Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Aquella noche, Manfred Kasten se acercó a Amelia muy sonriente.

– Querida, me he enterado de algunos detalles de la «Operación Madagascar», sólo falta que el Führer dé su aprobación final. Quizá pueda usted visitarnos a mi esposa y a mí mañana para tomar el té.

Amelia aceptó de inmediato. Era una información que esperaban en Londres, no tanto porque les pudiera preocupar la suerte de los judíos, como porque un plan de tanta envergadura comprometía la movilización de grandes recursos y el control y dominio de las rutas marítimas del océano Atlántico, unas aguas hasta la fecha dominadas por los británicos. Precisamente Winston Churchill intentaba convencer a Estados Unidos de que si Inglaterra era derrotada por Hitler, el dominio del Atlántico pasaría a manos de Alemania. De manera que la información sobre dicha operación podía servir a la Inteligencia británica para calibrar hasta dónde podía llegar el poder marítimo de Alemania.

Pese a la incomodidad que ambos sentían por las miradas inquisitivas de Ludovica, Max también aprovechó para despedirse de Amelia.

– Me hubiera gustado verte a solas, pero me ha sido imposible, mis obligaciones militares y familiares me lo han impedido.

– Lo sé, no te preocupes. Supongo que cuando regreses aún estaré aquí. ¿Sabes dónde te destinan exactamente?

– En principio iré a Varsovia, pero he de visitar a nuestras tropas desplegadas por todo el país, de manera que estaré moviéndome de un lado a otro.

– ¿El capitán Henke te acompaña?

– Sí, y supondrá un alivio. Hans es oficial de intendencia, y es quien debe tramitar mis órdenes sobre las necesidades médicas en el frente.

– Al menos estarás con un amigo.

– No imaginas lo difícil que es poder confiar en alguien. En el Ejército hay algunos oficiales más que piensan como nosotros, pero no se atreven a dar ningún paso. Ya saben de lo que son capaces de hacer los nazis contra quienes se inmiscuyen en sus planes; temen que les pueda suceder lo que a Walter von Frisch, jefe del Ejército, al que Goering, a través de la Gestapo, acusó de homosexualidad. O al mariscal Blomberg, que fue obligado a dimitir como ministro de la Guerra tras presionarle a cuenta del pasado de su esposa. Tampoco son ningún secreto las opiniones de Ludwig Beck; fue nuestro Jefe de Estado Mayor hasta hace un par de años, cuando dimitió por discrepancias con el Führer. Hay generales como Witzleben y Stülpangel que en el pasado han apoyado a Beck. También empiezan a surgir enfrentamientos entre algunos mandos del Ejército y la jefatura de las SS, cuya influencia va en aumento. Parece que durante la campaña de Polonia han surgido algunas discrepancias entre el general Blaskovitz y las SS. Tanto el general Von Tresckow como Von Schlabrendorff están preocupados por la actual deriva de la política alemana.

– ¿Por qué me cuentas todo esto?

– Porque creo que puedo confiar en ti y me importa lo que opines; no quiero que creas que en Alemania todos somos nazis: hay gente a la que le repugna lo que el nazismo significa, y sobre todo no quieren otra guerra europea.

– ¿Tan difícil es derrocar a Hitler?

– Ésa es una acción que no se puede improvisar. Quizá cuando termine la guerra…

– A lo mejor es demasiado tarde…

– Nunca será tarde para volver a convertir a Alemania en una democracia, devolverle sus instituciones. Estamos contra Hitler, pero nunca traicionaremos a nuestro país. ¿Sigues en contacto con lord Paul James?

– Sabes que sólo le he visto en un par de ocasiones acompañando a Albert, que es su sobrino.

– Me preocupa que Londres vea a Alemania como un bloque compacto alrededor de Hitler, no es así. Somos muchos los que estamos dispuestos a dar nuestra vida para acabar con esta pesadilla.

Ludovica se acercó a ellos seguida por un camarero que llevaba una bandeja con copas de champán.

