Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Supongo que me vas a contar lo que sabe todo el mundo, que han matado al coronel Jürgens.

– Así es… Amelia, perdona que te pregunte, pero…

Ella soltó una carcajada que al padre Müller le sonó a falsa puesto que la conocía demasiado bien.

– Rudolf, me alegro de que esté muerto, en eso no te voy a engañar.

– He venido porque Marchetti me ha enviado un recado, quiere verte.

– ¿A mí? ¿Por qué?

– Tú sabrás de lo que hablasteis cuando os visteis.

– Le pregunté si podía colaborar con la Resistencia, si podía ocupar el lugar de Carla -mintió.

– Puede que haya decidido aceptar tu oferta. Quiere verte mañana, en San Clemente. Ven poco antes de que cierren la iglesia.

– Allí estaré. Pero no debes preocuparte por mí.

– ¡Cómo no voy a preocuparme! He perdido ya demasiados amigos.

– Precisamente quería preguntarte por eso…

– Amelia, no te lo quise decir para no angustiarte. En realidad Max me pidió que no lo hiciera. Hace unos meses la Gestapo detuvo al profesor Schatzhauser. Estaba en la universidad, irrumpieron en su clase y se lo llevaron. No hemos vuelto a saber de él. También han detenido al pastor Schmidt.

– ¿Y los Kasten?

– No, ellos aún están en Berlín, aunque la Gestapo debe de seguirles los pasos. Todo el mundo sabe que eran amigos del doctor Schatzhauser. Si yo volviera… posiblemente me detendrían.

– Debiste decírmelo.

– Entiéndelo… Max no quiere que sufras.

La policía se presentó en casa de Vittorio cuatro días más tarde coincidiendo con el regreso de Max von Schumann a Roma.

Obligaron a Amelia a acompañarles para una rueda de identificación. Un oficial de las SS amigo del coronel Jürgens aseguraba que éste iba a reunirse con la amante del barón.

Amelia protestó e incluso lloró, parecía asustada; y aunque Vittorio gritaba que la dejaran en paz, al final se la llevaron.

En la comisaría se encontró con aquella pareja que ocupaba una habitación cercana a la de Jürgens. La miraron de arriba abajo pero enseguida aseguraron que ella no era la mujer con la que se habían cruzado la noche del asesinato.

– No, no es ella -aseguró el oficial-. Aquélla era morena.

– Con reflejos caoba y los ojos negros, y ésta los tiene claros -añadió su acompañante.

– Era más alta -dijo el oficial-, y un poco más gruesa.

La interrogaron por rutina sobre dónde había estado aquella noche. Y ella aseguró que se había quedado en casa con Vittorio y que los criados lo podían corroborar. No negó conocer al coronel Jürgens, ni siquiera que sentía aversión hacia él. Sabía que ellos contaban con toda la información sobre lo sucedido en Varsovia, así que era mejor decir toda la verdad, o más bien casi toda.

Durante dos días y dos noches la estuvieron interrogando sin que cayera en ninguna contradicción. Al tercer día, Max acudió a buscarla a la comisaría. Había suplicado a su general que moviera todos los hilos para evitar que no la entregaran a las SS. El general sólo había puesto una condición: que el informe de la policía descartara que ella fuera la asesina.

La policía tenía la descripción hecha por la pareja de la habitación de al lado, de manera que concluyeron que difícilmente Amelia podía ser la asesina. La dejaron en libertad. Max la estaba esperando.

– Nos vamos a Atenas -le dijo Max camino de la casa de Vittorio.

Amelia suspiró aliviada.»

– Bien, eso es todo.

Paolo Plattini sonreía satisfecho, consciente de que durante más de dos horas tanto Francesca como yo le habíamos escuchado con tanto interés que ni siquiera habíamos despegado los labios.

– ¡Qué historia! -exclamó, asombrada, Francesca.

– Mi bisabuela es una caja de sorpresas; cuanto más voy averiguando sobre ella, más me asombra -dije.

