Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Qué somos ahora? —le pregunté al final, cuando ya debería haber empezado a vestirme para no llegar tarde a comer—. Yo ya no podré verte como a los demás profesores. No sé si sabré disimular…

—Sí sabrás —se giró hacia mí y me besó brevemente en los labios—, porque no pienso hacerte ni puñetero caso.,.

Me eché a reír y él rió conmigo, pero eso no era bastante.

—¿Qué somos ahora? —repetí.

Él sonrió, y me miró de una manera especial, con dulzura, pero también con cierta secreta astucia.

—Somos amantes —contestó por fin, y yo, que no las buscaba, sucumbí sin condiciones al oscuro prestigio de esas dos palabras que parecían bastar para hacer de mí una persona importante. Por eso, justo antes de irme, volví la cabeza un momento para mirarle por sorpresa, y por eso, sin ser ni remotamente consciente de que acababa de empezar a aflojar el último freno, me dije que nunca jamás podría llegar a merecer la gracia de un destino tan magnánimo como el que acababa de convertirme en la amante —¡a–man–te!— de un genio auténtico.

Después de tantos años, ése es el único punto en el que estoy de acuerdo con la enferma de adolescencia que era entonces. Efectivamente, creo que jamás llegué a merecerme a Larrea.

—¡No me estropees el centollo, mamá, por favor te lo pido…!

La clarividencia nunca ha formado parte del limitado patrimonio de mis habilidades, pero aquella noche la vi venir, y la vi venir desde muy lejos.

—¡Por supuesto que no! —protestó, fingiéndose ofendida—. Yo, lo único que quiero decirte… No sé. Me preocupas mucho, hija mía…

Cuando decidí celebrar la entrada en vigor de la ley que me convertía en mayor de edad unos pocos meses después de haber cumplido los dieciocho, contando en casa que Félix y yo habíamos sido novios en secreto durante más de un año y medio y que nos proponíamos dejar de serlo en cuanto nos diera tiempo a arreglar los papeles para casarnos, la que más chilló —más alto, más fuerte, más lejos— fue, naturalmente, mi madre. Seis años después, cuando decidí dejar a mi marido por un puñado de aceitunas de Camporreal, la que menos se esforzó por intentar comprender las razones de mi vuelta a Madrid fue también, precisamente, mi madre. Claro que yo no era el único miembro de la familia cuya vida había cambiado vertiginosamente entre ambas fechas. Si la oportuna muerte del tío Arsenio me había abocado a los brazos de Félix Larrea, la prescripción de su herencia elevó a mis padres a una cota de lujo y riqueza que jamás habían acariciado ni en sueños, un éxito del que se recuperaron en una dirección muy particular.

Estaban tan acostumbrados a amenazarse en vano, a justificarse mutuamente como una amarga broma del azar, a reírse a carcajadas con todos esos chistes que siempre empiezan cuando a un marido, o a una mujer, le toca el gordo de la lotería, que al final, estrechamente acoplados en sus respectivos infortunios, habían logrado inducirse el uno al otro a acatar una cierta variedad de la armonía, el equilibrio indudable, tan precariamente sólido, que nace del ejercicio rutinario de la infelicidad. Y eran casi felices mientras rumiaban sus desgracias en público, enumerando ella en voz alta el nombre, los méritos y los sueldos de todos los pretendientes a los que rechazó para casarse con «este taxista», preguntándose él por las esquinas de qué dignísima estirpe se creería heredera la gorda aquella, si cuando la conoció su padre vendía queso y miel de la Alcarria de puerta en puerta, y los dos juraban a coro que si pudieran coger la puerta, ahí iban a seguir, y no acababan de especificar jamás por qué no podían pasar del recibidor, pero sus amigos, sus vecinos, sus hijos, sobreentendíamos que esos misteriosos accesos de parálisis progresiva que empezaban a dificultar sus movimientos a mitad del pasillo, no eran otra cosa que una manifestación más de la eterna mala suerte que cada uno de ellos invocaba con avaricia y arbitrariedad parejas, pero siempre en rigurosa exclusiva. Hasta que un buen día, la herencia del tío Arsenio prescribió, y en el mismo instante en que se desvanecieron los impuestos que la bloqueaban, se esfumó también la desgracia de mis padres.

