Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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El sacerdote la observó convencido. Ella mostraba una gran firmeza en sus planteamientos.

– Lo que no puedes hacer es rendirte. Ya has visto con tus propios ojos el mal, bueno pues tu deber como sacerdote y como ser humano es hacer frente a estos criminales.

– ¿Crees que puedes hacer llegar a tu amigo Albert James la información sobre lo que pasa en Hadamar?

– Por lo menos voy a intentarlo. Tengo que encontrar el medio porque no puedo escribir una carta que caería en manos de la Gestapo. En realidad tú podrías llevar la carta a Roma.

– ¿A Roma?

– A Carla Alessandrini. Ella nos ayudará, sabrá cómo hacer llegar mi carta a Albert.

– ¡Tienes soluciones para todo!

– No creas, se me ha ocurrido mientras hablábamos. Y ahora tengo una cosa que contarte.

Le confesó que su relación con Albert James había terminado.

– Lo siento… y a la vez me alegro -dijo el sacerdote.

– ¡Te alegras!

– Sí, porque… bueno… tú estás casada y… en fin… no estaba bien que vivierais juntos.

– ¿Crees que eso tiene importancia?

– ¡Claro que sí! Nunca podrás casarte con él, y si tuvierais hijos, imagina cuál sería su situación… Aunque te duela, es lo mejor. Y no creas que no siento simpatía por Albert, me parece un hombre sensato y valiente que se merece encontrar una buena mujer con la que compartir su vida.

Lo que Amelia no contó al padre Müller es que se había convertido en la amante en Max von Schumann y que, aprovechando la ausencia de los Keller, se veían todos los días. En ese momento, mientras ellos estaban en el zoológico, Max estaría comunicándole a Ludovica que no podía dar una oportunidad a su matrimonio. Lo había intentado sinceramente, pero eso había sido antes de convertir a Amelia en su amante. En ese instante sólo ansiaba estar con la joven española y no estaba dispuesto a que nadie lo separara de ella, ni siquiera Ludovica.

Al caer la tarde, el padre Müller y Amelia se dirigieron a casa del profesor Schatzhauser. El sacerdote quería despedirse de sus amigos antes de partir Roma.

Cuando llegaron, Manfred Kasten estaba contando a los allí reunidos que algo gordo se estaba preparando. Dijo que había mucho movimiento en el Cuartel General del Ejército, y que en los últimos días Hitler parecía eufórico.

– ¿A quién más vamos a invadir ahora? -preguntó el pastor Schmidt.

– No creo que vayan a llevar a cabo un asalto contra Inglaterra… la RAF está frenando a la Luftwaffe -comentó el profesor Schatzhauser.

– Pero ustedes no imaginan cómo está Londres -se lamentó Amelia.

– Supongo que lo mismo que Berlín, hija, lo mismo que Berlín… así es la guerra -respondió Helga Kasten.

No era la primera vez que Manfred Kasten insistía en que Hitler estaba preparando una gran sorpresa; pero cuando Amelia pedía a Jan y a Dorothy que transmitieran esos rumores imprecisos, Jan protestaba:

– ¿No puedes conseguir algo más de información? Mandar un mensaje diciendo que hay movimiento en el Cuartel General del Ejército alemán en plena guerra es una obviedad; que los generales andan muy ocupados, es lo lógico, en cuanto a que Hitler está contento, no me parece relevante.

– Ya, pero mis fuentes creen que va a pasar algo importante, y aunque no sepamos qué, es mejor que en Londres estén informados.

A Amelia no le resultó fácil confesar a Dorothy y a Jan que se había convertido en la amante de Max y que lo acompañaría a Polonia, y que por tanto necesitaba nuevas órdenes del comandante Murray.

Ninguno de los dos pareció sorprenderse y Jan se limitó a decirle que regresara en un par de días, para entonces él ya se habría puesto en contacto con Londres.