– Tengo algo para usted. -Paolo me entregó unas cuantas carpetas.

– ¿Qué es?

– Son fotocopias de las portadas de los periódicos de la época en que se da la noticia del asesinato del coronel de las SS Ulrich Jürgens. Como podrá ver, los primeros días los periódicos informan de que el asesinato fue obra de una prostituta, pero posteriormente se achaca la acción a los partisanos. Mire aquí -dijo señalando una página fotocopiada de un periódico-. Observe que en varios barrios de Roma aparecieron pasquines en los que los partisanos reivindicaban el asesinato del coronel Jürgens como respuesta al ahorcamiento de varios de los suyos y de la diva del bel canto Carla Alessandrini.

No tuve más remedio que agradecer a Paolo Plattini toda la información que me había suministrado, por más que me fastidió que me despidiera en la puerta agarrado de la cintura de Francesca. Seguro que iban a terminarse la botella de barolo y amanecerían los dos juntos contemplando los reflejos tornasolados de la vieja Roma.

A pesar de la hora, decidí caminar un rato por la ciudad. Necesitaba pensar en todo lo que había escuchado aquella noche. Mi bisabuela estaba resultando ser una mujer fuerte e imprevisible. Nada de lo que hacía parecía tener que ver con su verdadera naturaleza. ¿Era una romántica chica burguesa que se dejaba llevar por los acontecimientos, o realmente tenía una personalidad más compleja? Me sorprendía que hubiera sido capaz de matar a un hombre con tanta sangre fría por más que éste fuera una nazi repugnante. Decidí regresar al hotel. Cuando estuve en la habitación, abrí la maleta y busqué la copia de la fotografía de Amelia Garayoa que me había dado la tía Marta. De vez en cuando la miraba intentando comprender cómo podía ser que aquella joven rubia, de aspecto etéreo y aparentemente despreocupada, hubiera vivido con tanta intensidad y tan peligrosamente.

Aquella noche me costó dormir, no sólo porque me fastidiaba saber que Paolo y Francesca estaban juntos, sino también porque me sentía conmocionado por el asesinato perpetrado por mi bisabuela.

Paolo me había regalado el librito del partisano, así que decidí echarle una ojeada, y acabé dormido con él en la mano.

Al día siguiente llamé a Francesca para darle las gracias por la cena y por las revelaciones de Paolo. Se mostró amable y cariñosa, como si se hubiese quitado un peso de encima al haberme dejado claro que nunca más amaneceríamos juntos en su ático.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

– He reservado un vuelo para Londres.

– ¿Vas a reunirte con el mayor William Hurley?

– Eso pretendo. Ya te conté que el mayor es muy británico y hay que pedirle cita con mucho adelanto. Pero yo voy a intentarlo.

– Paolo me ha encargado que te diga que continuará buscando, puede que encuentre alguna otra pista sobre tu bisabuela; si es así, te llamaré.

– Dile que se lo agradezco, se mostró molto gentile, como decís los italianos.

– Sí, sí que lo es. Bueno, llámame si crees que te podemos ayudar en alguna otra cosa más. Ciao, caro!

Después telefoneé al mayor William Hurley, y para mi sorpresa, no se mostró tan tenso y distante como en las ocasiones anteriores.

– ¡Ah, Guillermo, es usted! Ya me extrañaba que no me llamara. Lady Victoria me ha preguntado por usted.

– Quería saber si podría recibirme.

– ¿Le ha ido bien en Roma? -Sí, ya le contaré lo que he averiguado. Me citó para dos días después, lo cual tratándose de él, era tanto como si me hubiera recibido aquella misma tarde.

10

Llovía cuando llegué a Londres. Menos mal que no hacía demasiado frío. Me instalé en el pequeño hotel de siempre y telefoneé a mi madre.

– ¿Dónde estás?

– En Londres.

– ¡Pero me dijiste que te ibas a Roma!

– Y he estado en Roma, pero he tenido que volver a Londres.

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