Más que a un regalo de la fortuna, aquel golpe de riqueza se asemejó, de entrada, a una ironía que el destino hubiera concebido sin otro propósito que burlarse a placer de mi desprevenida madre, quien siempre había sostenido que el origen de toda ignominia constaba muy claramente, y por escrito, en la partida de nacimiento de su marido, donde, junto a la fórmula nacido en, alguien había consignado, con una caligrafía lamentable, la expresión «Villanueva del Pardillo, provincia de Madrid». Ella, en cambio, era un espécimen genuino de la especie nacida en «Madrid, provincia de Madrid», y ni siquiera se hubiera dado menos pisto si el pueblo de mi padre no llevara el insulto incorporado en su propio nombre, aunque no podía resistir la tentación de apostillar cualquier comentario propio o ajeno con aquella consabida y tosquísima advertencia, no, si no es por nada, pero el mismo nombre de su pueblo ya lo dice, pardillo, a ver si no, pardillo, que lo que soy yo, no me invento ni pizca… Pero al margen de las broncas domésticas, que seguramente habrían encontrado otros espléndidos cauces en el caso de que mi abuela Experta se hubiera venido a parir a la capital, las raíces de mi familia paterna no tuvieron ninguna importancia real hasta que un

compacto ejército de maquinaria pesada empezó a inyectar entre ellas grandes cantidades de hormigón y de cemento armado, y sobre los pastos de antaño emergió enseguida una ciudad fantasma de chalets de lujo con parcela individual, cuyos futuros propietarios, por muy ricos, que fueran, nunca alcanzarían a soñar siquiera un rendimiento comparable al que el pardillo de turno estaba obteniendo de un patrimonio tan rústico, aquellos tres o cuatro prados que apenas daban para alimentar a un triste rebaño de ovejas.

El tío Arsenio, que había ejecutado a la perfección todas las etapas precisas para transformar a un pequeño ganadero en un considerable especulador inmobiliario, poseía en la hora de su muerte catorce o quince fincas espléndidamente situadas, no sólo desde el punto de vista de su emplazamiento geográfico, sino también en lo relativo a su estatuto legal, que estaba a punto, pero lo que se dice a punto, de convertirlas en otras tantas grandes superficies de suelo urbanizable. Algo acabó contándole a mi padre un pintoresco personaje que empezó a rondarle a distancia apenas puso un pie en el pueblo, el cuerpo del difunto todavía caliente, y que terminó identificándose como Miguel Ángel Romero, abogado, economista y, sobre todo, gran hortera. Yo le conocí en el funeral, un jovencito muy trajeado que se agregó al cortejo con una naturalidad pasmosa, aunque sólo me fijé en él, al principio, por el inverosímil bucle que formaba su corbata estampada, jinetes ingleses en la caza del zorro a punto de precipitarse en el vacío por obra y gracia de un enorme pasador dorado, sujeto a la altura del tercer botón de una camisa brillosa, como de tela de visillo, sumamente increíble. Más de pueblo que las amapolas, sentencié para mí misma, y si alguien me hubiera obligado a calcular qué puesto le reservaba el azar en mi familia, habría agotado todos los catálogos de la especulación antes de atreverme siquiera a sospechar que estaba destinado a convertirse algún día en el marido de mi hermana mayor, Mariola, obsesiva heredera de los delirios de grandeza que mi madre elevó a cotas de un patetismo purísimo al escoger para su primogénita un nombre literalmente absurdo —María de la O—, sólo para poder abreviarlo en el diminutivo por el que se conocía a la segunda nieta de Franco.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x