Las órdenes de Murray fueron precisas: Amelia debía acompañar al barón Von Schumann y obtener a través de él toda la información que pudiera, referida al despliegue de las tropas en el Este. También le daba un nombre, «Grazyna», una dirección en Varsovia a la que debía acudir para transmitir la información que fuera recabando, y una contraseña para ser bien recibida en aquella dirección: «El mar está en calma después de la tormenta».

Jan entregó a Amelia una pequeña cámara.

– La puedes necesitar.

– No me será fácil ocultarla. -Tendrás que hacerlo.

El 2 de junio Max y Amelia se fueron a Varsovia. Para entonces, a los ojos de todos sus amigos, Amelia se había convertido en la amante de Max. Ella misma se lo comunicó al profesor Schatzhauser diciéndole que no tenía sentido ocultar por más tiempo lo que había entre ella y Max. El profesor a duras penas pudo ocultarle su disgusto. No simpatizaba con la baronesa Ludovica, y compadecía en silencio a Max por estar casado con una nazi, pero eso no le justificaba para convertir en su amante a aquella extraña joven española.

La noticia dio lugar a todo tipo de comentarios entre los amigos de Max, pero en general a ninguno les satisfizo. No fueron los únicos: para los Keller fue una sorpresa inesperada. Amelia les contó que se marchaba con el barón a Varsovia. No hacía falta explicar más. Herr Helmut le dijo que podría contar con ellos y que las puertas de su casa siempre estarían abiertas para ella. Sin embargo, Greta miró a su esposo con gesto adusto: no podía aprobar que Amelia le robara el marido a otra y que se fuera con él. No, eso no estaba bien.

3

Max y Amelia fueron en tren hasta Varsovia donde les esperaba el capitán Hans Henke, ayudante de Max. Desde allí se trasladaron al sur, a Cracovia, donde había establecido su residencia Hans Frank, un bávaro al que Hitler había convertido en el gobernador general de Polonia.

– Es una de las ciudades más bellas del mundo -le dijo Max refiriéndose a Cracovia.

Ella le dio la razón en cuanto llegaron a la ciudad, pero le impresionó la tristeza que imperaba en el rostro de los polacos.

No estarían muchos días en Cracovia, Max tenía que despachar con Hans Frank y sus jefes militares algunos asuntos relativos a la intendencia médica, después regresarían a Varsovia.

Amelia sintió una antipatía profunda cuando conoció a Hans Frank, quien se había instalado en el castillo de Wawel y se comportaba como un reyezuelo.

Le gustaba organizar cenas que presidía como si de un monarca se tratara, luciendo las vajillas de porcelana y cristalerías de Bohemia.

Fue en uno de esos eventos cuando a Amelia, flanqueada por Max y el capitán Hans Henke, le presentaron a Hans Frank y a su esposa, que en ese momento se dirigían a la mesa para la cena mientras departían con otros invitados.

La mesa estaba excesivamente decorada para el gusto de Amelia; Max se encontraba frente a ella y a su lado tenía a un oficial de las SS. Los ojos azules de aquel hombre eran fríos como el hielo. Era rubio, alto y atlético, pero a pesar de su apostura, Amelia lo encontró repulsivo.

– Soy el comandante Jürgens -le dijo, tendiéndole la mano.

– Amelia Garayoa -respondió ella.

Jürgens esbozó una mueca mientras asentía. Naturalmente no se le había pasado por alto la llegada a Cracovia del comandante Von Schumann, aquel engreído aristócrata, acompañado de una joven española que a todas luces era su amante. Pensaba investigar quién era la joven, a la que no podía dejar de admirar por su belleza. No parecía española, tan rubia y tan frágil y tan delgada, convencido como estaba que todas las españolas eran morenas de carnes rotundas.

– Comandante Schumann, ¿ha disfrutado de su estancia en Berlín? -preguntó dirigiéndose a Max.

– Desde luego que sí -respondió el barón con desgana.

– Ha regresado usted muy bien acompañado por esta bella señorita… -dijo el comandante mirando a Amelia.

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