Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

más estériles al mismo tiempo, noches habitadas por fantasmas esquivos, insolentes, horas angustiosas de insomnio y de vigilia… Quizás no era exactamente amor, pero fue mucho más que un capricho, más que una novedad cegadora, aunque nunca una novedad ha llegado después a cegarme tanto, e infinitamente más que un ataque de ansiedad. El deseo me poseyó por completo, se adueñó de mis cimientos, de mis proyectos, de mi ambición, creció entre mis paredes como un parásito voraz, una gigantesca oruga capaz de arrasarlo todo, de devorarlo todo, de ocuparlo todo y exigir todavía más, aunque yo no tuviera con qué alimentarla. El primer día de clase, cuando salí del instituto, me encontraba físicamente mal, un poco mareada y muy pálida, exhausta sin motivo alguno, aturdida. Mi madre, que fue en busca del termómetro nada más verme la cara, me mandó a la cama sin proponerme siquiera una loncha de jamón de York para comer, y allí, en la precaria intimidad del dormitorio que compartía con mis dos hermanas, mientras me tapaba la cabeza con la sábana en un vano intento de cerrar mis oídos a la lejana sintonía del telediario, exploté en llanto, y lloré hasta que me venció un sueño nacido del puro agotamiento. Desperté un par de horas más tarde con nuevas esperanzas y un apetito asombroso, porque, después de todo, mi mal se reducía a no haberme encontrado con Larrea aquella mañana, y de repente ese detalle no me pareció tan grave como la posibilidad de que me viera y no quisiera reconocerme, una hipótesis que no había considerado hasta entonces y que me tuvo en vilo hasta el mediodía del martes, cuando la sonrisa inequívoca, cómplice, que me dirigió desde el descansillo del primer piso mientras yo atravesaba el vestíbulo, desheló los cristales de sangre que ensartaban mis venas y devolvió a mi maltrecho cuerpo la condición de templado. El miércoles, durante la clase de dibujo, me miró con la ternura sólida y levemente nostálgica de un amante que confirma con placer la calidad de su memoria, pero el timbre sonó diez minutos antes de tiempo y tuvo que salir corriendo porque había claustro. A cambio, el jueves, de madrugada, el tío Arsenio murió a tiempo para regalarme algunas horas de vida auténtica.

Decir que mis padres fueron a enterrarlo sería mucho decir. Fueron, más bien, a ver qué pasaba, y no tanto para curiosear como por ese repentino brote de responsabilidad que abrasa durante un par de días la conciencia de quienes han perdido algún familiar por el camino sin saber muy bien por qué. Mi padre, que no movió un músculo mientras recibía la escuetísima información —«ya sabes, hijo, estos hielos tardíos, que son tan malísimos…»— que quiso proporcionarle la vecina del único hermano vivo de su propio padre, reaccionó con una sorprendente mezcla de lentitud y extrañeza, limitándose a contener la avalancha de preguntas de mi madre con monosílabos y algún gruñido, mientras desayunaba con más parsimonia de la habitual. A despecho de su ensimismamiento, la mesa de la cocina se convirtió enseguida en el centro de un previsible guirigay, todos mis hermanos indagando a la vez acerca de la fortuna real de aquel tío abuelo que había comprado tantas tierras, haciendo conjeturas sobre los términos del testamento, y ofreciéndose a acompañar a mis padres a donde hiciera falta. En medio del barullo, papá acabó fijándose en mí, tan absorta en mis pensamientos como un preso que intuye la oportunidad de fugarse, y no sé si interpretó mi silencio como una muestra de respeto, pero no me dijo nada. Al final, decidieron llevarse a los mayores, que podían perder clase porque para eso estaban ya en la universidad, y dejar a la Paula más furiosa, maledicente e indignada ante tan flagrante discriminación, en la puerta del instituto, que les pillaba casi de camino. Cuando me quedé sola en casa, a las ocho y media de la mañana, ni siquiera me concedí a mí misma un momento para el estupor. Mientras me duchaba, me lavaba la cabeza, me hacía a toda velocidad una toga de emergencia y me vestía de domingo, con tacones, a pesar de la hora, apenas me daba cuenta de que Félix ocupaba ya hasta el menor resquicio de mi entendimiento, la más leve fibra de mi voluntad. Y no dudé al salir del portal en dirección contraria a la que tomaba todos los días, ni al embocar el callejón donde estaba su estudio, no me tembló la mano al llamar al timbre, ni la voz cuando le solté el discurso que había venido preparando por el camino —una florida explicación que él encajó de pie, apoyado en la puerta, medio dormido y casi desnudo, después de tirar de mí hacia dentro como si quisiera driblar al frío—, no me detuve siquiera a decidir si lo que estaba a punto de hacer era bueno o malo, inteligente o estúpido, rentable o un

