– ¿Y qué más necesita saber, doctor?
– No se trata únicamente de los Viajeros, ¿verdad? Sólo forman parte de un objetivo más amplio, de algo relacionado con el ordenador cuántico. ¿Qué estamos buscando realmente? ¿Puede decírmelo?
– Le hemos contratado para que conduzca a un Viajero a otros dominios -repuso Lawrence fríamente-, y lo único que necesita comprender es que el general Nash no acepta el fracaso.
De vuelta a su despacho, Lawrence tuvo que ocuparse de una docena de llamadas urgentes y de casi cuarenta correos electrónicos. Habló con el general Nash sobre la intervención quirúrgica y le confirmó que el Centro de Ordenadores había detectado actividad neural en todas las secciones del cerebro de Michael. Después, pasó las dos horas siguientes redactando cuidadosamente correos electrónicos para los científicos que habían sido patrocinados por la Fundación. Aunque no podía mencionar a los Viajeros, les solicitó información lo más detallada posible acerca de cualquier tipo de droga psicotrópica capaz de proporcionar visiones de mundos alternativos.
A las seis de la tarde, el Enlace de Protección siguió el rastro de Takawa cuando éste salió del centro de investigación y regresó a su casa. Después de cerrar la puerta con llave, Lawrence se quitó la ropa de trabajo, se puso una bata de algodón negro y entró en su cámara secreta.
Deseaba informar a Linden de los últimos acontecimientos relacionados con el Proyecto Crossover; pero, en el momento en que se conectó a internet, un pequeño recuadro azul empezó a parpadear en una esquina de la pantalla. Dos años antes, después de que a Lawrence le hubiera sido concedido un nuevo código de acceso a los ordenadores de la Hermandad, había diseñado un programa especial para buscar información sobre su padre. Una vez puesto en marcha, el programa husmeaba por todo internet igual que un hurón cazando ratones en una casa abandonada. Ese día había encontrado información de su padre en los archivos de pruebas del Departamento de Policía de Osaka.
En una fotografía de Sparrow aparecían dos espadas: una con la empuñadura de oro y otra con incrustaciones de jade. Linden le había explicado en París que su madre había entregado la de jade a un Arlequín llamado Thorn y que éste, a su vez, se la había dado a la familia Corrigan. Lawrence supuso que Gabriel Corrigan debía de estar en posesión del arma cuando Boone y sus mercenarios asaltaron la fábrica de confección.
Una espada de jade. Una espada de oro. Quizá hubiera otras. Lawrence había averiguado quién había sido el más famoso de los forjadores de espadas en la historia de Japón: un monje llamado Masamune que había fabricado sus hojas cuando los mongoles intentaron invadir Japón, en el siglo XIII. El emperador había ordenado entonces que se celebraran una serie de ceremonias rituales en los templos, y muchas espadas famosas fueron hechas como ofrendas religiosas. El propio Masamune había forjado la espada perfecta -una con un diamante en la empuñadura- para inspirar a sus diez alumnos, los Jittetsu. Mientras aprendían a batir el acero, cada uno de ellos había creado una espada especial para presentársela a su maestro.
El ordenador de Lawrence había localizado la página web de un monje budista que vivía en Kioto. En ella se daban los nombres de los diez Jittetsu y sus correspondientes espadas:
Forjador Espada
1 Hasabe Kinshige Plata
2 Kanemitsu Oro
3 Go Yoshihiro Madera
4 Naotsuna Perla
5 Sa Hueso
6 Rai Kunitsugu Marfil
7 Kinju Jade
8 Shizu Kaneuji Hierro
9 Chogi Bronce
10 Saeki Norishige Coral
Una espada de jade. Una espada de oro. Las demás espadas Jittetsu habían desaparecido, probablemente en terremotos o guerras, pero la dinastía maldita de los Arlequines japoneses había protegido dos de aquellas armas sagradas. En esos momentos, Gabriel Corrigan era el portador de uno de aquellos tesoros, mientras que la otra había sido la utilizada para liquidar a los yakuzas en el sangriento banquete del hotel Osaka.
