Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Guillermo, estoy harta de repetirte que estás haciendo una tontería, que esta investigación no lleva a ninguna parte. Si a mí, y eso que era mi abuela, no me importa lo que hizo o dejó de hacer, no sé por qué te tiene que importar a ti. ¡Sólo a mi querida hermana Marta se le podía ocurrir liar la que ha liado a cuenta de nuestra abuela!

– Y yo estoy harto de tus sermones. No es que me importe lo que hiciera tu abuela, o sea, mi bisabuela, no se trata de un interés familiar. Es un trabajo que me han encargado, me pagan para que investigue y es lo que estoy haciendo, y afortunadamente la tía Marta ya no es la que lleva la batuta.

– Te estás obsesionando con este asunto.

– Que no, mamá, que sólo es trabajo.

No me atreví a decirle a mi madre que su abuela había sido capaz de liquidar a un hombre sin pestañear. Le habría dado un disgusto, o quizá no; conociendo a mi madre, sería capaz de decirme que el coronel Ulrich Jürgens se lo tenía bien merecido.

Dos días más tarde, a la hora prevista, las ocho de la mañana, el mayor Hurley me recibió en su despacho del Archivo Militar. Su humor era mejor que el mío, dada la hora. Aquel hombre se empezaba a marchitar a partir de las nueve de la noche, mientras que yo a las ocho de la mañana apenas era capaz de hablar.

– Verá, he perdido la pista de mi bisabuela en Grecia.

– ¿En Grecia? ¡Ah, sí claro! Después de su estancia en Roma Amelia acompañó al barón Von Schumann a Grecia, donde volvió a trabajar para nosotros. Como ya sabrá, la pérdida de una gran amiga suya, la gran diva del bel canto, Carla Alessandrini, la marcó tan profundamente que su bisabuela ya nunca volvió a ser la misma.

Estuve a punto de enfadarme con el mayor: sabía de las andanzas de mi bisabuela en Roma y no había querido ayudarme. Se lo reproché.

– En realidad, no sé mucho de lo que sucedió en Roma. La muerte del coronel Jürgens no fue algo que planeáramos nosotros. Lo supimos a través de la Resistencia, ellos fueron quienes lo organizaron.

Me vengué dándole una lección sobre lo sucedido en Roma, y le dejé bien claro que aquélla no había sido una acción de la Resistencia, sino obra de mi bisabuela.

– En nuestros archivos consta que la agente libre Amelia Garayoa, a petición de la Resistencia, ejecutó a uno de los oficiales más sanguinarios de las SS, el coronel Ulrich Jürgens.

– Pues si quiere ser fiel a la historia, hágame caso, mi bisabuela mató a Jürgens por su cuenta y riesgo. La Resistencia lo único que hizo fue conseguirle una pistola.

Estaba claro que, por mucho que se lo repitiera, el mayor Hurley no iba a modificar lo que estaba escrito en sus archivos.

– Amelia Garayoa dejó Roma a comienzos de 1944. Por aquellos días se celebraba en Verona el proceso contra los que habían intentado derrocar a Mussolini. Los condenaron a todos a muerte, incluido su yerno, el conde Ciano. Sólo se salvó a Tullio Cianetti. El 17 de enero tuvo lugar la batalla de Montecassino. ¿Ha oído hablar alguna vez de esa batalla? El día 22, los aliados desembarcaron en las playas de Anzio, al sur de Roma. A ver… a ver… sí, aquí está, su bisabuela llegó a Atenas el 16 de enero, justo un día antes de lo de Montecassino. Nosotros supimos, a través de la Resistencia, de la ejecución del coronel Jürgens y ya no tuvimos dudas de que Amelia Garayoa estaba dispuesta a volver a la acción. De manera que en Atenas contactamos con ella.

– Así de fácil.

– ¿Quién ha dicho que fuera fácil? -respondió, malhumorado, el mayor Hurley-. Joven, debería ser menos impaciente y escuchar, porque yo no tengo tiempo que perder.

Me callé, temiendo haber torcido el buen humor del mayor, que se dispuso a iniciar su relato.