– Querido, ¿no te gustaría que brindáramos con Amelia por un nuevo encuentro en Berlín? -El tono de voz de Ludovica estaba repleto de ironía y su mirada llena de ira.

– Una excelente idea -respondió Max-, brindemos porque volvamos a estar juntos tan alegres como hoy.

Max ofreció una copa a Amelia y secundaron el brindis de Ludovica. Luego Max hizo caso de la petición de su esposa, que le reclamó para que atendiera a sus invitados.

Aquella noche Amelia no pudo dormir. Debía regresar a Londres e intentar hablar personalmente con lord Paul James, pero ¿querría recibirla? Sabía que a quien debía informar era a su jefe, el comandante Murray, pero Max le había preguntado expresamente por lord James. Sólo tenía una manera de acercarse a él: a través de Albert. Sí, tendría que pedirle que organizara algún encuentro social con su tío antes de que ella se presentara en las oficinas del Almirantazgo para ponerse a las órdenes del comandante Murray. No sería fácil convencer a Albert, pero esperaba poder hacerlo. Claro que antes necesitaba el permiso de Murray para regresar a Londres, y tendría que convencerle de que lo que tenía que transmitir era tan importante como para dejar Berlín.

Se levantó temprano y encontró a herr Helmut preparando el desayuno para Greta.

– Tengo que salir. ¿Querrá usted terminar de preparar el té y llevárselo a mi esposa a la cama? Sé que es mucho pedir, pero ¿podría ayudarla a levantarse y acomodarla en el sillón que está junto a la ventana? Parece que se encuentra un poco mejor.

– Váyase tranquilo, herr Helmut, que yo cuidaré de Greta.

– ¿No tiene que ir a clase?

– Sí, pero tengo de tiempo de sobra.

Por la tarde Amelia acudió a casa de Manfred Kasten. Fue su esposa Helga quien abrió la puerta y la condujo al despacho de su marido. El viejo diplomático la aguardaba impaciente; la invitó a sentarse y le entregó una carpeta que contenía información sobre el plan de Madagascar. Amelia leyó ávidamente sin decir palabra, aunque su rostro reflejaba el asombro que le producía lo descabellado de la operación.

– ¿Puedo llevarme estos papeles?

– Sería peligroso. La Gestapo tiene ojos y oídos en todas partes y es posible que sepa más de nuestro grupo de lo que imaginamos. Desconfía de todo el mundo. Es mejor que estos documentos no salgan de aquí, por su propia seguridad y la nuestra.

Amelia se enfrascó de nuevo en la lectura de aquellos documentos intentando memorizar los pormenores. El redactor de aquel plan había precisado el número de barcos que se necesitarían para trasladar a todos los judíos de Alemania a Madagascar y también los buques de apoyo necesarios para llevar a buen término la operación. Amén del número de barcos estimados para llevar a cabo la deportación, el documento especificaba la situación de la flota mercante del Reich. La información podía ser fundamental para el Almirantazgo, de manera que Amelia se reafirmó en su decisión de regresar de inmediato a Londres.

– Le agradezco su confianza, herr Kasten -dijo al terminar de leer los papeles.

– Soy cristiano, Amelia, y me considero un buen alemán al que le repugna lo que algunos hombres están haciendo con mi país. ¡Deportar a los judíos! ¡Confinarles en una isla como si fueran apestados!

Ya era tarde cuando Amelia regresó a casa de los Keller. Greta estaba dormida y su marido estaba en la cocina, revisando unos libros de contabilidad.

Amelia le explicó que pensaba regresar a casa.

– ¿Ha sucedido algo? -se interesó el hombre.

– No, pero ya sabe que mi hermana Antonietta está enferma, y no quiero pasar demasiado tiempo alejada de ella. Pero volveré, herr Helmut y si usted me hace la bondad de continuar alquilándome la habitación, le estaré muy agradecida. Creo que puedo encontrar trabajo en Berlín, he conocido a algunas personas que necesitan a alguien que hable bien español. Ya sabe de la colaboración de Hitler y Franco, nuestros dos países son aliados…

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