Array Array - Historia de Mayta

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Historia de Mayta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Historia de Mayta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Historia de Mayta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Historia de Mayta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Historia de Mayta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Estamos en un rincón de su decaída bodega, de pie, cada uno a un lado del mostrador. Al otro extremo, la señora Onaka aparta la vista de su periódico cada vez que entra un cliente a comprar velas o cigarrillos, lo único que parece abundar en la tienda. Los Onaka son de origen japonés —nieto y nieta de inmigrantes— pero en Jauja les dicen «los chinos», confusión que al señor Onaka no le importa. A diferencia del Doctor Cordero Espinoza, él no toma sus desgracias con humor y filosofía. Se lo nota desmoralizado, rencoroso con el mundo. Él y Cordero Espinoza son las únicas personas, entre las decenas con las que he conversado en Jauja, que hablan abiertamente contra los «terrucos». Los demás, aun aquellos que han sido víctimas de atentados, guardan mutismo total sobre los revolucionarios.

—Acababa de abrir la bodega y en eso se me apareció el hijito de los Tapia, los de la calle Villarreal. Una carrera urgente, señor Onaka. Hay que llevar al hospital a una señora enferma. Prendí el carro, el chiquito Tapia se sentó a mi lado y el teatrero iba diciéndome: «Apúrese, que la señora se muere». Frente a la cárcel había otro taxi, cargando unos fusiles. Me cuadré detrás. Le pregunté al Subteniente Vallejos: ¿Quién es la del desmayo? Ni me contestó. En eso, el otro, el de Lima, ¿Mayta, no?, me plantó su metralleta en el pecho: Obedezca si no quiere que le pase nada. Sentí que se me salía la caca, con perdón de la expresión. Ahí sí que tuve miedo. Bueno, eran los primeros que veía. Qué bruto fui. Entonces tenía bastante platita. Hubiera podido irme con mi mujer. Estaríamos pasando una vejez tranquila.

Condori, Mayta, Felicio Tapia, Cordero Espinoza y Teófilo Puertas subieron al auto luego de cargar la mitad de las municiones y de los fusiles. Mayta ordenó a Onaka partir: «Al menor intento de llamar la atención, disparo». Iba en el asiento de atrás y tenía la boca totalmente reseca. Pero sus manos sudaban. Apretados a su lado, el brigadier y Puertas se habían sentado sobre los fusiles. Adelante, con Felicio Tapia, iba Condori.

—No sé como no choqué, cómo no atropello a alguien —musita la boca sin dientes del señor Onaka—. Creía que eran ladrones, asesinos, escapados de la cárcel. ¿Pero cómo podía estar el Subteniente con ellos? ¿Qué podían hacer entre asesinos el hijito de los Tapia y el hijito de ese caballerazo, el Doctor Cordero? Me dijeron que la revolución y que no se qué. ¿Qué es eso? ¿Cómo se come eso? Me hicieron llevarlos hasta el Puesto de la Guardia Civil, en el Jirón Manco Capac. Ahí se bajaron el de Lima, Condori y el chiquito Tapia. Dejaron a los otros dos cuidándome y Mayta les dijo: Si trata de escapar, mátenlo. Después, los chicos juraron que era teatro, que jamás me hubieran disparado. Pero ahora sabemos que los niños también matan con hachas, piedras y cuchillos ¿no? En fin, ahora sabemos muchas cosas que en ese tiempo nadie sabía. Tranquilos, muchachos, no se les vaya a disparar, ustedes me conocen, yo no mato una mosca, yo a ustedes les he fiado muchas veces. ¿Por qué me hacen esto? Y, además, ¿qué va a pasar ahí adentro? ¿Qué han ido a hacer ésos en el Puesto? La revolución socialista, señor Onaka, me dijo Corderito, ese al que le quemaron la casa y que por poco dinamitan el bufete. ¡La revolución socialista! ¿Qué? ¿Qué cosa? Creo que es la primera vez que oí la palabrita. Ahí me enteré que cuatro viejos y siete josefinos habían escogido mi pobre Ford para hacer una revolución socialista. ¡Ay, carajo!

En la puerta del Puesto no había centinelas y Mayta hizo una señal a Condori y a Felicio Tapia: entraría primero, que lo cubrieran. Condori parecía tranquilo pero Tapia estaba muy pálido y Mayta vio sus manos amoratadas por la fuerza con que apretaba el fusil. Entró a la habitación doblado y con la metralleta sin seguro, gritando:

—¡Arriba las manos o disparo!

En el cuarto medio a oscuras había un hombre en calzoncillos y camiseta a quien su aparición sorprendió en un bostezo que se le congeló en expresión estúpida. Se lo quedó mirando y sólo cuando vio aparecer, detrás de Mayta, a Condori y a Felicio Tapia, apuntándolo con sus fusiles, alzó los brazos.