error que lamentaría el resto de mi vida, y no lo hice porque no podía pensar ni hacer ninguna otra cosa que no fuera precisamente lo que estaba haciendo, ir hacia él. Y sin embargo, cuando ya no podía volverme atrás, una especie de asombro muy raro me desarmó de mi aplomo como de un vestido que siempre me hubiera quedado demasiado grande, y en la frontera de aquella enorme cama de sábanas revueltas y todavía calientes, la enajenación me pasó factura. A la intensísima luz de un repentino estado de conocimiento, me pregunté cómo, por qué camino habría llegado yo hasta allí, y no supe muy bien qué contestarme. Entonces, como si hubiera podido intuir la dirección de mis pensamientos, Félix se acercó a mí por detrás, me rodeó con los dos brazos y no hizo nada más, sólo abrazarme, respirar al borde de mi oreja izquierda, acoplar a mi relieve el relieve de su cuerpo, y esperar.

En aquel gesto estaba escrita la suerte de mi vida y él lo sabía. Lo supo siempre, desde el principio, ésa fue su principal ventaja sobre mí, tal vez la única, tan descomunal, de todas formas, que supongo que no llegó a echar otras de menos, él sabía tratar a la serpiente que vivía enroscada alrededor de mis vísceras, aprendió a domarla muy deprisa, cuando yo aún no me daba cuenta de nada, ¿te pasa algo, Ana?, me preguntó mientras aún esperaba, cuando todavía no había ocurrido cosa alguna, salvo que la dureza de su sexo marcaba ya en diagonal mi nalga izquierda, y le contesté que no con la cabeza, entonces sus manos treparon unos pocos centímetros, se cerraron sobre mis pechos en el preciso instante que escogieron sus dientes para atacar el perfil de mi cuello, yo acusaba la tensión de mis pezones resbalando contra sus pulgares y pensaba que todo iba a ocurrir muy rápido, pero sus labios rozaron mi oreja otra vez, no sé, dijo, parece como si te ahogaras…, y de nuevo se quedó quieto, me impuso una inmovilidad que ya no soportaba, y acabé confesando lo que él quería oír, sí, murmuré, me estoy ahogando… Nunca sabré dónde, en qué remoto pliegue de mi cuerpo, en qué escondida esquina de mis ojos, en qué precisa fibra de mi boca aprendió él tantas cosas de mí, nunca sabré cómo atinó a presentir con tamaña intensidad, tal precisión, la potencia de la serpiente que alentaba, como una fiera dormida sólo a medias, tras la torpe impasibilidad que embotó mis sentidos aquella primera vez de tanteo y borrachera, nunca sabré cómo lo hizo, pero acertó de lleno en el centro exacto de lo que yo era, y así me poseyó por completo antes de quitarme la ropa con aquella parsimonia exasperante, ¡miraque eres ansiosa!, fingía asombrarse, mucho antes de rodar conmigo sobre una cama que de repente quemaba, no seas tan ansiosa, en serio…, reía, acabará sentándote mal, infinitamente antes de concederme por fin esa gracia que yo no hubiera sido capaz de escatimarle, ¿quieres que te folle?, sí, pues pídemelo, fóllame, no así no…, pídemelo por favor, por favor, Félix, fóllame, cuando ya estaba a punto de deshacerme de angustia. Luego besé su cara, sus hombros, sus manos durante mucho tiempo, mientras el placer, ese traidor, me abandonaba despacio, como si le diera pena devolverme al mundo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x