más propietarios que el Pueblo, y no importaba dónde se hubiese nacido, porque no había más patria que el mundo entero ni más hermanos que todos los que éramos obreros.

Pero volviendo a aquella cena… Cantaron villancicos, comieron y bebieron todas aquellas cosas que no llegaban a la mesa de los pobres, aunque quienes servíamos en aquella casa no podíamos quejarnos: siempre comíamos y bebíamos lo mismo que los señores.

Aún recuerdo que cenamos pavo con castañas… Y como solía suceder cada vez que se reunían las dos familias, hablaron y discutieron de política.

– Parece que el presidente Alcalá Zamora está dispuesto a que se forme un nuevo gobierno a cargo de don Manuel Portela Valladares -comentó don Juan.

– Lo que tiene que hacer es convocar elecciones de una vez -replicó Santiago.

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