—Cuídenlo —dijo Mayta y corrió al fondo. Atravesó un pasillo angosto, que daba a un patio de tierra: dos guardias, con el pantalón y los botines del uniforme pero sin camisa, se estaban lavando las caras y los brazos en una batea de agua jabonosa. Uno le sonrió, como tomándolo por un colega.

—¡Arriba las manos o disparo! —dijo Mayta, esta vez sin gritar—. ¡Arriba las manos, carajo!

Los dos obedecieron y uno de ellos, por la brusquedad del movimiento, echó la batea al suelo. El agua oscureció la tierra. «Mucha bulla, mierda», protestó una voz soñolienta.

¿Cuántos habría ahí adentro? Condori estaba a su lado y Mayta le susurró «Llévate a éstos», sin apartar la mirada del cuarto de donde había salido la protesta. Cruzó el patiecillo a la carrera, encogido, pasó bajo una enredadera trepadora, y, en el umbral de la pieza, se detuvo en seco, conteniendo el ¡arriba las manos! que iba a dar. Era el dormitorio. Había dos filas de camas camarote, pegadas a la pared, y, en tres de ellas, tipos echados, dos durmiendo y el tercero fumando boca arriba. De una radio de pilas, a su lado, salía un huaynito. Al ver a Mayta, el hombre se atoró y se incorporó de un salto, mirando fijo la metralleta.

—Creí que era broma —balbuceó, soltando el cigarro y llevándose las manos a la cabeza.

—Despierta a ésos —dijo Mayta, señalando a los dormidos—. No me obligues a disparar que no quiero matarte.

Sin darle la espalda ni quitar los ojos del arma, el guardia se fue moviendo de costado, como un cangrejo, hasta sus compañeros. Los sacudió a manazos:

—Despierten, despierten, no sé qué está pasando.

—Yo esperaba tiros, un gran ruido. Ver a Mayta, Condori y el hijito de los Tapia, ensangrentados, y que en la pelotera los guardias me dispararan creyéndome asaltante —dice el señor Onaka—. Pero no hubo un solo tiro. Antes de saber qué sucedía adentro, llegó el taxi con Vallejos. Ya había capturado la Comisaría del Jirón Bolívar y metido en un calabozo al Teniente Dongo y a tres guardias. Les preguntó a los mocosos: ¿Todo va bien? No sabemos. Yo le rogué: Déjeme ir, Subteniente, tengo a mi esposa muy enferma. No se asuste, señor Onaka, lo necesitamos porque ninguno de nosotros sabe manejar. Mire usted el tamaño de la cojudez: iban a hacer la revolución y ni siquiera sabían manejar un auto.

Cuando Vallejos y Zenón Gonzales entraron al Puesto, Mayta, Condori y Tapia acababan de encerrar en el dormitorio a los guardias, atados a los catres. Los fusiles y las pistolas estaban alineados a la entrada.

—No hubo ningún problema—dijo Mayta, aliviado, al verlos llegar—. ¿Y en la Comisaría?

—Ninguno —contestó Vallejos—. Muy bien, los felicito. Tenemos diez fusiles más, pues.

—Van a faltar brazos para tantos —dijo Mayta.

—No van a faltar —repuso el Subteniente, mientras revisaba los nuevos Máuseres—. En Uchubamba sobran ¿no Condori?

Parecía mentira que todo estuviera saliendo tan fácil, Mayta.

—Cargaron un montón de fusiles más en mi Ford —suspira el señor Onaka—. Me ordenaron a la Oficina de Teléfonos y qué me quedaba sino ir.

—Al llegar a mi trabajo, había un par de autos y reconocí en uno al chino de la bodega, ese Onaka, ese carero —dice la señora Adriana Tello, viejecita arrugada y menuda, de voz firme y manos nudosas—. Tenía tal cara que pensé se ha levantado con el pie izquierdo o es un chino neurótico. Apenas me vieron, se bajaron unos tipos y se metieron conmigo a la oficina. ¿Por qué me iba a llamar la atención? En esos tiempos ni siquiera había robos en Jauja, mucho menos revoluciones, ¿por qué me iba? Esperen, todavía no es hora. Pero, como si oyeran llover, se saltaron el mostrador y uno volcó la mesa de Asuntita Asís, que en paz descanse. ¿Qué es esto? ¿Qué hacen? ¿Qué quieren? Inutilizar el teléfono y el telégrafo. Fuera caray, ya me quedé sin trabajo. Jajá, le juro que eso fue lo que pensé. No sé cómo me queda humor todavía con las cosas que pasan. ¿Ha visto la desvergüenza de estos gringos que han venido dizque para ayudarnos? Ni saben hablar cristiano y se pasean con sus fusiles y se meten a las casas, qué prepotencia. Como si fuéramos su colonia. Ya no quedan patriotas en nuestro Perú cuando aguantamos esta humillación.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Historia de Mayta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Historia de Mayta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Historia de Mayta»

Обсуждение, отзывы о книге «Historia de Mayta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x