El programa de búsqueda entró en la lista de las pruebas recogidas por la policía y tradujo los caracteres japoneses al inglés: «Antigua Tachi (espada de hoja larga). Empuñadura de oro. Investigación 15.433. Falta».
«No falta -se dijo Lawrence-. Fue robada.» Seguramente la Hermandad se la había quitado a la policía de Osaka. Podía hallarse en Japón o en Estados Unidos. Quizá estuviera guardada en el centro de investigación, a pocos metros de su despacho.
Lawrence Takawa estaba presto a levantarse y volver al centro. Sin embargo, controló sus emociones y apagó el ordenador. La primera vez que Kennard Nash le había hablado del Panóptico Virtual lo hizo como si se tratara de una teoría filosófica, pero lo cierto era que en esos momentos habitaba una cárcel invisible. En un par de generaciones, todos los ciudadanos del mundo industrializado tendrían que aceptar la misma realidad: que eran constantemente rastreados por la Gran Máquina.
«Estoy solo -pensó Lawrence-. Sí. Completamente solo.» A pesar de todo, asumió una nueva máscara que lo hizo parecer alerta, diligente y dispuesto a obedecer.
A veces, el doctor Richardson tenía la impresión de que su antigua vida había desaparecido por completo. Soñaba con su regreso a New Haven y se sentía igual que un fantasma salido de Un cuento de Navidad de Dickens, de pie en la calle oscura y fría mientras sus antiguos amigos y colegas estaban en su casa, riendo y bebiendo.
Resultaba evidente que nunca debería haber accedido a vivir en el complejo de investigación del condado de Westchester. Había creído que tardaría semanas en disponer su partida de Yale, pero la Fundación Evergreen parecía tener una considerable influencia en la universidad. El decano de la Facultad de Medicina en persona había dado su conformidad a su año sabático con sueldo íntegro, y después preguntó si la Fundación estaría interesada en financiar el nuevo laboratorio de ingeniería genética. Lawrence Takawa contrató a un neurólogo de la Universidad de Columbia para que fuera todos los martes y jueves a dar las clases de Richardson. Cinco días después de su entrevista con el general Nash, dos individuos de seguridad se presentaron en su casa, lo ayudaron a hacer el equipaje y lo condujeron al complejo.
Su nuevo universo era confortable pero limitado. Lawrence Takawa le había entregado un Enlace de Protección electrónico para que se lo prendiera en la ropa; ese dispositivo era el que determinaba su acceso a los distintos departamentos del centro de investigación. Richardson podía acceder a la biblioteca y al edificio de administración, pero le estaba vedada la zona de ordenadores, el centro de investigación genética y el bloque sin ventanas conocido como El Sepulcro.
Durante su primera semana había trabajado en los sótanos de la biblioteca, practicando sus habilidades como cirujano con cerebros de perros y monos e incluso el gordo cadáver de un tipo de barba blanca a quien el personal llamaba Kris Kringle. En esos momentos, con los hilos de cobre y teflón debidamente insertados en el cerebro de Michael Corrigan, Richardson pasaba la mayor parte del tiempo en su pequeño apartamento del centro administrativo o en alguno de los reservados de lectura de la biblioteca.
El Libro verde le había proporcionado un resumen de las diversas investigaciones neurológicas llevadas a cabo con Viajeros. Ninguno de aquellos informes había sido hecho público, y gruesos trazos negros ocultaban los nombres de los distintos equipos investigadores. Según se desprendía, los científicos chinos habían recurrido a la tortura con un Viajero tibetano; las notas al pie describían shocks eléctricos y químicos. Cuando un Viajero moría durante una sesión de tortura, un discreto asterisco aparecía al lado del número del caso del sujeto.
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