«El comandante Murray recibió un informe en el que se detallaba que Amelia Garayoa, que en aquellos momentos colaboraba con la Resistencia italiana, había ejecutado en Roma a un coronel de las SS. Murray se sorprendió de la acción de Amelia, porque aunque la habían entrenado para matar en caso de ser necesario, no creía que fuera capaz de hacerlo. El aspecto frágil de Amelia resultaba engañoso.

Murray decidió volver a solicitar la colaboración de la joven española. En Atenas podía ser muy útil colaborando con la Resistencia y suministrando informes sobre la situación de las tropas alemanas en las islas griegas.

El barón Von Schumann tomó dos habitaciones comunicadas en el hotel Gran Bretaña. Para nadie era un secreto que la señorita Garayoa era su amante, pero Schumann era demasiado caballero para hacer una exhibición grosera de su relación. El hotel Gran Bretaña está situado en el corazón de Atenas, muy cerca de la Acrópolis.

Amelia disfrutaba con la visita a las ruinas arqueológicas y lamentaba en silencio que la bandera nazi ondeara en la Acrópolis.

Max von Schumann dedicaba su tiempo a visitar los distintos batallones comprobando el estado de los heridos y las necesidades médicas. Luego redactaba larguísimos informes que enviaba a Berlín sabiendo que muy pocas de sus demandas se verían satisfechas.

Lo que no sospechaba Amelia, ni tampoco ninguno de los altos oficiales que se alojaban en el Gran Bretaña es que uno de los camareros que les atendía servilmente en el bar, era un agente británico.

Su nombre en clave era «Dion». Aún hoy sigue clasificado su verdadero nombre.

Dion hablaba perfectamente inglés y alemán. Su padre era griego y trabajó para la embajada británica. Allí conoció a una joven criada, la doncella personal de la mujer del embajador. Se enamoraron, se casaron y tuvieron un hijo. Cuando aquel embajador inglés fue cambiado de destino, la joven doncella se quedó con su marido en Atenas. Era una criada competente, de manera que encontró trabajo en casa de un historiador alemán que pasaba largas temporadas en Atenas. Debió de ser un buen hombre porque le permitía llevar a la casa al pequeño Dion, a quien en sus ratos libres se complacía enseñándole el alemán. Es así como Dion llegó a dominar unos idiomas tan necesarios para su profesión. Escuchaba las conversaciones que los huéspedes mantenían ante él sin dar señal de entenderles. Y ellos hablaban con la confianza de que nadie sabía qué decían.

Al poco de llegar Amelia y el barón, Dion envió en uno de sus informes una de las conversaciones que les escuchó. -La guerra no va bien -le dijo Max a Amelia.

– ¿Ganarán los aliados? -preguntó ella sin ocultar que ése era su deseo.

– ¿No te das cuenta de lo que eso puede suponer?

– Sí, el fin del III Reich.

– Los británicos deberían empezar a preocuparse por los rusos. Nosotros somos sus aliados naturales contra Stalin. Tenemos que entendernos.

– ¡Qué cosas dices! Ya sabes lo que pienso de Stalin, pero en esta guerra… al final ha tomado el camino correcto enfrentándose a Alemania.

– Quiere extender el comunismo a toda Europa, ¿es eso lo que quieres?

– Lo que no quiero es el III Reich, eso es lo que no quiero.

– Hay que pensar en el día de mañana. Hitler es sólo una circunstancia, lograremos deshacernos de él.

– ¿Cuándo, Max? ¿Cuándo? Ni tú ni tus amigos os decidís a hacer algo para conseguirlo.

– ¡No es verdad! Tú sabes que no es verdad. Pero no podemos dar un paso sin contar con el apoyo de ciertos generales o de lo contrario provocaríamos un desastre mayor.

– Y algunos de esos generales tienen miedo a comprometerse, y otros en cambio son nazis fanáticos; y mientras tanto, tú te preocupas por lo que en el futuro pueda hacer Stalin. ¿Sabes lo que te digo? Que con lo poco que me gusta Stalin ahora mismo, le considero una bendición.

– ¡No digas eso, Amelia! No lo digas, por favor.

Una tarde, mientras aguardaba en el bar la llegada del barón Von Schumann, Dion se acercó a ella y solicitó atenderla.

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